Sabotaje de un texto feminista según el método de Asensi
¿Hasta qué punto podemos desafiar impunes los prejuicios que impregnan nuestra sociedad? El presente artículo busca rastrear las raíces ideológicas del famoso texto en el cual Roberto de las Carreras defiende las razones por las que su esposa se volvió adúltera.
[…] como anarquista, admiro a la rebelada, que, con un valor de impulsiva, hace saltar las cadenas de su sexo y sueña, volviendo femenino el ideal de Nietzsche, con ser una carnívora voluptuosa errando libremente![i]
I
Es sobre su esposa Berta Bandinelli que escribe estas palabras el dandy uruguayo Roberto de las Carreras. Lo hace (lo hizo. un día de agosto de 1902) en el marco de un reportaje tan bizarro como ficticio: Amor libre. Interviews voluptuosos con Roberto de las Carreras.
La razón de tal expresión de orgullo conyugal curiosamente reside en la reciente infracción contra la fidelidad realizada por su esposa. Berta acaba de engañarlo (y con otro Roberto, irónicamente); Roberto (de las Carreras) descubre a ambos en su propia cama y, cediendo a un impulso digno de sus “antepasados de las cavernas”, golpea al rival y abandona a su esposa.
Las etapas se suceden vertiginosamente: distanciamiento físico seguido por un carteo insinuante que confluye en un encuentro reconciliador cuyos apasionados desbordes ocupan el tercer y último reportaje.
Interesa tener presente que el objetivo ostensible de Amor libre es aprovechar la coyuntura personal del autor/seudo-entrevistado para realizar un golpe publicitario a favor del amor libre; es por esto que se entremezclan las narraciones vivenciales (cuya autenticidad es cuestionable) con extensos monólogos de índole teórica y doctrinaria.
Roberto de las Carreras, de origen patricio (su abuelo materno fue Mateo García de Zúñiga, gobernador de Entre Ríos; su padre, Ernesto de las Carreras, político y abogado ubicado en el entramado más candente del poder), se vinculó desde su juventud al anarquismo y desde esta trinchera es que, en forma algo equívoca, defendió el derecho de la mujer a amar, a no ser un objeto de uso masculino[ii]. Autoproclamado apóstol del amor libre con todo el autobombo del que era capaz un escritor modernista, saludó en forma pública el adulterio cometido por su esposa como la primera conversión a su doctrina.
Plaza de la Independencia, Montevideo. 1900
Las mujeres “convencionales” de su época eran (al menos, así se quería verlas), al decir del historiador José Pedro Barrán, débiles, pueriles, dependientes, sumisas y tontas[iii]. El gesto carreriano de honrar la figura de aquella que supo apartarse de la norma es por sí subversivo, y adquiere un carácter paradigmático debido al vínculo entre la heroína y su cantor.
II
Todo texto literario es portador de ideología[iv]. No me refiero únicamente a las obras que, como Cándido (Voltaire, 1759) o diversas novelas de Herman Hesse, son compuestas de forma deliberada para vehiculizar ciertas ideas del autor, sino precisamente a todo (a cualquier) texto literario.
Este fenómeno se descubre en la necesaria incorporación de conceptos como la felicidad, la belleza, el amor, las relaciones sociales, la femineidad (y toda otra construcción social), que en mayor o menor grado se traslucen en cada obra y nos remiten a la ideología autoral.
El investigador español Manuel Asensi Pérez, en un artículo inmensamente nutritivo, analiza los efectos sociales de la función que desempeña la literatura como vehículo de ideología. Asensi Pérez entiende que la literatura, entre otros medios de comunicación, cumple una acción modeladora, esto es, da una forma concreta a la subjetividad del lector mediante la replicación en ésta de ciertas estructuras provenientes de los textos leídos.
Entonces, el texto literario no sólo (re)presenta un cierto modelo, sino que tiende a perpetuar el statu quo ideológico.
Ante esta perspectiva inquietante (la de la literatura como medio adoctrinador) Asensi Pérez introduce el concepto de crítica literaria como sabotaje, y lo define como la puesta en evidencia de aquellos textos que inoculan insensiblemente la ideología (textos téticos), o, alternativamente, la cartografía de las obras que por sí realizan dicha puesta en evidencia (textos atéticos).
