En el mundo occidental a menudo el tiempo de las mujeres ha sido la noche. Los hombres negociaban y mandaban durante el día y se encontraban con sus mujeres en el dormitorio por la noche. Los hombres creaban sus obras sesudas e importantes de día y las mujeres apuntaban sus impresiones y sus sentimientos por la noche cerca de la cama. Los hombres imponían sus realidades y sus conceptos de día, las mujeres desarrollaban sus sueños secretos en la noche. Y también en el mundo oriental. Recuerdo ahora a aquella poetisa china, cuyo marido que es un funcionario imperial está de viaje con sus temas importantes, y ella quema perfumes sola en la noche.
George Romney a finales del siglo XVIII pintó a la maga Circe con los rasgos de su amada lady Hamilton. Circe es la maga nocturna que retiene a Ulises en su camino a Ítaca, que le impide el regreso al hogar, el cumplimiento del deber. Ella pone la pasión antes que el deber y Romney puso en ella la fuerte personalidad, el salirse de la compostura, la sensualidad impetuosa en mitad de la noche. El fondo no es un salón de ceremonias con su mobiliario de alta sociedad, sino la pura sombra, las pinceladas agitadas, la indefinición que invita a todo. Romney pinta a su amada como una bruja apasionada, como la pasión cósmica contra la represión de los clérigos, como lo salvaje contra los códigos de la sociedad. El fervor contra la ceremonia, la noche contra el día.
Las brujas son las mujeres desbocadas a las que el patriarcalismo anula de día y que tienen que expansionarse en la noche. Ellas hablan por lo pagano cuando el cristianismo ha enterrado en el subsuelo nuestros deseos, cuando la naturaleza se ha declarado diabólica ellas proclaman la naturaleza, si el sexo es pecado ellas proclaman el sexo y la desnudez, si copular es malo ellas copulan con el Diablo. Si la iglesia impone el bien implacable ellas detentan el mal liberador. Si los hombres dominan el día, ellas se desenfrenan de noche. Las brujas se oponen a lo establecido y son aplastadas, pero muestran su obstinación y su resistencia, siempre (como señaló Robert Graves) las religiones dominantes acaban demonizando a las que pierden, por eso la serpiente es algo negativo excepto para los gnósticos o para Hoffman y el macho cabrío es un símbolo del mal. Las brujas de Salem según las presenta Arthur Miller son mujeres entusiastas e indefensas que se enfrentan al viento helado de Dios. Y organizan en la noche la resistencia contra este mundo de machos donde hasta el propio Dios era macho.
La mirada torva del inquisidor, como el comisario del pueblo, que la persigue a veces se ve fascinada por ella. Eso se ve en la película de Lewis Milestone, “Bajo la lluvia”, en ella la mujer maldita y perseguida que interpreta Joan Crawford es acosada de modo inhumano por el puritano feroz, pero éste siente tentaciones innombrables por la noche y se suicida por horror a sí mismo. Cuántas brujas ha martirizado nuestra civilización puritana que encierra el inconsciente, que condena el cuerpo, que considera malvada a la mujer y la encarcela en la cocina.
Para Christina Rossetti la plenitud está en la noche. En su poema “Eco” hay un encuentro en mitad de la noche, en lo más aquilatado de todo, donde se ve la identidad más íntima, más secreta, dos secretos se encuentran en lo más secreto. Dos seres se acercan en sueños, en lo más escondido: “Pero ven a mí en sueños, y así viva de nuevo/ mi vida verdadera, aunque esté muerta y fría”. En la noche se produce el encuentro definitivo: “Vuelve otra vez en sueños, para que pueda darte/ latido por latido, aliento por aliento”.
