Reinventando las enseñanzas de los abuelos
De nuestros mayores hemos aprendido los refranes, píldoras de sabiduría concentrada, aplicables a nuestra vida cotidiana. Pero no son las únicas enseñanzas heredadas, sino que, si miramos detenidamente a la forma de vida de nuestros antepasados, descubrimos claves para construir un futuro mejor.
Redescubrimos sus formas de vida, sus costumbres, sus hábitos. Las reinventamos y las vendemos a precio de novedad. Así, ya sea en moda, música, cocina, cine, arquitectura,… recurrimos constantemente al pasado para reciclar viejas ideas y convertirlas en vintage.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda
En un mundo en el que los cambios se precipitan, y en el que la sociedad es cada vez más consciente de la necesidad de cambiar los hábitos y rutinas diarias hacia un modo de vida que conviva en armonía con el resto del planeta, lo «eco» y lo «sostenible» se han convertido en las nuevas etiquetas imprescindibles que un producto debe tener para adquirir valor en el mercado, aumentar sus ventas y, por supuesto, seguir la moda.
Es por ello que, siendo la construcción uno de los sectores con mayor porcentaje de contaminación en el mundo, todos los agentes que intervienen en ella, se esfuerzan por vender las nuevas obras enmarcadas con el título de «arquitectura verde».
Colsubsidio, Corona
Edificios verdes que muchas veces, ante la ignorancia de cómo proceder, abrazan el concepto de forma literal sin indagar más allá. El resultado: fachadas verdes, tejados verdes, todo verde, maquillado de un color que intenta camuflar la verdadera identidad del producto, intentando simular el aspecto y las formas de la naturaleza, pero no su comportamiento ni su razón de ser. Hay quienes se esfuerzan un poco más, y añaden algunos paneles solares en la cubierta, pero igualmente, el resultado queda lejos de lo que realmente se debería perseguir.
En resumen, la tendencia pasa por hacer ver al público lo que éste quiere ver. Es una simple técnica de marketing en la que se intenta convencer de que, de este modo, la construcción se está volviendo más sostenible, que está reduciendo su huella de carbono. Se intenta vender que la arquitectura es más amable con el medio ambiente, que consume menos y está reduciendo su impacto en el futuro de este planeta, cuando, en realidad, muchas veces no es así.
Las modas se repiten
Por suerte no todo son cortinas de humo, ni pretensiones falsas, sino que, muchos profesionales de diversas ramas, trabajan duro para conseguir esos objetivos. No obstante, aunque la verdadera arquitectura sostenible se intenta vender como el resultado de las cavilaciones más profundas, fruto de las mentes más ilustres e inspiradas de este siglo XXI, más allá de los avances tecnológicos y los nuevos estudios, esta nueva arquitectura pasa por recuperar las viejas costumbres, por abrir el baúl de los recuerdos y sacar los trapos viejos; les cambia el nombre y los anuncia y vende como algo nuevo y moderno. Se trata de conceptos realmente básicos, que han quedado olvidados a lo largo del tiempo, mientras se iba menospreciando la cultura popular en favor de la modernidad.
Simplemente, estos recursos nos parecen nuevos porque, durante mucho tiempo, se habían dejado de lado, enfocando la construcción hacia un negocio que sólo buscaba beneficios económicos a corto plazo, en una época en la que los recursos energéticos se percibían eternos y cada vez más asequibles económicamente, ignorando los efectos que ese estilo de vida tendría en las generaciones venideras. Se construían cajas básicas, para optimizar al máximo los beneficios, en las que, una vez entregadas las llaves, si lo deseabas, podías añadir y seguir añadiendo cualquier complemento que se necesitase para hacer más habitable el interior, siempre con coste extra. Existía la luz artificial, la calefacción artificial, la ventilación artificial,… ¿para qué molestarse entonces en estudiar la manera de aprovechar lo natural e intrínseco del lugar?
Pasaron los años y este modo de construir, se instaló como la nueva forma de proceder; era rápido, y aportaba una gran retribución económica a sus promotores, sin demasiado esfuerzo, pues el coste real era bajo, lo que permitía vender las propiedades a buen precio, y seguir obteniendo importantes beneficios. El asentamiento de este modo de construir, produjo que se fuesen olvidando las enseñanzas de nuestros abuelos, las cuales fueron naufragando hacia el pasado, quedando relegadas a la categoría de costumbres tradicionales o históricas, creyéndose que no servían para nuestro mundo moderno.
