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Mito | Revista Cultural
Neurociencias, Salud 2

Nación Prozac: veinte años después

Por Jonathan Cueto Escobedo el 5 febrero, 2015 @JonathanCuetoE

Una semblanza histórica de los tratamientos antidepresivos

 

En 2014 se cumplieron 20 años de la publicación de “Nación Prozac”, la novela autobiográfica de Elizabeth Wurtzel que retrata fielmente los síntomas que sufrió y que sufre cualquier persona con depresión. La novela relata cómo su única salvación parecía ser el antidepresivo Prozac®, una pequeña capsula bicolor verde-amarillo que se convirtió en todo un suceso, no sólo médico, sino también cultural. En los noventas era un remedio casi mágico y milagroso para miles de pacientes con depresión, pero repentinamente se descubrieron aspectos negativos de su uso que causaron grandes polémicas. El cumpleaños número veinte de la publicación de este libro es un excelente pretexto para revisar cómo ha impactado el avance científico a las terapias farmacológicas como el Prozac durante este tiempo.

La depresión es una enfermedad, un trastorno afectivo sería el término más correcto para definirla. Su carácter patológico la separa de emociones como la tristeza o la melancolía, que generalmente son transitorias y menos invalidantes. Para una persona con depresión cualquier acción cotidiana, por pequeña que parezca, representa todo un reto. Esto sucede porque en el paciente deprimido los sistemas químicos cerebrales que regulan la motivación necesaria para lograr cualquier meta están alterados. Por lo tanto, quienes padecen depresión se perciben como personas completamente inútiles lo que les provoca sentimientos de culpa excesiva. Además, padecen una disminución de la actividad física, falta de concentración, una marcada pérdida del interés y la capacidad para experimentar placer (anhedonia) por las cosas que antes lo producían como los postres, salir con los amigos, tener relaciones sexuales, etc. Incluso, en las depresiones más severas que no son tratadas a tiempo, la consecuencia final y mortal es el suicidio. La psicoterapia siempre ha intentado ayudar a los pacientes con depresión a enfrentar y superar sus tormentos, pero por la naturaleza misma de la enfermedad, a veces salir adelante sin ninguna otra ayuda es todo un reto. Hoy en día existen múltiples medicamentos antidepresivos que ayudan a combatir esta enfermedad, pero no siempre fue así.

La melancolía: un antiguo mal

La depresión ha asechado al hombre desde la antigüedad, al principio se creía consecuencia de los designios de los dioses agraviados u otras fuerzas divinas. Después, Hipócrates la concibió como un desequilibrio humoral en su teoría de los 4 humores. Ahí estableció que los estados de ánimo abatidos o melancólicos (de melanos, ‘negro’, y cole, ‘bilis’) se debían precisamente a un exceso de bilis negra en el cuerpo. Aunque fuera de vigencia, esta fue la primera explicación biológica de la depresión que permitió un tratamiento diferente al mágico y religioso y más enfocado al aspecto físico de la persona. Al otro lado del mundo, tras la llegada de los franciscanos a la Nueva España, en 1529 se tradujo en latín una serie de métodos curativos basados en el uso de plantas, animales y algunos minerales. Estos métodos habían sido previamente recopilados en náhuatl por el curandero indígena Martín de la Cruz, se trataba de los conocimientos en herbolaria que la cultura azteca asimiló de los pueblos antecesores sobre los que reinó. La versión en latín fue hecha por Juan Badiano, llamada Libellus de medicinalibus indorum herbis, que en español sería “libro de las hierbas medicinales de los indios” y mejor conocido en la actualidad como Códice Badiano. En este códice se detallan una serie de instrucciones conductuales, alimentos y plantas (incluido el chocolate) que las personas con depresión debían seguir o consumir para recuperarse1. En este mismo libro se describe una planta para el tratamiento de los nervios el Hypericum perforatum o hierba de San Juan, misma de la cual existen hoy en día formas comerciales que encapsulan el extracto de hoja de la planta para ser usada como un antidepresivo casi después de 500 años.

Página del codice BadianoPágina del codice Badiano o Libellus de medicinalibus indorum herbis.

Tuberculosos pero felices: los inhibidores de la monoaminooxidasa

El tiempo y el desarrollo científico continuó, pero hasta la primera mitad del siglo XX, el tratamiento para los pacientes con depresión era escaso y comprendía fármacos de naturaleza química muy diversa, desde el hidrato de cloral, barbitúricos, hasta las anfetaminas. No fue sino hasta 1950 que se descubrieron tratamientos farmacológicos significativamente más efectivos para combatir la depresión.

