Un paseo panorámico por algunas teorías de la sociología de la religión y las discusiones todavía pendientes desde la perspectiva de la diversidad
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Introducción
Vamos a empezar este recorrido con la definición marxista del materialismo histórico para poder adentrarnos en algunas de las teorías que nos gustaría explorar:
“En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.” (Marx, 2001:1).
No se trata de centrarnos en una religión particular o en algunos procesos religiosos sino en la religión como concepto, como vinculación del hombre con lo sagrado, con el mundo espiritual y con la divinidad a partir de las estructuras sociales existentes y las relaciones de poder y dominación que surgen en su seno.
Empezando con Marx vamos a centrarnos en su Crítica a la filosofía del derecho de Hegel (1987) en lo que tiene que ver con la religión, la posición que ocupa dentro de la lucha de clases y de la necesidad que él señala de emancipación.
De Godelier tomaremos lo expuesto en el Enigma del Don (1998) en lo que se refiere a la fetichización de las creaciones humanas y la religión como una creación que ha adquirido entidad propia separándose de sus creadores y haciéndose para ellos desconocida o misteriosa, adquiriendo capacidad de dominio de un grupo sobre otro o de una clase sobre otra.
Finalmente vamos a detenernos en las consideraciones de Bourdieu relacionadas al campo religioso, al habitus que genera ese campo y a la dominación simbólica.
El eje del trabajo es la relación dominación – obediencia y responde al uso de la religión como justificativa y legitimación en la desigualdad y la opresión desde la perspectiva de los autores analizados.
La religión como creación humana para la dominación
Dice Marx de forma categórica en su introducción a la Crítica de la filosofía del. derecho de Hegel “La religión es el opio de los pueblos” (1987:50) es decir que para él la religión cumple la función de anestesiar, de dejar la consciencia en ese estado de letargo pesado de contemplación vegetativa que impide al pueblo -especialmente a la parte oprimida del pueblo- tomar las riendas de su propio destino y sacudirse el yugo de la opresión. Agrega también:
“La religión es meramente el sol ilusorio que gira alrededor del hombre hasta que éste no gire en torno de sí mismo” (1987:51).
La idea de Marx es poner al hombre en el centro, al hombre no como ser genérico o imaginario sino dotado de identidad concreta, parte de un mundo y de una sociedad que lo antecede y que es atravesada desde sus inicios por una lucha, concretamente, la lucha de clases.
En cada sociedad particular tienen sus raíces las religiones, creaciones humanas que toman forma y tienen una función dentro del estado actual de las cosas y de las relaciones asimétricas de poder y sumisión.
La religión (o lo sargado como lo llama Godelier) surge como respuesta por los orígenes, es decir que es una construcción social de sentido que da respuesta a las incógnitas más primarias con las que se ha enfrentado el ser humano y que tienen que ver con los motivos y los surgimientos de la vida y de la muerte, los temores respecto a sucesos que no se pueden manejar y en general con la relación con el mundo espiritual.
En principio las religiones, las creencias, o la constitución de lo sagrado, son productos, no han sido legadas de forma directa por los fundadores de la tierra, de las luces y las oscuridades, sino que han sido producidas por sociedades.
Virgen de Guadalupe. Servicio Católico de Noticias
Lo interesante del caso es que no fue un puñado de inescrupulosos que valiéndose de una inteligencia superior, de maldad o de principios espurios, inventó explicaciones en relación a los misterios de la vida y se valió de ello para favorecerse de alguna manera. Por el contrario, la gente conforma grupos, esos grupos interactúan, formulan explicaciones, producen determinadas mitología o creencias y con el tiempo, esas creaciones adquieren entidad propia y se desligan por completo de su génesis.
Lo que sucede después, una vez que esa entidad está formada y tiene peso en sí misma, es que pasa a tener la capacidad de ordenar la realidad de tal manera que sirve para legitimar la situación actual del cosmos, es decir de toda la estructura que conforma su mundo: las relaciones interpersonales, la relación con los orígenes, con la naturaleza, con el resto de la sociedad y con el lugar que en ella se ocupa.
Lo que Marx propone en la frase citada:
“La religión es meramente el sol ilusorio que gira alrededor del hombre hasta que éste no gire en torno de sí mismo” es que el centro de la vida del hombre vuelva a ser el hombre y no esa realidad producida donde la religión tiene la función de cadenas, y continúa: “La religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo.
La eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad real”. (1987:50)
Como dijimos, las creencias son creaciones colectivas que se dan en las sociedades, pero las sociedades no son homogéneas. Existe una desigual distribución de acceso a los bienes económicos y simbólicos dentro de ellas basada en la división del trabajo y es esta relación desigual la que se reproduce, se cristaliza y se legitima –por supuesto que no con exclusividad- en las religiones.
Pero es el acuerdo tácito o explícito de que la realidad del mundo fue creada por algo que no es el propio hombre lo que le otorga un poder superior a las religiones, porque si el mundo del hombre con sus relaciones y desigualdades no fue creado por él sino por algún ente superior, eso lo inhabilita para destruir ese orden o incluso oponérsele de manera intelectual.
Palacio Nacional, Ciudad de México. Mural de Diego Rivera. Wolfgang Sauber
Así mismo, la creencia en ese orden preestablecido y ajeno a lo humano y lo social, da una –ilusoria, según Marx- sensación de felicidad o de esperanza en el porvenir que mantiene de alguna forma dormida la conciencia, lo que redunda en la falta de acción para sacudirse las cadenas y sobre todo porque no son consideradas como tales. Se coloca la esperanza humana –especialmente en algunas ramas del cristianismo- en que la verdadera plenitud es alcanzada más allá de esta vida y de este mudo, y se convive desde el nacimiento con la idea que la estadía en esta tierra es un paso por el valle de lágrimas que hay que soportar.
También sucede algo similar en las sociedades de castas, el lugar que se ocupa desde el nacimiento es infranqueable en esta encarnación, queda desestimulado así todo intento de lucha. Lo máximo que se puede hacer es tratar de no acumular karma para tener mejores posibilidades en la próxima vida.
Pero de todas formas, aunque no haya promesas de vidas mejores posteriores a la actual, si el poder de turno –que se ubica dentro de la situación actual del cosmos- está legitimado por la religión y la religión tiene implícito el deseo de las entidades sobrenaturales responsables por la creación y el equilibrio de las cosas, también resulta conflictiva la subversión.
Es decir que frente a un régimen político tiránico o la opresión de un grupo sobre otro, de una casta sobre otra o de un género sobre otro, no sólo basta querer que las cosas cambien y remplazarlas por relaciones de carácter más simétricas; si el origen de la desigualdad y la opresión se encuentra legitimado en el sistema de creencias, es necesario cambiar todo el contenido de dicho sistema y eso ya entra en un terreno que excede el mero accionar político -por lo menos en el corto plazo- y se trata de una lucha de sentidos y significados dentro de un marco que traspasa las condiciones materiales y entra de lleno en el terreno simbólico. Dice Godelier:
“No basta con afirmar (…) que la sociedad es la fuente de lo sagrado; es preciso mostrar que también lo sagrado oculta a la conciencia colectiva e individual alguna cosa del contenido de las relaciones sociales, alguna cosa esencial de las sociedad, como es preciso mostrar que, al hacerlo, lo sagrado travestiza lo social y lo vuelve opaco ante sus propios ojos. (…) Y que requiere esa opacidad para producirse y reproducirse”. (1998: 247)
Godelier utiliza ejemplos de ritos y creencias de diversos pueblos para ilustrar y argumentar la hipótesis expuesta. En el caso de los baruya – gente que habita la región montañosa de Paúa Nueva Guinea-, en los rituales de iniciación masculina, del cual queda excluido el componente femenino de la comunidad, es en donde se legitima la dominación de los hombres y se consolida la unidad interna del pueblo fortaleciendo los lazos de solidaridad masculina frente a los enemigos externos y frente a las mujeres.
En esta situación identifica la opacidad con las dos relaciones de exclusión que se producen y que, a su vez, son la base misma de esa sociedad, de su organización y reproducción. Ahora bien, para que esa organización y su reproducción sean efectivas y se extiendan en el tiempo debe, necesariamente, operar un acuerdo mínimo entre todos los miembros, fundamentalmente de quienes sufren el lado negativo de la exclusión. Es decir que las cosas siguen su curso sobre todo porque se cuenta con el apoyo de aquellos que no se benefician del estado actual de las cosas. Evidentemente aquellos que sí se benefician tienen motivos para pretender que la reproducción continúe, pero para que efectivamente continúe, cuentan con el apoyo de toda la sociedad.
