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Mito | Revista Cultural
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Nueve mujeres de Shakespeare

Por Antonio Costa Gómez el 12 mayo, 2016

¿Necesitamos que Shakespeare cumpla años para hablar de él?  Yo siempre lo he tenido  en la cabeza. Pero al menos si cumple años alguna gente me leerá con más atención. La gente funciona así. Georges Perec en “La vida, instrucciones de uso” inventó una serie de grabados que se titula “Nueve heroínas de Shakespeare”, que antes se habrían creído “Las Nueve Musas”. Y se lo atribuye nada menos que a Jeanne de Chenany, la mujer que pintó van Eyck en “El matrimonio Arnolfini”.  Serían Cresida, Desdémona, Julieta, lady Macbeth, Ofelia, Porcia, Rosalinda, Titania y Viola. Anna Jameson (que antes había escrito “Diario de una aburrida”), publicó en el siglo XIX “Shakespeare heroines”, en que se salía de las categorías dominantes y de los tópicos, y que inspiró a otras escritoras mucho más tarde. El libro, en forma de animado diálogo, contrapone a Porcia con su superioridad intelectual a las sumisas pamelas y clarisas del siglo XVIII, pone a Julieta y Ofelia como representantes de la pasión y la imaginación.

En “Troilo y Cresida”, Cresida se muestra como una mujer independiente y bastante decidida. Ulises y el bufón la ponen como prostituta y malvada y la llenan de insultos. Primero su tío Pándaro le vende las excelencias de Troilo, aunque ella no se muestra muy entusiasmada, mientras le vende a Troilo las excelencias de ella, y acaba consiguiendo que pasen la noche juntos. Luego hablan de fidelidad y Troilo, que se presenta como un troyano tosco y sencillo la avisa de que los griegos son muy artistas y muy elegantes y muy animados y muy seductores. O sea, como los parisienses de entonces. El no, el es un tipo duro, de una pieza, que no cambia. Cresida se conmueve con los encantos del griego que la ha llevado a Grecia y lo cita por las noches y le habla al oído. Y al final le da el guante para que lo lleve en su lanza en la batalla. O sea, que sigue su gusto y sabe lo que le gusta. Y Troilo, que la espiaba, decide exterminar sin tregua a todo griego que se le ponga delante, avanzar como una tromba arrasando todo. La mujer aparece como inconstante, infiel, poco de fiar. Pero el caso es que prefiere el refinamiento a la tosquedad, y los significados en literatura, y más en un monstruo como Shakespeare, se cuelan inconscientemente a través de las declaraciones de principios y los tópicos de la época. Cresida, que poco antes se mostró muy decidida ante los griegos, y se burló de Menelao, sabe lo que prefiere.

Othello and Desdemona (circa 1780). William Blake

A Desdémona en “Otelo” le gusta la literatura. Le gusta Otelo porque le ha expuesto de manera emocionante sus aventuras y porque él mismo parece un personaje de novela. El mismo dux de Venecia dice que ante un relato como el de Otelo a su hija le pasaría lo mismo. A Desdémona le fascina la vitalidad que ve en Otelo, que responde a la que lleva ella misma. Y con entusiasmo se embarca con él hacia Chipre. Pero el maquiavélico intelectualista Yago siente envida de su vitalidad, como diría Nietzsche, y se propone envenenarlos y destruirlos. De la manera más cerebral y fría traza planes para destruir toda la vida y la pasión que hay en ellos. En este caso Desdémona significa la vitalidad y el entusiasmo, la pasión y la sensibilidad, machacadas por lo cerebral y lo vacuo. Yago está muerto él mismo, es un saco de conceptos vacíos, y quiere destruir toda vida. Esa es la tragedia de esta obra, que tiene mucho de contemporáneo. Si las mujeres en muchos casos representan la pasión y la vida, cercenadas por la sociedad puritana y dogmática, Yago es ese cerebro machote  que no puede soportar que vivan los demás.

