Recordar y reconstruir el espacio
La memoria, el olvido y el espacio mantienen una estrecha relación. El espacio desata la memoria, pero también de la memoria y el olvido depende la forma en que aprehendemos el espacio. Las siguientes líneas son una reflexión sobre estas tres categorías de manera conjunta.
Nuestra realidad está hecha de retazos de recuerdos, que juntamos a manera de un rompecabezas pero en sentido inverso, ya que en el rompecabezas comenzamos con una imagen en mente de la totalidad; y en la realidad, partimos de trozos dispersos con los que hay que formar un todo. El olvido se encarga de perfilar las formas, de hacerlas en sus bordes, más coherentes; tiene la tarea de limar las asperezas, de hacer que los bordes afilados que puedan herir nuestra noción de totalidad, sean romos.
Así, todo lo que consideramos totalidad está construido de lo que recordamos y olvidamos. Todo pensamiento que nos viene a la mente sólo es redondo o completo si, lo que recordamos es aislado por la acción del olvido; éste y la memoria se complementan. Una reflexión sobre la memoria deber ir siempre acompañada de una reflexión sobre el olvido. Dos categorías tan importante para el ser humano como el espacio y el tiempo. Incluso las cuatro están ligadas.
Como en todos los aspectos de la vida humana, la memoria y el olvido están presentes en la aprehensión espacial, y no es exagerado decir que juegan un papel medular, pero a su vez el espacio mantiene una relación muy particular con la memoria, puesto que si recordamos es gracias a él; no se puede rememorar a partir del tiempo porque es efímero, pero por medio del espacio si, pues es más estático y por ello mantenemos una relación más íntima con él; un instante puede ser memorable debido al lugar en el que ocurrió. Nuestra relación con el espacio se da en nuestra experiencia más inmediata, experiencia visual, táctil, olfativa, auditiva, no así con el tiempo.
Por ello no es gratuito que Marc Augé, en Un etnólogo en el metro, utilice este medio de transporte, sus estaciones, sus rutas, para trazar itinerarios individuales, sociales y de la memoria. Ya que las estaciones y rutas de este transporte, espacio dentro de otro espacio más amplio (la ciudad), lo conducen a rememorar, a encontrarse con sus itinerarios actuales y de la infancia, su ciudad, consigo mismo, para hacerse las preguntas que como antropólogo, en otro tiempo hizo a alguien más en alguna parte del África.
Plaza Oval (Jerash), por Dennis Jarvis
La memoria echa mano de los objetos, –“el objeto detiene el tiempo”[1] dice Duvignaud– y también del espacio, como referencias. Augé presta especial atención al espacio, ya que desata la acción de la memoria. Los espacios de nuestra experiencia cotidiana –la casa, las calles, etc. – han sido dotados de un carácter nemotécnico. Por ejemplo, con respecto a la casa, nosotros acomodamos los objetos que la pueblan de acuerdo a nuestro gusto; pero también, con la intención de acordarnos donde está cada cosa; procuramos que cada objeto ocupe un lugar específico y no cambiarlo de sitio constantemente. Hay un espacio para cada cosa. De tal modo que sabemos a dónde dirigirnos si necesitamos un lápiz, o una taza, etc. Incluso las personas consideradas “desordenadas” hacen esto. El desorden es también un orden, una forma de apropiarse del espacio.
Lo anterior no es siempre advertido por las personas. Solamente cuando llega a vivir alguien con nosotros, y esa persona organiza los objetos a su manera, empezamos a notar que las cosas ocupaban un sitio particular. Resulta bastante conflictivo para una persona que alguien más de por terminado su “orden” o “desorden”. Es problemático cuando, precisamente, intentamos encontrar algún objeto y nos damos cuenta de que ha sido colocado en otro lugar, y no en el acostumbrado.
Las calles y avenidas, por otra parte, tienen nombres generalmente representativos: de héroes nacionales o locales, personas ilustres o instituciones significativas. En algunas además se pueden ver monumentos o estatuas erigidas a tales personajes. Así, las personas recuerdan la calle Miguel Hidalgo un tanto gracias a la importancia del personaje, que es regularmente estudiado durante la educación básica y también a otras características de la calle, sus casas, sus comercios, estatuas, monumentos, y más importante aún, la recuerdan en relación a acontecimientos, vivencias, hechos significativos.
