¿Qué podemos decir sobre las enfermedades del pasado?
La paleopatología es una disciplina que estudia las enfermedades del pasado a través de los restos de personas y de los documentos producidos por las sociedades que las padecieron. Una aproximación a las enfermedades que se vivieron en siglos pasados es mediante la observación de los pacientes retratados y que son exhibidos en las galerías de arte y los museos.
Dos ideas antagónicas pueden leerse en noticias del diario en los medios de comunicación. Muchas veces pensamos que el progreso es inevitable y asumimos que vivimos siempre mejor que en el pasado. Otro pensamiento es que la gente en el pasado vivía con menos problemas que los que tenemos en la actualidad. Sin embargo, si bien ahora la gente no muere de tuberculosis en las calles ni somos asolados por una epidemia como la peste negra, las enfermedades siguen existiendo y siendo una preocupación. Nuevas enfermedades se convierten en epidemias y los sistemas de salud enfrentan siempre problemas. Pero ¿qué tan nuevas son las nuevas enfermedades después de todo?
Diabetes, obesidad y cáncer suelen ser consideradas como las enfermedades de los siglos XX y XXI. Incluso la depresión suele ser restringida a un producto de las sociedades modernas, al punto en que ésta y las enfermedades anteriores se consideran consecuencias de nuestro estilo de vida moderno. Se puede llegar más lejos, pues en varios sitios en internet pueden encontrarse afirmaciones rotundas sobre cómo el cáncer no existía en la antigüedad. Para unos el progreso nos libra de enfermedades y para otros es el agente causal de las mismas.
Caricatura de La Parca cosechando muertes, publicada como porta de Le Petit Journal durante la epidemia de cólera del siglo XIX.
Estudiar las enfermedades del pasado es complicado, principalmente porque el estudio sistemático de las mismas comenzó a realizarse hasta el siglo XIX. Unas de las principales fuentes de información que tienen los médicos para entender qué enfermedades aquejaban a las sociedades del pasado son los libros médicos antiguos. La descripción de pacientes y síntomas es una buena forma de entender los problemas contra los que lidiaban los médicos en otras épocas, pero no siempre es posible hacer una correlación directa entre síntomas y enfermedad. Esto no se debe tanto a la calidad de las descripciones sino más bien al contexto social y político del consenso médico de la época. En el mejor de los casos, son documentos del estado del conocimiento de la Medicina antes que de las enfermedades del pasado.
Otro tipo de registros de las enfermedades del pasado son las obras de arte. Dado que las enfermedades impactan la vida de las sociedades, muchos artistas encuentran en ellas el contexto ideal para sus obras. Tal es el caso de El amor en los tiempos del cólera, del colombiano Gabriel García Márquez, ambientada entre los siglos XIX y XX, cuando la enfermedad del cólera comenzaba a ser entendida por los médicos. Esta misma epidemia se coló en muchas manifestaciones artísticas y es posible apreciar casi en fotografías el impacto del cólera en las sociedades.
Sin embargo, es más difícil rastrear enfermedades anteriores a estos siglos. Las descripciones, si bien útiles, están siempre llenas de inexactitudes debido a las creencias y paradigmas de los médicos que las realizaban. Sería siempre más fácil si pudiéramos ver a los pacientes que estudiaban y diagnosticarlos a los ojos de la medicina moderna. Resulta que hay una forma y se encuentra visitando las galerías de arte del mundo. De eso trata este artículo.
Alegoría del triunfo de Venus (1540-1545) de Agnolo Bronzino
La diosa Venus, identificada por las palomas y la manzana dorada que le entregó Paris, se encuentra envuelta por varios personajes que rodean el beso que se da con una representación de Cupido. Es un cuadro realizado por Agnolo Bronzino entre 1540 y 1545 para la corte de Cosme I de Médici que se exhibe actualmente en la Galería Nacional de Londres. Los personajes que rodean a la pareja central se han descrito como el Placer Loco, representado en el lado derecho del cuadro por un niño que carga pétalos de rosa con la intención de arrojarlos sobre Venus, mientras lleva en su pie una espina ensartada, simbolizando la despreocupación por el dolor. Arriba, un hombre viejo representa al Padre Tiempo, identificado por el reloj de arena que lleva a cuestas y quien nos desvela la escena. Entre el padre Tiempo y el Placer Loco se encuentra el Engaño, representado como una criatura con cuerpo de escorpión o serpiente y un bello rostro femenino, que ofrece a los amantes un panal. Del lado izquierdo, detrás del telón que recorre el Padre Tiempo se encuentra el Olvido, representada como una mujer de la que queda solamente la máscara de su rostro y debajo, un hombre atormentado que se ha identificado como los Celos.
