En unas pocas líneas se ofrece un recorrido biográfico por las anécdotas más curiosas de esta gran escritora y mejor mujer castellana.
A las castellanas de armas tomar
Si en la historia de España hay una mujer de armas tomar, culta, inteligente y devota de Jesús, ella es sin duda alguna la abulense Teresa de Cepeda y Ahumada.
Nacida aquel 28 de marzo de 1515, muestra desde muy joven gran interés por la lectura, gracias en parte a la noble educación recibida de niña.
A los veintitrés años de edad, cuando llevaba desde los dieciséis en el convento agustino de Santa María de Gracia, decide profesar en el Carmelo de la Encarnación de Ávila para rechazar a su pretendiente, Martín de Guzmán, que acaba contrayendo matrimonio con su hermana María de Ahumada. Elige, por tanto, entregarse a la vida monacal y dejar de lado la conyugal.
«Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado.»
Cinco años después fallece su padre, lo que causa que la joven se dedique con más ahínco a ampliar sus conocimientos de teología, filosofía natural y medicina: lee el Abecedario espiritual de Francisco de Osuna, algunos escritos de Erasmo de Rotterdam y las Confesiones de san Agustín, entre otros muchos.
Cuando anda ya cerca de los cincuenta años, en 1562, se instala en el convento de San José de Ávila. Allí comienza su aventura fundacional, que va a verse sometida una y otra vez a la hostilidad del poder patriarcal eclesiástico. Pretende crear verdaderos retiros espirituales para conseguir el auténtico acercamiento a Dios, al que sólo se puede llegar a través del abandono de los bienes mundanos.
Plasma así en su forma de vida el radical giro que tiene lugar entre la Edad Media y el Renacimiento, con respecto a la conceptualización medieval de la religión: es por ello una mujer plenamente renacentista, en el sentido más humanista de la palabra, cuyo fin último es que sus monjas lleguen a la plenitud de Dios a través de ellas mismas, ignorando cualquier semiótica del poder político externo, claramente masculino, y tomando la pobreza como el camino hacia la libertad y el alejamiento pleno de la sociedad. A su manera, es una reformista.
Para ilustrar esto basten dos botones de muestra. Por un lado, santa Teresa de Jesús escribe en los tres últimos lustros de su vida una serie de cartas a diversos personajes importantes de la época y, por supuesto, a sus respectivos confesores, entre los que se encuentra durante tres años su convecino y amigo san Juan de la Cruz, igualmente reformador de la orden carmelita y contrario, por tanto, a los carmelitas calzados:
«Lo que he sentido muy mucho es que por mandado del padre Tostado ha mas de un mes que prendieron [los carmelitas calzados a] los dos Descalzos que las confesaban [a unas monjas de la Encarnación], con ser grandes religiosos y tener edificado a todo el lugar. Cinco años que ha que están allí, que es lo que ha sustentado la casa en lo que yo la dejé, al menos uno, que llaman Fr. Juan de la Cruz: todos le tienen por santo, y todas, y creo que no se lo levantan… en mi opinión es una gran pieza […]. Mi pena es que los llevaron y no sabemos adónde; mas témese que los tienen apretados y temo algún desmán. Dios lo remedie». Carta al Prelado don Teutonio de Braganza, Arzobispo de Évora. 16 de enero de 1578.
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Foto: Ángel Cantero. Iglesia en Valladolid
En algunas ocasiones se acoge en dichas cartas a su condición de mujer para explicar los constantes malentendidos en las interpretaciones que los confesores hombres hacen de los discursos femeninos, aunque la responsabilidad, “naturalmente”, siempre sea de ellas:
«No somos tan fáciles de conocer las mujeres, que muchos años las confiesan [los hombres] y después ellos mismos se espantan de lo poco que han entendido; y es porque ni aun ellas no se entienden para decir sus faltas y ellos juzgan por lo que les dicen». Carta de santa Teresa de Jesús a fray Ambrosio Mariano de san Benito, carmelita descalzo ¿21 de octubre de 1569?
Las diferencias de género resultan claves para comprender el temor a la Inquisición de la santa. De hecho, entre ciertos religiosos se consideraba a la mujer más sensible al contacto divino que al hombre, debido a su “natural” sentimentalismo, degenerable en una suerte de “mística afectiva” de que los hombres carecían, por lo que cabría explicar las visiones como algo más femenino que masculino, pero siempre enmarcadas dentro de contextos terriblemente controlados: al fin y al cabo, ella era descendiente de judíos conversos y debía hilar muy fino en cada una de sus descripciones para no caer en supuestas herejías.
