La ficcionalización del texto y la imagen como representación de lo actual.
El siglo XXI renueva los esquemas de interacción social. Google, Facebook, Twitter,Instagram y otras plataformas de conexión social en Internet han redimensionado la comprensión del «yo» contemporáneo y han hecho de la literatura un mecanismo propio para su nueva intelección.
Prometheus, thief of light, giver of light, bound by the gods, must have been a book
–Mark Z. Danielewski, House of Leaves
I
Esto no es un artículo –la frase se repetirá, como mantra invisible, a lo largo del texto–. Esto no es un artículo y sí un artefacto. Esto no es un artículo y sí un artefacto de deconstrucción. Esto no es un artículo y sí un artefacto de deconstrucción que se reconstruye a sí mismo cuando, digitalizado, se hace texto.
Hablar de literaturas y textos, de narrativa y creación literaria, supone desglosar el entramado que constituye la historia misma del individuo dispuesto ante sí y ante los demás a partir del lenguaje. Esto, claro, es decir mucho, y su mensurabilidad es, a la larga, una tarea de carácter cíclico, a lo uróboro, que prolongaría este artículo mucho más allá de los márgenes condicionantes de esta página que se proyecta en vuestros monitores. Discutir, por tanto, una genealogía de la literatura que dé constancia de su significado, tiene, en buena medida, sus trampas seguras e inevitables. De hecho, si se repasa con cierta meticulosidad esa historia literaria contenida –por tratar de simplificar la idea– en un canon como el occidental, ningún teórico o filólogo ha logrado con éxito predeterminar un marco que explique y expida con simpleza o, al menos, tino, el qué es y el cómo funciona, en realidad, la literatura. Sólo hay algo medianamente claro: ésta, como todo lo humano, se explaya en infinitas direcciones.
Razones para anunciar el pesimismo anterior, sobran. La principal, tal vez: que hablar de literatura en términos estáticos es casi tan absurdo como hablar o explicar el tiempo dentro de los límites horarios o del devenir de los días y las noches que le preceden –o anteceden–. Si algo ha quedado claro es que lo literario –entiéndase dentro de ello el mismo lenguaje– fluctúa con el sucederse del tiempo, reelaborándose en sí como ocurre con las metáforas, las lenguas. Hablar, pues, de literatura y tiempo en un mismo párrafo no es un ejercicio relegado a la casualidad. En Historia de la eternidad[i], por ejemplo, Jorge Luis Borges se empecinó en hacer ver algo que años después rescatarían, a su manera, Donald Davidson o Richard Rorty[ii] al entender un lenguaje libre de ataduras o formas, maleable hasta cierto punto.
Mark Z. Danielewski, David Shankbone
Es esta instancia la que da sentido a todo. Entendido como un ente que se renueva con el devenir social, el lenguaje pasa a comprenderse desde dos fronteras: la de lo individual y la de lo comunal. Para Jacques Derrida, el límite que marca la comprensión a una posible pregunta que intente indagar el significado de la literatura, tiene que interpretarse desde un ámbito condicionado por lo ambiguo, donde, por una parte, se determinen las fronteras de la intención singular, y, por la otra, se entienda su constitución comunal. Derrida decía:
(…) there is no text which is literary in itself. Literarity is not a natural essence, an intrinsic property of the text. It is the correlative of an intentional relation to the text, an intentional relation which integrates in itself, as a component or an intentional layer, the more or less implicit consciousness of rules which are conventional or institutional –social, in any case. Of course, this does not mean that literarity is merely projective or subjective –in the sense of the empirical subjectivity or caprice of the reader. The literary character of the text is inscribed on the side of the intentional object, in its noematic structure, one could say, and not on the subjective side of the noetic act. There are “in” the text features which call for the literary reading and recall the convention, institution, or history of literature. This noematic structure is included (as “nonreal,” in Husserl’s terms) in subjectivity, but a subjectivity which is non-empirical and linked to an intersubjective and transcendental community[iii].