Sin embargo, la imagen de este hombre parece revelar un segundo mensaje descrito por todos los personajes. Cincuenta años antes Europa había descubierto la sífilis, una enfermedad bacteriana transmitida sexualmente y traída del Nuevo Mundo. Los Celos posee los síntomas de la infección por Treponema pallidum: ausencia de dientes, enrojecimiento de los dedos y los parches de cabellos, síntomas de la segunda etapa de la sífilis. El Placer Loco tiene tabes dorsalis, una condición en la cual las neuronas sensoriales se degeneran lentamente. Estas neuronas se encuentran en la parte dorsal de la médula espinal, de modo que la espina ensartada no habría sido percibida por el querubín.
La tabes dorsalis surge en la tercera etapa de la sífilis, cuando tras quince o veinte años de incubación en forma de quiste, la bacteria reemerge para atacar los tejidos nerviosos. El Olvido, la mujer a la que le falta la parte posterior de la cabeza, representa también esta fase terminal de la sífilis, caracterizada por lesiones cerebrales con varias afectaciones posibles, incluida la pérdida crónica de memoria.
Más simbólicamente, el acto central entre Venus y Cupido, puede representar la primera fase de la sífilis, aquella caracterizada por impotencia (la flecha rota). Esta fase se reconoce por la aparición de una úlcera en la boca, el pene, la vagina o el ano, dependiendo de donde haya sido inoculada la bacteria. Es en este punto donde ocurre el contagio. Al mes de la infección la úlcera desaparece, solamente para dar pie a la segunda etapa. Poca gente sobrevivía a esta segunda etapa.
Si bien no se sabía qué era el agente causal de la sífilis, se podía identificar como una enfermedad al observar a los pacientes progresar en la misma manera y con los mismos síntomas. El cuadro, si bien parece erótico, contiene el mensaje subliminal de las consecuencias que en aquella época podía conllevar disfrutar de los placeres de Venus y Cupido.
Ícono de Odigitria (1230) de Berlinghiero Berlinghieri
La palabra «Odighitria» proviene del griego y significa «la que conoce el camino» y se utiliza para referirse a la Virgen María en la Iglesia cristiana ortodoxa cuando es representada cargando al Niño Jesús y señalándolo como la fuente de la Salvación. Estas imágenes sacras se convirtieron durante el periodo bizantino en los íconos más honorados y venerados, siendo representados en múltiples ocasiones y con diferentes motivos.
En la Odigitria de Berlinghiero Berlinghieri, ícono realizado cerca del año 1230, se puede apreciar tanto en la Virgen como en el Niño inflamaciones prominentes en sus cuellos. La imagen se puede ver exhibida en el Museo Metropolitano de Nueva York. Al ser uno de los íconos más conocidos del arte bizantino se hace notoria y sobresaliente la representación de la enfermedad; sin embargo, el patólogo húngaro Lázslo Józsa realizó una revisión de 500 obras de arte y encontró que en 122 de ellas se retrataron hasta 36 condiciones patológicas.
El bocio se caracteriza por un crecimiento anormal de la glándula tiroides localizada en el cuello. La función de esta glándula es producir dos hormonas, la triyodotironina (T3) y la tiroxina o tetrayodotironina (T4), que requieren para su producción de la tirosina, un aminoácido, y del yodo obtenidos de la dieta. Ambas hormonas son importantes en el desarrollo fetal y en la regulación del metabolismo en la vida adulta. Cuando por alguna razón estas hormonas dejan de producirse adecuadamente, la glándula aumenta de tamaño para compensar la falta de producción. Otras causas, bastante menos comunes, generan tumores o crecimientos anormales de la glándula tiroides, pero casi en el 90% de los casos se debe a la deficiencia de yodo o tirosina en la dieta de una persona.