Romeo y Julieta (segunda mitad XIX). Théodore Chasseriau. Museo del Louvre, París

Julieta en “Romeo y Julieta” se aprovecha de la libertad que da la noche (cuando la luz policial del día no vigila) para dejarse de fingimientos y esquiveces y declarar directamente su pasión por Romeo. Le dice: si te parece demasiado fácil me mostraré esquiva, etc, pero no es necesario. También ella se muestra decidida y se sale de los estereotipos del disimulo, el esconder los sentimientos, etc.  Y cuando Romeo le jura por la Luna, le responde  que la Luna es demasiado cambiante y no jure por ella, que jure por él mismo, dando por sentado que tiene una personalidad formada, una identidad fuerte, y se puede confiar en él. Le dice: no necesitas juramentos, no necesitas palabras. Y luego (casi todo en medio de las libertades que da la noche, que va más allá de las divisiones sociales y de las murallas atrabiliarias entre familias), se muestra también intrépida, acepta envenenarse para fingirse muerta. Y  luego la apariencia se convierte en realidad,  se va decididamente a la muerte porque en su sociedad ya no hay nada que le permita vivir. Julieta es un ser trágico y apasionado y lleno de fuerza como los héroes de las tragedias griegas y como Desdémona.

Lady Macbeth en “Macbeth” representa todo lo que la sociedad dominada por hombres ha puesto en las mujeres de temible: oscurantismo, brujería, retorcimiento, ambición tortuosa. Macbeth impulsa al marido a hacer cualquier cosa por alcanzar el poder, a superar todos los valores, al crimen y la alevosía para llegar a lo alto. Según Graves ella es uno de los rostros de la Diosa Blanca, sería el lado oscuro de la Diosa, que aparecería también en “La hermosa dama sin piedad” de John Keats. Porque la Diosa Blanca no siempre se muestra complaciente y amable y tiene una cara oscura igual que el dios Abraxas o la diosa Kali en la India. Sería todo lo que nos asusta del mito femenino que llevaba al cielo a Goethe, pero que a veces vemos como infernal y abismal e incomprensible. Lady Macbeth es la demonizacion de la mujer por el hombre, es tal como vemos a la mujer cuando no la comprendemos o no la dejamos hablar. Es lo que el hombre medio ve en una mujer, que puede ser la ninfa Egeria, puede ser Beatriz, pero también puede ser la Serpiente. Y la serpiente significa la vida y el dinamismo, pero también el veneno y el mal. Lady Macbeth es la noche y sus laberintos tortuosos y todo lo que nos asusta de ella. También es el poder de convicción, la capacidad de meterse en los sueños de un hombre, la sugestión.

Lady Macbeth (1784). Henry Fussli

En cambio Ofelia en “Hamlet” es la que se rompe por las divagaciones intelectuales de Hamlet. Para Turgueniev Hamlet representa el intelectualismo de Europa en la edad moderna, su inacción, su darle vueltas a las ideas, mientras que en Rusia estaría el entusiasmo y la creatividad. El caso es que Hamlet dedica demasiado a pensar, a darle vueltas a conceptos como ser y no ser,  a analizar cosas, y a la desconfianza, y a la duda, y a la elucubración, mientras que Ofelia  sencillamente ama como una joven llena de vida y de sensibilidad. Y cuando los jueguecitos conceptuales de Hamlet la marean demasiado (se parecen a los que hacía Pessoa con una novia, que acabó mandándolo a paseo), ella se rompió, y se volvió loca, y se tiró al agua, que es lo que fluye por excelencia, al seno de la naturaleza, y dio lugar en el arte a un arquetipo visual inagotable, la joven dormida para siempre en mitad de la naturaleza, en mitad del entusiasmo del cosmos, mientras un tipo como Hamlet no para de hablar del ser y del no ser y  deja que los seres sutiles y palpitantes  como Ofelia pasen ante él sin advertirlos.