La caracterización concreta de un texto en cualquiera de estas categorías puede conformar una tarea como mínimo desafiante; calar la intensión autoral, actividad blasfematoria para gran parte de la Academia, requiere un paciente y delicado trabajo de raspado textual en busca de mecanismos lingüísticos que revelen la arquitectura profunda de la obra.
Amor libre, en tanto obra subversiva que expone el entramado ideológico imperante en la sociedad, es categorizable como atético. Veremos qué resultados brinda un escrutinio más atento basado en el análisis textual de la obra.
III
El 25 de agosto de 1902, aniversario de la declaratoria de la independencia uruguaya, la sociedad oriental recibía con aprensión, en medio de su algarabía patriótica, un libelo perturbador.
Amor Sacro y Amor Profano (1514), Galería Borghese, Roma. Tiziano
Las razones de este carácter ominoso trascienden, por supuesto, la elección estratégica de la fecha patria para desestabilizar, como planeó el autor de Amor libre, a la burguesía en medio de su festejo. El ataque frontal, teórico y empírico, a la institución del matrimonio, se veía reforzado (y probablemente desplazado) por el festín de actos, gestos y palabras de una sexualidad provocativa, casi pornográfica.
Ambas cosas, en principio, es Amor libre. Interviews voluptuosos con Roberto de las Carreras. Libelo propagandístico y relato erótico, también y sobre todo es una reivindicación pública, casi una ordalía.
El autor, Roberto de las Carreras, ficciona una entrevista en tres etapas, donde da su versión sobre la infidelidad sufrida por él mismo. Comienza contando cómo descubrió in fraganti a su esposa Berta Bandinelli, casualmente con otro Roberto, y da fin a la “entrevista” relatando complacido la tercera unión sexual de la jornada de reconciliación conyugal; entre ambos extremos intercala reflexiones sobre la cuestión amorosa en la sociedad, en particular como clave del anarquismo, del cual es concepto vertebral el del amor libre[v].
Tengamos presente que nos hallamos en el inicio del siglo XX. La uruguaya es una sociedad patriarcal misógina, donde la mujer se encuentra bajo la tutela masculina, siempre; esto se ve justificado dentro del discurso contemporáneo (filosófico, médico, religioso, psicológico) por su debilidad, su puerilidad, su histeria eterna. La flaqueza femenina, tanto intelectual como física, la vuelven un ser pasivo, y toda excepción a esta norma necesariamente es, por consiguiente, una depravación de la naturaleza, merecedora de pronta corrección.
Amor libre agrede al paradigma vigente: muestra sin reparos a la mujer con iniciativa, convocando al encuentro sexual, empleando un lenguaje nada recatado, cambiando roles con el hombre. El anarquismo aristocrático de Roberto de las Carreras había ya defendido en varias ocasiones la igualdad entre mujeres y hombres, en el marco de su prédica libertaria, y, autodenominándose “apóstol del amor libre”, desde una moral subversiva declara el acto del adulterio del que fuera objeto como el cumplimiento cabal de la iniciación de su esposa.
De macho engañado a evangelista triunfante: he aquí la misión del texto Amor libre. Queda abierta, por supuesto, la cuestión de la intención autoral. ¿Hemos de dar por buena la versión carreriana, según la cual Roberto no sólo no perdona a Berta por su infidelidad (no tiene por qué hacerlo), sino que encomia su desempeño como primera conversa exitosa al amor libre? O, por el contrario, ¿consideraremos a Amor libre el salvavidas de su dignidad de macho agraviado, manotazo de ahogado en procura de preservar algo de su prestigio de hombre?
IV
Ahondemos en la caracterización sexual de Berta. En ella se produce la atribución dos tipos femeninos convencionales en el Novecientos, de los cuales me interesa demostrar sólo uno de ellos. Por una parte es representada como una mujer sexualmente activa, emprendedora; aún más, llega a identificarse con el ideal de la mujer puramente sexual, cuyo deseo insaciable agota las fuerzas generatrices del hombre que participa en la cópula con ella. Es la mujer-fiera, la vampiresa. Sin embargo, es siempre el hombre (Roberto) quien ostenta el conocimiento maduro de la sexualidad:
“Con un esfuerzo sostenido, hábil, [yo] empujaba una y mil veces hasta el choque de la sensación, a la querida que se abría deliciosamente debajo de mí. [Ella t]ocaba el cenit. Desmayaba. Yo la arrebataba de nuevo. La cabeza flotante, desgajada, ella se abandonaba al enloquecimiento de la ascensión!…[…] ¡Su goce estallaba!
