Quitarle la camisa a la Naturaleza
Nadie ha captado la Naturaleza como los pintores clásicos chinos de las dinastías Tang y Song. Leonardo da Vinci captó la atmósfera evanescente en los fondos de sus figuras. Caspar David Friedrich pintó las infinitudes y los abismos. Corot detectó las sutilezas íntimas de los bosques. Pero nadie arrebató la belleza tal cual como Li Cheng o Ma Yuan en China a partir del siglo VIII.
Para los orientales meditar no es reflexionar, es apagar los pensamientos, dejar la charla interior, callarse de una vez (los occidentales no podemos dejar de charlar), y con la mente limpia recibir lo que llegue. Entonces probablemente nos hable la vida. Uno da vueltas y vueltas a pensamientos para resolver un problema, y cuando de puro cansancio deja de pensar, o piensa en otra cosa, le viene la solución. Es como cuando intentamos recordar algo y golpeamos la memoria y aporreamos sus puertas, pero todo es inútil, lo que hay que hacer es callarse, y entonces viene lo que buscábamos, lo asustábamos con tanto golpe. Soltábamos prejuicios : debe ser esto, debe ser lo otro, pero hay que callarse, hay que dejar al Ser que hable.
Eso es meditación: vaciar el vaso para que pueda llenarse, limpiar la ventana para que se vea el exterior. Estamos demasiado ocupados con nuestras palabras, con nuestras ideologías, creemos que ya lo sabemos todo, ¿y entonces como vamos a aprender nada? Si no paramos de hablar ¿cómo vamos a escuchar? Para el budismo zen no hay que pensar nada ni recordar nada, simplemente estar ahí, vaciarse.
Templo budista en las montañas, Li Cheng
Y a veces para liberarnos de nuestros encierros conceptuales el maestro nos da un coscorrón, o una respuesta que nos desconcierta totalmente. Eso se ve en los koan, las narraciones de los sabios budistas. Pero en la trivialización occidental de las tendencias orientales no podemos librarnos nunca de la palabrería, tenemos que ir siempre con nuestro carricoche de conceptos y no tocaremos nunca con los pies la nieve. Tenemos nuestras ideas de santidad y de paz y de felicidad empalagosa, y no podremos captar nunca lo que es la violenta intensidad de la paz, ver el mundo de verdad sin condicionantes, sentir ese golpe interior que nos arranca del asiento. No permitimos que nos roben nuestras propiedades. Pero es necesario que la naturaleza nos rapte, que nos saque de casa, que hable aquello que no hemos pensado nunca. Lo que todavía no hemos vivido ni podemos recordar, lo que no está en nuestros planes. Desaprenderlo todo, como dice Krishnamurti.
Uno de los libros más sabios de la Humanidad es el “Tao Te King” de Lao Tse. Habla de conectar con el Tao, el principio que está más allá de todas las contradicciones, conectar con la entraña del universo, con ese principio que nos da vida a todos y que lo anima todo y que lo crea todo. Hay que liberarse de todos los pensamientos, de todo lo recibido, de todo cuanto creemos saber, y captar la animación, la naturaleza. Esa conexión con el Tao la consiguen los pintores y los poetas. Li Po es el prototipo del poeta arrebatado por el universo, que está más allá de todos los tinglados, que se emborracha con la Luna en el lago y se funde con ella.
El “Tao Te King” es por encima de todo un poema, no una doctrina, es una serie de sugerencias inagotables. Es algo cuyo sentido se reinterpreta continuamente y revienta todas nuestras categorías. Recuerdo que cuando leía hace años “El camino del Tao” de Allan Wats y decía: “no es esto, ni es esto, ni lo contrario, ni puede buscarse, y buscarlo ya es perderlo”, yo me cabreaba, exclamaba ¿entonces de qué coño se trata?, me parecía que me estaban tomando el pelo. Estaba encerrado en los conceptos y para mí las cosas tenían que ser racionales e inteligibles y el Tao me parecía inalcanzable e imposible. Y no sabía que a veces lo inalcanzable se alcanza con una facilidad pasmosa, cuando menos se lo piensa.
Porque la clave está precisamente en no pensarlo, el Tao no puede buscarse ni puede escalarse, pero a veces se derrama en nosotros, y entonces nos volvemos poderosos y llenos de fuerza, y nos llenamos de la trascendencia del cosmos, y tenemos más creatividad que nadie. Las imágenes nos salen a borbotones y nadie lo puede impedir.
Pero tener el Tao es algo muy sutil y es como no tener nada. Además hay que salir del encierro que tenemos en Occidente con la palabra Nada, para los orientales la Nada puede ser lo más abierto, la liberación suprema. El Tao se cruza con el budismo y da origen al Zen, los monasterios en la naturaleza salvaje se propagan por todas partes, y los maestros que aparecen en las historietas koan rompen las barajas y dejan asombrados a sus discípulos. Precisamente porque quieren que salgan de la trampa racional y accedan a lo incomprensible.
Campesinos volviendo del trabajo, Ma Yuan
El zen es la liberación de los prejuicios, el puro ver, el deshacerse de los conceptos. Es vivir en el sentido más radical de la palabra, ir más allá de todas las doctrinas y todas las formulaciones, encontrar la riqueza vertiginosa en lo más sencillo. Una piedra cualquiera encima de un montón de arena puede tenerlo todo, o no tener precisamente nada, ahí está la libertad. Se trata de soltarse, entonces uno se vuelve vertiginoso, y nadie puede pararnos.
