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Los movimientos por los derechos lingüísticos deberían cobrar la misma importancia que otros movimientos sociales como el feminismo, el ecologismo o el pacifismo.
En un sistema capitalista en el que todo se mueve, al final, siguiendo la lógica de mercado, cabe hacerse una pregunta que afecta a todos aquellos hablantes de lenguas consideradas cuantitativamente minoritarias: ¿es acertado mantener esas lenguas, teniendo en cuenta que pueden cerrar muchas puertas a quienes las hablan… por no estar socialmente tan bien consideradas como otras lenguas, cuantitativamente mayoritarias?
Optimistamente, es de esperar que el amable lector (o lectora) haya respondido con un rotundo sí: no solo es acertado, sino que además es correcto y éticamente irrefutable.
Sin embargo, la práctica diaria deja mucho que desear. A diferencia de otros movimientos sociales como los siempre necesarios feminismos, los naturales ecologismos, los quedos pacifismos, los interculturales indigenismos y los diversos LGTB, los movimientos en pro de los derechos lingüísticos son realmente poco numerosos (por no decir escasos), bien debido a la ausencia de concienciación por parte de los respectivos sistemas educativos, en los que se tiende a homogeneizar mediante la lengua estándar; bien debido a la invisibilidad que sufren las mismas lenguas minoritarias.
Language Hotspots | Erik (HASH) Hersman
En efecto, lo cierto es que la tendencia general, cuando se habla de lenguas minoritarias, es enfocar el problema hacia el hecho de que lo importante es la mera comunicación (cuando esta no es, desde luego, “mera” y hay numerosas cuestiones identitarias), por lo que se sigue fomentando el status quo de la lengua imperante y se ocultan las relaciones de poder que ello supone.
En otras palabras, si no somos conscientes de las cuestiones simbólicas que se esconden tras la elección de una u otra lengua o de la desigualdad social que implica desconocer cierto idioma (motu proprio o por imposición sistémica), puede entonces parecernos natural una cuestión que es claramente social. A este respecto, mostrar la diversidad lingüística en la escuela puede entenderse como una manera de educar en valores, tratando de hacer explícita la reflexión sobre las desigualdades sociales (que son aceptadas como naturales), plasmadas en las variedades lingüísticas, las cuales a su vez se utilizan como herramientas simbólicas (de abuso) del poder.
Así, las lenguas minoritarias desempeñarían un papel fundamental si fueran mostradas en tanto lenguas, válidas per se, y no en tanto instrumento evaluado sociocríticamente: al fin y al cabo, son herramientas de comunicación, creación de mundos, expresión de culturas, conformantes identitarios y medios de transmisión de conocimientos, exactamente en la misma medida que las lenguas mayoritarias.
No es necesario que para ejemplificar esta idea se piense en lenguas como el asturiano, el quechua o el tamazight. El ejemplo que puede ponerse afecta también a los hablantes de una lengua mayoritaria con muchos dialectos (como es de esperar, precisamente, en una lengua mayoritaria): los que pertenecen a la variedad dominante pueden llegar a creerse de verdad que no entienden a los hablantes de otra variedad de su misma lengua. Incluso pueden llegar a emitir juicios de valor sobre su forma de hablar, por lo que no están solo siendo jueces de la variedad lingüística en tanto código de comunicación (en tanto sistema), sino que están actuando como evaluadores morales del comportamiento de los hablantes de la otra variedad, lo que, traducido a un plano estrictamente sociológico, conlleva el mantenimiento de las desigualdades sociales.
Inviting Cat Fawns Cutely | Timothy Takemoto
Si tuviéramos acceso a un diálogo imaginario que pudiera darse entre dos pensamientos (pues este es el problema del nivel simbólico: que es invisible), este podría ser parecido a lo que sigue:
– A ti no te contrato porque no hablas como yo.
– Y ¿qué tengo que hacer para que me contrates?
– O dejas tu acento de lado (y te sumas a los poderosos) o lo explotas (y, al ir de diferente, disminuyen tus probabilidades de ascenso social).
Permítasenos ahora una malévola reflexión. El amable lector (o lectora) puede estar tentado de pensar que, en este caso, el revuelo que se está formando es absurdo, porque el hablante en cuestión tiene realmente la sartén por el mango y puede perfectamente tomar su propia decisión… «Él sabrá lo que hace», se puede pensar, «si decide mantener su acento no prestigioso y quedarse toda la vida ahí abajo o dejarse absorber por lo válido socialmente y ascender un poquito…».
Nada más lejos de la realidad. Pongamos por caso el empleo de una palabra, procedente del mundo de la informática y dicha frecuentemente en inglés. Si un joven estudiante universitario varón, de clase media-alta, va al aula de informática de su facultad (de letras), y pregunta si han encontrado un lápiz de memoria que perdió el otro día, quizá las empleadas (jóvenes, mujeres, de clase media), que nunca habían oído esa palabra, no entiendan en un primer momento a lo que se refiera y esbocen una sonrisa –nunca de desprecio, pero sí de perplejidad–, y el joven hablante se sienta obligado a buscar otra palabra (pen-drive, pincho, usb) que aclare la confusión. Sea cual sea la palabra escogida finalmente, la próxima vez el joven estudiante se lo pensará dos veces y es incluso probable que termine empleando la sugerida por las trabajadoras del aula (percibidas como “expertas” en la materia) y acabe olvidando la que él en un primer momento utilizó. ¿Ha escogido realmente dicho término de forma voluntaria? Consideramos que no, ya que en el momento en que él perciba que con su idiolecto (su variedad lingüística individual) no llega muy lejos, irá paulatinamente abandonándolo con todo (o no) el dolor de su corazón.
