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En la obra Hechos consumados de Juan Radrigán se “pone en evidencia, junto a la institucionalidad socio-política y a sus aparatos represivos, la cualidad humana diferencial que existe entre marginados y sectores dominantes, proyectándose a campos psicológicos, metafísicos y teológicos además de los sociales”
La marginalidad es un tema que se ha desarrollado en distintas representaciones artísticas, por lo que no es de extrañar que la dramaturgia, haya utilizado este tópico como medio de denuncia contra los problemas sociales que se han gestado desde hace décadas. En lo que respecta en particular a la marginalidad, esta se origina en el aspecto económico que separa a los que tienen más, de los más desprovistos de oportunidades, es decir, hace referencia a la “carencia de los beneficios sociales y de los bienes materiales de que dispone la sociedad moderna (techo, abrigo, salud, alimento) y que constituyen las reivindicaciones básicas de las luchas sociales de los años veinte en adelante” (Hurtado y Piña, 1984, p. 6).
De este modo, la marginalidad, en sus diversas expresiones, se convierte en el tema central de muchos dramaturgos y autores chilenos, sobre todo durante el siglo XX; tal es el caso de Juan Radrigán con su obra Hechos consumados[1] (1981). En esta, se “pone en evidencia, junto a la institucionalidad socio-política y a sus aparatos represivos, la cualidad humana diferencial que existe entre marginados y sectores dominantes, proyectándose a campos psicológicos, metafísicos y teológicos además de los sociales” (Hurtado y Piña, 1984, p. 8-9).
La tradición dramática de Juan Radrigán se adscribe en un teatro chileno que reflexiona sobre los desposeídos[2], esto porque, sin duda, es de los primeros escritores en convertir a los marginados sociales en los protagonistas dentro del espacio dramatúrgico de sus obras. Esto resulta rupturista pues la marginalidad en sus escritos, se presenta como “consecuencia del sistema económico instaurado abruptamente por la dictadura de Pinochet, el cual genera una masa de personas que ya no tienen utilidad en el mundo globalizado” (Araujo, 2013, p.65).
Esta propuesta dramática se consagra en Hechos consumados, donde se presenta la marginalidad en su máximo esplendor. En ella, los personajes de Marta y Emilio transmiten, mediante sus diálogos y vivencias, una situación de desamparo de la cual el lector no puede sentirse ajeno. “Emilio ha salvado a Marta de morir ahogada en el río, aunque la mujer, en primera instancia no recuerda nada de lo sucedido. Emilio le da a entender a Marta que ella terminó en el río tras haber intentado matarse. Posteriormente, ella le explica que no fueron así los hechos, que iba caminando y vio a unos tipos sospechosos, quienes deciden matarla lanzándola al río. Los personajes se conocen y tratan de amenizar su estadía en ese sitio” (Araujo, 2013, p. 73).
El lugar donde ocurre la acción denota en sí mismo un mundo en que los protagonistas son apartados por su condición[3], presenta, de esta manera, una marginalidad que acompaña el acontecer dramático en un espacio de miseria y desolación, que sirve también para generar una división entre las clases sociales[4]. En la obra de Radrigán, además, los personajes están condenados a esperar después de vagar sin rumbo por otros lugares[5]: “No, yo no tengo na casa: le dije-. De que el Mario me dejó que ando sola por todas partes” (Radrigán, 1981, p. 17). En este diálogo no solo presenta el conflicto dramático, que se devela en la condición de vagabundos que viven los personajes, sino que también se refleja una característica inimaginable de la conducta humana: la dignidad incondicional.
Esta característica de la dignidad se vislumbra en los diálogos de Emilio: “Pero si está re clara la cuestión: en alguna parte se abrió una puerta y entró de golpe todo lo malo que hay. Del hambre, de la soledá y de las patás, ya no te salva ni Cristo; pero la dignidá te puede salvar de convertirte en animal, Y cueste lo que cueste, eso es lo único importante” (Radrigán, 1981, p. 14), y también en los de Marta, donde se muestra a una mujer todavía esperanzada de la vida, a pesar de las dificultadas que está obligada a padecer: “Porque quiero a la vida po. En veces se me aprieta el corazón por todo lo que pasa pero no creo que el amor se haya muerto; lo que pasa es que el amor bueno es como las plantas buenas, no sale solo, hay que plantarlo pa que brote” (Radrigán, 1981, p. 15).