En la película “Gilda” de Charles Vidor la protagonista despliega toda su vida y su pasión en la noche de Buenos Aires y Montevideo. Esa película tenía todo el vicio y la nocturnidad, toda la pasión tortuosa y toda la elegancia que pudieran flotar entre Buenos Aires y Montevideo, eran las dos ciudades en una época mítica, eran los salones de juego y la pasión que siempre sitúan en el sur los jolivudienses, solo en el sur pueden permitir que se le alborote el pelo a Rita Haywoorth (aunque Orson Welles se lo había alborotado a Jeanne Moreau en “Campanadas a medianoche”). El sur es como la noche para los puritanos del norte. Dos seres quieren afirmar su personalidad y se aplastan con su orgullo, en las noches y los salones de Buenos Aires, en medio de desplantes y canciones desgarradas. Al final se confiesan abiertamente, se dicen que lo habían hecho todo por amor. Vemos la actuación de Rita en el club de Buenos Aires, la música invasora y descarada, la risa provocadora de ella, su quitarse el guante en la noche en las narices de los mojigatos de todos los tiempos.
Las musas, las diosas de la creatividad en Grecia, radican en la noche y a menudo se representan de noche. Frans Floris las imagina festivas, armando bronca y descontrolando. Cezanne imaginó a la musa conectando al poeta con el firmamento mediante un beso. En Jim Gabbard es más sensual, proyecta su sombra misteriosa sobre la pared y lleva estrellas sobre los pechos. Henri Rousseau la imagina gorda y vibrante en la selva espantando al poeta con su exuberancia. En el cuadro de Chirico “Las musas inquietantes” parecen negar sus contornos tan definidos y manifestarse en las sombras que proyectan, negar la palabra y expresarse en el silencio, llevar la noche dentro. Robert Graves dijo que solo había una Musa, la diosa de la noche, el origen de toda poesía.
En “El túnel” de Ernesto Sábato María Iribarne parece representar la noche y todas sus incertidumbres y ambigüedades, más allá del día conceptual que representa Castel, que quiere racionalizarla y sujetarla, someterla a sus explicaciones, explicar por qué hace todo, y como no consigue hacerlo al final la mata. Es como matar a la noche, igual que los inquisidores del día querían quemar a las brujas de la noche. Es de noche cuando conecta con ella, cuando la deja manifestarse libremente, y es de día cuando despliega su racionalismo asesino, cuando intenta meterla a la fuerza en los conceptos. Por eso ella está asociada por su marido con los ciegos, que son la noche definitiva. Por eso en “Abaddon, el exterminador”, cuando Sábato se acuesta con la ciega que tiene un ojo ciego en el sexo entra a través de ella en el mundo de la pasión y el surrealismo.
En las mitologías occidentales la Luna es femenina. Se enamora del joven Endimión y para poder disfrutarlo lo mantiene dormido durante años, lo visita todas las noches y hace el amor con él, en la noche el cuerpo alcanza la vibración secreta, no hay control de los conceptos y los prejuicios. John Keats en “La hermosa dama sin piedad” imagina a un poeta vagabundo que busca por todas partes, incluso en el fondo del mar, a la Luna, la belleza absoluta. Se enamora de una mortal, pero descubre que era la misma Luna que había adoptado esa forma, de hermosa dama sin piedad, que le descubrió gozos increíbles y después lo abandonó para siempre.
Muchos otros poetas hablan de la Luna como la mujer mítica en la noche. Jules Laforgue le escribe versos irónicos y apasionados en “Imitación de Nuestra Señora la Luna”: “Luna bendita/ de los insomnios. / Astro fósil / que lo exilia todo. / Embarcadero / de los grandes misterios”. Juan Eduardo Cirlot dice que Bronwyn, la amada mítica que concibió a partir de la actriz Rosemary Forsyth en la película “El señor de la guerra”, se identifica con la Luna: “Sobre la tierra negra y cenicienta, / Bronwyn, mi corazón y las estrellas/ perdidas en las páginas de fuego. / Las alas se aproximan a las olas”. Jaleludim Rumi dice que tenemos que abrir la ventana para que entre la Luna: “Yo, Luna del cielo oscuro, te dejo entrar. / He abierto la ventana para ti. / Esta noche ven a tocar mi cara, / presiona tus labios sobre los míos. / Cierro la puerta de las palabras, / abro la ventana del corazón. / El beso de la Luna solo llega si abro la ventana”. Tenemos que salir del día para encontrar a la mujer.