Pero dicho temor inquisitorial no afectaba solo a las mujeres: san Juan de la Cruz, también reformador de la orden del Carmelo, y fray Luis de León, por la traducción del Cantar de los Cantares, tuvieron problemas con la Inquisición. Se trataba, en general, de una época con inicios luteranos en que la amenaza de terminar con siglos de monopolio eclesiástico aparecía constantemente a la vuelta de la esquina, por lo que la reacción a esa posible pérdida de poder, control y dominio, al ver cómo se comenzaba a vislumbrar la separación entre Dios e Iglesia en un nivel macroestructural, era simbólicamente hiperbolizada y devastadoramente representada por el Tribunal de la (¿santa?) Inquisición.
A modo de hermoso ejemplo literario, ficticio aunque extraordinariamente verosímil, de la manera en que la santa llevó a cabo la dialéctica necesaria para salir del paso, el lector puede acudir al magnífico drama de Juan Mayorga La lengua en pedazos, estrenado en Madrid en 2013. En el fragmento aquí escogido, ella ha de explicar al representante de la Inquisición que el protagonista de sus delirios oníricos es Dios y no el demonio:
«Inquisidor- ¿Hicisteis lo que vuestro confesor os mandaba?
Teresa– Con hartas lágrimas. Me hubieran hecho pedazos y no lo creyera yo demonio.
(Empuña el cuchillo como si viese en él una cruz.)
Mientras le mostraba la cruz, le pedía que me perdonase. Él me dijo que obedeciese a mi confesor, pero cuando mi confesor me prohibió la oración, el Señor dijo que aquello ya era tiranía y, para que entendiese que no era demonio, teniendo yo la cruz en la mano, la tomó con la suya y cuando me la tornó a dar era de piedras tan preciosas que el diamante es cosa contrahecha en comparación con las piedras que vi.»
Mayorga, J. (2013): La lengua en pedazos, Buenos Aires: CELCIT, p. 10.
El otro botón de muestra de la firme convicción que Teresa de Ávila tenía para reformar la concepción religiosa del momento, puede encontrarse en el enfrentamiento que padeció con la muy noble princesa de Éboli, duquesa de Pastrana. Esta, empeñada en fundar dos conventos en su ducado, solicita a la abulense llevarlo a cabo bajo su recientemente creada orden de las carmelitas descalzas. La respuesta de Teresa es regalarle a doña Ana de Mendoza El libro de la vida (su autobiografía), que acaba siendo motivo de chanzas entre ciertos sectores de la nobleza castellana y entregada a la Inquisición por la simpática princesa. Al quedar esta viuda, decide ingresar en uno de los conventos que santa Teresa finalmente ha fundado en Pastrana, a pesar de la crítica que el rey Felipe II, gran admirador de la monja, le dedica a la noble en una carta para que la deje en paz. El gran conflicto entre las dos mujeres se produce en este momento, cuando la avilesa exige a la de Éboli entrar en el convento si y solo si lo hace prácticamente como Dios la trajo al mundo. Al negarse doña Ana a realizar tal acción y mover los hilos de sus influencias para conseguirlo a su manera, santa Teresa reacciona como solo ella podría hacerlo: cierra el convento, lo desmonta y se desplaza con sus monjas a Segovia. En la nueva orden del Carmelo no hay sitio para brillantes joyas, pomposas vestiduras ni amables criadas: la que quiera acercarse a Dios ha de hacerlo por sí misma.
Ana de Mendoza y la Cerda, Princesa de Éboli. Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias del Trabajo Universidad de Sevilla
Algunos años más tarde, ya en la última etapa de su vida, después de cientos de cartas, diálogos, negociaciones; tras una constancia admirable, un tesón inigualable y un empeño envidiable, santa Teresa de Jesús consigue que los carmelitas descalzos sean independientes de los calzados. Ha ganado, pues, una de las más costosas batallas de su vida.
«Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa.
Dios no se muda:
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta;
solo Dios basta.»
Y en 1580, cerca ya del fin de sus días, ve logradas quince fundaciones y consolidada una reforma en la manera de entender la vida en la orden del Carmelo. Muere el 4 de octubre de 1582 en Alba de Tormes (15 del mismo mes en el calendario gregoriano). Cuarenta años después, en 1622, la canonizan. En 1626 la proponen como copatrona de España, junto a Santiago Apóstol, a lo que se opone, entre otros, el misógino, antisemita y siempre controvertido, aunque literariamente genial representante del espíritu barroco, don Francisco de Quevedo… de la orden de Santiago.