Benidorm, Les Haines
Pero no es así, sino todo lo contrario. Una vez superado el furor del desarrollo tecnológico y la industrialización y mecanización de la producción, mezclado con una situación de crisis y recortes que nos hacen cambiar nuestra forma de entender el día y a día y nuestros hábitos de consumo, nos hemos chocado con la pared. Esta forma de vida ya no sirve, hay que repensarla, reinventarla.
Ante esta situación, hemos pausado la marcha y hemos mirado hacia atrás y a nuestro alrededor, buscando claves posibles que nos desvelen qué camino debemos seguir. Afortunadamente, las encontramos. Hemos redescubierto la arquitectura popular, y hemos sabido aprender de ella.
El blanco marca tendencia
Lo vintage está de moda, y en arquitectura también. Se redescubren las costumbres, se les lava la cara y se venden como novedades sostenibles. Ejemplo de ello es el color blanco. Sí, ese color que asociamos como el símbolo de identidad de la arquitectura moderna, de la construcción minimalista, o incluso como la firma de Calatrava, pero que, lo cierto es, siempre estuvo ahí.
Antiguamente, las paredes de nuestros pueblos se encalaban. Se pintaban con una capa de cal, que servía para proteger de la intemperie el adobe que las conformaba, pues ésta impermeabilizaba el muro y evitaba que el viento lo atravesase. Así, a pesar de estar construyendo con tierra y piedras, las paredes quedaban firmes y protegidas, pues la cal actuaba como una blanca capa protectora que ayudaba a mantener las paredes secas y en pie. Además, debido a su blanco color, el interior quedaba fresco cuando el sol caliente bañaba las paredes en verano. Esto se debe, claro está, a que el blanco es el color que más refleja la luz y, con ella, el calor. Este hecho, unido a la gran inercia térmica que tenían los gruesos muros, permitía tener espacios interiores frescos que cobijaban del agobiante sol de mediodía, cosa que, hoy en día, nos ahorraría el uso del aire acondicionado.
Altea, Vicent Valvona
El blanco, no obstante, no se usaba solo para el exterior. Si un espacio interior es blanco o de colores claros, también aporta beneficios, pues lo que se consigue es que la luz que entra por las ventanas, se refleje en las superficies de la habitación, multiplicando la luminosidad. Para aprovechar al máximo esta luz en el interior, es importante que, especialmente, la superficie del techo y la de las paredes más profundas sean claras, pues esto permite que los rayos de sol reboten en ellas, iluminando las partes más alejadas de la entrada de luz directa. De este modo, se aprovecha mejor la iluminación natural, evitando así la necesidad de tener que encender las bombillas.
Más despistados que girasol en eclipse
Todas estas estrategias, deben estar coordinadas con una buena orientación general del edificio, puesto que, en caso contrario, las ventajas obtenidas se verán reducidas.
La luz viene del sur, aquí en el hemisferio norte, por lo que, para aprovecharla, históricamente las casas se orientaban hacia ese punto cardinal; es decir, las estancias destinadas a una mayor actividad, los conocidos como espacios servidos, se intentaban situar a sur, de modo que quedasen bañados por la luz del día el mayor tiempo posible. En su defecto, especialmente en la zona de levante, las casas se orientaban a este, lo que permitía, en este caso, aprovechar las corrientes de aire que llegaban del Mediterráneo, para ventilar y refrescar los interiores.
Para que esto suceda, para que el aire entre y salga de casa propiciando un espacio salubre y sin humedad, es necesaria la existencia de la ventilación cruzada. Dos fachadas opuestas que, por la diferencia de presiones, invitan a salir al aire que entra.
La búsqueda de una buena iluminación y ventilación condicionaba, no solo la orientación de una casa, sino de las calles y todos los edificios que en ellas se encontraban, dando lugar a formaciones urbanas que, sin planificación previa alguna, quedaban alineadas a favor de la luz y el viento, como se puede observar, por ejemplo, en el barrio de El Cabañal, en Valencia.
Plano de Cabañal-Cañamelar en 1883, Valencia. Francisco Ponce León, Jesús Tamarit, et al.