Giacomo Leopardi llamaba madrastra a la naturaleza, pero recurría a la Luna como compañera y amante: “Oh tú, graciosa luna, bien recuerdo/ que, sobre esta colina, ahora hace un año, / angustiado venía a contemplarte/ y tú te alzabas sobre aquel boscaje/ como ahora que todo lo iluminas, / oh mi luna querida”. Juana de Ibarbourou inventó una luna juguetona y erótica, pero íntima y leve y sin pretensiones: “La señora luna/ le pidió al naranjo/ un vestido verde/ y un velillo blanco/ La señora luna / se quiere casar/ con un pajecillo / de la casa real”.
En Japón, en la época Heian, una serie de escritoras escribieron los “libros de la almohada”. La literatura escrita por las mujeres era mucho más auténtica y vibrante precisamente porque al no tomársela en serio no estaba sometida a codificaciones ni a reglas. Murasaki Shikibu, autora de la monumental “Historia de Genji”, en su “Diario” describe sin cortapisas todas las contradicciones de su personalidad, lo que se le ocurre a cada instante, los fragmentos cambiantes de su vida. Sei Shonagon en “El libro de la almohada” hace una lista de cosas que le gustan o le disgustan, observa el mundo a través de su intimidad, en un pasaje cuenta cuando está sola en el bosque, se oyen algunos pájaros de otoño, y siente una tristeza deliciosa. Ahora nadie lee las grandes construcciones de literatura imperial que glorificaban las grandezas de la época, pero nos llega ese apunte al borde de la almohada, cuando la mujer está sola consigo misma, cuando se han retirado los coñazos de los preceptores, cuando realmente está viva. Dama Sarashina en “Sueños y ensoñaciones de una dama de Heian” desgrana sus recuerdos, sueña con los personajes de las novelas, imagina situaciones excitantes, disfruta los cerezos en flor. La madre de Mitchisuna en “Apuntes de una efímera” esboza sus amarguras, sus frustraciones, se compara con un insecto de verano que vive solo un día, una efímera.
Djuna Barnes en “El bosque de la noche” hace que las mujeres desplieguen toda su pasión y hondura en la noche. El doctor O Connor dice: “Cada día está pensado y calculado, pero la noche no está premeditada. La Biblia está a un lado, pero el camisón está al otro”. Robin Vote es un personaje que vive en la noche, una mujer incomprensible que fascina a todos sin saber por qué, que está más allá de sus explicaciones. Ella misma no sabe por qué hace las cosas, es como el destino, lo que no se puede superar, lo que no se puede dejar de hacer. Es como una de las brujas de Macbeth, es como la Diosa Blanca de Robert Graves. Alguien que los exalta a todos y los hace angustiarse, que les descubre lo desconocido y los arrebata, que les revela la vida.
El doctor dice que la noche nos hace perder la contención, que en ella somos otros seres, y que en sueños hacemos todo lo que nos está prohibido y que ni siquiera nombramos. La noche significa lo desconocido e ignorado de las personas, lo que esconden de perseguido y maldito, el territorio de Sodoma y Gomorra, el lugar de todos los vicios. Las muchachas más mojigatas se abren de piernas en la noche, y los maridos más fieles meten a sus amantes en su cama por la noche. En la noche se desarrolla lo que es sórdido y vulgar según la sociedad, en la noche se manifiesta el sexo. Solo en posición horizontal, en la cama de noche, dice el doctor, el hombre conecta con sus abismos, con sus identidades más hondas.
