Hacia la reformulación de un concepto
La otredad es siempre una pregunta abierta, una confrontación. Hoy esa pregunta es cotidiana, porque los medios de comunicación nos han acercado. Tal acercamiento no vino a hacer más fácil la respuesta, sino que la volvió más obsesiva. La búsqueda de las respuestas se encuentra al orden del día. En el tren de la eficacia de los medios de comunicación y de transporte, llegó la obsesión por la identidad, por diferenciarse para saberse y devenir originales, pero es una obsesión producto de la duda, ¿qué tan diferentes somos unos de otros?
Actualmente, la posibilidad que ofrecen los medios de comunicación de conocer lo que les acontece a personas extrañas en lugares cercanos y remotos, y la posibilidad de viajar a diversos lugares del globo gracias los modernos medios de transporte, ha provocado un efecto en dos sentidos. Por una parte, las personas tienen a los otros a su lado, los miran hacer y decir, o en tiempo real los miran en las pantallas de sus televisores o sus computadoras. Son extraños extrañamente cercanos, extrañamente parecidos. Por otro lado, esa convivencia cercana con la otredad obliga a los sujetos a mirarse al espejo, a encontrar aquello que los hace únicos, que los diferencia.
Quizá nunca el hombre había dudado tanto como ahora, quizá nunca había tenido tanto miedo de ser parecido a sus semejantes. Por eso se mira repetidas veces al espejo, y eso de cierto modo lo enloquece, pues al mismo tiempo que su costumbre de mirarse a sí mismo para diferenciarse de los otros se vuelve obsesiva, de igual manera contempla su propio deterioro. Así, las personas cuestionan a los demás, pero también dicen cada tanto que su sociedad se encuentra en crisis. El espejo es el cristal a través del cual la sociedad actual mira el mundo.
Procesión religiosa | Marcello Migliosi
Yasunari Kawabata, en su relato La luna en el agua[1], narra la historia de una mujer (Kioko) que, al poco tiempo de contraer matrimonio, debe acompañar a su esposo en el sufrimiento de padecer tuberculosis. El hombre, postrado en la cama, encuentra gracias al ingenio de su mujer, un poco de alivio. A ella se le ocurre darle un espejo de mano, para que, con él, desde la planta alta donde se hallaba, pudiera reflejar la huerta en la que su mujer trabajaba. Así, “lo que para ella no había sido más que un objeto de tocador, algo para maquillarse, para el enfermo se había convertido en una nueva naturaleza y nueva vida”.
Sin embargo, Kioko se dio cuenta también de la desventaja que traía consigo el que su esposo utilizara siempre ese espejo. El hombre miraba su rostro, y veía su cara deteriorase por la enfermedad, lo que era –pensó la mujer– enfrentarlo al mismo dios de la muerte. Intentó quitarle el espejo, pero no pudo. Tiempo después, cuando ya el esposo había muerto y Kioko vuelto a casar, ella tomó un espejo de mano, miró su rostro en él y justo en ese momento se le reveló algo fundamental: el Hombre no puede verse la cara, “posiblemente el hombre había evolucionado de manera tal que ahora ya no podía ver su propia cara”. Entonces, –“si uno pudiera verse el rostro quizás enloquecería. Quizás se volvería incapaz de actuar”– se dijo.
En este relato de Kawabata se evidencian dos formas de utilizar el espejo, dos posibilidades con implicaciones radicalmente distintas. Por un lado, está la que abre un universo nuevo y otra que enfrenta al hombre con su rostro, lo sume en la contemplación enfermiza de sí mismo, en la necesidad de encontrar a cada momento los cambios, o aquello que persiste y/o es inherente a él.
En su ensayo El espejo, Chesterton dice que “uno es, más bien, una obstrucción irritante en esa puerta mágica” que puede ser este objeto. Para Chesterton, así como para la protagonista del relato de Kawabata, el reflejo de la cara es en principio una anomalía. Nuestro cuerpo está diseñado de tal forma que no podemos vernos el rostro, sin embargo, al hombre le queda la opción de reflejarlo, de obtener una imagen. El problema no es exactamente esa imagen, sino la ansiedad que provoca, la preocupación por una imagen cómoda, por encontrar y generar también las diferencias que nos distancien de los otros.
Uniones civiles | Marcello Migliosi
Este ejercicio de mirar al otro y mirarse al espejo es, como se ha sugerido, cotidiano. Por ello pasa en muchas ocasiones desapercibido. La tan común distinción nosotros/ellos, parece a menudo funcional y normal, ¿que sería del humano si no distinguiera, si no excluyera y marcara límites? No obstante, ese ejercicio cotidiano suele ser mal comprendido, y las distinciones entre unos y otros son exaltadas a las primeras de cambio, enarboladas como una bandera. Cuando a los ojos de unos, la diferencia, el otro, representa una amenaza, entonces salen a relucir las identidades.
Arjun Appadurai, en El rechazo de las minorías[2], hace hincapié en el peligro que significa la conformación irreflexiva de la identidad, la creencia en que la creación de un “nosotros” es sociológicamente natural y no requiere reflexión. Appadurai advierte, sobre todo, que la formación de identidades puede derivar en muchos casos en lo que llama “identidades predatorias”, la cuales, para su “construcción social y movilización requieren la extinción de otras categorías sociales próximas, definidas como una amenaza para la existencia misma de determinado grupo definido como «nosotros»”.
Nuestra identidad puede ser una obstrucción irritante, o la puerta mágica hacia la comprensión de lo otro. Nos corresponde a nosotros determinar la forma en que se usa un espejo, si lo utilizamos para mirarnos todo el tiempo en él o para cruzarlo como lo hace Alicia. En Alicia a través del espejo, el objeto hecho para verse a sí mismo es transgredido, Lewis Carroll le ha encontrado otra función. Del mismo modo debemos transgredir lo que consideramos nuestra identidad, encontrarle una nueva función. No estamos aquí para aceptar conceptos, sino para utilizarlos cada vez de manera distinta, para perfeccionarlos, o quizá abolirlos si así fuera necesario.
Portada: Geishas | Nicole Ene
[1] Kawabata, Y. (2000). La luna en el agua: teatro y cuentos japoneses. Perú: Fondo Editorial 2000.
[2] Appadurai, A. (2007), El rechazo de las minorías. Ensayo sobre la geografía de la furia, Alberto E. Álvarez y Araceli Maira (Tr.), Barcelona: Tusquest, Colección Ensayo, núm. 71.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Transgredir la identidad». Publicado el 18 de julio de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.35 – URL: |
1 Comentario
Qué bueno encontrar este tipo de articulos con esa variedad recreativa. !A buena hora¡