En áreas que se encuentran enclaustradas en las montañas, la deficiencia de yodo es algo común desde hace milenios, por lo que la gente de regiones como los Balcanes, el Cáucaso o Anatolia debió estar acostumbrada a la presencia del bocio probablemente desde el final de la última era glaciar. Tanto las literaturas médica y legal griegas y bizantinas dan cuenta del bocio un milenio antes de que se describiera en el resto de Europa, por lo que no es de extrañar que en el arte plástico fuera de representación bastante frecuente. En el estudio mencionado anteriormente, de los 500 íconos observados se contabilizaron 1370 personas, de las que 42 presentaban alguna forma de bocio, incluido el bocio congénito que se puede observar en el Niño de la Odigitria de Berlinghieri.
El bocio fue un padecimiento común de muchas regiones que se localizaban en suelos pobres en yodo, generalmente en el interior de los continentes. En el caso del Imperio Bizantino, el bocio fue común desde sus orígenes hasta su final, por lo que la iconografía bizantina ofrece un registro documental invaluable de las enfermedades padecidas en aquellos siglos, más valioso incluso que la literatura médica de la época.
La cama volando (1932) de Frida Kahlo
El cuadro retrata a Frida Kahlo, desnuda y convaleciente, recostada sobre una cama del hospital Henry Ford en la ciudad de Detroit. En el fondo, se aprecia la línea del horizonte urbano y de ella emergen dibujos de órganos, destacando la cadera de mujer, atados a cordones umbilicales que emergen de su vientre. La más impactante es la de un feto masculino, representando el aborto que Frida Kahlo experimentó en la cama de aquel hospital. Se puede observar el cuadro en el Museo Dolores Olmedo de la Ciudad de México.
Sus problemas de infertilidad quedaron muy bien documentados en sus obras de arte. El problema fue una terrible secuela de un accidente de tránsito que tuvo en Coyoacán, una delegación del Distrito Federal en México, en el que su espalda y extremidades sufrieron múltiples fracturas, además de que un tubo atravesó su cadera perforando su útero y saliendo por la vagina. En el cuadro se pueden distinguir varios elementos pictóricos rodeando a la convaleciente Frida. El feto es el hijo que Frida tanto anhelaba, llamado “Dieguito”; el siguiente objeto es un caracol, en alusión al lento aborto que sufrió; en sentido horario, la siguiente imagen es una cadera rota, culpable de que ella nunca pudiera tener un hijo; sigue una orquídea, la que le regaló Diego Rivera y la que ella asoció como un objeto con una mezcla emocional y sexual; la máquina cruel que sigue sirve para explicar la parte mecánica del asunto; finalmente, un modelo en yeso color salmón del interior de la mujer. Analizando otras pinturas de Kahlo, como La Columna rota, Antelo logró diagnosticar lo que aquejó a la pintora mexicana durante buena parte de su vida.
Considerable literatura médica fue producida en torno a las secuelas que sufrió Kahlo por el accidente, principalmente las referentes a las consecuencias ortopédicas, neurológicas y reproductivas que tuvo en su vida adulta, pero sin llegar nunca a un diagnóstico como tal. Recientemente, Fernando Antelo, un cirujano patólogo del Harbor UCLA Medical Center, se dedicó a revalorar a Frida Kahlo a los ojos de la medicina del siglo XXI y entender la condición de la que padecía.
Frida Kahlo eligió clases de medicina durante su estancia en la Escuela Nacional Preparatoria en la que estudió, por esa razón sus cuadros no solamente representan expresiones catárticas sino que muestran su conocimiento aprendido sobre medicina tanto en la escuela como en las obligadas y constantes pláticas con sus médicos.
