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Mito | Revista Cultural
Ensayo 0

Mujeres surrealistas

Por Antonio Costa Gómez el 6 febrero, 2016

Las mujeres deberían ser las más surrealistas. Porque ellas en la civilización occidental (y en la oriental mucho más) han estado escondidas y reprimidas. Y el surrealismo es la expresión de lo escondido y lo reprimido. A veces han estallado, otras veces han expresado en su rincón con libertad sus pulsiones y esas expresiones se han encontrado más tarde. En todas las épocas, en todas las culturas, ellas han manifestado el sueño, el cuerpo, la naturaleza.

La española Remedios Varo pintó en México sus obsesiones, sus collages, sus cadáveres exquisitos. Nos regaló sus mujeres búho que fabrican pájaros en sus laboratorios, sus barcos paraguas que avanzan en la jungla loca, sus torres metafísicas que extraños sirvientes limpian de oro en el infinito. La checa Vera Chitilova en “Las margaritas” habló de dos muchachas que estallaban contra el mundo machista y hacían mil locuras entre un desenfreno de imágenes. La persiguieron los estalinistas y estuvo muchos años escondida en su rincón de los sueños reprimidos. Todavía recuerdo cuando a mis 17 años en la Filmoteca de Barcelona asistí jubiloso a aquel festín de imágenes y me puse a gritar contra el coñazo del realismo socialista. Elena Poniatowska noveló hace poco con mucha fuerza la vida de Leonora Carrington escapada de los manicomios de Europa a los calores de Méjico, donde suscitó lecciones de toros a los niños ante la mirada de la dama clavel, reuniones místicas en salas imposibles, enseñanzas de sabios que ofrecen ratas gigantes.

Vera Chitilova, Las margaritas (1966)Vera Chitilova, Las margaritas (1966)

Alejandra Pizarnik, vagando por París o por Buenos Aires, en contubernio con Georges Bataille o con el silencio, buscó la noche para liberar todas sus ansias rotas: “Y cuando es noche, siempre,/ una tribu de palabras mutiladas/ busca asilo en mi garganta/ para que no canten ellos,/ los funestos, los dueños del silencio” (“Los trabajos y las noches”). Su amiga Olga Orozco, compañera en tantos sentires, se deshace en desbordamientos y en inmensidades donde lo escondido persiste: “Aunque se borren todos nuestros rasgos igual que las bujías en el amanecer/ y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca, déjame en el aire la sonrisa./ Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos/ y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós” (“Cantos a Berenice”). La egipcia Joyce Mansour, parisiense de adopción a partir de los años cincuenta, escribe en “Gritos, desgarraduras y rapaces”, con sabores próximos a Lorca (pero también a Jonathan Swift): “No comáis a los niños de los otros,/ pues su carne se pudriría en vuestras bocas repletas./ No comáis las flores del verano/ pues su savia es la sangre de los niños crucificados./ No comáis el pan negro de los pobres/ pues está fecundado con sus lágrimas ácidas”.

Valentine Penrose, viajera por el mundo entero, habitante de un castillo medieval, ocultista, soldado en Argelia, gótica (es famosa su novela “La condesa sangrienta”), lesbiana apasionada, escribió en “Dones de las femeninas”: “Ellos hablan conjeturan/ Nunca hubo nada tan hechizado. Adiós mi bienamada/ Tu mujer de clamores está en el paisaje/ Adiós Rubia”. La peruana Blanca Varela dio vueltas por París, más tarde por Florencia y Washington, y en “Canto villano” escribió sobre van Gogh : “Sé el gusanito transparente, enroscado, insignificante./ Con tus ojillos mortales dale la vuelta a la manzana, mide con tu vientre turbio y caliente su inexpugnable redondez./ Tú, gusano, gusaboca, gusaoído, dueño de la muerte y de la vida./ No puedes entrar./ Dicen”. Eileen Agar fundó el grupo surrealista de Londres, llevó dentro brumas escocesas, buscó objetos extraños en las playas, nos regaló campanas de conchas junto al mar, rostros entrelazados como músicas, sombreros comestibles.