En 1912, se sintetizó por primera vez la iso-nicotinil hidracina, un compuesto químico que permaneció fuera del escenario de la medicina hasta que en 1951 se observó en un estudio que junto con algunos de sus derivados, como la isoniazida, su uso podía detener el crecimiento de la bacteria M. tuberculosum, confiriéndole actividad antituberculosa. A partir de este compuesto se sintetizó la iproniazida, al que se le agregó un grupo funcional isopropil que le confirió la misma efectividad antituberculosa que su antecesor en animales de laboratorio, pero que era aún más efectivo en humanos. ¿Qué tienen que ver estos medicamentos antituberculosos con la depresión? Bueno, en esa misma década sucedieron cosas bastante interesantes, primero se descubrió que la iproniazida era capaz de inhibir a la enzima monoamino oxidasa (MAO) en el cerebro y que cuando se administraba a animales de laboratorio la iproniazida aumentaba los niveles de serotonina cerebral, aunque aún no estaba claro que utilidad podía tener eso. Por otro lado, eventualmente se descubrió que el tratamiento con iproniazida producía efectos estimulantes, lo que al principio se consideró un efecto secundario indeseado del medicamento. Con el tiempo se hacía más obvio que los pacientes tratados con iproniazida mostraban más vitalidad y aumentaban sus interacciones sociales, algunos incluso bailaban en los pasillos hasta el punto de que la mayoría quería salir del hospital. Lo mismo sucedía con pacientes de artritis reumatoide y cáncer tratados con el mismo fármaco. Este efecto se confirmó con ensayos clínicos. Sin embargo, estos ensayos clínicos también demostraron que la iproniazida era menos segura que su molécula hermana la isoaniazida, por lo que su uso fue mucho menor y por poco fue olvidada, de no ser por algunos estudios acerca de sus efectos sobre el estado de ánimo en pacientes psiquiátricos. Estos estudios continuaron, y en abril de 1957 durante la reunión de la Asociación Americana de Psiquiatría (o APA, por sus siglas en inglés) en Siracusa se expusieron resultados alentadores. El 70% de los pacientes con depresión tratados con iproniazida mejoraban su estado de ánimo, aumentaban su interés en el ambiente y en las personas e inclusive aumentaban de peso. Un año después de la reunión de Siracusa más de 400,000 pacientes con depresión habían sido tratados con iproniazida a pesar de que el medicamento únicamente había sido lanzado al mercado como un agente antituberculoso.

Los hechos arriba mencionados sucedieron en el breve lapso de una década, abriendo una oportunidad de mercado para medicamentos específicamente dirigidos a combatir los estragos de la depresión y que posteriormente serían conocidos como IMAOs o Inhibidores Selectivos de la enzima Monoamino Oxidasa, entre ellos figuran la iproniazida, izocarboxazida y tranilcipromina entre muchos otros. La inhibición de la monoamino oxidasa era el mecanismo de acción por medio del cual finalmente se elevaban los niveles de serotonina cerebral. Antes se creía que únicamente las acciones sobre la serotonina producían la mejora en el estado de ánimo de quienes tomaban estos tratamientos, más adelante veremos que el efecto de los antidepresivos es más complejo. El cuerpo tiene dos tipos de enzima monoamino oxidasa, la A y la B. la Enzima MAO-A actúa preferencialmente sobre la adrenalina, noradrenalina y serotonina y es donde los fármacos antidepresivos actúan para producir los efectos benéficos sobre el estado de ánimo, por lo tanto, el siguiente paso era la búsqueda de inhibidores selectivos de la MAO-A para evitar los efectos secundarios causados por las acciones del medicamento sobre los MAO-B. Esta búsqueda es la que ha llevado al desarrollo de nuevas terapias cada vez mejores.