Con respecto a los objetos o símbolos sagrados también sucede que adquieren entidad propia porque en algún punto se olvida, se desentiende o se desliga de la producción material del mismo a través de manos humanas y se le otorgan características vinculadas a la divinidad frente a los cuales la gente se postra o toma alguna otra actitud devocional. También sucede que su posesión implica poder o jerarquía, legitimando de esa forma la división del trabajo –entre aquellos que poseen acceso a los objetos sagrados como portadores de algo de valor y que son considerados sacerdotes o portavoces de ese mundo espiritual, y los laicos que son simples receptores de segunda mano- y la desigual distribución de bienes materiales y simbólicos.
Godelier también señala la permanente relación de deuda que los seres humanos tienen con la divinidad por el hecho de haber sido beneficiarios de la vida y las cosas de la naturaleza necesarias para la subsistencia. Pero también, que tanto una cosa como la otra –la vida y las posibilidades de subsistencia- se encuentran permanentemente en riesgo de pérdida.
Lo que los humanos donan a los dioses son plegarias, ofrendas o sacrificios. Ahora bien, nada de lo que el hombre puede ofrecer a los seres celestes es equivalente a lo que ellos pueden darle al hombre. Por un lado porque lo que se recibió en primer lugar, como la vida, la muerte o el mundo, ni siquiera fue pedido; y lo restante excede a las competencias humanas el poder realizarlo, como sucede con aquellas cosas que se necesiten de la naturaleza como la lluvia.
Por otro lado aun cuando los dioses reciben están donando, porque tienen la gracia de aceptar la ofrenda. Es decir que los dioses no están obligados a nada, no están endeudados con nada y el ser humano está en permanente, obligatoria e irremediable deuda; porque además, como sucede en el relato de Jonás y la ballena del antiguo testamento, no hay lugar donde esconderse de Dios.
Así las cosas, sucede pues que el intercambio es desigual y el ser humano está siempre en permanente desventaja:
“Las grandes fuerzas de lo invisible a las que los humanos dirigen sus plegarias, ofrendas o sacrificios son, por definición, receptoras de dones y superiores a sus donantes. Si con frecuencia los hombres se imponen el mayor rigor posible en la realización de sus ritos es porque saben que sus voces podrían no ser escuchadas, o que sus deseos podrían no ser satisfechos.” (Godelier, 1998: 264)
Es en esta dicotomía del todopoderoso y del eterno deudor que encuentra el modelo de dominación que se aplicará en las sociedades, es un modelo que ya estaba elaborado en las religiones y listo para usar. Cuando aparecen personas que se colocan sobre las otras, atribuyen esa posición a las diferencias y remontan esa diferencia al lugar de los orígenes, se legitima la desigualdad. Algunos se proclaman dioses vivientes como el faraón egipcio, otros argumentan ser los representantes directos de la divinidad, o los elegidos por los poderes celestiales para gobernar o guiar a un pueblo o a una nación, puede ser una persona, una clase o una casta.
Lo que Godelier defiende no es que la religión sea el embrión de la desigualdad y de dominación que surgieron del neolítico en adelante, sino que aportó modelos de “seres más poderosos que los hombres, fuentes de vida y de fertilidad o fuentes de. infortunio y catástrofes, y para con los cuales los hombres se verían para siempre. obligados a ofrecer dones y mostrar amor, reconocimiento, obediencia, temor y. temblor”. (1998)
Pero la materialidad que separó a la gente común de aquellos que se convertirían en dioses de carne y hueso andando por la tierra como el faraón o demás representantes de lo divino en sus diversas variantes, es que aparecen a finales del neolítico realmente avances técnicos y culturales que van a cambiar la morfología social, económica y hasta geográfica del mundo, y surgen en definitiva los Estados. Y dentro de esa nueva realidad surge la necesidad de alguien que “ejerciera el. monopolio de las condiciones imaginarias de la reproducción de la vida”, (Godelier, 1998: 274) para que surjan las clases y de entre ellas las que gobiernen. Entonces no es la religión sino el modelo creado por la religión que aportó la visión, la idea ya aceptada, “de unos seres infinitamente más poderosos que los humanos y a los que. estos están encadenados por una deuda originaria que ningún contradón puede. borrar” (Godelier, 1998:274) y son tributarios de por vida de obediencia y respeto a los que hay que rendir culto y buscar cumplir sus requerimientos. De esa forma lo que se garantizó y para lo que sirvió el paradigma religioso, fue para la consolidación de la desigualdad, de las jerarquías y su legitimación.