Leonor Fini, 'Colloque minerale,' 1938Leonor Fini, Colloque minerale, 1938

Leonor Fini, maga argentina escondida en París, nos regaló todos los desenfrenos sexuales, todas las perversiones del sueño, amores entre minerales, fantasmas de Edgar Poe, delirios del marqués de Sade. Frida Kahlo fue el surrealismo como resistencia trágica, el furor de México contra la deshumanización, la rebeldía de su vitalidad acosada, y por eso se pintó a sí misma acompañada por monos lúbricos, columnas griegas sustentando su cuerpo atormentado, junglas desenfrenadas acompañando su pasión, como una mejicana que afirma la vida incluso entre los muertos, igual que las máscaras y las viejas que ayudan al cónsul de Malcolm Lowry antes de sucumbir. Maruja Mallo, mi paisana de Lugo que alucinó a Dalí y a Buñuel, que espabiló el cuerpo a Miguel Hernández, nos ofreció una mujer oronda de cuyas manos brotan espigas, marineras medio cubistas que enganchan pescados, damas negras que adelantan los labios como provocando a todos los puritanismos estreñidos.

Kay Sage llevó el surrealismo a los Estados Unidos, se escondió en un pueblo de Nueva Inglaterra que fabrica relojes, mandó que sus cenizas se esparcieran por Bretaña. Pintó soledades frente a mares minerales, construcciones enigmáticas escapadas del sueño, puentes hacia montes remotos, edificios de alambre que encierran personas entre las nubes (“Mañana es nunca”). Dorothea Tanning me emocionó hace tiempo en la Fundación Miró de Barcelona con las impresiones desenfrenadas de “Todo es ilusión, tal vez”, pintó serenatas nocturnas inspiradas en Mozart, vio flores escandalosas que ponen los pelos de punta en los rellanos de las escaleras. Toyen (seudónimo de la checa Marie Cerminova) fue pionera del surrealismo en Praga en los años veinte, publicó dibujos eróticos en revistas, escondió en su cuarto de baño durante cuatro años a un judío perseguido por los nazis. Sus muñecos de commedia dell´arte bailan en el mar, sus mujeres serpentiformes llevan una fiera en las ingles, sus niñas sin cuerpo cazan mariposas en el vacío.

Dorothea Tanning, Eine Kleine Nachtmusik 1943Dorothea Tanning, Eine Kleine Nachtmusik, 1943

Meret Openheim nació en Berlín, le vendió al MOMA de Nueva York su taza de té hecha de piel, nos ofreció sus zapatos como desayuno, se dedicó a la poesía después de los setenta años. En “Sansíbar” reunió sus poemas acompañados con serigrafías: “El mar se encuentra congelado en la playa./ Las estatuas caen inconscientes al suelo./ Mil relámpagos están buscando desesperadamente una salida./ Cuchillos vuelan como pájaros a través del aire”. Lee Miller fue una gloria de la fotografía, liberó los desnudos de mujer, interpretó a una estatua viviente en “La sangre de un poeta” de Jean Cocteau, invirtió las luces y las sombras en las fotografías, nos dio sus ojos misteriosos, los hombres barco, las pirámides de sombra. Francesca Woodman, oriunda de las Montañas Rocosas en Estados Unidos, soñó su propio cuerpo, nos dio cuerpos de mujer mezclados con la naturaleza, con salas en las que se ve el tiempo, con muros carnales o flores solitarias.