La perforación de su útero generó un exceso de tejido fibroso, cicatrices, que se formaron en la cobertura endometrial. Esto es lo que habría generado todos los abortos involuntarios y los tres terapéuticos a los que se vio sometida. Kahlo sufrió de una enfermedad poco común producto del accidente: el síndrome de Asherman. Las cicatrices en el útero causan amenorrea (ausencia de menstruación), abortos repetitivos e infertilidad; actualmente se presenta en casi todos los casos en mujeres que se sometieron a dilataciones o legrados. El tratamiento consiste en la remoción, en una o varias cirugías, del tejido cicatricial. La recuperación requiere que la cavidad uterina permanezca abierta mientras sana para evitar que resurja el tejido fibroso, acompañada de una estrogenoterapia, tras lo cual, en casos poco severos, la mujer puede embarazarse exitosamente y llegar a término.
La duquesa fea (c.1513) de Quentin Mastys
Se trata de una figura grotesca que ha sido interpretada como una burla hacia las mujeres viejas que llegan a verse ridículas por sus atuendos tratando de rescatar su inexistente juventud. Este retrato fue pintado por el flamenco Quentin Massys, en el año 1513, y parece ser el mismo modelo que utilizó Leonardo da Vinci en sus caricaturas bocetadas y de las que se piensa hubo un trabajo perdido. Puede ser visitado en la Galería Nacional de Londres. La imagen contrasta con los trabajos renacentistas debido a que los rasgos del rostro resultan de aspecto grotesco y se pensó, por lo tanto, que se trataba de una sátira o burla. Sin embargo, los rasgos son perfectamente naturales y observables en un rostro humano que padece la enfermedad conocida como osteítis deformante.
En esta enfermedad, las células que forman el hueso comienzan a crecer de manera descontrolada, aún no se sabe qué la origina, y puede ser la antesala de un osteosarcoma agresivo (cáncer de hueso). La enfermedad se caracteriza por la alteración de la reabsorción y formación de hueso. Todo el tiempo, como producto de nuestras actividades diarias, nuestros huesos cambian de densidad ósea; gracias a unas células llamadas osteoclastos se puede reabsorber parte del calcio depositado mediante la destrucción localizada del hueso, produciendo un hueso más poroso. Los osteoblastos, por el contrario, depositan hueso y aumentan la densidad del mismo.
En la osteítis deformante, llega un momento en que los osteoclastos actúan demasiado rápido y generan una osteoporosis que reduce drásticamente la densidad del hueso; a esta fase se le denomina como fase destructiva u osteopórica. Posteriormente, en estadios posteriores, los osteoblastos se vuelven más activos y regeneran la densidad ósea. Sin embargo, la actividad continúa y entonces el hueso comienza a crecer más de lo normal y se deforma. La enfermedad fue descubierta en 1876, 363 años después de pintado el cuadro, por el más renombrado cirujano británico, Sir James Paget (1814-1899), en Inglaterra. Han pasado 500 años y aún no sabemos qué origina la enfermedad.
Las tres Gracias (1636-1639) de Peter Paul Rubens
Se trata de un óleo pintado en 1635 por el pintor flamenco Paul Peter Rubens (1577-1640), quien es reconocido por su estilo barroco que enfatizaba la sensualidad a través del color y el movimiento. En 1630, viudo desde hacía cuatro años, se casó con su sobrina de 16 años Hélène Fourment, quien inspiró los cuadros de la Fiesta de Venus, Las Tres Gracias y El Juicio de Paris.
En el cuadro de Las Tres Gracias se representa a las hijas de Zeus, Aglaya, Talía y Eufrosine, conocidas también como las Tres Caridades. Aglaya era la más joven y bella de las tres, que representaba la creatividad y el intelecto, Talía representaba la edad media, las fiestas y los lujos, y Eufrosine representaba la alegría. Estas diosas llevaban momentos placenteros y buena voluntad a las personas. En el estilo de Rubens se ven mujeres de contornos más naturales, mostrando defectos que podrían encontrarse en cualquier ser humano en contraposición con las representaciones más divinas que se hacían de las Tres Gracias. El cuadro se encuentra exhibido en el Museo del Prado de Madrid.
Es por este cuidado de los detalles naturales que se puede apreciar que la modelo de la derecha del óleo tiene signos que indican la presencia de un cáncer de mama avanzado. Debajo del brazo izquierdo hay una úlcera o enrojecimiento, el pezón está retraído y el seno es de un volumen considerablemente menor que el del derecho, y es posible apreciar lo que parecen ser nódulos linfáticos axilares inflamados, signos visuales de un cáncer avanzado.