Desde hace muchos años me fascina la pintura clásica china, me quedaba maravillado mirando esos cuadros de paisajes infinitos, de monasterios perdidos en lo alto de las montañas, de nieblas y nubes en que los seres humanos se perdían y se volvían enigmáticos. Me seducía esa pintura en que lo principal era la atmósfera, lo que unía a todo con todo, lo imponderable que estaba detrás de todos los objetos.
En esa pintura tuvo una gran influencia el taoísmo, y más tarde el budismo zen, porque el zen trata de eliminar nuestros conceptos y captar la naturaleza por encima de las palabras, las separaciones, las clasificaciones. Y eso mismo pretende la pintura clásica china. El pintor chino de paisajes no pretende describir los objetos separados unos de otros, sino captar el aura, descubrir el espíritu en que todos se sumergen y viven, que los transfunde y los transforma a todos, que les da vida y misterio.
El pintor chino pretende captar el aliento, el Tao, la divinidad de la naturaleza, ese soplo imponderable de vida. Por eso no hay separaciones en ella, no hay trazos, no hay divisiones. Todo es impreciso, nada parece ser él mismo, todo flota como espiritualizado en la misma atmósfera.
Jing Hao, en la dinastía Tang, se retiró a las montañas y escribió el libro “Una meditación sobre la pintura”. En él señala seis principios para la pintura: el qi o espíritu que guía el pincel, el yun o principio musical, el si o la intención del pintor, el jing o los cambios en la naturaleza, el bi o habilidad con el pincel, y el mo o habilidad con la tinta.
Guan Tong , su discípulo, pintó los paisajes agrestes de Shaanxi, alrededor de Xian, la capital de los Tang. En su pintura “El último verde en las montañas de otoño” las montañas se hacen inasequibles, los monasterios cuelgan sobre los abismos, las cascadas se sueltan verticales, los árboles incomprensibles brotan entre las rocas, las figuras se pierden o casi no existen. No hay nada que quepa en estructuras, en conceptos, en clases, todo se hace vivencia ilimitada, la novela de la Naturaleza. Es el ámbito de la desmesura y de la exaltación.
El último verde en las montañas de otoño, Guan Tong
Li Cheng, más tarde, en la dinastía Song del Norte, Li Cheng lleva a cabo estos principios en “Templo budista en las montañas”. Pinta con el espíritu, no con la mano ni con la técnica. Medita con el alma y capta el alma del universo. Toma toda la profusión, la infinitud, el dinamismo, la libertad de la naturaleza. El templo es algo que participa en el vértigo y en el infinito. Recoge toda la magia y toda la pasión de la naturaleza.
Guo Xi, en “Comienzo de la primavera”, capta el vértigo y la transformación del paisaje, reconoce su atmósfera secreta. Pinta lo que parece que no puede pintarse. Los árboles desatados se vuelven locos y se retuercen en medio de las montañas. Muestra la vida ininteligible que lo dinamiza todo.
El comienzo de la primavera, Guo Xi
Mi Fu inaugura el grupo de los pintores letrados, que colocan textos en los paisajes, son a la vez poetas y pintores. Llena de poesía la pintura, suprime las líneas y las separaciones, expresa la vida del mundo. Los poemas son paisajes de palabras y las pinturas son poemas inefables.
Ma Yuan, en la dinastía Song del Sur, que vibra con sus pabellones en los lagos de Hangzhou, pone figuras diminutas en una esquina, ordena la imagen en diagonales infinitas, capta la infinidad de la naturaleza. Parece que de ella llega un susurro interminable. La figura humana se pierde en ese “vacío y plenitud” de que hablaba en un libro el filósofo François Cheng.
El erudito en la terraza, Ma Yuan
Sobre Li Cheng escribe Isabel Cervera: “Su pasión por las montañas y los valles le inclinó a vivir entre ellos y hacerlos parte de su espíritu, derivando de ello la explosión de fuerza y vida que se refleja en sus obras, que Mi Fu clasificó como pertenecientes a un sueño”. El pintor chino pinta con el espíritu, no con la mano ni con ninguna técnica, se deja llevar por la inspiración, por la visión, por su vivencia del paisaje, por la extrañeza y el misterio de todo. Se entrega, forma parte del universo, ha entrado en conversación esencial con él.
Viajeros en el bosque invernal, Li Cheng
La mano se hace leve, se deja llevar, la arrastra el espíritu mismo del paisaje. Los monasterios perdidos en las montañas cuyos muros se confunden con las ramas de los árboles, los monjes que parecen exhalaciones, el aire que parece agua y viceversa, muestran la inasibilidad de todo. El pintor chino capta el soplo del universo y tiene más sabiduría que todos los filósofos occidentales, es un visionario y un sabio. Sus paisajes tienen la consistencia del sueño porque la vida si se la mira con esos ojos abiertos se parece a un sueño, y no en el sentido de Calderón. Se parecen a sueños no porque sean inconsistentes sino porque son tan locos y ambiguos y sorprendentes como los sueños.
El misterio del mundo que en Europa hemos negado (“el mundo ha perdido su encanto”, escribió Max Weber) el pintor chino lo capta afinando su mirada. Pero lo que ha de hacer para conseguirlo es soltar la mano, dejarse llevar por el instante, entrar en el temblor de lo que tiembla, formar parte del secreto. Ponerse en estado de gracia, romper todos los obstáculos, alcanzar la visión y la embriaguez. No vale lo que puede aprenderse en las escuelas, ni lo que pueden enseñar los maestros, tiene que ser fruto de un momento privilegiado, en que vislumbra por qué se agitan todas las cosas.
Imagen de portada: Montañas y pinos, Mi Fu
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Visiones en las montañas». Publicado el 2 de junio de 2015 en Mito | Revista Cultural, nº.22 – URL: |
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