Ofelia (1883). Alexandre Cabanel

Porcia en “El mercader de Venecia” domina completamente la situación. Como si fuera el Próspero de “La tempestad” o “El mago” de John Fowles, pone a prueba a los hombres para acrisolar sus valores, hace un concurso para alcanzarla que conseguirá el menos convencional de los hombres, pone a prueba al que ya es su novio haciéndole creer que lo ha pillado entregando su anillo para ver qué fuerza tiene su sentimiento. Utiliza, cuando se hace pasar por abogado, la misma letra de la ley para reventar el legalismo inhumano que va a condenar al melancólico Antonio. Shylock  ha prestado a Antonio dinero que debe abonar con una libra de carne de su cuerpo,  y al no abonar el dinero el prestamista reclama su trozo de carne. Entonces Porcia dice: de acuerdo,  parodiando el lenguaje inflexible de las leyes y de las letras muertas, debe pagarte una libra de carne pero ni una gota de sangre. Con esa argucia lo ha pillado. Y además, como ha puesto en peligro de muerte a un ciudadano de Venecia, debe entregar todos sus bienes. Y el rígido legalista se queda sin nada. Porcia se burla de las leyes abstractas y antivitales de los hombres, de esa telaraña de alambres sin alma en que ellos mismos se han enjaulado. Y todas las leyes (científicas, jurídicas, lingüísticas) son antivitales y la vida las desmiente sin cesar.

Rosalinda en “A vuestro gusto” también sabe lo que hace. Todo ocurre en el bosque, porque el bosque, como en otras obras de Shakespeare, es el territorio de la excepción, de la magia y de la vida, contra las convenciones y las tiranías. Un duque tiránico la expulsa del país hacia el bosque de Arden, donde ya se encontraba su padre y otros personajes. Y se disfraza de hombre en la sociedad machista para tener más posibilidad de movimientos. Y cuando sabe que el joven Orlando ama a Rosalinda le dice que simule que ella es Rosalinda (que es en secreto realmente Rosalinda) y le diga a ella lo que le diría a la verdadera Rosalinda. Y de ese modo acaba por convencerla con sus palabras apasionadas y con los poemas que cuelga por todas partes en las ramas de los árboles, y la ficción acaba por hacerse realidad. Rosalinda ha organizado que la ficción tenga más amplitud que la vida y la vida acaba imitando a la ficción. Las inquietudes barrocas acaban mezclando el sueño y la vida como hacia en sus poemas John Donne.

Titania, la reina de las hadas en “El sueño de una noche de verano” parece en principio la más dominada de todas. Oberón, el rey de los espíritus, juega con ella y acaba haciendo que se doblegue y le entregue al paje que no quería soltar. Oberon administra una bebida azul a una serie de personajes que no amaban a quien les amaba y acaba transformando la dirección de sus amores. En un prurito de trastornarlo todo en un sueño de noche en mitad de un bosque,  los personajes amarán al primero que vean al abrir los ojos y todo se confundirá y reinará la casualidad y el capricho. José María Valverde dice que eso es la negación de toda mitología o de todo sentido profundo de los mitos y los sueños, pero yo no lo veo así. Al contrario, eso puede simbolizar la ligereza, la agilidad de la vida, la imposibilidad de comprenderla y de someterla regularidades o a sensateces. Y si Titania se enamora de un asno porque es lo primero que ve al abrir los ojos, eso puede suponer la libertad absoluta del surrealismo, el unirlo todo con todo, el frenesí profundo de los sueños, el establecer lazos enloquecidos y libérrimos, el que se enlacen las cosas más distantes, la relación profunda que tiene todo con todo, el salirse de todos los esquemas. Y que un hada se enamore de un asno tal vez no es ridiculez y juego sino la sublimidad más profunda, y la pasión más sorprendente. Una vez, hablando con un amigo, yo decía que en los cuentos en los que una persona besa a un sapo y ese sapo se convierte en princesa hay mucho de convencionalismo y rigidez, sería más asombroso besar al sapo como tal sapo, sin esperar que se convierta en princesa, saltarse de verdad los cánones. Y después mi amigo siempre me decía: hay que besar a los sapos. Por lo demás, Oberon cree que ese cruce loco de amores se debe al bebedizo que el ha suministrado a los durmientes, pero cuando  se acaba el hechizo  los personajes principales siguen con esos nuevos amores y eso sirve de desenlace agradable a la obra. Entonces tal vez tampoco se debiera a la voluntad de Oberon el amor de Titania por un asno. Y de ese modo Titania, que parece en esta obra la más sometida y la más manipulada, tal vez sea en el fondo la más rebelde y la más inalcanzable de las heroínas de Shakespeare.