Los antidepresivos tricíclicos

Regresemos un poco a la parte química. En 1883 se había sintetizado por primera vez una fenotiazina, una estructura base para la síntesis de más compuestos que la industria textil pretendía utilizar como colorantes. Sin embargo, estos compuestos fracasaron como colorantes por lo que se buscó su aplicación en distintas áreas de la farmacología con un éxito más bien mediocre. No fue hasta 1952 que Pierre Deniker y Jean Delay utilizaron exitosamente una fenotiazina, conocida como clorpromazina, en el tratamiento de pacientes psicóticos en Paris. Este hallazgo revivió el interés por esta familia de compuestos. Así, una fenotiazina experimental conocida como G-22355, con una cadena lateral en su estructura igual a la de la clorpromazina, fue ensayada sin éxito en búsqueda de propiedades antipsicóticas por Roland Kuhn, en ese entonces director médico de una clínica psiquiátrica. No obstante la carencia de propiedades antipsicóticas, Kuhn observó que tres pacientes con psicosis depresiva mostraron una marcada mejoría en su estado de ánimo a tan sólo unas cuantas semanas de tratamiento, por lo que entre 1956 y 1957 se iniciaron los estudios del G-22355 en pacientes con depresión, demostrando una gran eficacia. Otra vez, el descubrimiento de un nuevo antidepresivo, el G-22355 ahora conocido como imipramina, tuvo algo de accidental y azaroso. Aunque el primer estudio que demostró la eficacia de la imipramina utilizando un grupo placebo se llevó a cabo en 1957, tuvieron que pasar 6 años y se tuvieron que analizar los datos de 23 estudios y 1500 pacientes para confirmar que la imipramina era más efectiva que el placebo. En los años siguientes el uso de la imipramina se extendió en Europa y después en Estados Unidos, en parte gracias a las investigaciones de Heinz E. Lehmann en Canadá. Por último, la imipramina se popularizaría en el resto del mundo. Ese fue el comienzo de los antidepresivos imipramínicos o antidepresivos tricíclicos. En 1961, la amitriptilina fue aprobada como antidepresivo por la FDA (Food and Drug Administration) y le siguieron la nortriptilina y la desipramina en 1964.

Cuando la depresión y otros trastornos relacionados con el abatimiento emocional empezaron a tratarse con el uso de sustancias químicas, como los fármacos antidepresivos, se desató una gran inconformidad y muchas críticas entre el gremio que se identificaba con las corrientes psicoanalíticas que predominaban en los 50´s. El psicoanálisis consideraba que la depresión era la manifestación sintomatológica de los conflictos internos de los pacientes, los cuales dependían de su personalidad. Por lo tanto, los síntomas que se experimentan durante la depresión tienen una cualidad positiva al servir como señales externas que guían al terapeuta hacia una serie de conflictos internos subconscientes y traumáticos. En contraste, desde la misma perspectiva psicoanalítica el tratamiento farmacológico sería entonces un gran error, pues impediría a los pacientes descubrir y procesar los verdaderos orígenes de sus conflictos internos. Así, el consenso entre la mayoría de los especialistas era que los antidepresivos podrían revertir algunos síntomas del deterioro emocional, pero no podrían modificar el curso de la enfermedad. Sin embargo, con el paso del tiempo el uso de los antidepresivos se extendió y trajo consigo dos cambios de paradigma, el primero fue que estudiando los efectos de estos antidepresivos en animales y en el ser humano se pudo determinar un sustrato biológico de la depresión, y una de las primeras explicaciones biológicas derivadas de esos trabajos fue la teoría monoaminérgica de la depresión, propuesta por William Bunney Jr. and Joseph Schildkraut en 19652. La teoría monoaminérgica establece que en la depresión existe un desbalance en la concentración de neurotransmisores conocidos como catecolaminas (principalmente serotonina y noradrenalina). Así, la depresión dejó de ser una dolencia del alma o cobardía para afrontar la vida, y se volvió una enfermedad con características biológicas. Los deprimidos dejaron de considerarse gente pusilánime o cobarde para ser vistos como enfermos que necesitaban ser tratados. La segunda revolución, fue el interés que despertó este mercado en las compañías farmacéuticas, las cuales eventualmente notarían que vender un ideal de felicidad y bienestar es más lucrativo que simplemente vender un medicamento.