¿Qué sucede entonces cuando alguien nos pide indicaciones para llegar a un sitio? ¿O cuando alguien nos da esas indicaciones a nosotros? Las dos situaciones apelan a nuestros recuerdos, pero de igual manera, nos exigen un esfuerzo por reconstruir en nuestra mente una parte de la ciudad, asociar recuerdos, eliminar o excluir otros.
Cuando nos piden indicaciones, reconstruimos mentalmente el espacio ya experimentado, y dependiendo de lo complejo que sea dar tales instrucciones, hacemos un gran o pequeño esfuerzo por identificar lugares claves que pueden servir como orientación, recordar en qué momento se debe dar vuelta a la derecha y en cual a la izquierda, que es lo que hay delante o a los lados del lugar al que quieren llegar nuestros interlocutores. Encontrar la manera más sencilla de dar las instrucciones es una tarea principal. Los interlocutores también, con esa poca información que les hemos dado, reconstruyen en su pensamiento un espacio, sobre todo si conocen la ciudad. Echan a andar la maquinaria de la memoria para intentar conseguir una imagen, tratan de orientarse, de recordar antiguos itinerarios, lugares u objetos de referencia.
Y es en estos ejercicios donde no sólo la memoria juega su papel, sino también el olvido, a pesar de que no seamos conscientes de ello. Principalmente es importante para quien da las indicaciones, pues él debe dejar a un lado muchos detalles en su descripción, con el fin de que sus explicaciones sean claras.
Calle de Berlín, por Samuel Noriega
El olvidar ciertos detalles permite centrarnos en lo que podemos llamar “lo más importante”, o al menos lo que nos parece que los es. Para cuando las imágenes de la experiencia se agolpan en nuestra mente, el olvido y el recuerdo ya han realizado su trabajo de selección, y ahora le toca a la habilidad asociativa del sujeto llevar a cabo su tarea, pues nosotros mismos al comunicar lo pensado, también seleccionamos ciertos datos, excluimos otros y asociamos los que resultan de la previa selección. Así, al dar las indicaciones, las personas piensan en cuales lugares pueden servir de referencia y cuáles no, pensando sobre todo en su fácil identificación o visibilidad. Qué ruta puede ser más corta o más sencilla de entender.
De ello se deduce que quizá la memoria no se refiera exactamente a la capacidad de recordar, como muy comúnmente se cree, sino a lo que somos capaces de asociar, pensar o abstraer. Cuando decimos: “recuerdo que…” es un proceso del intelecto que une piezas, que asocia, por eso Marc Augé muy acertadamente dice que, “en cuanto renunciamos a plasmar en forma de relato lo que denominamos «recuerdos», nos alejamos quizá también de la memoria”[2], porque el relato permite ordenar la experiencias, el relato es una asociación de hechos que en la cotidianidad se presentan uno tras otro, con poco orden y en ocasiones sin aparente conexión.
Lo que recordamos son la huellas, “signos de la ausencia”[3], diría Augé. La memoria es otra cosa, una capacidad asociativa, una manera de pensar. El pasado y el presente confluyen en ella, los retazos de experiencias que constituyen la memoria pertenecen al pasado, pero es en función del presente que los podemos ordenar, de hecho es gracias a la conjunción de estos dos tiempos que los recuerdos se nos presenta como algo articulado, un todo. Las imágenes del pasado se asocian a las del presente.
El olvido es por el contrario un proceso disociativo, permite la abstracción. Sin el olvido la memoria no existiría, si pensamos a esta como un ejercicio de abstracción. Para ejemplificar tales argumentos basta recordar a Funes, el memorioso, el genial cuento de Borges. Funes que recordaba todo, era incapaz de formular ideas generales, de usar términos genéricos como el de perro, “le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma”, nos dice el narrador. La situación del narrador era la inversa, ante todos los datos y recuerdos que Funes le relataba, no podía hacer más que resumirlos.
