Contra la demolición de las grandes obras maestras y por la defensa de nuestro patrimonio arquitectónico
¿Por qué las obras de arquitectura no reciben todo el cuidado que merecen por parte de las administraciones? El patrimonio es el legado más importante que nos dejaron nuestros antepasados, es nuestro deber conservarlo y cuidarlo para que nuestros descendientes puedan disfrutarlo y aprender de él como hemos hecho nosotros.
En un museo, siempre se mantiene una temperatura exacta de 19ºC tanto en invierno como en verano, la humedad relativa es del 50%, la luz natural se introduce siempre de manera cenital, nunca de forma directa y la iluminación artificial no supera nunca un determinado nivel de intensidad.
Tampoco se permite a la gente acercarse a las obras de arte, utilizar el flash de su cámara, o salirse del recorrido establecido. Todas estas medidas de seguridad son necesarias para conservar los cuadros. Las obras de arte son el legado que nos han dejado los maestros del pasado. Deben ser cuidadas y conservadas para que podamos disfrutarlas y aprender de ellas.
En mi opinión, sería deseable que las obras del patrimonio arquitectónico gozaran de los mismos privilegios que tienen los cuadros en las pinacotecas. Por desgracia, existen numerosos ejemplos que nos demuestran que debido a la especulación, a los intereses políticos y al desconocimiento de las obras maestras por parte del gran público esto no sucede en la mayoría de los casos.
Uno de los ejemplos más dolorosos ocurridos en nuestro país es el del Frontón de Recoletos. Éste edificio fue construido en 1935 en la calle Villanueva (Madrid) y fue una de las obras más importantes del ingeniero Eduardo Torroja y del arquitecto Secundino Zuazo.
Era necesario que el proyecto cubriese una gran superficie rectangular (55x 32,5 metros) para albergar la pista de frontón y el graderío. Obviamente el recinto debía ser diáfano para que ningún pilar obstaculizase la visión que los espectadores tenían del juego.
El diseño de Torroja y Zuazo de la cubierta del edificio además de solucionar los problemas antes mencionados, fue innovador para la época y convirtió al frontón de Recoletos en un edificio singular.
Dicha solución consistía en dos cilindros de distinta sección que se cortaban perpendicularmente. Uno de los cilindros albergaba la pista de juego mientras que el otro, de menor diámetro, albergaba el graderío.
El diseño de la cubierta permitía introducir la luz de manera magistral. Se colocaron dos grandes lucernarios longitudinales situados en la base de ambos cilindros. Su colocación permitía que la luz no entrase directamente evitando el deslumbramiento de los jugadores y espectadores.
Frontón de Recoletos
El edificio se construyó en un tiempo récord gracias a su inteligente diseño. Pocos meses antes del comienzo de la guerra civil, el 29 de febrero de 1936 se disputó el primer partido.
Gradas del Frontón de Recoletos
Pudo haber sido reparado, ya que en 1942 Torroja presentó junto con la Real Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales un estudio sobre las obras necesarias para restaurar el edificio y ponerlo nuevamente en funcionamiento. Sin embargo ninguna administración hizo caso a dicho informe en los siguientes 30 años. Finalmente en 1973 los daños eran ya irreparables y el edificio tuvo que ser demolido. En su lugar se construyó un edificio de viviendas.
Me gustaría decir que este ha sido el único ejemplo, pero por desgracia existen muchos más casos. Otro mucho más conocido debido a su mayor repercusión en los medios, fue la demolición del edificio conocido como “La Pagoda” del arquitecto Miguel Fisac.
La sede de los laboratorios JORBA fue construida en 1965 en las cercanías de Avenida de América (frente a la carretera Nacional II).
La Pagoda de Fisac recibe su nombre gracias a la estructura de una de sus torres. Ésta era el eje principal del proyecto y albergaba los almacenes, la producción y las dependencias administrativas de la compañía. La característica estética más representativa de esta torre es que cada planta giraba 45º respecto a la inferior. Además las transiciones entre las plantas se resolvía utilizando superficies regladas.
Dichas superficies obtienen su forma curva a partir de elementos rectos, lo que permite construir de forma más rápida y económica. Este diseño tan poco corriente, hacía que el edificio se pareciese a una pagoda japonesa y de ahí que fuese conocido con ese nombre.
A pesar de estos ejemplos, no debemos olvidar que siempre queda esperanza y que muchas veces (espero que la mayoría) la movilización ciudadana y la voluntad de las administraciones evitan el desastre. Éste es el caso del Pabellón Alemán.
‘La Pagoda’ de Miguel Fisac
En Junio de 1928 se realizó en España la exposición universal y la República de Weimar encargó al innovador arquitecto Mies Van der Rohe la construcción del pabellón Alemán.
Construido sin más función que la meramente representativa, el pabellón pretendía simbolizar los ideales de progreso y aperturismo del estado alemán tras la Primera Guerra mundial.
El pabellón se encuentra ligeramente elevado respecto del entorno mediante un podio de travertino. El acceso no es directo, sino que se produce de forma tangencial, a través de la escalera de acceso la cual queda oculta a la vista desde el camino principal.
El edificio explora los por aquel entonces novedosos conceptos de planta libre y continuidad espacial. Es considerado un ejemplo de simplicidad y representa a la perfección la famosa frase de Mies: «menos es más».
El Pabellón es famoso por la ausencia de divisiones entre las distintas zonas y la fusión entre los espacios interiores y exteriores.

Pabellón de Alemania en la Exposición de 1928
A pesar de las voces que solicitaron que el edificio se mantuviese tras la exposición, las dificultades económicas que atravesaba el estado alemán provocaron que fuese desmontado.
Sin embargo, con el paso del tiempo esta obra fue ganando reconocimiento hasta que en 1954 y por iniciativa del arquitecto Oriol Bohigas se empezó a gestar la idea de reconstruir el edificio en su emplazamiento original.
Esta iniciativa finalmente se materializó en la década de 1980. Los trabajos empezaron en 1983 a cargo de los arquitectos Ignasi de Solà-Morales, Cristian Cirici, Fernando Ramos y Ana Vila, que reconstruyeron el Pabellón siguiendo fielmente el diseño original y utilizando los mismos materiales. El “nuevo” edificio se inauguró el 2 de junio de 1986.
El Pabellón reconstruido está gestionado por una fundación que permite la visita turística y el alquiler del local para eventos publicitarios. El edificio también ha alojado numerosas instalaciones artísticas, entre las que se figuran las de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, Jeff Wall, Jérôme Schlomoff, Dominique Gonzalez-Foerster & Jens Hoffmann, Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa (SANAA).