Claude Cahun fotografió cráneos casi asexuales de seres extraños, sin pelo, como óvalos blancos ensimismados, como presencias venidas de otro planeta, reclamó su identidad por encima de los sexos. En La Granja sin Nombre se vendaba y dejaba que la llevara de paseo su gato. En “Confesiones no confesadas” escribe: “Di la bienvenida a monstruos jóvenes en mí misma y los alimenté. Pero el maquillaje que había utilizado parecía indeleble. Me froté tan duro para sacarlo que me quité toda la piel. Y mi alma, como un rostro desollado, desnudo, ya no tenía una forma humana”. La directora de cine Germaine Dulac dirigió la película “La concha y el cura” (1928), en la que un cura quiere acostarse con la mujer de un general, intenta tocarle los pechos y se convierten en conchas, se acerca a ella en una ventana y se convierte en una institutriz rígida, nos lleva a un baile y las lámparas también bailan. Y otra directora, Nelly Kaplan, en “La novia del pirata”, habla de una chica misteriosa que llega a un pueblo, todos la critican y la desean hipócritamente, entonces se acuesta con todos, enciende en la iglesia una grabación que prueba sus relaciones con todos los maridos, y pone el pueblo patas arriba. Un crítico pudibundo en los años sesenta escribía: “Agresivo y molesto, este vodevil rural y pornográfico cuesta creer que ha sido realizado por una mujer”.

Germaine Dulac, La Coquille et le clergyman, 1928Germaine Dulac, La Coquille et le clergyman, 1928

Pero ya en la Edad Media, en sus “Lais” de raigambre céltica escritos en Bretaña, María de Francia habla de hombres que se convierten en lobos, de caballeros que se transforman en pájaros que rompen los cristales, de ciervas blancas que son mujeres. Siempre manifestando la pasión y el misterio en contra de la rigidez y el puritanismo, la mutación del sueño en contra de la inmutabilidad de la vigilia. La gran poetisa china Li Qinzhao, de la dinastía Song, escribió poemas descontrolados y locos sobre las ausencias de su marido que estaba muy lejos o estaba muerto, manifestando sus deseos oníricos en imágenes alucinantes. Se acerca al surrealismo en ese poema en que cuenta que ella y su hombre estaban borrachos y libidinosos sobre una barca, como en sueños, de noche, y a su paso miles de ocas y de grullas se levantaban del agua espantadas : “Y agotados de placer/ en plena noche/ cogíamos una barca/ que se enredaba sin querer/ en una maraña de flores de loto/ hasta que se espantaban/ volando/ todas las ocas y grullas de la orilla”. La portuguesa Florbela Espanca también se acerca al surrealismo por su turbulencia sexual, por su apasionamiento visionario, por su expresión sin ataduras del erotismo: “Es un clavel al sol toda mi boca…/ Cuando mis ojos se cierran de deseo…/ Y mis brazos se extienden hacia ti”. O: “Traigo mis dalias rojas en el vientre…/ Son los dedos del sol cuando te abrazo…/ Clavados en tu pecho como lanzas”.

Sulpicia, en la época de Augusto, disfrutó proclamando con total libertad sus placeres con Cerinto. En un poema dice que la indiscreción tiene sus encantos y es aburrido adaptarse siempre al qué dirán. En otro protesta ante su tío Mesala porque la lleva al campo fastidioso el día de su cumpleaños cuando podría estar en la ciudad disfrutando violentamente con Cerinto. Y opone el Deseo a la Realidad secuestradora como mucho más tarde Cernuda: “ Mi cuerpo y mis sentidos se quedarán si me raptas/ puesto que no me permites ser según mi deseo”. La persa Forugh Farrojzad en los años sesenta escandalizó a la buena sociedad de Persia (¿por qué coño llamarla Irán?). En “Nuevo nacimiento” escribía: “Hundiré en el jardín mis manos,/ germinarán, lo sé, lo sé, lo sé/ y las golondrinas pondrán sus huevos/ entre mis dedos sucios de tinta/…/ Sé de un ángel pequeño y triste/ que muere de noche/ por un beso/ y nace al amanecer/ también por un beso”. Marina Podgaevskaya se graduó en San Petersburgo, estudió las técnicas antiguas para aligerar el mundo con ellas, diseñó interiores con audacia, llenó de fantasías palacios o embajadas, mezcló los cuerpos ligeros con flores, atmósferas, mitologías, lo confundió todo como en los sueños, transformó la desnudez en una forma de magia.