El Prozac® y los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina

Si bien el descubrimiento de sustancias químicas que sirvieran para tratar los síntomas de la depresión produjo un avance científico significativo, podríamos decir sin temor a equivocarnos, que el desarrollo del Prozac® es el parte aguas de ese avance científico que incluso traspasó las barreras de la medicina y se impregnó en la cultura de los noventas. El prozac® es el nombre comercial del clorhidrato de fluoxetina. Tras el descubrimiento de un sustrato biológico de la depresión, y específicamente con las aportaciones que señalaban a la serotonina como uno de los principales neurotransmisores involucrados debido a que en pacientes con depresión se observa una disminución en los niveles de serotonina, mientras que el antidepresivo imipramina inhibe su recaptura, aumentado los niveles de serotonina en la sinapsis. Ante estos hallazgos, por primera vez se conformó un equipo de investigación liderado por el bioquímico David T. Wong con el único fin de diseñar un fármaco que actuara exclusivamente sobre un blanco específico (el transportador que recaptura la serotonina en la sinapsis neuronal), sin producir efectos en otros sitios no esenciales (otros sistemas de neurotransmisión) y evitando así producir algunos efectos indeseados. El 24 de julio de 1972, el equipo de investigación del Dr. Wong descubrió las propiedades de recaptura del clorhidrato de fluoxetina, etiquetado en ese entonces como el compuesto experimental (LY-110140), uno de los 50 compuestos candidatos que se escogieron para las pruebas. Ese mismo equipo publicó la primera investigación acerca de los efectos de la fluoxetina el 15 de agosto de 1974, donde se establecía su potencial utilidad para el estudio de la función serotonérgica y el tratamiento de algunos desórdenes mentales, debido a sus propiedades sobre los sistemas de recaptura3. En la década de 1980, la compañía farmacéutica estadounidense Eli Lilly inició los ensayos clínicos con fluoxetina y para 1983 aparecieron los primeros resultados positivos que se multiplicarían con el tiempo, hasta que quince años después, el 12 de diciembre de 1987, la fluoxetina fue aprobada por la FDA para su venta como antidepresivo bajo el nombre de Prozac®.

Estructura química de la fluoxetinaEstructura química del antidepresivo fluoxetina. El radical p-tri fluoro metil del anillo fenólico del clorhidrato de fluoxetina ha sido confirmado como el elemento clave de su potencia y selectividad para bloquear la recaptura de serotonina.

En 1990, apenas tres años después de ser aprobado en estados unidos, la fluoxetina se convirtió en el antidepresivo más recetado por los psiquiatras en Norteamérica, para 1994 fue uno de los medicamentos más vendidos a nivel mundial convirtiéndose en un fenómeno que traspasó las fronteras de la medicina psiquiátrica infiltrándose en la cultura norteamericana y después en la de varios otros países. El Prozac apareció en las portadas de revistas y primeras planas de periódicos como el Newsweek (“como un tratamiento para la depresión se volvió tan común como un kleenex y tan socialmente aceptado como el agua embotellada”, 1994) y el New York Times (“tomando Prozac, el comienzo de una cultura de las drogas legalizadas”, 1993).

Nación Prozac: ¿la cultura de las drogas legalizadas?

Desde su descubrimiento hasta ahora, la fluoxetina es probablemente el fármaco sobre el cual se han escrito más textos científicos en la historia de la farmacología. En el 2009 ya eran unos 25 000 artículos y esta cifra continua aumentando. Pero la fluoxetina no sólo ha protagonizado los textos científicos especializados en farmacología y psiquiatría, también es la estrella de textos para el público en general, entre los que podemos nombrar “Escuhando al Prozac” (Listening to Prozac) escrito en 1993 por el médico y profesor de psiquiatría de la Universidad de Brown Peter D. Kramer. Otro ejemplo es el de “Poetas tomando Prozac: enfermedad mental, tratamiento y el proceso creativo” (Poets on Prozac: Mental Illness, Treatment, and the Creative Process) editado en 2008 por el psiquiatra y poeta Richard M. Berlin; a estas filas se unen “Más platón y menos Prozac” de Lou Marinoff, que es más bien un libro de filosofía y poco o casi nada habla del Prozac, pero cuyo título deja ver de manera clara la postura del autor ante el uso de fármacos; otros dos libros serían “Pretzel on Prozac: The Story of an Immigrant Dog de Ellen Palestrant” y “Animal Madnes” de Laurel Braitman, en ambos se habla de perros u otros animales con trastornos de conducta que han sido tratados con Prozac, adentrándonos en un campo más o menos reciente conocido como medicina conductual veterinaria o psicofarmacología veterinaria. Y es que es posible que las mascotas hereden los efectos perjudiciales de las aceleradas vidas de sus dueños. La capsula verde-amarilla también ha sido fuente de inspiración de los artistas para componer canciones como “Is it peace or is it Prozac?” de la cantante de folkie Cheryl Weeler y “Country house” del grupo Blur, por mencionar algunos ejemplos.

