Hacia el derecho universal a una vivienda
Artículo 25.1 Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”.
Nuestro día a día se desarrolla como una rutina continua en la que pocas veces aparece algún elemento que la consiga alterar. Nos despertamos, desayunamos, avanzamos por la mañana, comemos, hacemos nuestra tarde, se acerca la noche y, más pronto o más tarde, nos retiramos a dormir. Todo este conjunto de actividades, igualmente, las solemos desarrollar en unos mismos espacios. Espacios que nos envuelven sin que apenas los percibamos debido a que su presencia permanente y continua en el transcurso de nuestra vida los convierte en simples caparazones en los que refugiarnos. Sin darnos cuenta, nos amoldamos a ellos, a sus esquinas, sus chaflanes, sus alturas, sus volúmenes. Nos adueñamos de ellos, los personalizamos y los convertimos en nuestros. Nuestra habitación, nuestra casa, nuestra calle. Nuestro pueblo, nuestra ciudad.
Hay duendes montados en barcos esperando verte, Eleazar
En el caso de la casa, de nuestro espacio privado, nos apoderamos de ella personalizándola como una extensión de nuestro propio ser. Así, la convertimos en nuestro hogar, en nuestro refugio. Proyectamos en ella nuestras manías y costumbres de tal modo, que cualquiera podría adivinar nuestras inquietudes y habitudes con tan solo un vistazo, como si de un libro abierto se tratara. Tanto es así, que las ruinas de las casas de las antiguas civilizaciones nos narran sus hábitos y costumbres, sus ritmos, su forma de entender y vivir el día a día.
Por tanto, esa apropiación del hogar, esa sensación de pertenecer a un lugar o de que el lugar te pertenezca, proviene ya de mucho tiempo atrás. Básicamente, se convierte en uno de nuestros primeros instintos, en uno de esos primeros pasos que dimos hacia la evolución como especie. Al fin y al cabo, necesitamos de un refugio para sobrevivir.
Así pues, debido a esta vinculación tan primaria de la casa con el habitar del hombre, el estudio de la arquitectura doméstica, de su configuración, su uso y su relación con la ciudad y con la sociedad, constituye una constante en las escuelas de arquitectura. Tanto es así que, al empezar, una de las primeras actividades a las que se enfrentan los estudiantes de arquitectura es el análisis de una casa. Normalmente se trata de una vivienda unifamiliar en la que se deben identificar los diferentes espacios y la relación existente entre ellos. Diferenciamos así la zona de día de la zona de noche, los espacios servidos de los espacios sirvientes, los húmedos de los secos. Se estudian también la relación de la casa con el entorno, la iluminación natural y la ventilación. Se identifican las circulaciones, la estructura y la modulación. Una vez analizados los requisitos básicos, se entra en cuestiones más arquitectónicas; se reflexiona sobre la dimensión y forma de los espacios, los matices de luz, las texturas, la composición, la relación de las estancias tanto en sección como en planta y en volumen, la materialidad, la expresividad…
Case Study House #21 © Nuria Forqués Puigcerver
Con este tipo de ejercicios, los que estudiamos arquitectura comenzamos a tener una primera toma de contacto con el proceso de proyectar espacios. A base de analizar diferentes ejemplos, extraemos nuestras primeras conclusiones e intentamos imitar las referencias, con el fin de obtener resultados que aspiran a asemejarse en calidad a esos que admiramos. Imaginamos y proyectamos todo tipo de viviendas, que den respuesta a las necesidades sociales de nuestro tiempo, que se amolden a los distintos estilos y formas de vida y sobre todo que cumplan con, al menos, unos requisitos mínimos de habitabilidad.
Sin embargo, esto no siempre ha sido así, sino que no fue hasta la llegada de la modernidad, desencadenada por la época industrial, cuando se dirigió la mirada crítica hacia la arquitectura doméstica. Hasta el momento, se proyectaban con cuidado las casas de los reyes, de la aristocracia y de la alta burguesía; de aquellos quienes tenían recursos e influencias. Mientras tanto, los menos favorecidos quedaban relegados a su suerte. Los problemas se intensificaban en las ciudades, en las cuales las condiciones de las viviendas de los que no pertenecían a la alta sociedad destacaban por su insalubridad. No obstante, se produjo un cambio. Las consecuencias de la revolución de la industria incluyeron una mala gestión urbana que repercutió directamente en la calidad de vida de las ciudades, propiciando la aparición de una responsabilidad social sobre la necesidad de mejorar las condiciones de la casa y la ciudad.
