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Mito | Revista Cultural
Arquitectura  

Sueños y fantasías para una ciudad que nunca será

Por Núria Forqués Puigcerver el 25 enero, 2014 @nuforpui

“La Utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la Utopía? Para eso, sirve para caminar”.  

Eduardo Hughes Galeano 

 

Nuestra imaginación es una herramienta poderosa que nos incita siempre a crear y vivir realidades diferentes a las que captan nuestros sentidos. Nos permite recrear mundos ajenos al que vivimos, que se rigen por otras leyes y plantean otras formas de vida, otras sociedades, otros espacios, …

Al observar el mundo, siempre percibimos cosas que quisiéramos cambiar, e imaginamos otras realidades en las que nuestra versión de un mundo perfecto es posible. Y no somos los únicos, ni los primeros, sino que a lo largo de los siglos muchos otros han descrito sus alternativas, sus ideales de cómo la sociedad y sus interacciones, consigo misma y con el mundo, deberían ser. Y es que, desde El Jardín del Edén, los seres humanos hemos soñado con vivir en el Paraíso, el cual, según la época, evoluciona y cambia de forma y contenido.

A estos mundos irreales que generan nuestras mentes los conocemos, hoy en día, con el nombre de utopía; término con el que, en 1516, Tomás Moro nombró a la isla imaginaria en la que plasmó sus ideales. El concepto de utopía conlleva, etimológicamente, dos significados. Por un lado, es ou-topos, que significa no lugar, o lugar en ninguna parte, subrayando su carácter a-geográfico; y por otro, es eu-topos, que se refiere a buen lugar o lugar de felicidad. La conclusión en la que se sumergen estas dos definiciones equivale a la forma en que nosotros entendemos esta palabra; es decir, un lugar con vocación de ser mejor, perfecto, que ni existe ni existirá, sino que reside en el mundo de la razón, como bien relató Platón en su Mito de la Caverna. Al fin y al cabo, si llegase a existir, abandonaría el imaginario para pasar a ser una realidad materializada, de nuestro mundo y, por tanto, a ojos de todos, una realidad fuente de inspiración para un sinfín de utopías más.

Utopia, Tomas Moro

Por tanto, la propuesta de una utopía surge de una mirada crítica hacia la realidad que nos envuelve, a fin de ofrecer una alternativa mejor y, lejos de ser una fantasía delirante, la utopía se proyecta a partir de una mente creativa que busca, en la irrealidad, las herramientas para la transformación y mejora de una realidad que se marchita.

Si nos centramos en las utopías urbanas de los últimos siglos, vemos cómo los arquitectos de la Ilustración, ya asumido el Barroco como un estilo caduco, se volcaron en las formas clásicas y solemnes, y adoptaron posturas progresistas en el aspecto representativo del proyecto arquitectónico; buscando una ciudad cargada de símbolos y significados, y destinada a formar una sociedad mejor. Una ciudad que persigue una identidad ligada a las revoluciones social e industrial, y que avanza con la confianza puesta en la razón y los progresos científicos y tecnológicos.

Se trata de la arquitectura neoclásica, en la que los volúmenes puros, de grandes dimensiones, aparecían como escenarios que ensalzaban el éxito de la razón y recuperaban la abstracción de las formas, desprendiéndose de los excesos barrocos.

Destacaron Piranesi, Ledoux y Boullée; de éste último, su obra más conocida es el Cenotafio de Newton, un mausoleo dedicado a uno de los padres de la ciencia; una esfera gigantesca que rendía homenaje a la geometría y los avances del Siglo de las Luces, y apostaba por una construcción imposible; confiando que los progresos, algún día, serían capaces de conseguir eso y más.

Cenotafio de Newton. Etienne-Louis Boullée

Pasó la Revolución Industrial, se asentaron las fábricas y las nubes de humo se escamparon por toda la ciudad. En medio de esta mezcla hollín, polvo y aire viciado, las clases obreras eran oprimidas y la calidad de vida iba descendiendo mientras que la migración hacia las ciudades seguía en aumento, ocasionando crecimientos urbanos carentes de infraestructuras y servicios, que absorbiesen y organizasen los cambios. Esto ocasionó un desplazamiento de la burguesía hacia los nuevos suburbios alejados del centro de la ciudad, caótico y maloliente, en el que, los que no se lo podían permitir, se resignaban a convivir entre la porquería y la miseria.

