Sobre el sentimiento, las estratificaciones; sobre la memoria, las acumulaciones; sobre el dolor y el resentimiento el espesor del material precioso. El poeta Jorge Quintanar encuentra en sus temáticas una correspondencia entre la pulsión interna y los elementos de la naturaleza exterior en donde se dan cabida el deslumbramiento y la meditación silenciosa.
Empecemos con esto, “todo es nuevo”: el viento en el rostro, la locura de los abismos, la altitud de la montaña; exploraremos, ascenderemos esas cumbres con ojos recién creados: Chimborazo, Cotopaxi… Caminamos en la ascensión, también en el deslumbramiento. Los poemas de Jorge Quintanar en Mineral del Sur (2011, Floricanto), parten del asombro, del que perdimos alguna vez en la domesticación de la rutina, el que recobramos de vez en cuando en la lectura y en la exploración. Las imágenes quieren tocar el viento, sentir como filos de aguja el hielo. Empezará como una poética al aire libre para continuar hacia el dinamismo de las propias intuiciones del poeta. Y al hablar de lo dinámico que hay en todo siempre notaremos en sus poemas esa dialéctica entre lo raudo y lo inmóvil cuya tensión forma nuestro encuentro con la otredad.
La naturaleza entabla un diálogo entre el vértigo de los elementos y la petrificación en el sustrato geológico que forma la costumbre y la memoria, la recurrencia de nuestras obsesiones, la perpetuación de nuestras costumbres, el peregrinaje de nuestra tradición íntima y personal. Por las noches nos quedamos con el diálogo de la corriente oscura: la conversación de ruinas, el recorrido de las arenas, las acumulaciones de los sustratos que forman el mineral, la gota constante que horada la roca, las lentas sedimentaciones, las erosiones lentas, el discurso del viento. Y, nuevamente, también el movimiento:
«Vagas siluetas danzan ante mis ojos
giran/ giran/giran
caen al suelo»
Fijeza y movimiento: el mundo es aquello que se debate entre lo que dice Heráclito y lo que dice Parménides, entre la flecha que se mueve, y la flecha que partió, hizo su viaje y dio en el blanco y ahí quedó en el bucle de sus incesantes, es decir inmóvil: el movimiento de la flecha reincide, su viaje perpetuó también la fijeza, justo entre lo vivo y muerto. Entre la presencia y el fósil se extrae la savia de lo que somos, la sustancia, que viene el sub-stare, lo que está debajo. Fijeza es ilusión de movimiento, movimiento es perpetuación de la fijeza. Parafraseando a Cortázar: Cruzar un puente es ser uno mismo el puente que se tiende frente a nosotros mientras intentamos atravesarlo. Un puente es un hombre queriendo ser un puente.
La raíz griega frónesis indica la inteligencia de las cosas que se mueven, es tarea de cualquier hombre el intento de aprehenderlo, o por lo menos, de nombrarlo:
«Las aves marinas rasan las olas
desde ritmos internos
muy antiguos»
La tipografía en Mineral del sur aparta las frases, las deja respirar en solitario, le indica al lector que esa cesura es un paréntesis de la quietud que enmarca las palabras, nos recuerda que toda lectura debe nacer de la soledad. La palabra invocará el silencio, o mejor dicho, lo remarcará; se aparta del tráfago, de los ruidos del exterior que ya nada importan. Un poema también puede ser invocación nocturna, susurro de grillos, rumor de estrellas, acomodo de insomnes, súbito despertar del que sueña. Esa poesía indicará la tensión de cruzar la frontera nocturna cuando todos se retiran y es posible estar a solas con nuestros pensamientos, de ahí su constante invocación a la oscuridad de la noche Silueta nocturna, Sonrisa en la sombra, Cazador nocturno, Atrapar la niebla, Filos nocturnos, Desierto en sombras… son algunos de los títulos de los poemas, construidos con elementos que se decantan con lentitud y en silencio:
«la noche naufragó en tus senos
ante el arder de tu piel»
O bien:
«Rehago tu rostro
desde horizontes nocturnos
la niebla cubrió tu pensamiento»
Se advierte la necesidad de estar a solas. El tópico nos dice: “a solas con su pensamiento”. Ahí donde implosiona el dolor y palpita la memoria, ese infierno de la conciencia dentro de lo vivo. Y la memoria también es petrificación y sedimentación, acumulación de cierto espesor que nos agobia. Es cierto como se dice que “estilo es limitación” y ese estilo permite cierta concreción en sus códigos. La formación de Jorge Quintanar como ingeniero químico tal vez le hace ser constante en ciertos materiales para redondear sus temáticas, en ciertos casos será la siderita, la obsidiana, el hierro, el bronce… los maneja como un orfebre que experimenta con aleaciones, correspondencias en la sinestesia de sus intuiciones. Toda asociación, voluntaria o no, forzada o no, es un intento de aleación y fundición, pero también de forja:
«Las noches vagan por inalcanzables sueños
cataratas de fuego
forjaron
los rostros de los enamorados
allá en la tormenta
destellos
iluminan siluetas
contornos de silencios»
“Nada nos pertenece”, lo dice de manera pesimista el poeta, por eso habrá ocasión de nombrar lo frágil y lo efímero, el polvo de lo que somos y el polvo en donde persistimos. Somos una ilusión que se repite con cada ser humano; luego, el desencuentro, la memoria que se pierde, la ausencia. Cada presencia termina por convertirse en una lengua muerta, ojos vacíos, carencia de significaciones, dolor que cierra los ojos. La palabra enmarcada en el silencio volverá a él para disolverse en la niebla; oculta, volverá a los elementos que alguna vez con ilusión quiso nombrar. Pensamos entonces en la poesía como la edificación que acompaña nuestras meditaciones. Canta la ausencia:
«Las noches son dunas
te imagino real
sin mis labios
en tu espalda.
Podría inventar el Universo en tus senos»
Sabemos que no existe el reposo y que todo depende de la perspectiva del observador. Desde la quietud todo se mueve, alguien se queda atrás mientras todos se alejan; el tiempo erosiona, destroza, lo sepulta todo. El tiempo, como afirma San Agustín, es una distensión de algo. Me atrevería a pensar que esto es lo que llamamos alma —nos dice—. Si el tiempo es movimiento también es necesidad de perpetuación, su producto es la roca, el mineral en el sedimento, la transmutación en diamante. Los geólogos del futuro son niños que coleccionan piedras, por sus propiedades, por su rareza: la mica, la obsidiana que es vidrio volcánico, la magnetita que casi está viva, la espuma petrificada de la piedra pómez; pero el poeta, niño que quiere tener mil años, extrae el sueño de sus elementos, la comprensión de su pretendida fijeza. Es lugar común decir estas ruinas que ves, las señalamos para recalcar el hecho incontrovertible de que ahí hubo algo. Somos, en la palpitación, en la pulsión, el despojo de algo, aquello que queda. Podremos decir entonces estos versos que lees ahora, como este:
«la memoria se despeña
vibra sin resonancia
cual metal sin brillo
o plástica olvidada
la luz del solitario
quebranta la humedad
sierpe de fuego derrotada
por el llanto
por el amor»
Cuando el mundo se encrespa el mineral es lo que queda de él como su espuma pétrea, cuando el día termina, nuestra soledad y lo que contiene en nuestras meditaciones son el rescoldo de esa vida vivida y por vivir. Al amanecer, volvemos a mirar el mundo una vez más, por enésima vez volverá a ser nuevo y como recién creado, sin olvidar el olvido que se queda en el mineral como testigo, volveremos a hacer este mundo nuestro una vez más con una mirada de estos versos.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «’Mineral del sur’, de Jorge Quintanar». Publicado el 22 de septiembre de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.37 – URL: |
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