De todas formas la acción del hombre a través de los rituales es un permanente intento de agradar, reconciliarse con lo divino o intentar cumplir su voluntad, es decir que no aparece la opción de no estar de acuerdo, de querer cambiar el rumbo o estar desconforme; entonces más allá de que el intercambio nunca puede ser equitativo entre un ser sobrenatural y un mortal, parte de la deuda del hombre se salda con la aceptación de plano de que la realidad ofrecida por la divinidad es inalterable: ese dios es verdadero en contraposición con los demás que son falsos, y la cosmovisión que ofrece es la única válida en un universo que puede parecer inestable pero que se encuentra seguro en sus manos.
Ese modelo de significados es el que se traslada de las religiones y su relación con lo sagrado al plano secular y de dominación tanto política como económica.
Godelier al igual que Marx consideran activamente que la función de las ciencias sociales es quitar la venda de los ojos de los hombres para que sin más engaños puedan ver la realidad cara a cara, y esa realidad no es más que el hombre desnudo, creación de sí mismo. El lugar del ser humano es para ellos no solamente alguien que vive en sociedad sino quien produce esa sociedad de manera crítica.
El campo religioso como aparato de dominación simbólica
Como decíamos, para el materialismo histórico las religiones y las creencias se dan en un marco particular material. Sin embargo no se limita su influencia solamente al nivel material sino que lo hacen también a nivel simbólico.
Para Bourdieu el universo en el que se mueven las religiones es básicamente simbólico y en este ámbito es que operan las relaciones de intercambio desigual, la monopolización, las luchas por el poder y los significados. (De la Torre, 2002) Es en suma un aparato de dominación simbólica.
Monopolización porque tanto el uso como la circulación del capital simbólico de la salvación del alma es ejercido y manipulado por una clase sacerdotal de especialistas.
El poder que ejercen goza de legitimidad y consenso entre los laicos, se extiende en sentidos de significados y estructuras en la relación entre los dominantes y dominados, haciendo su aporte entonces a la aceptación social de división de clases.
La religión se cristaliza en el pensamiento y en la forma de percibir el mundo de las personas, y en especial el mundo social y la política, a través de todo un sistema simbólico que impone la dicotomía de la estructura natural-sobrenatural del cosmos. (Bourdieu; 2009:49)
Es decir que la estructura del campo religioso, que es a la vez estructurada y estructurante, conforma y moldea así el habitus, dotando la conducta interior –modos de pensar, percibir y valorar- y exterior –de comportamiento- de la gente de forma que se asegura la producción y reproducción del orden social que se legitima y que a su vez “impone el reconocimiento de la dominación en el proceso de fortalecer un. ethos de la resignación ante el mundo que no puede escapar de un orden. representado por dominantes y dominados”. (De la Torre, 2002:4)
Leopold Pilichowski. Sucot, 1894-95, Museo Judío de Nueva York
El campo religioso se consolida como tal por un cuerpo de sacerdotes especialistas que poseen el acervo y acceso exclusivo a los bienes de salvación. Estos bienes que son finitos, mensurables y escasos, por tanto, plausibles de administración, forman un cuerpo de conocimientos y saberes que son cerrados para los laicos y a los que sólo pueden acercarse a través de los mediadores.
Esta situación de mediadores y depositarios del poder simbólico correspondiente, crea a su vez los no-poderosos, los que necesitan de su servicio para lograr el acceso a esos bienes de salvación, que a su vez consideran legítima esa división, esa separación simbólica; porque hay una pobreza del laico frente a la riqueza del especialista en el intercambio del capital simbólico en la cual el laico es dependiente del especialista.
Por otro lado, así como surge una división hacia adentro de la religión entre laicos y especialistas, surge también hacia afuera dónde se forja la competencia por el poder de las definiciones de lo sagrado y de la verdadera entidad de Dios. Es decir que en el campo religioso hay una lucha de fuerzas por el dominio del monopolio de las verdades trascendentes. Ahí se definen cuáles son las religiones que cuentan con connotación de superiores respecto a lo que es considerado como sectas, o a lo nombrado de forma despectiva magia o brujería.