En los diálogos es posible apreciar otra particularidad de la obra de Radrigán: los diálogos hablan de una realidad social y cultural de la que los protagonistas no pueden escapar; es esta la situación de los personajes en el contexto de Hechos consumados: su realidad es su condición de marginalidad que se refuerza en sus conversaciones. Radrigán utiliza escasas groserías en los parlamentos de sus protagonistas, podría pensarse que ante su condición de marginalidad su lenguaje es vulgar, sin embargo, los dignifica mediante el diálogo[6], demostrando que “su situación es una consecuencia de la devastación de la sociedad en el periodo dictatorial” (Araujo, 2013, p. 129).
En este sentido, “el diálogo (…) es para él el vehículo enriquecedor de la acción dramática” (Sandoval, 2002, p. 6), lo que produce que sus personajes se revelen desde adentro, desde la raíz misma de sus conflictos como seres humanos[7]. Es esta última idea la que permite establecer que “el acento marcatorio de sus estructuras discursivas está dado por la comunicación de creencias concentradas en una semántica que tiene como base la conciencia del fracaso y el abandono, hecho que predetermina la condición desgarradora y victimizada de los locutores” (Rueda, 2008, p.1).
El devenir dramático comienza a cambiar en el momento que aparece en escena Miguel, cuidador de aquella propiedad privada en la que se encuentran los protagonistas y que ha venido para expulsarlos del lugar[8]. Emilio no quiere retirarse, está cansado de tener que moverse siempre un poco más allá y tener que tranzar por algo que realmente no quiere. La atmósfera se vuelve tensa y violenta. Marta trata de calmar la situación y ser conciliadora: “¡No, pos, no! ¡Déjelos aquí nomás, si él futre no se va a dar cuenta de ná, son dos pasos!” (Radrigán, 1981, p. 35); pero no lo logra, ya que Miguel teme perder su empleo si él los deja quedarse, pues también es un subordinado que solo recibe órdenes y está siendo vigilado[9]: “Yo no sé como, oiga, pero el patrón sabe todo lo que pasa” (Radrigán, 1981, p. 32).
Esta acción acrecienta todavía más la marginalidad y la negatividad que presenta el recinto en el cual se encuentran; de hecho, por más que María intenta hacer entrar en razón a Emilio, este no cambia de parecer y se queda sentado en el lugar produciendo que Miguel lo golpee hasta matarlo: “¿Te vai a ir o no, infeliz?… ¿Te vai a ir o no?… (Lo apalea hasta matarlo) (Radrigán, 1981, p. 36); la negativa de Emilio de pararse se justifica en que está cansado de su condición de marginalidad, ya no aguanta las injusticias que la vida a propiciado en él y muestra la voluntad de decidir sobre su propia existencia[10], aunque esto ocasione su muerte, dando testimonio de que su dignidad es aún mayor[11].
De esta manera, la marginalidad que preocupa a Radrigán proviene de instancias como la cesantía, la prostitución, la orfandad, la ignorancia, la pobreza, entre otras, y desde ahí “ha seguido más allá de los límites reconocibles hasta adentrarse en el alma misma de estos seres ignorados. Es una marginalidad seca y alienante, donde la soledad y el abandono se transforman en un ambiente de lastimosas circunstancias; todos ellos, diríase, son sus atormentados personajes, los que carecen de una caricia, de un pan o de un poco de calor”[12] (Sandoval, 2002, p. 8). Estos son los personajes que a Radrigán lo conmueven porque nadie les dedica tiempo ni atención, nadie se preocupa de sus sufrimientos y deben soportar su soledad y abandono sin otros, vagando por distintos parajes sin encontrar oportunidades ni igualdad.
En síntesis, es posible vislumbrar similitudes en la obra de Radrigán un sustento ideológico, plasmado en forma de denuncia, que aspira ser el medio de reivindicación social que produzca el cambio o que por lo menos genere una conciencia crítica, en torno a la situación de marginalidad que padece a diario un número no menor de personas, a raíz de una serie de consecuencias negativas que han devenido de los procesos modernizantes, que se han apropiado del continente Latinoamericano y que han hecho perder, de manera sostenida en el tiempo, prácticas que por lo menos aseguren la igualdad de oportunidades y no dejen en el desamparo a las personas solo en pos del privilegio de unos pocos.
Para saber más:
- Albornoz, Adolfo. (2005). “Juan Radrigán, veinticinco años de teatro, 1979 – 2004”. Acta Literaria, Nº 31, pp. 99-113, Concepción. Recuperado el 23 de septiembre de 2016.