Nikolaus Lenau, en su amor desesperado que lo llevó a la locura, trata de conectar con la amada en la tormenta de la noche. En el poema “La nube” quiere que la nube despierte a su amada de noche y el saque de su tranquilidad doméstica, que le haga sentir tan hondo como él siente, que la ponga ante la extrañeza en medio de la noche: “Y cuando siguiendo tu camino pases por su casa/ arrójate lluvia con fragor, / para que en la noche oscura / se despierte de su sueño”. Lleva la tormenta dentro y quiere que la amada sienta la misma tormenta en la noche: “Golpea su ventana/ y llama a su puerta/ y recuerda a la traidora los juramentos/ que me hizo llorando/ y que rompió riendo”. Y que se desate su visión en la noche: “Y si no lo quiere oír/ ábrete trueno en tu asiento/ y agitaos vosotros relámpagos/ cuando paséis / por sus párpados”.
En el poema de Lubicz-Milosz “La berlina detenida en la noche” una anciana al lado de su castillo siente como regresa toda su vida en la noche. Todo lo que está escondido en el castillo le viene y toda la vida pasada de los que vivieron en el castillo resurge. El criado tal vez busca las llaves entre los vestidos de una mujer que murió hace treinta años. Le dice a su señora que escuche los apagados murmullos nocturnos de la alameda. La llevará a través de las zarzas y las ruinas igual que el abuelo antaño regresó de Italia con la muerte. La señora es la dama de las ruinas y en ella está toda la triste historia que lleva consigo: “Vayamos a ver la bella habitación de la infancia: allí/ la profundidad sobrenatural del silencio/ es la voz de los oscuros retratos”.
Hay un diálogo extraño en que la señora oye infinidad de cosas que el criado no oye. La señora se ha instalado en mitad de la noche, en un momento detenido y visionario de su vida, en el escuchar metafísico, que atraviesa las épocas y los espacios. Y evoca a su hijo en el fondo y la negrura, dos símbolos de lo escondido y lo apasionado: “Para mi temeroso hijo una casa tan negra/ al fondo, al fondo del país lituano”.
Toda la casa es negra, con cerraduras mohosas, sarmientos secos, puertas con cerrojos, postigos cerrados, montones de hojas desde hace cien años cubriendo las alamedas. Todos han muerto y la señora lo ha olvidado todo. Pero en ese olvido fulguran los recuerdos apasionados: “Yo solo me acuerdo del naranjal, / del tatarabuelo y del teatro/ allí los polluelos del búho comían en mi mano, / la luna miraba a través del jazmín”. Todo parece que se ha muerto, pero todo está repleto de vida secreta.
John William Waterhouse. La Belle Dame Sans Merci, 1893
En “Un puente sobre el Drina” de Ivo Andric, una familia vecina ha pedido la mano de la musulmana Fata, el padre de ésta la concede y el deseo de ella no cuenta. Una vez, en su casa en las montañas, sale casi desnuda a la ventana y mira la noche y las estrellas. Y entonces se siente llena de vida y de energía, más allá de las mezquindades y las doctrinas de los hombres, de las sociedades, de la Historia. “Sí, el mundo es grande, el mundo es enorme incluso de día – escribe Andric- cuando el valle de Visegrad tiembla bajo la canícula. Pero por la noche, solo por la noche, cuando los cielos reviven y se inflaman, el infinito se abre y revela la gran energía de ese mundo en el que un hombre vivo se pierde y no puede recordarse ni siquiera a sí mismo a donde se dirige ni qué quiere o debe hacer”.
Y escribe sobre Fata: “Una fuerza serena y dulce se expande por su cuerpo, y siente cada parte por separado, como una fuente particular de energía y de júbilo: las piernas, las caderas, los brazos, el cuello, y sobre todo el pecho”. La mujer que encerrada por la doctrina tiene que eliminar su cuerpo, se convierte en la noche en cuerpo con todos sus miembros libres. Siente que sus pechos rozan la ventana y su respiración la aleja y la acerca rítmicamente al enrejado. Y solo entonces puede ser plenamente ella misma, sin que nadie la vigile, sin que nadie controle sus pensamientos o sus sensaciones, sin que ninguna doctrina la obligue a decir esto y lo otro. Probablemente la noche dio sus vivencias más plenas a muchas mujeres a lo largo de los siglos.