Ante esta situación surgió el socialismo utópico, nombre acuñado por Marx y Engels en oposición a su socialismo científico y, en el cual, las diferentes realidades imaginadas se encaminaban hacia una descentralización y descongestión de las ciudades, queriendo vencer la antítesis entre éstas y el campo. Así pues, los nuevos ideales incorporaban la naturaleza, los espacios organizados y la higiene como elementos clave, y hacían hincapié en ideas y estrategias que condujesen hacia una ciudad más pública e igualitaria, de la que pudiesen disfrutar no solo unos pocos, sino toda la comunidad.

Esquema de la Ciudad-Jardín, Ebenezer Howard

Siguiendo estas pautas, que marcaron las ideas del urbanismo culturalista, en 1902, Ebenezer Howard publicó su tratado «Ciudades Jardín del Mañana», en el que proponía esquemas sobre cómo debía organizarse la ciudad. Sugería una organización con un núcleo central, cuyo tamaño debía controlarse para que no fuese excesivo y permitiese una vida social plena; así mismo, generaba una serie de núcleos menores que se interconectaban entre ellos y con el principal. Entre todos estos centros, se extendía el campo; el cual, abastecería a la ciudad, permitiendo que ésta estuviese en contacto directo con la naturaleza, fuese autosuficiente y fomentase una sociedad cooperativa. El resultado, era la ciudad-jardín; una ciudad que combinaba la belleza y salud del campo, con el trabajo y la vida moderna urbana; y que condicionó – y sigue- el crecimiento y evolución de muchas ciudades, especialmente en Estados Unidos.

Adentrándonos un poco más en el siglo XX, habiendo superado ya la ciudad puramente industrial y pasando a tener una ciudad en la que empezaba a dominar el sector terciario; la confianza en los nuevos avances tecnológicos y en el progreso, alimentaron las mentes de los visionarios que divisaron, en éstos, las claves para el desarrollo de la ciudad futura. A raíz de ahí, múltiples movimientos utópicos brotaron alrededor del mundo en las primeras décadas del siglo.

En Italia, donde la Revolución Industrial se presentó tardía y los órdenes clásicos abundaban en el paisaje, los jóvenes arquitectos de principios del siglo XX quisieron proponer un cambio radical que abandonase la estética y las proporciones, y se alimentase de todas las novedades que proporcionaban la ciencia y la tecnología. Su admiración por la velocidad, por la aceleración en que se sucedían los cambios, por las máquinas, lo ligero, lo práctico y lo efímero, les llevo a imaginar una ciudad que rompía bruscamente con la tradición, y así, fundaron el Movimiento Futurista, cuyo mayor representante fue Antonio Sant’Elia, y cuyas ideas se reflejaron en su Citta Nuova.

Citta Nuova. Antonio Sant’Elia

Los arquitectos futuristas generaron una gran cantidad de dibujos en los que plasmaban su ideal de ciudad; una ciudad en la que convivían grandes carreteras, múltiples luces de colores, los ruidos, el movimiento y unos edificios que se desprendían de las decoraciones y apostaban por los nuevos materiales, artificiales, productos del progreso.

Paralelamente, e influenciado por esta nueva corriente italiana, aunque considerándola insuficiente -un quiero y no puedo-, en la Rusia postrevolucionaria surgió el movimiento conocido como Constructivismo, con el cual se pretendía difundir una imagen innovadora vinculada a la nueva Rusia socialista. Su fundador fue Vladimir Tatlin, escultor y autor del Monumento a la Tercera Internacional. Fue un movimiento que basó sus creaciones en el plano tridimensional, en la líneas puras, el funcionalismo y los materiales modernos; y, a pesar de criticar tanto al futurismo como al cubismo, sus obras aparecen con estéticas y formas muy similares a las de éstos.

Estas dos corrientes se desarrollaron en la segunda década del siglo, mientras que ya los años veinte y treinta se identifican con la máxima expresión del Movimiento Moderno. El Movimiento Moderno conlleva una gran variedad de pensamientos e iniciativas, que si bien sus resoluciones tomaron diferentes caminos, su punto de partida era el mismo: una mirada crítica hacia la ciudad, la falta de espacios verdes y el problema de la vivienda; y una apuesta por los nuevos materiales y las nuevas máquinas. Así mismo, con respecto a lo formal, se eliminaron los adornos innecesarios y se recurrió a formas ortogonales, siguiendo una estética higienista, abstraccionista y funcionalista. En el plano urbano, esto se traducía en grandes espacios abiertos, ejes cartesianos y una zonificación y racionalización de las diferentes funciones que se desarrollan en la ciudad.  