El cáncer parece una enfermedad nueva porque la medicina antigua no tenía forma de estudiar de manera sistemática los órganos de gente que moría sana y compararlos con la gente que moría de causas desconocidas; las autopsias no eran comunes. Por lo contrario, el cáncer de mama genera manifestaciones visuales o táctiles, por lo que hay un registro histórico considerable de esta enfermedad. Por ejemplo, en el Papiro de Edwin Smith se hace una descripción de ocho tumores mamarios tratados con cauterización, documento que fue escrito en el Segundo Periodo Intermedio, entre las dinastías XVI y XVII del Antiguo Egipto, cerca del 1,500 a. C. Sin embargo, era una enfermedad relativamente rara, no porque desarrollar cáncer fuera algo muy difícil o relacionado directamente a ciertos estilos de vida, sino porque es algo que suele manifestarse con la edad adulta, a la que no se llegaba tan fácil.
Era más común que una mujer muriera de una infección bacteriana no tratada que de un cáncer de mama. Incluso si alguna mujer desarrollaba cáncer de mama, era más fácil que muriera de otra enfermedad antes de que el cáncer fuera agresivo. A partir del siglo XIX se empieza a notar un incremento en la frecuencia de la enfermedad debido a la mejora en las condiciones sanitarias y médicas y el concomitante aumento en la esperanza de vida; por eso no es raro que la enfermedad también se asociara más a las familias adineradas, que tenían una esperanza de vida todavía mayor.
Melancolía I (1514) de Alberto Durero
Se trata de un grabado realizado en el año 1514 por el maestro alemán Alberto Durero (1471-1528) que representa una alegoría a los síntomas del primer tipo de melancolía definida por el astrólogo, escritor y alquimista alemán Cornelius Agripa, la melancolía imaginativa, donde la imaginación predominaba sobre la razón acongojando a la persona que la padecía. El título, Melancolía I no hace alusión, por tanto, a una serie planeada que nunca sucedió sino a la antigua descripción de una condición patológica de la mente. Actualmente está en resguardo de la Galería Nacional de Arte de Karlsruhe, Alemania.
Actualmente se definiría a la enfermedad como un desorden depresivo mayor o depresión recurrente, que genera un humor decaído y apático que se identifica por la falta de interés en actividades que anteriormente causaban placer. Si bien se reconoce la existencia de este padecimiento desde hace mucho tiempo, es hasta recientemente que comienza a ser tomada en serio dado su potencial letal, pues cerca del 60% de los pacientes con algún grado de depresión comenten suicidio o tienen una esperanza de vida más reducida debido a una propensión a otras enfermedades.
La alegoría a la depresión se puede apreciar en todo el grabado, principalmente porque solía asociarse con artistas y matemáticos, que al poseerla se sentían apáticos a todo lo que antes les satisfacía; de ahí que se muestre a una musa sumida en la apatía. Sobre la cabeza de la triste figura hay dos ramas, una de mastuerzo (Nasturtium officinale) y otra de ranúnculo (Ranunculus sp.), ambas plantas que anteriormente se consideraba que ayudaban a secar el cuerpo y curar la melancolía. Marsilio Fiscino, un médico del siglo XV, determinó que la melancolía era producto de la influencia de Saturno sobre el temperamento, por lo que en el trabajo de Durero es posible observar elementos que bloquean el efecto de Saturno sobre las personas: los relojes de arena, los cuadrados mágicos y la balanza vacía. Por eso se decía de las personas melancólicas que estaban saturninas.
De acuerdo con el historiador alemán Erwin Panofsky (1892-1968), el cuadro de Durero tiene un carácter autobiográfico que reflejaba el estado actual del artista. La depresión puede ser una reacción a ciertos eventos de la vida de una persona, como también el síntoma de una enfermedad o un efecto secundario de una medicina, pero cuando la depresión se prolonga por mucho tiempo debe ser tratada como una enfermedad mental. Hasta recientemente, se ha comenzado a tomar más en serio la depresión y se ha popularizado tanto su detección temprana (en uno mismo o en los que nos rodean), como sus diversos tratamientos, que usualmente son diferentes de los antidepresivos, puesto que estos últimos tienen un ratio beneficio-riesgo muy bajo en estadios tempranos de depresión, de acuerdo con las guías médicas del 2004 publicadas por el Instituto Nacional de Salud y Cuidado de Excelencia del Reino Unido.