Si esto ocurre dentro de las variedades de un mismo idioma, ¿cómo no va a ocurrir con lenguas diferentes, sobre todo si se encuentran en situación de diglosia? Decir que en este tipo de casos hay realmente alternativa es como decir que una mujer puede elegir cuándo (y si) tener hijos sin presiones laborales que organicen su vida. Es como defender que un ecologista realmente elige la especie a proteger con criterios estrictamente científicos. Esgrimir la existencia de la libertad lingüística equivale a señalar que los pacifistas siguen criterios exclusivamente humanistas a la hora de seleccionar los conflictos contra los que protestan y no dependiendo de causas fácticas. Argumentar la existencia de hecho de los derechos lingüísticos, en la práctica, es como explicar que los pueblos indígenas deciden por sí mismos incorporarse al sistema capitalista global o que los colectivos homosexuales, transexuales y bisexuales gozan ya de suficiente reconocimiento sociocultural.
Unspoken | Marina del Castell
La prueba más sencilla de que nada de esto es así se encuentra, precisamente, en la propia naturaleza de los movimientos sociales, cuya principal reivindicación es convertir estas no-decisiones en sí-decisiones. Esto equivale a luchar por una libertad real, práctica, existente de facto (y no solo legalmente), aplicable y aplicada, que se convierta en la construcción de la propia voluntad del quehacer cotidiano, lo que bien se puede llamar, siguiendo un tanto felizmente a Kant, la mayoría de edad ilustrada, que no debería ser (aunque aún lo sea, desgraciadamente) directamente dependiente de un sistema patriarcal, contaminante, beligerante, globalizador y heterocéntrico.
Más allá de resaltar lo complementario del aprendizaje de numerosas lenguas, lo que se está tratando de reivindicar no es tanto la transformación de las comunidades con lenguas localizadas (como el finés) en comunidades con lenguas deslocalizadas (como el inglés), sino la incorporación de las lenguas localizadas en la lógica del mercado global, en la misma medida en que lo están las lenguas deslocalizadas.
Estas, precisamente, se han deslocalizado al convertirse en lenguas de aprendizaje en todo el mundo, por lo que su papel como primeras lenguas ha sido relegado a una especie de segundo plano, lo que a la vez ha supuesto adquirir el poder suficiente para convertirse en herramienta comunicativa a lo largo y ancho del planeta.
Disfruta con sus lenguas | Antonio L. Martín
Y al contrario, las lenguas más locales tienden a quedar como lenguas territoriales, ancladas a una zona geográfica concreta, limitando de esta manera la libertad de movimiento de los individuos que las hablan, lo que igualmente condena a sus mismos hablantes a mantener el status quo y a no fomentar su uso… por desprestigio.
La solución a esta lucha simbólica que tiene lugar entre lenguas (y nunca solo entre lenguas, ya que repercute en sus hablantes, que son seres humanos) tal vez pueda encontrarse en una reconceptualización del verdadero problema (la exclusión social, la desigualdad, el poder simbólico) y un replanteamiento del concepto de “lengua”, que habría pasado a ser un instrumento de movilidad y ya no exclusivamente una seña de identidad ligada a un lugar concreto, por lo que el aprendizaje de CUALQUIER idioma podría ser siempre un primer paso para lograrlo.
Prueba. Regalo de un año de amor. Calles de Granada | Eva Garmendia
Los movimientos por los derechos lingüísticos, pues, podrán empezar a cuestionar su propia motivación, fundamentación y razón de ser cuando a nivel nacional se haga frecuente escuchar irlandés en la BBC, friulano en la RAI, suavo en la SAT 1, provenzal en la TV5 y catalán (u otras lenguas cooficiales) en Antena 3 (u otras cadenas nacionales). Al fin y al cabo, que algo así ocurra de facto en Finlandia –no sin dificultades–, país modélico también en política lingüística, supone un atisbo de realismo bastante necesario para convencer a los linguoescépticos.
Mientras tanto… cabe sumar los movimientos por los derechos lingüísticos a todos aquellos, ya mencionados, que buscan un mundo más justo en el que quepamos tod@s.
Portada: Vue depuis Mont-Louis vers Saint-Pierre-del-Forcats | Meria z Geoian
Para saber más:
- De Miguel Álvarez, A. (2008): «Dimensiones filosófico-políticas de los movimientos sociales», en Fernando Quesada (ed.): Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política, Madrid: Trotta, pp. 279-300.
- May, S. (2003). «Rethinking Linguistic Human Rights. Answering Questions of Identity, Essentialism and Mobility». En: D. Patrick y J. Freeland (eds.): Language Rights and Language ‘Survival’: A Sociolinguistic Exploration. Manchester. St. Jerome Publishing: 35-53
- McCarty, T. et alii. (2008). «Education for Speakers of Endangered Languages». En: B. Spolsky y F. M. Kult (eds.). The Handbook of Educational Linguistics. Singapur. Blackwell: 297-312. Disponible aquí.
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