El Movimiento Moderno produjo una gran variedad de utopías urbanas, de entre las cuales destacan Broadacre City, de Frank Lloyd Wright, y la Ville Radieuse de Le Corbusier; ambos, grandes protagonistas de la arquitectura moderna. Los dos apostaron por ideales que criticaban la ciudad del momento, pero que divergían hacia dos caminos completamente dispares. Wright, quien nunca quiso identificarse con los arquitectos europeos, frente a quienes sugirió una arquitectura orgánica, oponiéndose a su racionalismo y funcionalismo; expuso una propuesta que él mismo definió como «la ciudad que desaparece», y supone una antítesis de la ciudad entendida como tal.

Broadacre City. Frank Lloyd Wright

Así, en Broadacre City, se nos aparece un paisaje rural y orgánico, en el que se desvanece la dicotomía ciudad-campo, para recuperar el equilibrio del hombre con la naturaleza. Con este fin, recurre a la baja densidad, con viviendas unifamiliares a las que les pertenece una gran porción de tierra (un acre como mínimo), donde los individuos pueden desarrollarse de forma libre y cultivar sus propios alimentos.

El modelo se basaba en una retícula que se extendía en todas las direcciones y en la que grandes autovías y carreteras lineales comunicaban los distintos puntos. La homogeneidad de la trama se veía alterada eventualmente por los equipamientos, a los que se llegaba en coche, desde las casas, a través de la gran red de comunicaciones e infraestructuras. Era un proyecto que abrazaba lo rural e incorporaba los nuevos avances, las máquinas, como elementos que marcarían un cambio en la forma de vida, y permitirían huir de la ciudad industrial y compacta, para encontrarse con el campo.

Esta misma conclusión, se podría aplicar a la Ville Radieuse; aunque, en ella, en lugar de decidirse por el ambiente rural, Le Corbusier propuso una alta densidad; una red de edificios en altura, con planta baja libre, que liberaban la mayor parte del suelo y reposaban sobre un gran parque o zona verde donde poder realizar las actividades de ocio al aire libre. La calle, entendida como tal, desaparecía y daba lugar a ese enorme espacio que conectaba al ser humano con la naturaleza.

Ville Radieuse. Le Corbusier © FLCADAGP

La orientación y organización de las viviendas se disponía para proporcionar una buena iluminación y ventilación, y las funciones de la ciudad se racionalizaban, de modo que se distinguían cuatro principales: el habitar, el trabajar, el recrear y el circular. Estas funciones se traducían literalmente en el plano, priorizando la separación entre la zona residencial y la destinada a la vida laboral, que quedaban unidas por un eje central, amplio y verde, en el que se situarían los equipamientos y administraciones. Otra vez, el coche era el elemento clave que salvaba las distancias y se movía por unos espacios destinados a ello, que no interferían con el peatón.

Se trataba de zonificar la ciudad de forma racional, otorgando a cada función diferente un determinado espacio y una organización especifica, consiguiendo así una ciudad funcional y eficiente; ordenada según las necesidades de la vida moderna. Mientras que Wright daba un paso más en la propuesta de la ciudad-jardín de Howard, Le Corbusier asentaba las bases para lo que se conoce, hoy en día, como el modelo de ciudad abierta.

Unos años más tarde surgió, en tierras bañadas por el Pacifico, el Metabolismo Japonés. Influenciados por el brutalismo, y una vez más, asombrados por lo efímero de los sucesos, que se instalaban y esfumaban a ritmo acelerado, los arquitectos japoneses se basaron en el fenómeno biológico del metabolismo, para explicar su visión del ideal del futuro cercano.

Plan para la bahía de Tokio. Kenzo Tange

Se basaban en la célula; en la unidad mínima a partir de la cual la ciudad se iba a desarrollar, apoyándose de grandes infraestructuras. Por tanto, la célula era efímera, caduca, de quita y pon; mientras que los servicios básicos de la ciudad los proporcionaban megaestructuras de gran escala, que se concebían como elementos estáticos, a largo plazo, sobre los que se irían sucediendo un continuo ir y venir de unidades de corta vida.

La ciudad se concebía como un ente vivo, que evolucionaba de forma constante en el tiempo. Buscaban la forma de unificar orgánicamente la estructura de la ciudad, el sistema de transporte y la arquitectura urbana. Al fin y al cabo, querían conseguir un orden espacial urbano que reflejase la organización abierta y la movilidad espontanea de la sociedad contemporánea.

Este concepto de doble estructura que proponían los metabolistas, en el que la de gran escala albergaba los servicios de la ciudad, mientras que la de escala más pequeña cambiaba constantemente y se adaptaba al usuario, ya fue introducido por Le Corbusier, fue desarrollado por los japoneses e inspiró las utopías de los años sesenta que brotaron de la mano de Archigram, Yona Friedman y Constant.