La Gioconda (1503-1505) de Leonardo da Vinci
Tanto se ha especulado sobre la Mona Lisa que su aparición en este artículo hasta parecerá cliché. Sin embargo, un código real que se puede observar en el cuadro célebre de Leonardo da Vinci es uno clínico: la modelo padecía hipercolesterolemia, una enfermedad caracterizada por el aumento de colesterol en la sangre.
El cuadro pintado entre 1503 y 1519, retocado múltiples veces por da Vinci, se encuentra exhibido en el Museo del Louvre, en París, Francia. La atención médica se centró en el descubrimiento de un punto amarillento en la parte interna del párpado superior del ojo, o xantelasma, un depósito de grasa, y un abultamiento en el dorso de la mano derecha debajo del dedo índice, un xantoma. En el año 1503, Leonardo da Vinci comenzó a realizar un retrato de Madonna Lisa María de Gherardini, quien nació en Florencia en 1479 y murió en 1551. El xantelasma y el abultamiento en la mano son indicadores de un desorden metabólico conocido como hipercolesterolemia.
Entre 1920 y 1927 el noruego Francis Harbitz determinó que los xantomas solían asociarse a tumores en los tendones y una muerte repentina debido a una enfermedad cardiaca, asociando la presencia de xantomas con infartos, sin prestarle mucha atención debido a lo raro de la condición. En 1930 el médico Carl Müller determinó que la presencia de xantomas se asociaba con altos niveles de colesterol al estudiar 17 familias, 76 personas en total, de las cuales 68 manifestaron síntomas de un posible infarto. La mitad de los pacientes murió de anginas de pecho. Sin embargo, los niveles de colesterol en el suero no parecían correlacionarse del todo con la presencia de xantomas, si bien notó que al prescribir una prohibición en la ingesta de colesterol el riesgo de enfermedad cardiaca disminuía, concluyendo que tal vez la limitación de colesterol tenía un efecto profiláctico que podría no siempre funcionar.
El colesterol es un lípido esencial para la célula pues es requerido para formar parte de la membrana plasmática, además de que es el punto de partida para hormonas esteroideas como el cortisol, la testosterona o los estrógenos. Para que la célula pueda recoger el colesterol de la sangre e ingresarlo a su interior (citoplasma) es necesario que haya en la membrana un receptor para lípidos de baja densidad (LDL por las siglas en inglés para low density lipids) que permita a la membrana rodear el colesterol. El descubrimiento de la importancia de esta proteína (receptor LDL) se realizó entre 1970-1980 en los laboratorios de los médicos estadunidenses Michael S. Brown y Joseph L. Goldstein, quienes encontraron que en completa ausencia del receptor LDL los niveles de colesterol podían aumentar considerablemente y generar enfermedades cardiacas. Este hallazgo les mereció el Premio Nobel de Medicina de 1985.
En cuanto a la Mona Lisa, uno de los códigos reales detrás de esta pintura es que la familia de la Mona Lisa padecía de hipercolesterolemia, pues el defecto de la proteína receptor LDL se debe a una mutación en el gen que produce la proteína. Detrás del cuadro se encuentra una larga historia de investigación sobre el metabolismo del colesterol, que se remonta a mucho tiempo atrás, antes de que el colesterol se volviera un tema de preocupación en los hogares de todo el mundo.
Entender las enfermedades del pasado
Para la ciencia una novedad no es lo mismo que para el resto de la sociedad. La idea de progreso y cambio nos hacen creer que algo nuevo o novedoso es algo que no existía anteriormente; por ello, una enfermedad nueva no es algo que existiera previamente. Para la ciencia, una novedad es algo que sabemos ahora que antes no sabíamos. Tal vez es la flojera de querer decir la frase completa de «nuevo conocimiento de una enfermedad», puesto que a ciencia cierta no sabemos qué enfermedades existían antes. Al describir por primera vez una enfermedad podemos mirar atrás y encontrar que hemos convivido con ella desde hace mucho tiempo.