Titania and the Fairies (1793). Henry Fuseli

En cuanto a Viola, en “Noche de epifanía”, que se desarrolla también de noche (casi todas las revelaciones visionarias se desarrollan de noche), esta vez junto al Adriático, también ella administra como una maga sus encantos y las vertientes de su personalidad, y se sale de los papeles unívocos, y sabe saltar entre los estantes que nos adjudica la sociedad con sus reglas. (Pero tal vez la sugerencia vaya más allá, me acuerdo de Serafitus y Serafita de Balzac, la unión de los contrarios, la paradoja en los bosques del Norte). También se disfraza de hombre, al llegar a la tierra después de un naufragio, y como hombre enamora a Olivia. Pero es mujer y como mujer se  enamora del duque Orsino  al que rechaza Olivia. Cuando aparece su hermano gemelo  Sebastián eso da lugar a malentendidos endiablados, pero al final eso sirve para que su parte masculina  representada en su hermano contente a la mujer y que su parte femenina puesta en ella misma fascine al hombre al que ella misma amaba. De nuevo destaca en ella la personalidad y la iniciativa propia, y Shakespeare insinúa que importa más la personalidad que los roles sociales de hombre y mujer: Viola y su hermano Sebastián tienen características muy similares y Olivia amaba esas características en Viola y al final puede casarse con Sebastián  porque eso lo acepta la sociedad. Por eso dice Sebastián a Olivia: “Pero la Naturaleza no ha podido menos de obedecer a su instinto. Queríais enlazaros a una juventud virginal, y no os ha engañado vuestro deseo, pues por mi vida, el hombre que habéis tomado por esposo os aporta un corazón virgen”. Y el duque Orsino ya se sentía atraído por Viola  cuando creía que era un hombre (“cuanto a ese mancebo a quien amáis y al que también yo aprecio”, etc.) , pero solo puede decírselo claramente cuando ella confiesa que es una mujer.

Las mujeres de Shakespeare tienen todas una fuerte personalidad y son fuente de desconciertos y de sorpresas. Shakespeare era un monstruo, una borrachera literaria, una hoguera en la noche, y a través de él salen todos los registros y los prodigios de la vida. Y a menudo, aun sin saberlo del todo, va mucho más allá de los tópicos oficiales de su época, incluso a veces de todas las épocas, y como si estuviera en trance o en sueños suelta infinidad de cosas que muchos no quieren oír o no han oído nunca. Y es comprensible que si las mujeres eran seres relegados en su época, él, por el sentido de compensación que tienen los sueños según Jung, o por la revelación profunda de las obras de arte, nos ponga a las mujeres torrencialmente,  nos asuste con lady Macbeth, nos desafíe con Cresida que puede acostarse con un troyano si se empeña su tío pero no por ello va a hipotecar su vida para siempre,  nos haga morir de nostalgia con Desdémona, nos haga maldecir los conceptualismos y los ser-o-no-ser con Ofelia y nos invite a tirarnos al río, nos empuje a  abrazar lo más inesperado como Titania, se burle de nuestros legalismos y nuestras fórmulas como Porcia, nos haga declararnos de manera incauta  en el bosque como Rosalinda,  nos sorprenda con sus dos caras como Viola.

Portada: Rosalinda. J.E. Millais (1829-1896)

¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

COSTA GÓMEZ, ANTONIO: «Nueve mujeres de Shakespeare». Publicado el 12 de mayo de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.33 – URL: https://revistamito.com/nueve-mujeres-de-shakespeare/

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Antonio Costa Gómez

 

Nacido en Barcelona en 1956, se crió en Galicia desde muy pequeño. Estudió Filología Hispánica e Historia del Arte y hoy es profesor de Literatura en enseñanza media. Ha publicado libros en todos los géneros literarios: ‘Revelación’, ‘Delirio del fuego’, ‘El tamarindo’, ‘Las campanas’, ‘La reina secreta’, ‘La seda y la niebla’, etc. con los que ha sido galardonado con numerosos premios: la Estafeta Literaria en 1976, el del Ministerio de Cultura en 1981 o el de Amantes de Teruel en 1985. Con ‘Las campanas’ llegó a la última votación del Premio Nadal en 1994 y del Premio Planeta en 2001. Colaborador en más de una treintena de diarios y revistas, ha viajado por los cinco continentes.

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