Pero llega la frustración al oír la tos de su padre. “La reciente exaltación ante la belleza de la noche y la grandeza del mundo se extingue súbitamente. Las estrellas y la inmensidad se hunden. Solo el destino, su destino, sin salida, inexorable, del día de mañana se ejecuta y se cumple, a la par que el tiempo pasa, en silencio, en la inmovilidad y en el vacío que queda detrás de todo” De la belleza se pasa a la vulgaridad de lo cotidiano. De la noche se pasa al día con sus ataduras y sus códigos. De la luz de las estrellas se pasa a la autoridad del padre y a los códigos feroces.
En “Nadie encendía las lámparas” de Felisberto Hernández hay un relato que se titula “El balcón”. Un pianista acude por las noches a visitar a una joven que no puede salir de su casa. Ella se pasa todas las noches en el balcón inventado vidas. El piano se enciende en la noche: “Perdone, preferiría que probara el piano después de cenar, cuando haya luces encendidas. Me acostumbré desde muy niña a oír el piano nada más que por la noche. Era cuando lo tocaba mi madre. Ella encendía las cuatro velas de los candelabros y tocaba notas tan lentas y tan separadas en el silencio como si también fuera encendiendo, uno por uno, los sonidos”.
La chica tiene una relación de amistad y amor enloquecido con su balcón. Tiene incluso una relación sensual con él: “Después se levantó y pidiéndome permiso se fue al balcón; al llegar a él le puso los brazos desnudos en los vidrios como si los recostara sobre el pecho de otra persona”. Y siente con intensidad todo lo que le llega de él: “Nos hallábamos en la habitación de la hija de la casa y ella no había encendido la luz, quería aprovechar hasta el último momento el resplandor que venía de su balcón”. Y le escribe poemas sumergida en la noche:” Yo compongo mis poesías después de estar acostada y tengo un camisón blanco que me acompaña desde mis primeros poemas. Algunas noches de verano voy con él al balcón. El año pasado le dediqué una poesía “Y al final escribe un libro de poemas que se titula “La viuda del balcón”.
En un poema Alfonsina Storni se siente una loba en la noche. Y en “Los trabajos y las noches” Alejandra Pizarnik dice que es toda ofrenda y es la loba del bosque y un puro errar. Es un ser radical, sin ataduras, apartado de todas las convenciones, de las frases hechas, de las doctrinas, de las sujeciones. Es un animal rebelde que vive radicalmente en el bosque, es la soledad absoluta.
Y habla de “la noche de los cuerpos”, los cuerpos tienen su noche, es decir, su liberación, su desnudez, su rebeldía, su ir más allá de las palabras, el cuerpo se opone al intelectualismo vacuo, a la doctrina, el cuerpo siente directamente las cosas, sufre la búsqueda metafísica, nota el cosmos en la piel. Y al final dice que quiere pronunciar la palabra inocente. Ella busca sin cesar esa palabra que no esté manipulada, que todavía esté viva, que todavía abra puertas. Y eso es un trabajo de las noches, un trabajo que la implica radicalmente a toda ella, en el que se entrega totalmente, en el que se hace pura ofrenda y loba en el bosque y sueño definitivo con esa fiereza con la que usa las palabras. Para Alejandra Pizarnik la noche es el lugar donde desnudarse, donde mostrar el cuerpo, donde desnudar su furia y su soledad.
Portada: La Autómata, Edward Hopper, 1927
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Las mujeres y la noche». Publicado el 7 de marzo de 2017 en Mito | Revista Cultural, nº.41 – URL: |
1 Comentario
Encantador y apasionado relato de este gran escritor. El, como siempre maravillandonos con su forma única e inigualable de sumergirnos en cada párrafo de su inagotable sabiduria, magia,realidad e imaginación con la que nos deleita en cada artículo o libro de su autoría.
Gracias Antonio Costa.