Por último no podemos dejar de nombrar el libro de Elizabeth Wurtzel “Nación Prozac” publicado hace 20 años, el cual describe de manera detallada todos los retos que implica el sobrevivir sufriendo de una depresión severa. Además, la autora aprovecha para sumergirnos en un pesado viaje que inicia en su juventud temprana, cuando sus problemas emocionales eran incomprendidos y estigmatizados, hasta su vida adulta, cuando en parte gracias a la explosión en ventas del Prozac la depresión pareció dejar de ser una enfermedad para convertirse en un tipo de moda en la que todo mundo tomaba Prozac; una nación Prozac en palabras de la autora. Este fenómeno ya había sido reportado previamente por el Dr. Kramer, quien lo definió bajo el término de farmacología cosmética en su libro publicado un año antes que el de Elizabeth bajo el nombre de “escuchando al prozac”, y el cual ya mencionamos anteriormente. El término del Dr. Kramer se refiere al uso de drogas como el Prozac, no para tratar una condición patológica, sino para modificar el estado psicológico “normal” de un individuo a otro estado, también “normal” pero de mayor confort y más aceptado socialmente. Ante este panorama se desató una gran controversia acerca del uso de la fluoxetina que se dividía entre el oficialmente aprobado por la FDA y los usos en ese entonces no oficiales sugeridos por los creadores del producto. Esta es sin duda un área gris, ya que en el aspecto psiquiátrico un trastorno es considerado como tal cuando interviene en el desempeño normal del individuo deteriorando su calidad de vida, ambos términos “desempeño normal” y “calidad de vida” son altamente subjetivos. En este sentido, la novela “Hard sell: the evolution of a viagra salesman” retrata un poco esta situación y expone, de acuerdo con el autor Jamie Reidy, ciertas prácticas de ética dudosa entre los representantes de ventas farmacéuticas, el lector puede ver la versión cinematográfica de la novela de Reidy “El amor y otras adicciones” (el título original en inglés es: Love and other drugs) estelarizada por el galán de cine Jake Gyllenhaal y la hermosa ganadora del oscar Anne Hathaway. Incluso, la novela de Elizabeth gozó de las consecuencias dela fama del Prozac y su historia se convirtió en un éxito de ventas, que posteriormente fue adaptado para la versión cinematográfica con el mismo nombre y que se estrenó en el 2001.

Elizabeth Wurtzel - Christina Ricci. David ShankboneIzquierda: Elizabeth Wurtzel autora de la novela autobiográfica y éxito en ventas “Nación Prozac”. Derecha: Christina Ricci (David Shankbone) Protagonizó y dio vida al personaje autobiográfico de Elizabeth en la película del mismo nombre.

Las desventajas de ser famoso

Las consecuencias de la popularización de la depresión y del uso de antidepresivos como el Prozac® básicamente pueden englobarse en dos: la primera es que el uso a la ligera de estos medicamentos trasmita a la gente sana la percepción equivocada de que la depresión no es una enfermedad real, ni grave, dejando desprotegidos, y de nuevo estigmatizados a los pacientes que si necesitan este tipo de tratamientos. La segunda es que el uso de un psicofármaco que modifica la función neuroquímica del cerebro por gente que realmente no lo necesita. Por definición, un medicamento es una sustancia que en pequeñas dosis es capaz de modificar las funciones normales del organismo para producir un efecto deseado que bajo condiciones controladas resulta benéfico, pero el uso de medicamentos nunca debe ser tomado a la ligera ya que siempre puede acarrear consecuencias imprevistas si se ocupan de forma errónea.

Se acerca una tormenta

A inicios de los noventa sucedió algo completamente inesperado, los reportes de efectos adversos durante el tratamiento con Prozac® llegaban cada vez en mayor número hasta la FDA. Lo más alarmante era que el efecto más grave parecía estar relacionado con un súbito aumento en la ideación y en la conducta suicida de los pacientes bajo tratamiento, especialmente los niños y los adolescentes. Hagamos un paréntesis y resaltemos que la fluoxetina fue el primer antidepresivo de uso pediátrico, es decir que podía prescribirse a niños que ya hubieran cumplido los 7 años de edad. Un error común es suponer que si la depresión se relaciona con el estrés de una pérdida o de la vida cotidiana, entonces los niños están a salvo, pues no deben preocuparse por mantener un hogar, pagar las deudas, tener contento al jefe (o a la editora del área de ciencias en mi caso), por lo tanto no tendrían por qué padecer depresión. Sin embargo, los niños y jóvenes se enfrentan a estímulos estresantes propios de su edad, como tratar de comprender como funciona un mundo el cual no han habitado tanto tiempo como los adultos, el estrés de buscar la aceptación social de los demás o cumplir con las tareas de la escuela. Además, existen casos más graves como el cuidado parental negligente o el maltrato infantil físico y psicológico hasta llegar al abuso sexual.