La literatura, como inevitable expresión humana, adentra a sus creadores y lectores en este laberinto de lo que el ser prolonga desde su visión-de-mundo y las-visiones-del-mundo en el texto. Y es hasta aquí hasta donde arrastra su interpretación –o es éste, al menos, uno de sus primeros altos–. Porque, llegados a este punto, sólo se puede avanzar en favor de liberar la literatura como herramienta de proyección entre el uno y lo otro, como forma de visibilizar el mundo neutralizado bajo la influencia de otros mecanismos ficcionales que contienen su intelección.
House of Leaves, Alixanaeuphoria
II
En un artículo reciente detallaba cómo la ficción literaria contemporánea se ha valido, a lo largo de las dos últimas décadas, del impacto que ha logrado el cine, la televisión y el Internet en la sociedad. Así, éstas, relacionadas, desarrollan una temática que se imbrica en la yuxtaposición de realidades y ficciones. Jean Baudrillard hablaba a finales de los setenta de la hiperrealidad y los simulacros culturales, instancias que se deben la una a la otra y donde se afana y tiene lugar la interrelación borrosa entre lo que la sucesión de simulacros muestran al superponerse a la realidad, y la subsiguiente suplantación de la hiperrealidad como modelo de realidad social. Yano es, por tanto, satisfactorio, no al menos en un contexto condicionado por narrativas que se han extendido del papel a las salas de cine y a las pantallas de la televisión o de los ordenadores, tabletas y «smartphones», hablar de una literatura que se aparte de estas nuevas formas textuales.
En este sentido, Mark Z. Danielewski es quien tal vez –ahora que la primera traducción al castellano de su novela House of Leaves (2000, Pantheon Books) ha sido publicada (2013, Alpha Decay y Pálido Fuego)– ha logrado estirar esta noción al máximo. Quizá porque es un escritor que ahora (aunque en realidad hace ya mucho), catorce años después de la aparición de la novela que lo ha convertido en una especie de nuevo abanderado de la literatura signacónica («signaconic literature»), expone todo lo que la «Google Revolution»[iv] ha terminado por condensar en el individuo moderno[v] –y que ya en voces de otros autores, como es el caso de David Foster Wallace (maestro del simulacro hiperreal de la metaliteratura en conjunción con la imagen, el sonido y el texto) evidenció en su momento–.
David Foster Wallace gave a reading for Booksmith at All Saints Church in 2006, Steve Rhodes
House of Leaves es una novela compuesta por varios manuscritos que a su vez existen a través de la intersección de varias voces. Primero se evidencia el texto redactado por un hombre llamado Zampanò que comenta The Navidson Record, un ¿artefacto fílmico?, ¿film sin más? (la duda se erige pues ni siquiera en la misma novela se determina con precisión qué-es-lo-que-realmente-es el archivo audiovisual: documental, ficción, broma) cuya trama cuenta las vivencias de una familia (los Navidson) al habitar una casa que se revela multidimensional, al punto de espantar y aterrorizar a sus ocupantes. Luego, el manuscrito redactado por Zampanò es presentado o reescrito a su vez con prólogos y comentarios de un hombre llamado Johnny Truant que contradice lo dicho por Zampanò al tiempo que inserta, en sus anotaciones, un discurso ambiguo del cual el lector de esta novela, tarde o temprano, empezará a desconfiar.