Marina Podgaevskaya, Ángel núm. 2Marina Podgaevskaya, Ángel núm. 2

La coreana Kim Hyesoon publicó en 1979 “Poetisa fumado un cigarrillo”, después publicó libros como “El espantapájaros puesto por mi padre”, “Pasta de dientes de la tristeza” y en “Mami debe ser una fuente de plumas” tiene poemas como “Una cocina sublime”: “Ellos vinieron a comer la luna otra vez / Las mujeres comieron la luna y sus vientres crecieron cada mes/ Se exprimen la leche materna de la luna/ Añadiendo el refrescante aroma de menta a la luna asada”. Una vez tomé un café en el bar La Barra de A Coruña con Blanca Andreu, y me fascinó esa mujer que en los años setenta se vino a Madrid a vivir en un Chagall y nos habló del pretérito pluscuamperfecto en que vivía, de las estrellas de sangre bajo la piel, de la prohibición de envejecer, de Mozart convertido en muchos pájaros. Más tarde también habló del aire extraño cuando se va el amor: “Amor mío de nunca, afiebrado y pacífico,/ versos para el pequeño pulpo de la muerte,/ versos para la muerte rara que hace la travesía de los teléfonos”. La portuguesa Paula Rego, nacida en Lisboa en 1935, pinta un cuadro en que no se sabe si una mujer de ojos ladeados está acariciando a su marido o lo está torturando delante de sus hijos malencarados, otro en que un hombre apabullado abre las piernas y una mujer sostiene un cigarrillo que tal vez le clavará en la ingle, otro en que Blancanieves parece pasarlo muy bien con un toro de muchos cuernos.

Las mujeres en muchas culturas han sido lo reprimido y lo olvidado, lo escondido en el inconsciente. Por eso fueron las brujas en la Edad Media, Melusina que se convierte en serpiente por las noches, Eva que enseña a Adán la carne prohibida, las sirenas que desvían al machote Ulises con su música loca del regreso al hogar, Circe que convierte en animales instintivos a los modélicos viajeros, la malvada Fedra que osa sentir tentaciones sexuales prohibidas. Ellas son el demonio y la carne para los curas, y las hadas en Irlanda también malvadas para el cura que las prohíbe en “El país de nuestros anhelos” de William Butler Yeats, y las tentadoras que le dicen a San Antonio que se deje de gilipolleces puritanas y descubra su cuerpo. Y también son las Furias de la antigua Grecia y son Hécate diosa de la noche expulsada por Apolo, y son las diosas blancas vencidas por los dioses masculinos como nos cuenta Robert Graves. Si echas a las Furias por la puerta, vuelven por la ventana, dice Ernesto Sábato. Y son la Carne bajo el dominio de la Política, y son el Surrealismo que se escapa al mando del Realismo cuadriculado.

Portada: Lee Miller


¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

COSTA GÓMEZ, ANTONIO: «Mujeres surrealistas». Publicado el 6 de febrero de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.30 – URL: https://revistamito.com/mujeres-surrealistas/

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Antonio Costa Gómez

 

Nacido en Barcelona en 1956, se crió en Galicia desde muy pequeño. Estudió Filología Hispánica e Historia del Arte y hoy es profesor de Literatura en enseñanza media. Ha publicado libros en todos los géneros literarios: ‘Revelación’, ‘Delirio del fuego’, ‘El tamarindo’, ‘Las campanas’, ‘La reina secreta’, ‘La seda y la niebla’, etc. con los que ha sido galardonado con numerosos premios: la Estafeta Literaria en 1976, el del Ministerio de Cultura en 1981 o el de Amantes de Teruel en 1985. Con ‘Las campanas’ llegó a la última votación del Premio Nadal en 1994 y del Premio Planeta en 2001. Colaborador en más de una treintena de diarios y revistas, ha viajado por los cinco continentes.

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