El pasado 25 de octubre fallecía de un paro cardíaco en su casa de Manhattan a los 89 años. Arthur Coleman Danto (Ann Arbor, Michigan, 1924) fue un filósofo del arte que llegó a contarse entre los críticos de arte más influyentes del posmodernismo. Promovió la obra de artistas vanguardistas como Andy Warhol y teorizó sobre “El fin del arte”.
Walter Benjamin. La redacción del filósofo y crítico literario alemán de tendencia marxista, Walter Benjamin, 1892-1940)[“La obra de arte…”] procura entender determinadas formas artísticas, especialmente el cine, desde el cambio de funciones a que el arte en general está sometido en los tirones de la evolución social”, de acuerdo con una carta dirigida a sus traductores poco antes de fallecer.
En otra carta a Max Horkheimer, escrita con anterioridad en París, el 16 de octubre de 1935, Benjamin manifestaba que pretendía “fijar en una serie de reflexiones provisionales la signatura de la hora fatal del arte”. Con tales reflexiones intentaría “dar a la cuestiones teóricas del arte una figura realmente actual: y dársela además desde dentro, evitando toda referencia no mediada a la política”.
En su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Benjamin explicaba ya en el año 1936, su concepción de arte refiriéndose a las películas de Chaplin. La masa que adopta una actitud conservadora frente a las obras cubistas de Picasso al considerarlas incomprensibles es capaz de responder con una actitud progresista frente a una película de Chaplin porque en el público se unen el gusto por mirar y su condición de conocedor que contribuye a consolidar la importancia social del arte.
Arthur C. Danto. Nacido en EE.UU. en el año 1924, fue Profesor Johnsonian Emérito de Filosofía en la Universidad Norte Americana de Columbia.
Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia (1997) es la recopilación del trabajo publicado en el Diario The Nation entre 1984 y 1990. El fin del arte, es también el título del primer artículo que publicó anunciando la posibilidad de estar cerrando una era en el desarrollo histórico del arte, que significa para Danto, “el fin de los relatos legitimadores”.
Warhol y Duchamp abrieron la posibilidad de presentar creaciones artísticas despojadas de las técnicas tradicionales, que irían dando paso a todas las últimas tendencias artísticas desde el minimal art y el arte conceptual hasta la muerte del autor y el nuevo papel del artista. La historia del modernismo acaba con la pregunta ¿por qué una cosa podía ser una obra de arte y otra no? Es decir, cuando una obra de arte puede consistir en cualquier objeto (o acción, podríamos añadir) legitimado como arte (lo que ve Danto ante las Brillo Box de Andy Warhol).
El profesor Danto, recoge la idea del fin del arte, del discurso de Benjamin donde el filósofo europeo, observa entre guerras, y publica ante la inminencia de la segunda guerra mundial: “La guerra imperialista está determinada en sus rasgos atroces por la discrepancia entre los poderosos medios de producción y su aprovechamiento insuficiente en el proceso productivo (con otras palabras: por el paro laboral y la falta de mercados de consumo). La guerra imperialista es un levantamiento de la técnica, que se cobra en el material humano las exigencias a las que la sociedad ha sustraído su material natural. En lugar de canalizar ríos, dirige la corriente humana al lecho de sus trincheras; en lugar de esparcir grano desde sus aeroplanos, esparce bombas incendiarias sobre las ciudades; y la guerra de gases ha encontrado un medio nuevo para acabar con el aura”.
Durante la década de los sesenta se produjo una transformación en torno al concepto de arte y un rechazo e invalidación de los métodos críticos y los postulados de C. Greemberg o M. Fried. La lectura de Danto del arte durante la modernidad identificó una búsqueda de la pureza, el arte era significativo sólo dentro de unas categorías: pintura, escultura y arquitectura, cada uno con su propio código. El arte se desarrollaba a medida que dicho código se revelaba y convertía a la historia del arte en una cadena de obras conectadas en el tiempo mediante nociones de influencia y continuidad. Así el artista se convertía en el sujeto de este historicismo y el museo en su espacio.
Por el contrario, en la época postmoderna el artista se rebeló contra estos límites que hace de su actividad una mera búsqueda de originalidad y autenticidad práctica agotada que había derivado en una repetición de fórmulas convencionales. Este es el origen de los cambios que afectaron tanto a la forma de hacer arte como a la de presentarlo. Se asistía a una nueva preocupación por el lenguaje, a la desaparición del autor y a la presencia del espectador como vector integrado en la obra. Esta denominada muerte del autor será, junto a la crisis del sujeto modernos unos de los aspectos fundamentales del arte durante la postmodernidad.
Con la muerte del autor, la característica que define mejor la influencia del pensamiento postmoderno en el ámbito de la práctica artística es el cuestionamiento del sujeto moderno. El YO contemporáneo, que hablaba, opinaba, actuaba y hacía política, resultó ser occidental, blanco, heterosexual, masculino y de clase media. Era lo que se entendía como “normal” aunque fuera una minoría, porque este sujeto construido a lo largo de la historia moderna de la humanidad empezó a entrar en crisis a finales de los setenta.
Muchos autores ayudaron a esto, como Michael Foucault, Deleuze y Guattari. Con ellos sujetos diferentes renacen y se hacen fuertes y no se corresponden con el modelo de sujeto “normal” anterior. Es el momento de las mujeres, los homosexuales, la teoría poscolonial, la alteridad, el momento en el que EL OTRO empieza a tener palabra y visibilidad en el espacio público.
La política había vuelto al arte y el arte a la política. La estética de muchas obras estaría por encima de la oposición entre la contemplación de la obra única y la recepción dispersa de la obra reproducible, así como la oposición entre arte politizado y arte autónomo.