Manchester durante la Revolución Industrial
Con la Revolución Industrial, la población se empezó a acumular en las urbes en busca de trabajo y servicios. Sin embargo, éstas, no preparadas para absorber el continuo flujo de inmigración ni los cambios tecnológicos, desbordaron. Aparecieron en los alrededores de las ciudades núcleos de viviendas precarias y pobres, en las que convivían familias enteras en espacios reducidos. En los núcleos urbanos, la situación no era mejor; pues, dada la alta demanda, los alquileres y los precios en general aumentaron a mayor velocidad de lo que la gente pudo asimilar, provocando una concentración elevada de personas por unidad habitacional. Las viviendas, a su vez, se alzaban en condiciones pésimas, por su propia configuración y por su habitual situación en un núcleo de estructura medieval, caótico y desordenado, que favorecía una iluminación y ventilación interiores escasas o nulas y un saneamiento urbano en pobres condiciones. No nos olvidemos, tampoco, de la recién llegada de las industrias, cuyos humos se sumaban a la insalubridad y los malos olores, existentes ya en la ciudad.
Las primeras manifestaciones de las consecuencias de la Revolución Industrial tuvieron lugar en el Londres del siglo XIX. La capital incrementó su población de forma vertiginosa, convirtiéndose en la primera urbe en la que se evidenciaron los problemas de alojamiento. Faltaban hogares. Además, las condiciones laborales de los obreros no les ofrecían suficientes recursos para hacer frente a los altos precios de la ciudad, dando lugar a una gran masa de pobres que a su vez propició la proliferación de problemas sociales como la delincuencia y la prostitución. Hubo también efectos en la sanidad ya que, debido a la alta densidad de población, las pestes y enfermedades se esparcían sin problemas.
Revueltas de la era industrial. Nueva York, 1914
Ante esta situación, fue precisamente en la capital británica donde aparecieron los primeros movimientos sociales y sindicales que presionaron a las administraciones exigiendo una respuesta estratégica al problema de la vivienda. Hasta el momento, habían sido los agentes privados quienes se habían encargado siempre de la producción de las unidades domésticas sin ninguna supervisión de las autoridades. Por ello, con el principal objetivo de obtener beneficios y sin la necesidad de alcanzar unos requisitos mínimos de habitabilidad, la creación de domicilios se había traducido en una mera especulación, dando lugar a una acumulación de infraviviendas.
Ante las revueltas sociales, la administración londinense reaccionó. Se redactaron las primeras leyes y constituciones sobre la vivienda, al mismo tiempo que se creaban instituciones específicas encargadas de resolver el problema de la residencia. Asimismo, mientras las autoridades intentaban aportar soluciones, aparecían también informes científicos sobre las condiciones de vida de los trabajadores en la ciudad. Poco a poco, éstos fueron incorporados en los debates parlamentarios y asimilados por los arquitectos jóvenes, entre los cuales surgió una preocupación por encontrar una solución moral y técnica.
A pesar de que estos primeros pasos hacia una casa digna para todos se dieron en Londres; poco tiempo después, fueron los holandeses quienes les tomaron el relevo aportando innovaciones originales y efectivas en sus leyes, las cuales empezaron a dar frutos. Así pues, fue justo en Holanda donde se aprobó la primera legislación sobre vivienda social en Europa.
La nueva ley, formulada a principios del siglo XX, constituía una política integral a favor de la arquitectura social, en condiciones dignas y adecuadas, adoptando un carácter innovador en diversos aspectos e influyendo a otros países europeos. En primer lugar, vinculaba el problema de la vivienda con el planeamiento; de este modo, aparecía una herramienta para generar nuevas áreas que incluyesen, al mismo tiempo, la función residencial y los elementos básicos y necesarios para hacer ciudad; es decir, se reservaba el suelo para el espacio público y equipamientos.
En segundo lugar, la ley promulgaba la exigencia, desde la municipalidad, de unas condiciones mínimas para los hogares, que además, debían ser supervisadas y aprobadas antes de la construcción. Asimismo, se controlaban también los alquileres, para evitar que los domicilios se sobredensificaran una vez ya edificados. Finalmente, se incluía ayuda financiera para casas construidas por sociedades privadas sin ánimo de lucro. Estas sociedades se encargaban de la construcción y el alquiler de viviendas sociales que iban encaminadas a cubrir la demanda de los más necesitados.
Con todas estas nuevas iniciativas, los holandeses empezaron a ver cambios. El arranque fue lento, pues la asimilación de la ley tardó un tiempo en dar resultados. No obstante, al cabo de un tiempo, se empezaron a vislumbrar los efectos deseados.