Unos tres siglos después, el 14 de octubre de 1965, el Papa Pablo VI la proclama patrona de los escritores españoles, en el breve pontificio Lumen Hispaniae, donde se refiere a ella como “Luz de España y de toda la Iglesia”.
Y es que no es para menos. Las obras que Teresa de Cepeda y Ahumada legó a la posteridad están cargadas de filosofía, teología y literatura y, en ocasiones, de un lirismo y una sensibilidad extremas. Entre ellas se pueden encontrar algunos textos autobiográficos, como el mencionado Libro de la vida (1562-1565), las Cuentas de conciencia (1560-1581), donde aclara contenidos del libro anterior, y El libro de las fundaciones (1573-1582), más terrenal, en el que narra los orígenes de sus conventos con no poca ironía y buen humor.
Santa Teresa de Ávila. Panel con un fragmento del texto del Libro de la Vida, al lado del jardín donde jugaba de niña. Luis Pablo
Dentro de las obras más teológico-filosóficas se encuentran Camino de perfección (¿1562-1564?), Castillo interior o Moradas del castillo interior (1577), cumbre del pensamiento místico teresiano; Avisos y Visita de descalzas (1576), así como parte de sus más conocidos poemas.
«Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.»
En un plano más terrenal, a caballo entre la autobiografía y la filosofía del mundo, que la obligan a tener en cuenta las necesidades cotidianas para sacar adelante toda su empresa reformista, se encuentra la mayoría de las cartas que escribió santa Teresa de Jesús, cuya cifra oscila entre los 245 autógrafos originales, las 457 conservadas, el millar, 10.220, 15.000 o 25.550 que se dice que llegó a enviar en vida a numerosos personajes importantes de la corte española e hispanoamericana de su época.
No sorprende, entonces, que pueda ser cierto aquello que se cuenta que dijo sobre la cantidad de escritos que había realizado en vida:
«Mucho he escrito, pero más he {oído/leído}.»
Resulta muy interesante resaltar que, cuando el mismo fray Luis de León prepara la publicación prínceps de las obras teresianas (1588), conformadas por el Libro de la vida, el Camino de perfección y las Moradas, excluye sus epístolas, las cuales no se publican, en realidad, hasta un siglo después de su muerte. El motivo probablemente se encuentre en la contradicción que para la mentalidad renacentista supusiera el prestigio de la espiritualidad y elevación del alma existente en los escritos teresianos publicados por el fraile, y el desprestigio que conllevaba que la misma autora de esos textos tan profundos redactara también preocupaciones causadas por sus achaques, por la ausencia de dineros o por el futuro de las personas que amaba, como su hermano Lorenzo al que escribe varias misivas que este recibe en las Américas.
Y no cabe sorprenderse de que haya alguna obra de teatro sobre la santa atribuida al mismísimo Lope de Vega: parece ser que el Fénix de los Ingenios compuso un texto hacia 1618 que, sin embargo, no ha llegado a nuestros días; y otro posterior, tal vez de 1622, del que se conservan algunos versos.
Religiosa, creyente y devota, sí, pero sobre todo una mujer a la altura de los tiempos que le tocó vivir, con un carácter enérgico, luchador, insistente y, en cierto modo, necesario para lidiar en la arena de la España contrarreformista, pero a la vez filántropa, intelectual y extraordinariamente sensible a los problemas sociales de su época, la abulense por antonomasia santa Teresa de Jesús bien se merece formar parte de la lista de castellanos ilustres que pueden sin duda alguna ser erigidos como iconos de las letras españolas. Sirva esta modesta contribución como recuerdo de tu cumpleaños, patrona.
Imagen de portada: St. Teresa in Ecstasy. Stevekc
Para saber más…
- Página de la orden del Carmelo descalzo seglar.
- Barrientos, A. (dir.) (2002): Introducción a la lectura de santa Teresa, Madrid: Editorial de Espiritualidad.
- Santa Teresa (2004): Obras completas, Madrid: Editorial Monte Carmelo.
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2 Comentarios
Muy buen artículo sobre Santa Teresa y muy ilustrativo a través de sus anécdotas. Da luz sobre aspectos como la espiritualidad femenina vivida bajo el escrutinio y el arbitraje masculino. No tuvo que ser nada fácil.
Me ha gustado.
Se ve bien escrito y muy bien documentado