Sin embargo, hay que considerar que si Borges puede contarnos la historia de Funes, es porque ha tenido que obviar el hecho de que un sujeto imposibilitado para olvidar, tampoco podría expresarse con el lenguaje común y corriente de todos los hombres, puesto que las palabras le parecerían escasas. El lenguaje, recordemos, es una abstracción, y quien es incapaz de olvidar es también incapaz de abstraer. Si somos algo exigentes, se puede decir que el memorioso jamás podría haber hablado con el narrador. No obstante ese tipo de precisiones no vienen al caso en lo que respecta al relato, que es una pieza maestra.
Plaza de San Pedro (Vaticano), por Diego Cambiaso
Descubrimos entonces otro producto del olvido: el lenguaje. Este a su vez es una herramienta que nos ayuda a pensar, tal vez no la única, pero si una de las más importantes. Pero la relación entre olvido y lenguaje no es tan simple, ya que si bien es posible que el olvido haya contribuido a que el hombre generará un lenguaje tan complejo, a su vez puede pensarse que el lenguaje, de acuerdo a su nivel de abstracción, conduce al hombre a olvidar.
El uso de términos genéricos, por ejemplo el de árbol o planta, le ofrecen la posibilidad a una persona de expresarse sin dar tantos detalles sobre una especie, solamente los más necesarios; por ejemplo, podemos referirnos a un árbol como “el árbol de manzana”, sin embargo hemos dejado a un lado varias características que constituyen a una especie particular, y la razón es que la sociedad en la que vivimos ha olvidado la manera de identificar esas características. Al menos eso sucede con la población general; sabemos que los especialistas poseen un lenguaje mucho más rico y saben identificar diferencias entre especies. Varios estudios etnográficos clásicos, han mostrado que los grupos indígenas tenían clasificaciones de vegetales bastante minuciosas, de ahí que Levi-Strauss, en El pensamiento salvaje, denominara al pensamiento de estos grupos como “ciencia de lo concreto”, sin por ello dejar de reconocer que también poseían conceptos más abstractos. La excesiva especialización de la sociedad occidental, ha provocado que la población general ya no haga distinciones de detalle entre una cosa y otra, sino que le ha impuesto un lenguaje genérico. Esto sucede no únicamente con las especies vegetales o animales, sino que también ocurre en otros dominios de la vida, entre ellos la aprehensión espacial.
La relación entre abstracción y olvido, nos lleva de la mano a entender la aprehensión del espacio. Cuando la abstracción del espacio en la memoria se nos presenta hecho de puntos de referencia (los menos y más significativos), trayectos en los que hay que dar vuelta (a derecha o izquierda) o seguir derecho hasta topar con…, este espacio puede ser esquematizado mediante un plano o un mapa. ¿Pero qué ocurre con aquel espacio que, de alguna u otra manera, es experimentado a un nivel excesivamente personal? Parece imposible o muy difícil reducirlo a unas cuantas indicaciones, nos cuesta esquematizarlo, por tanto somos incapaces de comunicarlo a otras personas. Incluso se puede decir que, en muchas ocasiones, solamente estando en contacto con esos lugares la memoria se desata. Cuantas veces no hemos dicho o nos han dicho: “sé cómo llegar a tal lugar, pero no sabría decirte cómo”.
Los espacios que habitamos o por los cuales transitamos, los reconstruimos en nuestra mente mediante esos recuerdos subjetivos o especialmente personales y aquellos que podemos esquematizar y por lo tanto explicar a alguien más. Los primeros son recreados a partir de detalles minúsculos, de asociaciones tan finísimas que significan poco para alguien extraño. Los segundos responden a esquemas generalizables, que cualquiera o casi cualquiera, puede entender. En ambos casos hay abstracción, pero de un carácter distinto. Y no se trata de proponer a uno como mejor que otro, cada uno tiene su funcionalidad. Lo que si hay que tener presente es que en ambos, la memoria es una habilidad del pensamiento, una capacidad de unir piezas (recuerdos) y el olvido una disociación que contribuye a la causa.
Imagen de portada: Casa de la ópera de Sídney, por Theresa Schenk
[1] Jean Duvignaud. El sacrificio inútil. FCE. 1983.
[2] Marc Augé. Las forma del olvido. Gedisa. 1998.
[3] Ibídem.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? https://revistamito.com/los-espacios-en-la-memoria-y-el-olvido/ : «Los espacios en la memoria y el olvido». Publicado el 3 de junio de 2015 en Mito | Revista Cultural, nº.22 – URL: |
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