-¡Más! ¡Más! ¡Más!
Yo […] rechazaba, frenético, la desordenada acometida de aquella carne pujante, moviente, victoriosa de la fatiga, ágil, que escapaba, volvía, culebreaba, mordía, en la que yo ahondaba con erótica cólera, en la que hubiera querido penetrar yo, ¡por entero!”
Nótese el contraste entre la actividad organizada y madura de Roberto (“Con un esfuerzo sostenido, hábil”) y el desempeño torpe (inmaduro) de Berta (“la desordenada acometida”). También es él quien avala la iniciativa femenina; en definitiva, quien domina el juego sexual y de quien depende el placer erógeno de ella:
“Al colocarla, ella, con una suprema sed de espasmos, en la mirada:
-Que dure mucho… mucho… mucho…”
“Enloquecida, quiso arrastrar todavía mi mano:
-Hazme morir… hazme morir… queridito!
La envolví con mis miembros, la acurruqué, la inmovilicé.”
“Clavó en mis ojos sus ojos fijos, desmayados, como haciéndome beber su deseo. Su cara se desencajó retratando una vehemente súplica muda…
Febricitante:
-Tú, sobre mí…”
La dependencia es tal que cuando ella desea aún continuar la unión sexual es Roberto quien tiene la potestad de decidir (irrebatiblemente, como se desprende del resto del texto) finalizar el acto; y para esto no necesita valerse de la palabra, basta que su cuerpo se lo ordene al suyo (“la envolví con mis miembros, […] la inmovilicé.”).
Por otra parte, el último parlamento transcrito nos recuerda otro aspecto de la cuestión que tratamos: en las tres ocasiones que Roberto y Berta tienen relaciones sexuales, las realizan en la postura denominada del misionero (el hombre yaciendo sobre la mujer acostada de espaldas), la cual manifiesta tácitamente la superioridad masculina: el hombre en posición activa, la mujer, pasiva; el hombre guiando el ritmo del coito; y, tanto física como simbólicamente, él situado por encima de ella.[vi] Según Barrán, ésta era la única posición considerada aceptable en el mundo burgués finisecular y su exclusividad como modalidad amatoria en una situación de subversión sexual en la que el autor busca deconstruir las convenciones de género debilita la posición contrahegemónica de Roberto de las Carreras.
Sumado a todo esto, recurre en el desarrollo del itinerario sexual del relato un simbolismo dual, coherente, que abre aún más fisuras a las pretensiones de Roberto de las Carreras de constituir a su obra en un alarde de la liberación sexual femenina. Este simbolismo establece las relaciones recíprocas entre ambos esposos como un desarrollo metonímico de su vínculo sexual. Durante el primero encuentro sexual de la noche Roberto evoca una suerte de doctrina amatoria en la que funda su conducta en ese aspecto.
“Enseña Bilitis: El amor no es un pasatiempo, no es ni siquiera un placer. Es un trabajo áspero, una tarea ímproba, un esfuerzo temerario que rinde. ¡Amante, no descanses, no duermas! ¡Que batan furiosamente tus sienes, que la fatiga desarticule tus miembros, que una barra de fuego, lacerante, atraviese, implacablemente tus tobillos! No pienses en gozar. ¡Has gozar! ¡Sacrifícate, y podrás decir que eres un amante!
Yo recordé a Bilitis.”
Al finalizar el último encuentro Roberto vuelve a invocar a Bilitis y da cuenta de su desempeño: “Bilitis, consejera del placer, sublime maestra, ¿he cumplido estrictamente tus ritos?”. A continuación se declara su sacerdote, como ya había hecho previamente respecto de Afrodita (“invoqué a la sensual Afrodita, pidiéndole hiciera descender sobre la médula de su sacerdote” etc. Sobre Berta el escritor declara: “¡Oh Bilitis, es tu santuario! Arde en él la lámpara del Templo…”. Por lo tanto, Roberto es el sacerdote del culto de Bilitis, es el oficiante, el ejecutor de las ceremonias amatorias, y Berta es el receptáculo de las mismas, el lugar físico donde éstas se llevan a cabo, donde se homenajea a la deidad. Roberto es sujeto y Berta, objeto.