Plug-in city. Archigram © Project by Centre for Experimental Practice

Todos ellos se basaron en el collage como técnica para expresar su visión de la ciudad del mañana. El colectivo de Archigram proponía una ciudad con aires futuristas y tecnológicos, que rechazaba el funcionalismo y racionalismo de principios del siglo, y sugería una ciudad, que se extendía a escala global, y en donde las funciones se entremezclaban de forma no ordenada. Se inspiraban en el arte pop, los futuristas italianos, las ideas de Buckminster Fuller, la carrera espacial y la ciencia ficción, para recrear un mundo utópico que criticaba la ciudad heredada y sugería poner en marcha grandes cambios. Exponían conceptos extremos, con una gran componente tecnológica e industrial, que se acogía a los medios desechables, el consumismo masivo y la estética de una ciudad que actuaba como una gran máquina en continuo funcionar.

Los ejemplos más relevantes son la Plug-in City y la Walking City. En la primera, una inmensa estructura vacía, que servía de infraestructura albergando todos los servicios, se extendía en todas las direcciones. Sobre ella, se insertarían, arbitrariamente, los diferentes módulos que componían la ciudad. Estos módulos se entendían como cápsulas que los usuarios podrían enchufar y desenchufar en uno u otro lugar, a su voluntad, según la evolución de la ciudad y las necesidades de los propios individuos. Era un proyecto de carácter muy similar al que propuso Yona Friedman en su Paris Spatial.

Walking city. Archigram © Project by Centre for Experimental Practice

Por otro lado, en la Walking City, en lugar de entenderse una ciudad que se escampase sin límites, como en los casos anteriores; la ciudad estaba definida como una gran estructura nómada, másica, con aspecto de una máquina enorme con patas, que podía desplazarse por todo el globo según requiriesen sus habitantes por condiciones de clima o recursos.

Paralelamente a estos proyectos, Constant Nieuwenhuys, atendiendo a la corriente de la Internacional Situacionista, diseñó New Babylon. Otra ciudad de carácter utópico que, al igual que la Plug-in City, proponía un entorno urbano que se extendía sin fin; en el cual, el individuo podía desplazarse libremente en un mundo sin fronteras. Planteaba una vida nómada dentro de una megaestructura en continuo fluir, en la que habitaba el Homo Ludens, el siguiente escalón en la evolución del hombre, en donde el progreso, las máquinas y las tecnologías hacen innecesario el trabajar, y el hombre se dedica al ocio. Constant apostaba por una ciudad de aspecto caótico, en la que miles de situaciones tenían lugar al mismo tiempo. Se generaba una fuerte reacción al modernismo, a su orden y sus directrices, claras y firmemente racionalizadas, que no dejaban libertad para la expresión del individuo.

New Babylon. Constant

Todas y cada una de las utopías expuestas traducían las ideas y deseos de sus épocas, e influyeron en el camino que las ciudades fueron tomando hasta llegar a ser las que habitamos hoy en día. Todas ellas criticaban sus herencias, identificaban sus errores y, con confianza en los progresos, proponían grandes retos y cambios que se plasmaron en proyectos de carácter irreal y que apostaban por una ciudad mejor. Y, si bien, la construcción literal de esas propuestas se podría convertir en distopía o utopía negativa y perversa; nos proporcionan un gran bagaje de mundos alternativos, de los que es posible extraer conclusiones y conceptos válidos de ser aplicados a nuestras ciudades; y así, hacerlas evolucionar y avanzar hacia ese ideal que habita continuamente en la mente del colectivo.

Ya en el siglo XXI, las nuevas propuestas utópicas apuntan hacia un urbanismo sostenible. Nos seguimos apoyando en los avances tecnológicos, seguimos ansiando la naturaleza sin querer renunciar a la vida urbana; pero ahora, habita en nosotros la conciencia de imaginar un mundo en el que los seres humanos respetamos nuestro entorno y convivimos en armonía con él. Nuestras mentes siguen soñando con ese mundo mejor, y continúan aventurándose a recrear realidades ideales para el futuro cercano. Ése es el camino que vamos recorriendo.

Como dijo Kant: «…es un dulce sueño esperar que un producto Estado, como estos utópicos, se dará algún día, por muy lejano que esté, en toda su perfección; pero el irse aproximando a él, no es solo pensable sino un deber».

Portada: Instant City. Archigram © Project by Centre for Experimental Practice

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Núria Forqués Puigcerver

 

Estudiante de último curso en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valencia.

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© 2019 MITO | REVISTA CULTURAL. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido protegido por derechos de autor. ISSN 2340-7050. NOVIEMBRE 2019.

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