Como mencionamos anteriormente el Prozac fue el primer fármaco aprobado para tratar a la población infantil con depresión, sin embargo ahora, parecía ser que este tratamiento hacia más propensos a los pequeños y jóvenes a cometer suicidio. Ante estas alarmantes acusaciones, la FDA realizó audiencias públicas para discutir los graves hechos que causaban preocupación en diferentes sectores de la sociedad. Mientras, la compañía Eli Lilly, fabricante del Prozac®, realizó una serie de estudios clínicos doble-ciego que concluían que el consumo de fluoxetina, principio activo del Prozac® no estaba asociado con ningún incremento en el riesgo de cometer suicidio. Estos resultados influenciaron también el resultado de las audiencias a favor del Prozac, lo que desató mucha polémica, e incluso se habló de un conflicto de intereses que comprometía los resultados. Para muchos era obvio pensar que inevitablemente los resultados favorecerían a la fluoxetina, si al fin y al cabo las pruebas las realizaba la compañía que se dedicaba a venderla. A pesar de la polémica la fluoxetina había salido victoriosa ante este primer ataque.

Los reportes de suicidió continuaron, y en el 2004 la FDA revisó todos los ensayos clínicos realizados hasta esa fecha que involucraban el tratamiento con el polémico antidepresivo. El análisis demostró que de los aproximadamente 4000 niños y adolescentes estudiados, el 4% de los tratados con antidepresivos desarrollaron ideas suicidas o realizaron intentos de suicidio, mientras que sólo el 2% en los que recibieron placebo (un fármaco falso) desarrollaron un efecto similar. Ante estos resultados en 2005 se adoptó el uso de una advertencia en todos los antidepresivos para alertar al público del potencial incremento en el riesgo de suicidio en niños y adolescentes bajo tratamiento, la famosa “caja negra”, la advertencia más seria emitida por la FDA. Finalmente en 2007, la advertencia se extendió hasta adultos jóvenes de 24 años. Esta advertencia no tiene como propósito evitar el consumo de antidepresivos, más bien señalar que estos tratamientos deben llevarse a cabo bajo el monitoreo y cuidado de los familiares o por un especialista de la salud mental, especialmente en las semanas iniciales del tratamiento. De esta manera se reduce el riesgo de que el tratamiento produzca un desenlace fatal.

Los antidepresivos del presente y del futuro

A pesar de los efectos negativos antes descritos, y tomando en cuenta las recomendaciones señaladas, lo cierto es que, los antidepresivos del grupo de ISRS poseen grandes ventajas en la clínica, como una mayor seguridad y menos efectos indeseados con respecto a sus predecesores. Aun así, todavía se presentan situaciones que deben ser resueltas, como por ejemplo, el tiempo de retraso que existe entre el momento en que se inicia el tratamiento y la aparición de los efectos positivos (terapéuticos). Esta demora es de por lo menos dos semanas en la mayoría de los casos, mientras que desafortunadamente, en un 30% de los pacientes tratados nunca se establecen los efectos antidepresivos del tratamiento. Esto ha impulsado a la industria farmacéutica a buscar nuevos principios activos con una mayor eficacia como duloxetina, nefazodona, mirtazapina y reboxetina que conforman una nueva generación de antidepresivos, pero que aun así siguen compartiendo el mecanismo de acción común de todos los antidepresivos, que se basa en la modificación de la función monoaminérgica. El estudio del sustrato neurobiológico de los antidepresivos ha demostrado que las acciones farmacológicas (es decir, el bloqueo de las proteínas trasportadoras encargadas de la recaptura de monoaminas y la subsecuente elevación de estas sustancias en la sinapsis) son inmediatas. Por otro lado, el efecto terapéutico (mejora en el estado de ánimo) demora un mínimo de dos semanas y concuerda con adaptaciones dentro de la neurona consecuencia de la administración crónica de los antidepresivos. Las sustancias involucradas son proteína cinasas, neurotrofinas como el BDNF (Brain derived neurotrophic factor o factor neurotrófico derivado de neurotrofinas), AMP cíclico, proteína CREB y otras. Todas estas sustancias actúan como señales intraneuronales que modifican la expresión genética de las neuronas produciendo cambios funcionales y anatómicos en los circuitos que regulan las emociones. El objetivo de los nuevos tratamientos será por lo tanto acelerar la parte final de este proceso para la mejora en el estado de ánimo se presente más rapido.