La obra brinda varios caminos suplementarios para desestabilizar las pretensiones libertarias del autor, rastreando los diversos ingredientes de la receta burguesa de la mujer ideal, como la puerilidad, la debilidad, la virodependencia. Todos ellos los posee la Berta Bandinelli de Amor libre, y su coincidencia con el tipo de la mujer fatal que también ostenta el mismo personaje ocasiona una disociación que podría disolverse valiéndonos nuevamente del texto:
“-Mira mis brazos. -Y se golpeó uno contra otro sus brazos nerviosos, tendiéndolos-. ¡Tienen músculo! -Crispó una de sus pantorrillas y se destacó briosamente, debajo de la piel, la fibra esculpida. Se explicaba por aquella envoltura, su pujanza para el placer, sus abrazos en los que parece encontrar nuevas fuerzas, su celo poderoso de leona!”
La “envoltura”, musculosa, potente, es la que da la clave de su ardorosa condición sexual, de esa índole animal que la asocia a la vampiresa dominante y viril. La envoltura, que como la piel de lobo de los berserkir[vii] que les confería a esos guerreros escandinavos un carácter invulnerable y bestial, pero sin la cual eran hombres normales y en ocasiones aún más débiles de lo habitual; de igual manera, le brindaba a Berta un carácter que disfrazaba el verdadero, el convencional: aniñado, débil, subordinado al hombre.
Portada: Detalle de Judith (1901), G. Klimt
Para saber más:
- Asensi Pérez, Manuel (2007). «Crítica, sabotaje y subalternidad». Lectora (13): 133-153.
- Barrán, José Pedro (1990). Historia de la sensibilidad en el Uruguay. El disciplinamiento (1860 – 1920). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
- De las Carreras, Roberto (2008). Psalmo a Venus Cavalieri y otras prosas. Montevideo: Arca.
- Domínguez, Carlos María (1997). El bastardo: la vida de Roberto de las Carreras y su madre Clara. Montevideo: Cal y Canto.
[i] Todas las citas textuales en el presente artículo han sido extraídas de: de las Carreras, 2008: 63-116.
[ii] Otra plataforma existencial era su propia condición de bastardo, lo cual no era poca cosa durante el victoriano período finisecular denominado comúnmente Novecientos. Fue hijo de Clara García de Zúñiga y el ya citado Ernesto de las Carreras; su madre, caso aparte en los anales rioplatenses, y él mismo, son estudiados a profundidad por el escritor argentino Carlos María Domínguez (1997).
[iii] Para un estudio profundo de la caracterización femenina durante el Novecientos ver Barrán, 1990: 153-186.
[iv] Por ideología entiendo el conjunto de conceptos culturales en su más amplio sentido: relaciones sociales, política, religión, estética, preferencias culinarias, etcétera.
[v] Doctrina anarquista que postula la práctica (relativamente) libre de la sexualidad en oposición al matrimonio, considerado como institución burguesa de opresión femenina.
[vi] La connotación simbólica de la postura del misionero tiene, entre otros (lejanos) precedentes, el Kama Sutra, donde se dice que la mujer “juega el rol del hombre” cuando se sitúa encima de él; en definitiva el lugar del hombre es arriba, dominante, y consecuentemente, el de la mujer, debajo, dominada.
[vii] Un berserkr (pl. berserkir) era un tipo de guerrero legendario, perteneciente al ámbito germánico, particularmente escandinavo. Se caracterizaba por entrar en la batalla vestido con pieles de lobo o de oso, luchando sin armas (a veces a dentelladas) y llegando su furor guerrero hasta el extremo de agredir a sus propios compañeros. Se ha asociado su condición bestial al consumo de hongos alucinógenos, aunque la versión más antigua responsabiliza el trance a la utilización de pieles mágicas de animales salvajes.