Al mismo tiempo que se desarrollaban estas políticas apareció, en la Escuela de Ámsterdam, un grupo de arquitectos jóvenes muy comprometidos con la obra de la vivienda social. Se empezaron a preocupar por la calidad de los espacios y por ofrecer unidades residenciales en condiciones adecuadas. Esta preocupación se extendió al espacio público, entendiéndose el diseño de la casa y de la ciudad, como una relación de unidad de conjunto en el diseño. El arquitecto, así, pasó a verse como un profesional que dispone su trabajo al servicio de la sociedad con el fin de generar un mejor espacio doméstico y urbano.
El Plan Sur de Ámsterdam, de Berlage
De las actuaciones realizadas en esta época destaca el Plan Sur de Ámsterdam, dirigido por Berlage, el cual constituía una respuesta colectiva de los arquitectos para conformar ciudad con una arquitectura y unos elementos urbanos bien estructurados, que respondían a los requisitos de la época. Las ideas de Berlage influirían ampliamente a sus contemporáneos en Europa y a generaciones posteriores.
Ya adentrándonos en el siglo XX, nos encontramos con los períodos de las guerras. Durante esos años, las políticas sociales referentes a la vivienda pasaron a un segundo plano. Se centraron en destruir en lugar de construir, lo que ocasionó que, tras ambos conflictos mundiales, la demanda de viviendas, que se había ido calmando a finales del siglo XIX y durante los primeros años del XX, volviese a aumentar enormemente.
En el período de entreguerras, la concienciación por parte de los arquitectos sobre su deber para con la sociedad tomó más fuerza que nunca hasta el momento. Se esforzaron por ofrecer casas dignas y asequibles en un entorno saludable. Tras la Primera Guerra Mundial, una situación económica precaria, un entorno urbano a reconstruir y la presión de los nuevos partidos obreros, hizo que las administraciones diesen un nuevo impulso a la construcción de vivienda. Ésta se entendió como una herramienta para regenerar un nuevo equilibrio social y propiciar una reconstrucción ética de la sociedad, desde una perspectiva con un cierto socialismo humanista.
Como resultado de estos hechos, aparecieron en Alemania unos nuevos barrios que ofrecían casas adecuadas y que intentaban suplir la gran demanda social. La construcción y desarrollo de estas áreas se aprovechó además como una estrategia para combatir la crisis económica y el elevado desempleo. Con el nombre de Siedlungen, los nuevos barrios se caracterizaban por una utilización racional y repetitiva de edificación en bloque, que aseguraba de forma justa e igualitaria, el acceso a la iluminación del sol así como a la ventilación natural. Estéticamente, incorporaban el lenguaje del movimiento moderno, queriendo romper con la tradición constructiva.
Viviendas en hilera de JJP Oud en Weissenhof, Rob Deutscher
Otro hecho significativo en la evolución de la calidad de la arquitectura doméstica tuvo lugar en 1927. Así, coincidiendo con la exposición del Werkbund alemán, se organizó un concurso internacional sobre la vivienda en Stuttgart, en una nueva urbanización conocida como Weissenhof. En este concurso, los arquitectos que participaban debían proyectar y construir propuestas de hogares para el nuevo habitar. Estas nuevas edificaciones debían tener un alto grado de prefabricación, que respondiese a la necesidad de una construcción en un plazo de tiempo reducido. El Werkbund, además, sirvió como establecimiento definitivo del canon moderno en la arquitectura.
Un año más tarde, en 1928, se fundarían los CIAM, Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, en los cuales se reunían influyentes arquitectos europeos con el fin de establecer las bases para un nuevo urbanismo y una nueva vivienda. Los CIAM influirían en la arquitectura y el planeamiento de gran parte del siglo XX, constituyendo el núcleo principal de formalización de las ideas del movimiento moderno, al tiempo que entendían la arquitectura como una herramienta económica y política para mejorar el mundo.
Plan de Extensión de Amsterdam, Cornelis Van Eesteren
Los principios de los primeros CIAM se materializaron en el Plan de Extensión de Ámsterdam, de la mano de Van Eesteren. Ámsterdam volvió a ampliar su área urbana pero, esta vez, con la configuración de manzanas abiertas compuestas con ritmos que respondían simultáneamente a una escala de barrio y de ciudad y que incorporaban, en el espacio público, equipamientos constituyendo el centro del barrio. Este plan disponía de una escasa variedad formal en la edificación debido a una economización de medios ante unos recursos limitados.