Sin embargo, con el desarrollo de una planificación urbana deficiente, unido a una edificación en altura donde se busca, tanto en uno como en otro, optimizar beneficios ignorando las necesidades de los usuarios, se obtienen edificios en los que, al querer aprovechar al máximo los núcleos de escaleras, se disponen cuantas más puertas por planta mejor, traduciéndose en viviendas con una única orientación. Con suerte, la mitad de ellas mirarán al sur y tendrán buena iluminación, pero ninguna de ellas, podrá disfrutar de una adecuada ventilación de los espacios, teniéndose que recurrir, por tanto, a mecanismos de ventilación forzada.
A quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija
Como venimos remarcando, es importante tener luz en el interior, y nuestros abuelos lo sabían y se esforzaban por conseguirlo; pero hay que saber cuándo. La luz natural aporta, al mismo tiempo, calor, cosa que en tiempo frío, será muy bienvenida, pero a mediados de agosto no tanto. Por esta razón, hay que controlar la entrada de luz, para optimizar las propiedades que de ella nos interesan. Así, aparecieron una gran variedad de filtros diferentes: persianas mallorquinas, menorquinas, venecianas, persianas de cañizo, extensiones de la cubierta, porches y voladizos, todos con la finalidad de proporcionar sombra a un espacio y matizar la luz.
Persianas en el Puente Vecchio, Alessandro Scarcella
También se recurría al uso de filtros vegetales. Se plantaba un árbol caduco frente a la casa para que diese sombra en verano y, al mismo tiempo, al caerse las hojas en invierno permitiese el paso de los rayos del sol. Además, si el árbol daba frutos y leña, mucho mejor.
Al final, lo que importaba era adecuar el nivel lumínico y la temperatura en los espacios interiores, por lo que los huecos que dejaban pasar la luz, se convertían en una compleja sucesión de capas. A veces existía una puerta tras el vidrio, completamente opaca; otras, era un sistema de lamas que redireccionaba la luz hacia el suelo, para que no penetrase profunda, o simplemente para debilitarla.
Cuando se empleaban los voladizos, éstos tenían la adecuada longitud con el fin de conseguir que, aprovechando la diferencia de altura del sol en invierno y en verano, la luz entrase cuando el sol iba más bajo en tiempo frío, mientras que, en tiempo caluroso, cuando el sol viajaba alto, actuasen como barrera proyectando una sombra protectora hacia el interior. Si estos voladizos eran más extensos, se convertían en terrazas exteriores, cubiertas, en las que se recreaban espacios frescos donde pasar las tardes de verano.
Ante la ausencia de voladizos, un recurso útil era el empleo de la vegetación que, como hemos comentado, constituye un buen filtro, pues la luz se matiza entre el follaje. Además, la vegetación ayuda a refrescar el ambiente y purificar el aire a la vez que introduce aromas, colores y sonidos, aportando vida a la obra del hombre. Por estas razones, la vegetación se ha empleado muchas veces también, no para proyectar sombras, sino para cubrir los muros, lo que propiciaba un ambiente interior más fresco, y un aspecto exterior que se fundía con la naturaleza. Hoy en día, se siguen empleando estos mismos elementos, pero bajo el nombre de cubiertas ajardinadas o jardines verticales en fachada.
Caixa Forum, Andrea Puggioni
El patio de mi casa es particular
A lo largo de la historia, el patio ha sido un elemento clave en la arquitectura. Ya sea el atrium de la domus romana, o el claustro del Medievo, la verdad es que este elemento, aporta grandes posibilidades para recrear unas condiciones adecuadas de confort, siendo especialmente importante en culturas en las que los edificios se cerraban con tapias a la calle, mientras que la vida sucedía en el interior.
El patio, tradicionalmente, se concibe como el elemento principal al que vuelcan las estancias del edificio, las cuales acostumbran a tener también alguna ventana pequeña a la calle, lo que permite que tengan todas ventilación cruzada y buena iluminación, ya entre la luz por el patio o por fachada. En el perímetro del patio, es muy común encontrar un pórtico, que al actuar como voladizo y porche, proporciona sombra al interior y un lugar donde cobijarse del sol. En el centro del espacio, se situaban plantas, flores, geranios y colores, incluso fuentes de agua que refrescaban el aire que luego se introducía hacia las habitaciones.
