Leonora es la alondra inconformistaque se alza en libertad con el único atrevimiento de la clarividencia. Leonora se desposa con el viento para no desvanecer en la galerna de su progenitor… Y escapa de su horror de infancia y juventud para fundirse en un mundo de fábula. Leonora es el exilio familiar y patrio por pertenecer a otro mundo de ideas.
Criada en la frialdad burguesa como un sinfonier de salón, la párvula del desafecto sortea su secular educación de abolengo con la entrañable herencia de cuento de su nana irlandesa.
Carrington completa su formación artística del “Chelsea School of Arts” y la “Academia Ozenfant de Londres”, en 1936 cuando ingresa en la “Academia de Arte del pintor Amedée Ozenfant”. Su relación sentimental con Max Ernst, le permite ingresar holgadamente en el granado círculo de los surrealistas, participando en las exposiciones internacionales de París y de Amsterdam en 1938.
Leonora y Max… en su granja de piedra de Saint-Martin-d´Ardèche, fecundan exvotos de faunas y zoomorfas pinturas rupestres en su pasión de entelequia. Leonora que bebió agua de azahar cuando la gendarmería le extirpó al pintor de cabellos de plata, destino al Camp des Milles. Comenzó la lid y el holocausto.
Carrington, peregrina de lo físico y de lo metafísico; de imaginación rebosada; consciente y subconsciente, como una eterna niña que madura alegremente con el rocío de la vida.
Al estallar la “Segunda Guerra Mundial”, el enardecido latido antifascista de la creadora de ilusiones, la adentra en un colapso psicológico. Mártir por la verdad, Leonora Carrington es ingresada, por expreso deseo de su padre, en un psiquiátrico de Santander ¿Su única “locura”? ser convincente ante la llaga que supuraba por la mustia flecha del totalitarismo. Asaeteada con convulsión como una rata de laboratorio por psiquiatras, la pintora de hadas a la que quisieron mutilar, consigue desertar con su cordura de aquel patíbulo de dementes para aliviar su herida en México, país que la acogerá de por vida. En el sanatorio escribirá: “La dama oval”.
Leonora Carrington se funde y se confunde con su amiga Remedios Varo entre inimitables surrealismos; entre magias femeniles, arqueologías mayas, alquimias y lúdicas esferas; entre bufonadas a lo dadaísta por escapar de la irracionalidad que desmorona a su Europa de contienda. Ellas, como frotages, como collages, como decalcomanías armónicas. Ellas que se entregan la generosidad de sus obras en dialécticas sensibles, en compenetraciones que se difuminan para reencontrarse. Leonora y Remedios… almas a lo Gurdjieff en su gran mundo de organismos vivos. Remedios y Leonora en sus masonites, en su mesoamericano mundo de máscara y de disfraz, en sus teatros, en sus bocetos de quiméricas palabras, en sus hojas y en sus aves ¿Quién es quién?… ¿O tal vez una misma?
Entonces vimos a la hija del Minotauro,1953
Leonora de bruma renacentista, de enigmas, utopías y misterios… La inglesa sureña es antropológica y tibetana; absurda, mesopotámica y esotérica; cabalística, delirante y visionaria; insubordinada y apoteósica.
“En el albergue del Caballo del Alba”, Carrington se retrata como una amazona sujetando las imaginarias riendas de un caballo cíclico que ve pasar el tiempo. Presente, pasado, futuro… Su cabello alborozado por el trote y el galope de niñez de balancines, encuentra a la juventud en el rocín del bosque. En la hiena quizás el despertar de su sexo. Y así Leonora preconiza que será “Pegaso”, en la parábola pictórica de irremediable afán por la libertad.
Leonora Carrington se balancea entre la mitología celta de sus ancestros y el mundo fantástico indígena de su México querido; hibridada en un surrealismo anglosajón y prehispánico de elfos, de brujos, de hadas, gnomos y animales hechizados, como amables bestiarios a lo gótico que se encienden con el candor de sus colores.
Carringtonla solidaria pintora, grabadora, escultora, dramaturga y escritora que un día echó a volar.
Portada: Leonora Carrington