La novela de Danielewski gana tanto terreno porque, además de adentrar al lector en un entramado laberíntico que tiene ecos borgianos y de literatura posmoderna tardía, se constituye –o comprende; en el caso de Danielewski estas dos palabras vienen a ser casi sinónimos– si se la lee como simulacro audiovisual, como una traslación del film de cine al texto literario[vi]. Esto hace de la novela un ente híbrido, capaz de obligar al lector a encararla con multitud de miradas que le suponen recorrerla como a un objeto, un artefacto que renueva discusiones no sólo en torno a la idea de cuál es realmente el discurso de la novela o qué caminos sigue o seguirá la literatura moderna, sino que también hace recuento de las infinitas posibilidades recursivas, creativas y técnicas del libro impreso frente a una época condicionada por las nuevas tecnologías y la influencia del mundo online. La novela de Danielewski, pues, pone en juego y desafía, con evidencias, realidades y ficciones a través de la confrontación de lo semántico, del verbo frente a la imagen, y viceversa. Para ser más directos, dice Danielewski sobre su estilo:
(…) Is the sign plus icon, and it creates signaconic; and what it does is it focuses not only on the icon, pictorial, the way typography is used, the way type can be a symbol that resembles the image, that speaks to an image; but is also the sign, is textual, is lingual, is speech, it calls for his own vocalization; and yet the exploration is not to move to one or the other but to move between them, so we understand that the way we can appraise and apprehend the world beyond is not necessary just through image, as Instagram have us believe, or just through snippets of text, to say Twitter would, but to recognize that that world out there is an atomic fome of temporary structure and we are lucky to have a sense of it [with] the limited capacity of our mind; and yet the more open we are to it beyond the tools that we have, beyond this senses, then the closer we may be in tune with the way the world really pulses[vii].
Ante todo esto, encontramos, sin embargo, una serie de parámetros que se repiten imbricados en la relación del ser humano con un mundo cada vez más artificial y complejo. El primero, referido a los cambios o revoluciones literarias de acuerdo con el devenir de un lenguaje maleable; el segundo, relacionado a la continua reescritura sobre-y-de la tradición literaria –otra forma cíclica que, queriéndolo o no, sobre estas cuestiones el querer es casi ad absurdum, renuevan las formas–; y el tercero, la redefinición que se intenta hacer sobre el acto literario y la interpretación de lo que es ser humano. Juan Francisco Ferré vuelve a condensar estas ideas con tino cuando dice que la ficción de Danielewski “alegoriza la vivencia básica del sujeto posmoderno y su escisión permanente, en cierto modo esquizofrénica, entre la pretensión racional de alcanzar un modo de vida conforme a su deseo y la claudicación forzosa ante las abyectas demandas del sistema que organiza la realidad, evidenciando la imposibilidad de habitar de manera plena un espacio privado sin abrir al mismo tiempo una comunicación vertiginosa con el afuera, ese exterior representado hoy por la red global del espacio público mediatizado (lo que representa además una significativa mutación en la narrativa literaria, centrada de forma tradicional en la oposición binaria entre lo público y lo privado, hoy totalmente desfasada)”[viii].
Sin más ni menos, esto se repite en toda la oeuvre del norteamericano. Lo mismo se observará, por ejemplo, en su novela Only Revolutions (2005, 2006, Pantheon Books), un simulacro de los álbumes musicales; The Fifty Year Sword (2006, 2012, Pantheon Books); o The Familiar, a publicarse a finales de este año y que contará con veintisiete volúmenes, siendo ésta monstruosa novela un simulacro que pretende emular el funcionamiento de las series televisivas. La fuerza de una literatura danielewskiana radica en su capacidad de tensar estas instancias comentadas para acercarse lo más posible al núcleo del individuo contemporáneo, ese espacio donde la confluencia del símbolo y el ícono surgen como alternativa natural para la intelección de un tiempo que está obligado a mirarse tras un lente alterado codificado por el binomio lenguaje-imaginación.
German cover of Mark Z. Danielewski’s novel Only Revolutions (Sam’s side), Praktikant klett-cotta
Quizá, el hablar de la literatura contemporánea, ésa que se apega a la realidad de este tiempo, pende de estos hilos. Más bien: quizá esa literatura de hoy se «cose» en estos hilos. No hay forma, firme, de saberlo, y mejor es atenerse a un final o a una respuesta con varias salidas, alternativas, páginas, ventanas, pestañas o como vosotros queráis llamarlo.