Patio de la Acequia, La Alhambra, Logan Ingalls
En época romana, además, la cubierta de todo el edificio volcaba hacia el atrium, conduciendo las aguas de lluvia hacia él, para poder almacenarlas en el impluvium, lo que permitía poder reutilizarlas más adelante para limpiar o regar las plantas.
En la arquitectura moderna y contemporánea el patio sigue siendo un elemento muy recurrido, que aporta un centro de vida en comunidad a todo lo que sucede en su contorno, ya sea una casa o una manzana entera, como es el caso del ensanche de Cerdá, en Barcelona. En este ejemplo, se suponía que el patio central de manzana debía quedar libre, proporcionando ventilación e iluminación a todos los edificios del bloque; pero, como viene ya siendo común en esta historia, por motivos de rentabilidad y economía de unos pocos, los grandes patios, en nuestras ciudades, se han visto comúnmente reducidos a unos diminutos espacios tubulares, conocidos como patios de luces que, puede que al menos, aporten algo de ventilación por el efecto chimenea, pero luces, pocas.
Sobre el uso del producto local, no hay refrán
Un concepto imprescindible cuando se habla de arquitectura sostenible, hoy en día, es el uso de los materiales locales. El tipo de material es importante, es más ecológico el bambú que el acero, por supuesto, pero, si el bambú tienes que traerlo en avión desde China, y desde el aeropuerto hasta tu solar, en camión, puede que la balanza se equilibre hacia el otro lado, cosa que no interesa. Por lo tanto, hay que usar materiales que, tanto en su producción como en el transporte hasta su lugar definitivo, sean lo más respetuosos posible con el medio ambiente.
Tradicionalmente, siempre se ha usado el producto local, pues a nadie se le ocurría viajar hasta las antípodas para traerse las piedras de su casa, a no ser que fuese Napoleón o algún otro personaje de la misma categoría. Por esta razón, no hay refrán en la sabiduría popular que refleje este hecho, pues era simplemente un comportamiento natural el aprovechar los materiales que se encontraban en el mismo solar, o en los alrededores.
Molinos de Javea, echiner1
Más vale tarde que nunca
Esta lista podría seguir sin fin, nombrando aspectos tradicionales adoptados por las nuevas prácticas, en busca de un modelo sostenible. Se podría indagar en las múltiples culturas del mundo, estudiar cómo se responde con lo local y natural del lugar, a las diferentes condiciones climáticas, aprendiendo e incorporando soluciones que nos protejan y cobijen, con las necesarias condiciones de confort y con el mínimo empleo de recursos, reduciendo así las huellas tras nuestro paso por el mundo.
No obstante, el concepto queda claro. Se entiende que, tras años y años actuando sin pensar en las consecuencias, ha llegado el momento de reaccionar y, a pesar de que ya llegamos tarde, todavía está en nuestras manos el poder reescribir un futuro juntos, en el que podamos convivir con el resto del planeta, sin dañarlo y sin extinguir los recursos para las generaciones venideras.
Se entiende que, de la historia, de la cultura y de la tradición podemos aprender, podemos recuperar hábitos más respetuosos y sostenibles que, a la vez, nos aportan mejoras a nuestra forma de vida. Son conceptos que siempre han estado ahí, pero que, durante un tiempo, habían pasado a entenderse como un lujo en lugar de una necesidad, como un esfuerzo y un trabajo extra, en lugar de un esfuerzo y un trabajo necesarios.
Parque Diagonal, Barcelona, Jose Mesa
Por último, no hay que rechazar los progresos que muchos profesionales están consiguiendo en esta materia. Nuevos materiales y nuevas prácticas que, poco a poco, van consiguiendo las propiedades deseadas respetando, al mismo tiempo, el medio ambiente y las necesidades humanas. No hay que abandonarse a vivir como en la época medieval, pero tampoco nos podemos permitir seguir viviendo como lo estamos haciendo ahora.
La solución pasa por reinventar lo heredado, hacerlo nuestro, propio. Extraer su jugo, entenderlo y combinarlo con lo nuevo. Es así cómo, lo viejo, pasa a ser vintage.
Portada: Barcelona, Parc Güell, Antoni Gaudí, Josep Bracons