En el terreno de la competencia religiosa en muchos casos contiene una alianza con el poder político que frente a conquistas u otras situaciones de opresión, utiliza la religión como un arma más de colonización y se vale de su poder simbólico para desarticular, subestimar o directamente eliminar las creencias no hegemónicas o las tradicionales de los conquistados e imponer el nuevo orden reinante; desposeyendo así a poblaciones enteras de su capital simbólico original y reduciéndolas a la pobreza en ese sentido.
En suma, el poder que tienen las religiones es el de producir y reproducir la desigualdad a través de distribución no equitativa de capital simbólico propio de su campo y contribuir a la formación las conciencias a través de un habitus particular para que esas desigualdades se extiendan al resto de los campos de lo social de una forma legitimada.
Si bien en los diferentes campos de las relaciones sociales se juega permanentemente la definición y redefinición de sentidos y significados, se produce y reproduce la lógica social de dominadores y dominados, sumisión, obediencia y legitimación, en las religiones en particular esto tiene un peso tal vez mayor porque su punto de partida es de relación íntima con lo más primario del ser humano, de la creación del mundo, del lugar particular del hombre en ese universo, y en definitiva de la vida y la muerte. Y también porque, por otro lado, la alianza con el poder de algunas religiones ha sido constante a través de la historia por lo cual las definiciones creadas en el seno de estas creencias se han extendido para el conjunto de la sociedad, lo que genera que independientemente de los credos individuales, se transmita en sentido vertical un cuerpo de valores, conductas y toda una ética particular.
Conclusiones
Como conclusión me gustaría comentaremos algunos cabos que quedan sueltos en las teorías expuestas en relación al tiempo que nos toca vivir y en el cual algunos análisis pueden llegar a ser un poco reduccionistas y no abarcar cabalmente la realidad social contemporánea.
En la tesis de Marx -y tal vez tenga que ver con el período histórico al que pertenece y del cual no puede abstraerse ni imaginar cómo sería el futuro del cual no participó- el acento en la crítica a la religión se encuentra en que ésta, como parte de la superestructura, está determinada por la estructura material y es a su vez herramienta de las clases dominantes para la legitimación de la dominación y absorbida por el pueblo como un anestésico que, por un lado le permite una supervivencia en situación miserable pero sin demasiados cuestionamientos; y por el otro le impide la rebelión de esa situación por considerarla –erróneamente – algo así como la voluntad de dios.
Vale decir que todo el cuerpo de reglas, ordenanzas y mandamientos baja al pueblo llano y lo convence que toda obediencia proviene de dios, que el buen comportamiento será premiado en un futuro, lejos de este valle de lágrimas.
Se podría argumentar que las religiones oficiales tienen realmente, hasta cierto punto, ese rol. Son utilizadas hasta el día de hoy para tratar de captar las conciencias de los creyentes y hacerlas funcionales al orden imperante. Sin embargo esto no aplica a todas las religiones y mucho menos en la actualidad; por lo menos no en la parte del mundo que nos toca vivir.
Por un lado porque existe una gran cantidad de personas que no creen en nada sobrenatural y para los cuales todas las estrategias eclesiásticas quedan sin efecto y con lo cual ese poder de legitimación, anulado. Pero por otro lado, y más fundamentalmente, porque dentro del cuerpo de creyentes y dentro mismo de las religiones existe una libertad mayor de suscribir o no a determinadas prácticas o creencias y de protestar cuando se trata de legitimar algo en lo que los creyentes no están de acuerdo. Es más, en la actualidad si un grupo de creyentes de determinada religión no se adaptan a las normas o creencias previas, salen del lugar de origen y fundan otro grupo religioso.
En una situación de relativa libertad de elección religiosa, decir que las personas que siguen tal o cual creencia están engañadas o que no están por ello viendo su propia situación dentro de la sociedad, es por lo menos prejuicioso y un tanto soberbio.
Por otro lado también habría que ver si realmente existió en algún momento un homogéneo reinado de las religiones sobre las conciencias. Es histórico que en la conquista de América la iglesia católica jugó un papel fundamental para la colonización de los pueblos originarios pero también es cierto que los pueblos originarios resistieron y en su resistencia no dejó de haber un componente religioso ni dejó de poner en juego sus propias creencias.