Aceptando que durante la modernidad la estética formalista hubiera alejado el arte de la política, este nuevo acoplamiento no estaría exento de problemas. Por ello cabe recuperar la discusión entre T. Adorno y W. Benjamin en el año 1936 en torno a la valoración de la obra de arte técnicamente reproducible. Para Benjamin, las técnicas de reproducción permitieron acercar el arte tradicional a las masas y, a la vez, la producción de nuevas formas de arte de acceso masivo como el cine. Desde su punto de vista, el arte técnicamente reproductible, que destruye al aura de la obra de arte tradicional, puede convertirse en un instrumento de emancipación que permitía establecer una sociedad igualitaria, aunque no deja de señalar el peligro de la utilización de esos mismos medios por parte del fascismo. Adorno destaca el componente fetichista de los medios técnicamente reproductibles porque el atributo fundamental de la obra de arte es su autonomía. En su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Benjamin explica su concepción de arte refiriéndose a las películas de Chaplin. En el cine hay una coincidencia entre la actitud crítica, que permite valorar la obra y la actitud de disfrute por parte del público. Por el contrario, cuando el espectador se enfrenta a una obra de arte moderno su condición de inexperto (de NO conocedor) le conduce a una actitud crítica de rechazo.
Adorno por su parte plantea una revalorización del arte autónomo y su poder crítico frente a la postura de Benjamin. Aprueba el planteamiento de la “pérdida del aura” por parte de la obra de arte. Para él, el núcleo de la obra de arte autónoma no es completamente mítico, sino que es dialéctico. Le objeta a Benjamin que enfoque dialécticamente solo la tecnificación y la alienación social sin tener en cuenta el aspecto dialéctico de la obra de arte. Desde un punto de vista político, la postura de Benjamin significaría reconocerle al proletariado, de manera inmediata, una función revolucionaria cuando a juicio de Adorno la transformación solo podría cumplirse a través de los intelectuales concebidos como sujetos dialecticos que interactúan con la masa.
Danto advierte que el arte se ha liberado de la pintura, de la escultura, de la arquitectura, porque ya no tiene la necesidad de ser esto o aquello, manifestando “el arte no tiene límites, todo vale…” En adelante lo etiquetaría como arte posthistórico abarcando todas las artes visuales, señalando como obra de arte, la exposición al público en el año 1964 de la Caja de Brillo de Andy Warhol.
El fin del arte, no se refiere al final de la producción artística, sino al final del arte con distintos propósitos representativos como por ejemplo religiosos durante la modernidad, -románico, gótico, renacentista, manierismo, barroco, etc-. En adelante según Danto, el arte no miraría el arte del pasado como pretexto para liberarse. Ni siquiera con la sacralización del arte recogido en Museos a iniciativa de Hegel, ni entrando en el debate de los ismos artísticos acompañados de sus respectivos manifiestos. Los impresionistas como Manet, o los postimpresionistas como Gaugin y Van Gogh reemplazaron la pintura representativa iniciada por Vasari. Danto con Greenberg coinciden en apuntar al modernismo como el punto crucial en la historia del arte, el antes y el después del fin del arte.
El arte como reflexión, la necesidad de entender científicamente la verdadera naturaleza del arte. Danto resume esto de la siguiente manera: «Un manifiesto singulariza el arte que él justifica como verdadero y único, como si el movimiento que expresa hubiera hecho un descubrimiento filosófico de qué es esencial en el arte. No obstante, el verdadero descubrimiento filosófico, es que no hay un arte más verdadero que otro y que el arte no debe ser de una sola manera: todo arte es igual e indiferentemente arte».
El ojo entrenado sería fundamental -según Danto- para detectar aquello que es arte, desde el buen gusto, con una amplia experiencia estética. En un periodo en el que todo está permitido, la historia sin lindes y la información llega desordenada, nos valen las palabras de Warhol en el año 1963, «¿Cómo alguien podría decir que algún estilo es mejor que otro? Uno debería ser capaz de ser un expresionista abstracto la próxima semana, o un artista pop, o un realista, sin sentir que ha concedido algo».
Llegamos al Esencialismo, la autoconciencia, recordando nuestra rápida ojeada a la era de la imitación o de la mimesis, cuya crítica estaba basada en la verdad visual: La era de la ideología o de los manifiestos; y (nuestra era) la era posthistórica del arte, cuya crítica ha de ser tan pluralista como lo es el mundo de su arte.
Cuando Marcel Duchamp en el año 1962, presentó su Ready-made contra el arte retiniano, es decir, el arte visual, por el sólo hecho de haber elegido un objeto, Duchamp pretendió atacar de raíz el problema de determinar cuál era la naturaleza del arte y trató de demostrar que tal tarea era poco más que una utopía. Tan sólo dos años después, Warhol exhibió la Caja Brillo comunicando imperativamente “yo soy arte” y la filosofía se puso a disposición del arte. Para Danto, “la filosofía del arte ya no podía «preceder» al arte ni mucho menos predecir las rutas que habría de seguir; ella tiene que partir ahora de la experiencia sensible: de lo que el arte le presenta como arte”.
Bibliografía
– Arthur Danto. Después del fin del arte. El arte contemporáneo y el linde de la historia, Barcelona, Paidós, 1999.
– Walter Benjamin “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Obras Completas, libro I, Vol. 2, pp. 12 y ss.
– Yayo Aznar Almazán y Joaquín Martínez Pino. Últimas Tendencias del Arte. Ed. Universitaria Ramón Arces. Madrid 2010.