- Araujo, Bruna. (2013). Las relaciones convergentes y divergentes entre las seis metodologías del teatro del oprimido y seis obras de la dramaturgia Radriganiana provenientes del periodo dictatorial. Trabajo de grado, Magíster en Artes mención Teatro, Pontificia Universidad Católica de Chile. Recuperado el 23 de septiembre de 2016.
- Hurtado, María y Piña Juan. (1984). “Los niveles de la marginalidad en Radrigán”. En: Introducción a teatro de Juan Radrigán (11 obras). Ceneca, Santiago. Recuperado el 23 de septiembre de 2016.
- Radrigán, Juan. (1981). Hechos consumados. CELCIT. Dramática Latinoamericana 317. [En línea]
- Rueda, Jorge. (2008). “Hechos consumados y El toro por las astas, de Juan Radrigán: Un conflicto entre tipos de creencias”. Revista de estudios literarios: Espéculo, N°40, Universidad Complutense de Madrid. Recuperado el 23 de septiembre de 2016.
- Sandoval, Enrique. (2002). “El tema de la marginalidad en dos dramaturgos contemporáneos: Athol Fugard y Juan Radrigán”. Revista Latinoamericana Polis, Vol° 1, N° 3. Recuperado el 23 de septiembre de 2016.
[1] “El Círculo de Críticos de Arte en 1981, escogió la obra Hechos consumados como mejor obra, la que fue puesta en escena por la Compañía de Teatro Popular El Telón, estrenándola en 26 de septiembre, siendo esta un punto referencial en la carrera de Radrigán” (Araujo, 2013, p. 62).
[2] Reflexión que, como se ha mencionado anteriormente, también es posible vislumbrar en Los invasores.
[3] “Su visión temática nos lleva al mundo de los que subsisten en las condiciones económicas y sociales más deplorables, los olvidados. (…) pocos escuchan sus voces, Juan Radrigán es uno de ellos. Lo hace con respeto y dignidad. Sus personajes son auténticos en su existencia miserable y sin posibilidades. Radrigán se compromete con un teatro que no hace concesiones, con un teatro esencial y agresivo, como él mismo lo reconoce”. (Sandoval, 2002, p.6)
[4] La marginación de los tipos humanos que nos representa Radrigán queda determinado, en cierta medida, por el espacio en que estos se desenvuelven. Es un espacio en donde reina la desolación y precariedad material, desnudada en su máxima expresión.
[5] Este suceso es complejo en el sentido que conlleva, en sí mismo, una reflexión sobre cómo se ha llegado al estado de marginalidad y cómo los personajes se han visto obligados a permanecer allí, sin quererlo.
[6] “En este intento sus personajes emergen como portadores de una significativa densidad histórica y cultural, propia del mundo popular y del registro oral, recuperada en su autonomía, validez y dignidad” (Albornoz, 2005, p. 104).
[7] Su experiencia y el conocimiento cercano de estos seres le han dado la convicción de la necesidad de reconocer en ellos una valoración humana para que se tenga en cuenta la visión intrínseca sobre sí mismo y el entorno que recrudece la frustración de sus anhelos y esperanzas.
[8] El individualismo se hace presente con la aparición en escena de Miguel, es evidente con su entrada que existen intereses particulares que están por sobre la solidaridad con los más desfavorecidos de la sociedad.
[9] “Se presenta de manera física la violencia ejercida por Miguel sobre los demás personajes de la obra, utilizándola para hacerse respetar y mantener su trabajo. El saber que todo lo que hace lo saben sus superiores, lo convierte así, en víctima más de la violencia sicológica” (Araujo, 2013, p. 93-94)
[10] Es el propio Ernesto quien decide morir en manos de un tercero, antes que verse sometido ante la voluntad de otros. Esto demuestra el compromiso que los personajes de Radrigán adquieren con su propia dignidad, a pesar de la condición en la que viven.
[11] Esto ocurre “como consecuencia de los problemas existenciales debido a la imposibilidad de calzar en algún sitio y de no ver en sus vidas sentido alguno, dado que han sido sometidos a su marginación de la sociedad” (Araujo, 2013. p. 93).
[12] “La intensidad de esta experiencia existencial contribuye finalmente a superar la estrecha caracterización socioeconómica de los personajes de la ficción para abrir la interpretación de la misma hacia una reflexión sobre la condición humana en general” (Albornoz, 2005, p. 104).
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? https://revistamito.com/marginalidad-la-obra-hechos-consumados-juan-radrigan/ : «Marginalidad en la obra ‘Hechos consumados’ de Juan Radrigán». Publicado el 26 de septiembre de 2016. Mito | Revista Cultural, nº 37 – URL: |
1 Comentario
Gracias por este aporte, colega!