Conclusiones

Como hemos podido apreciar, los fármacos antidepresivos, como cualquier otro fármaco, modifican funciones del organismo, en busca de una mejora del estado de salud. Pero este efecto sólo puede ser logrado bajo la correcta administración de los mismos. El avance científico ha demostrado la efectividad de los antidepresivos en el combate contra la depresión, sin embargo también se sabe que en el mejor de los casos siempre será necesario que el paciente también se someta a terapia psicológica que le ayude a afrontar el estrés que desencadenó la depresión. Ambos tratamientos, el psicológico y el farmacológico, llevados a la par y de la manera correcta producirán resultados óptimos sobre la salud.

Imagen de portada: Bandera de Nación Prozac


 Para saber más…

  • Rodríguez-Landa JF, Pulido-Criollo F, Saavedra M. La depresión en la medicina mesoamericana precolombina. Revista de Neurología 2007; 44 (6): 375-380
  • Schildkraut JJ. The catecholamine hypothesis of affective disorders: a review of supporting evidence. Am J Psychiat 1965; 122: 509-22.
  • Wong DT, Horng JS, Bymaster FP, Hauser KL, Molloy. A selective inhibitor of serotonin uptake: Lilly 110140, 3-(ptrifluoromethylphenoxy)-N-Methyl-3-Phenylpropylamine. Life Sci 1974; 15: 471-9.
  • Moncrieff J. The creation of the concept of an antidepressant: an historical analysis. Soc Sci Med. 2008; 66(11): 2346-55. doi: 10.1016/j.socscimed.2008.01.047.
  • López-Muñoz F y Alamo C. Monoaminergic Neurotransmission: The History of the Discovery of Antidepressants from 1950s Until Today. Current Pharmaceutical Design, 2009; 15: 1563-1586.
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Jonathan Cueto Escobedo

Licenciado en Química Farmacéutica Biológica y Maestro en Neuroetología por la Universidad Veracruzana, Candidato a doctor en Psicología en el área de neurociencias por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es profesor en la Universidad de Xalapa y asistente de investigador en el Instituto de Neuroetología de La Universidad Veracruzana.

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2 Comentarios

  • Daniela Mella says: 4 septiembre, 2017 at 18:51

    buen artículo, quisiera tener una opinión experta de lo que sería un versus entre la fluoxetina y la sertralina. Yo fui medicada con oxicodal, imipramina y sertralina hace años, hoy en día solo continúo tomando sertralina. Me gustaría saber cuál es mas recomendable o menos dañina, en mi caso particular tiendo a deprimirme fácil, tengo problemas para controlar mis emociones, siempre me gobiernan y la ira es uno de mis pecados capitales, tengo tricotilomanía pero tambien tengo muchas ganas de sentirme bien y poder ayudar a personas como yo que a veces se atrapan. Se que mi comentario mas que comentario parece una consulta siquiatrica, espero no ofender su profesionalismo pero si me respondiera le estaría muy agradecida.

    Reply
    • Jonathan Cueto Escobedo says: 30 marzo, 2018 at 21:53

      Hola Daniela, casi todos los antidepresivos necesitan 6 semanas para ejercer los cambios necesarios, mientras ese tiempo transcurre lo mas notorio son los efectos secundarios. Ante tu pregunta en concreto estos efectos secundarios varían de persona a persona, para algunos la paroxetina puede funcionar de maravilla mientras que otras personas no lo toleran. Lo mejor es siempre analizar el costo-beneficio con el médico capacitado que conoce el historial de cada paciente. Muchos saludos

      Reply

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    © 2019 MITO | REVISTA CULTURAL. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido protegido por derechos de autor. ISSN 2340-7050. NOVIEMBRE 2019.

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