Mucha gente pudo morir en las montañas de los Balcanes de cáncer de tiroides, enfermedad que es bastante poco común antes de los 20 años de edad. Probablemente hubo múltiples casos de cáncer de hueso agresivos que mataron a un pequeño porcentaje de la población europea. Con toda seguridad muchas mujeres, algunos hombres también, sufrieron de cáncer de mama sin siquiera tener que morir de ello. Mucha gente padeció de depresión en la antigüedad sin tener que vivir un estilo de vida particular y los desórdenes metabólicos han acompañado a nuestras civilizaciones desde siempre.
Sentir que la humanidad es asolada por un gran número de enfermedades o que surgen enfermedades nuevas todos los días es producto del acelerado flujo de información al que nuestra sociedad moderna está expuesto. Solo basta con recordar que para que el bocio del Imperio Bizantino fuera reconocido en las ni tan lejanas tierras de España o Inglaterra pasaron alrededor de 1000 años. Actualmente, el brote de ébola en tres países de África Occidental tuvo cobertura en Australia y China en cuanto se anunció su existencia.
La paleopatología es una ciencia interdisciplinaria que intenta dilucidar las enfermedades de las sociedades del pasado. Una primera aproximación de esta rama fue estudiar los restos óseos de los yacimientos arqueológicos, campo que actualmente ha permitido entender las causas de muerte y las enfermedades de cadáveres encontrados en todo el mundo y que ha incorporado técnicas sorprendentes para obtener todavía más información. Sin embargo, los registros documentales permiten crear reconstrucciones más generales de las enfermedades a las que estaba expuesta una sociedad, más allá de las que afectaron al individuo que se encontró enterrado. Las obras de arte representan un vistazo a cómo se veían en realidad los pacientes.
Las condiciones en que vivimos son las que definen el tipo de enfermedades que nos preocuparán más. Ahora que tenemos antibióticos y vacunas y que la gente no muere de tuberculosis o sarampión, enfermedades que requieren de más tiempo para ser agresivas o letales pueden aparecer en más personas. Al vivir más tiempo estamos expuestos a diferentes condiciones que producen diferentes enfermedades. Por eso, no haberse infectado de ninguna bacteria en la niñez no se relaciona con padecer o no cáncer o diabetes en la edad adulta. Muchas enfermedades tienen un fuerte antecedente genético y mientras más vivamos, más probabilidades hay de que aparezcan, por ello muchas enfermedades pasaron desapercibidas durante la Edad Media, por ejemplo, donde muchos morían antes de otra cosa. Y así como desde el Renacimiento los europeos viven con sífilis, hay enfermedades víricas que son realmente nuevas para nuestra especie, como el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) o el virus del ébola.
Las enfermedades son parte de la naturaleza en general y podemos pronosticar que seguirá habiendo enfermedades en el futuro y en su mayoría serán las que ya existen y han existido desde hace mucho. En el futuro, algún médico descubrirá que un pintor famoso del 2014 retrató a un modelo que padecía una enfermedad que nosotros no sabíamos que existía; algún periódico o programa de televisión dirá que se ha descubierto una nueva enfermedad. Pero esa obra de arte les recordará que siempre estuvo ahí.
Portada: Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (1632) de Rembrandt Harmenszoon van Rijn
Para saber más…
- Józsa, László (2010) Goiter depicted in Byzantine Works. Hormones 9(4):343-346.
- Leiv, Ose (2008) The Real Code of Leonardo da Vinci. Current Cardiology Reviews 4:60-62.
- McKie, Robin (2011, Septiembre 11) The fine art of medical diagnosis. The Guardian.
- Federation of American Societies for Experimental Biology (FASEB). (2012, Abril 22). A new diagnosis for Frida Kahlo’s infertility. ScienceDaily.
- Kaikini, Srajana (2014) Art in the time of disease. Journal of Cancer Research and Therapeutics 10(2):229-231.
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