Tras la Segunda Guerra Mundial, gran parte de Europa quedó arrasada y, con ello, un elevado número de hogares, especialmente en Alemania y en Francia. Por tanto, la demanda de unidades domésticas por parte de grupos con escaso nivel adquisitivo se vio incrementada cuantitativamente. Este hecho propició, una vez más, la acumulación de personas en infraviviendas, por lo que las administraciones tuvieron que reaccionar. Ante esa gran demanda, se inició la producción de edificios residenciales masivos que respondían a las nuevas necesidades y ofrecían los servicios necesarios, adaptándose a los nuevos desarrollos tecnológicos.
El resultado fue la construcción de bloques de viviendas de mayor altura, con el fin de ofrecer una mayor cantidad de hogares. El nuevo trazado rompía con la arquitectura tradicional, pero debido a que gran parte de las preexistencias estaban en estado lamentable o simplemente destrozadas, fue un hecho que no se tuvo demasiado en cuenta. La cuestión era, una vez más, ofrecer ese derecho básico a una casa digna, para el cual tanto los arquitectos como las administraciones tuvieron que trabajar en conjunto.
Se tuvo que construir una enorme cantidad de edificios, los cuales se alzaban rápidamente, intentando dar respuesta a la presión de la demanda. Con ese fin, se empleaban técnicas de prefabricación y se optimizaban los espacios, diseñando al milímetro los detalles para poder ofrecer más con menos. Siempre, teniendo en cuenta unos requisitos habitables que ofreciesen hogares confortables y salubres, y que dispusiesen de los servicios necesarios para desarrollar una vida moderna.
Así, a manera que avanzaba el siglo XX, los movimientos artísticos y las ideas de una nueva arquitectura iban evolucionando. De este modo, a finales de la década de los 50, cuando la economía iba superando la crisis de la guerra, se celebró otra exposición de arquitectura en Hansaviertel, Berlín. De nuevo, arquitectos representativos del momento plasmaron sus ideales sobre cómo una casa debía ser.
Viviendas en Hansaviertel de Alvar Aalto, seier+seier
Actualmente, podemos apreciar que la mayoría de los edificios construidos en los períodos de guerras y postguerras, generalmente, no han asimilado con mucho éxito el paso del tiempo. La construcción rápida y acelerada, con materiales económicos, ha pasado factura. Sin embargo, fue una respuesta concreta a un momento determinado y, a pesar de su estado actual, sirvieron para proveer de un hogar digno a un número extenso de familias con escasos recursos o que, directamente, se habían quedado sin nada.
Al final, como resultado de todos esos procesos que empezaron como consecuencia de la Revolución Industrial, y que continuaron su desarrollo en la primera mitad del siglo XX, se fueron alcanzando derechos sociales de los que muchos podemos disfrutar hoy en día. En la segunda mitad del siglo XX, y a principios del XXI, esos derechos fueron evolucionando, consiguiendo poco a poco un mayor alcance y unas mejores condiciones, debida a una mayor estabilidad política. No obstante, todavía queda mucho trabajo por hacer.
Por una parte, en Europa, la crisis de los últimos años ha afectado a la condición de vida de muchos. Por ejemplo, en España, nos enfrentamos ahora a una situación contraria a la que se ha repetido en los momentos clave enunciados anteriormente. Lo que ahora presenciamos no es una falta, sino un exceso de viviendas construidas y vacías que, no obstante, no dan respuesta a las demandas reales, puesto que sigue habiendo gente con acceso limitado a un hogar. Por otra parte, los países en desarrollo están sufriendo ahora su proceso de industrialización, enfrentándose a problemas muy similares a los que ya afrontó Europa en su época. Al mismo tiempo, en las zonas más pobres del mundo, muere gente cada día por no tener acceso a unas condiciones de habitabilidad dignas.
A cobijo, Joanna Poe
Los problemas son muchos y su variedad y casuística aun mayores; pero, por eso mismo, hay que ofrecer soluciones. La historia nos enseña que, si se trabaja conjuntamente, si se realiza un esfuerzo por conseguir unos derechos y unos objetivos, entre todos, lograremos conseguirlo. Nuestras formas y estilos de vida son cada vez más diversos y complejos y, por tanto, nuestras necesidades y nuestros requisitos para una casa también. Además, deben entrar en consideración otros aspectos, como el respeto al medio ambiente o la evolución y adaptación de los edificios en el tiempo. Y así, el refugio inicial de nuestros antepasados va asumiendo, poco a poco, más responsabilidades. Se vuelve más complejo, más social… pero sin embargo, su esencia pervive a lo largo del tiempo, ofreciéndonos siempre ese lugar, ese hogar, en el que proyectamos nuestro ser.
Portada: Forgotten, Elliot Cable