También es cierto que cuando el catolicismo gana la batalla y América Latina entera queda subyugada, de todas formas varias de las creencias locales son absorbidas dentro de las prácticas religiosas y coexisten con la forma oficial de credo, de esta manera comienzan a relacionarse y a crear una nueva forma de creer.
Por otro lado las religiones, no en su funcionamiento interno pero si en su cara externa –es decir, no en la relación entre los creyentes sino en la relación de los creyentes con el mundo-, han apoyado y combatido contra los poderes establecidos y las religiones hegemónicas.
En muchos casos las religiones son más bastión de resistencia al opresor que otra cosa. Basta pensar en las minorías religiosas y las persecuciones que sufren todos los días en los distintos países de África y Asia, e incluso en América Latina donde los pueblos originarios continúan luchando por sus tierras, el reconocimiento de su cultura y el respeto a su religión, a sus divinidades, a sus festividades y a su propia diversidad particular.
Es decir que las religiones han servido para situaciones de dominación pero también para situaciones de rebelión, colocarlas solamente como opio del pueblo es por lo menos injusto.
Se puede argumentar también que la reificación (*) del conjunto de creencias de la que habla Godelier y que opaca la visión que puede tener el ser humano de lo que es la realidad y del lugar que ocupa en ella se aplica para todo lo que el ser humano crea en el universo material y no material, como las ideas o la filosofía.
En realidad se puede decir que todo cuerpo teórico compartido por un grupo adquiere entidad particular y se desliga así de los creadores. Sería ingenuo pensar que un cuerpo teórico de ideas no busca adeptos y explicaciones de la realidad que conforme a esos adeptos y justifique su lugar dentro del mundo u oriente su manera de pensar y de analizar las cosas. Pero no sería justo decir que ello se ajusta sí o sí a la ideología dominante y crea una falsa conciencia porque el marxismo, el anarquismo u otras ideas no religiosas y anti religiosas, también contienen en su cuerpo teórico fórmulas de pensamiento que moldea la mirada hacia la realidad de sus seguidores.
Para Bourdieu el campo religioso funciona como estructura estructurante que moldea el habitus y legitima a través del poder simbólico la desigualdad; hacia adentro de ella misma con la separación entre sacerdotes y laicos, y hacia el exterior, con las diferenciaciones entre creencias socialmente más válidas que otras.
En algún sentido las atribuciones que le da a la religión se pueden replicar en otros campos como el de la educación o la cultura porque es donde el poder -que es esencialmente económico y material- se legitima a nivel simbólico.
Entonces más bien la pregunta que surge es que si lo creado por las religiones es una realidad ilusoria ¿Qué es una realidad real? Porque todas las realidades son construcciones sociales que están atravesadas por creencias de algún tipo. Estas realidades religiosas se reifican, toman entidad propia desprendiéndose de su génesis y, dependiendo de las circunstancias particulares, pueden ser utilizadas como instrumentos de opresión o bien como banderas de libertad.
Portada: A distinctive idol of Goddess Durga, during Durga Puja festival in Kolkata, 2008.. Matthias Rosenkranz
(*) Georg Lukacs, filosofo marxista se refiere a la reificacion como al hecho de que una relacion entre personas adquiera un caracter de cosidad. Este concepto consiste en un proceso cognitivo, en el cual algo que no posee propiedad de cosa, es considerado como cosa. Fuente.
Bibliografía
- Bourdieu, P. “La eficacia Simbólica” Ed. Biblos, España, 2009
- De laTorre, R. “El campo religioso, una herramienta de duda radical para combatir la creencia radical”, en Revista Universidad de Guadalajara, Dossier dedicado a Pierre Bourdieu en ocho perspectivas. Un homenaje no. 24, septiembre del 2002, pp.45-50
- Godelier, M. “Lo sagrado” en el “El enigma del don”. Ed. Paidos, Barcelona, 1998
- Marx. C. “Contribución a la Crítica de la Economía Política” Prologo Escrito: En 1859. Digitalización: Germán Zorba. Esta Edición: Marxists Internet Archive, marzo de 2001 http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
- Marx, C. “Critica a la filosofía del derecho de Hegel” F Filosofía del derecho, Claridad: Buenos Aires, 1987 pp. 7-23