Portada: In my fantasy, Neonow
[i] Borges, Jorge Luis. 2007. Historia de la eternidad. Barcelona: Ediciones Destino.
[ii] Mención distinguida a Davidson y Rorty que sirvieron, a mediados del siglo pasado, una teoría del lenguaje sin estructuras estáticas, entendida como un conjunto en constante adaptación y cambios, como un «arrecife de coral». Decía Rorty (1991, 36): Davidson nos permite concebir la historia del lenguaje, y por tanto la historia de un arrecife de coral. Las viejas metáforas están desvaneciéndose constantemente en la literalidad para pasar a servir entonces de base y contraste de metáforas nuevas. Esta analogía nos permite concebir «nuestro lenguaje» –esto es, el de la ciencia y la cultura de la Europa del siglo XX– como algo que cobró forma a raíz de un gran número de meras contingencias. Nuestro lenguaje y nuestra cultura no son sino una contingencia, resultado de miles de pequeñas mutaciones que hallaron un casillero (mientras que muchísimas otras no hallaron ninguno), tal como lo son las orquídeas y los antropoides. Para mayor especificidad, véase Davidson, Donald. 1990. De la verdad y de la interpretación. Fundamentales contribuciones a la filosofía del lenguaje. Traducción de Guiddo Filippi. Barcelona: Editorial Gedisa; y Rorty, Richard. 1991. Contingencia, ironía y solidaridad. Traducción de Alfredo Eduardo Sinnot. Barcelona: Paidós.
[iii] En Acts of Literature (Derrida, Jacques. 1991. ed. Derek Attridge. Londres: Routledge. Pág 44).
[iv]La referencia apunta a las relecturas –allá en el 2008/ 2009– que se realizaron a propósito el impacto real que ha tenido el Internet sobre la vida de los seres humanos. Sobre este punto, Jorge Carrión recoge interesantes reflexiones que pueden leerse a través del siguiente enlace.
[v] Diría Kenneth J. Gergen (1992, 222): Al ser saturados por las relaciones, somos colonizados por fragmentos de los otros, y cada uno alberga cúmulos de posibilidades para relacionarse con el otro y reemplazarlo (…) Estamos preparados para mantener diversas conexiones e intervenir en variados contextos, y si estos aparecen en sacudidas sucesivas, como los programas de televisión cuando cambiamos de canal, nos maravillamos de nuestra capacidad de adaptación. (En Gergen, Kenneth J.1992. El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós).
[vi] Este aspecto es, quizá, imposible de reproducir en este artículo por la detallada atención que meritaría; pero valga la confianza de los lectores al imaginar que la constitución de la novela (su tipografía, orden de ciertas palabras, notas al pie, simetrías entre las imágenes y los textos, etc.) predisponen la lectura –y el ritmo de lectura– a modo de empujar e introducir casi de golpe al lector de la novela en un simulacro en el que el libro pasa a convertirse, de lleno, en película. En una reseña para The Guardian, publicada el 15 de julio del 2000, Steven Poole decía sobre la novela: (…) In its meditation on the fragility of space the novel includes its own textual layout. A labyrinthine chapter prints boxed paragraphs extruded from other paragraphs, lists running backwards or upside down; at other times, the reader finds a series of pages with just one or two lines on them, and turns rapidly; at yet others, one is made to slow down by rotating the whole book at an angle. Every derangement of the page-space deftly mimes the current derangement of the house-space in the narrative.
[vii] En Entrevista // Mark Z. Danielewski realizada por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) el 22 de abril de 2014. El vídeo íntegro de la entrevista se encuentra en el siguiente enlace.
[viii] En su reseña House of Leaves, publicada el 21 de marzo de 2009 en su blog La vuelta al mundo. Ver enlace para acceder al texto completo.