La visión es romper el cristal, quebrar la percepción habitual, salir de los límites convencionales. Es un salto, una ruptura, una inundación. De pronto el universo se muestra trepidante y lleno de vida, asombroso y apasionado. Las estrellas giran y tiemblan, los árboles se retuercen como llamas, los hombres se condensan en medio de un universo estremecido. El cosmos entero se comunica con nosotros, de repente está de verdad ahí, como diría Heidegger, se pone a vibrar. La visión es un testimonio apasionado, es como el grito de Munch, pero entonces grita el universo entero.
Van Gogh, el visionario por excelencia, ve con amor atormentado a las personas y a las cosas, capta los enigmas de la existencia, palpa la llaga interior del hombre. Su pintura es como una visión profética, ve con amor las sillas y los edificios, los trigos y los cipreses. Quiere que el hombre despierte y con mirada radical ve la entraña y el alma, la extrañeza esencial, la soledad, el enigma. Hace saltar los objetos, los campos, las cafeterías vacías, con su soledad visionaria, con pinceladas que parecen caricias desgarradas.
Igual hace Dostoievski en sus obras más visionarias. En “Memorias del subsuelo” no quiere ver con la razón y la ciencia, quiere ver con la pasión y la vida, con el absurdo y la angustia. En “El idiota” es el amor enloquecido y patético del príncipe Mischkin el que permite ver las claves de todos más que los razonamientos de todos o las observaciones convencionales de los demás, y no digamos en los momentos de ruptura de todo previos a los ataques de epilepsia. De ahí vendrá después Leon Chestov a decir que a los hombres solo se les capta por el absurdo y la paradoja.
El expresionismo fue la apoteosis de la visión, fue un espiritualismo, quería captar el espíritu de la vida, quería romper la mirada convencional, se rebeló contra la mediocridad burguesa, contra la costumbre que no nos deja ver las cosas. El arte expresionista es el verdadero contacto del alma con las cosas, la visión como Juan de Patmos, el dispararse las imágenes. El expresionismo hace constar que estamos radicalmente vivos, sabe que el universo no es solo la maquinaria que describe la ciencia y que ante todo es una experiencia nuestra, es una visión profunda. La Luna será lo que dicen los técnicos, pero también es algo que salta delante de nuestros ojos.
Pero ya mucho antes los místicos de las distintas religiones supieron recibir el mundo sin encierros doctrinales, sin estorbos, sin mediaciones, tal como aparecía en su llegar apasionado, en su iluminación más asombrosa. Es lo que dice Krishnamuerti que experimenta cuando se olvida de los pensamientos, de los recuerdos, de los conceptos, de todo lo que se interpone entre él y la vida. San Juan de la Cruz sale de noche sin mirar nada, con la mirada vacía y abierta, sin prestar atención a nada, con una disponibilidad profunda y radical, en la noche que es silencio e ilimitación, y encuentra a la amada en toda su torrencialidad, y deja entre las azucenas todas sus preocupaciones, y la amada le da sus regalos más asombrosos. Las visiones son a menudo en la noche porque la noche supone la ausencia de conceptos que cuadriculan y estorban, de prejuicios del día, de ruidos y objetos que estorban. Hallaj dice que hay que buscar la sabiduría desde el propio interior, sin libros, sin maestros, es decir, la visión sin intermediarios.
La visión es el contacto con el mundo sin intermediarios, sin que nada estorbe, con toda la potencia y la vaciedad de la mirada, el llegar del mundo hasta nosotros con todas sus imágenes sin filtrar, sin adulterar. Es la mirada apasionada y radical hacia el mundo, por la cual se revela torrencialmente, y rompe todos los presupuestos, y se manifiesta como algo genial, genesíaco, que rasga los velos del templo, que hace caer todo lo previo por tierra, que asombra y espanta.
El mundo como un Aparecer es algo que resalta la filosofía fenomenológica de Husserl y Scheler. Y detrás de ella Heidegger. Para Heidegger los sabios son los poetas y los artistas. Los filósofos se han limitado a levantar construcciones en el aire, al margen de la vida. Hay que mirar de nuevo el ser directamente como los presocráticos griegos, dejar que salte delante de nosotros, volver al ser primigenio y su impulso. La verdad para él no es la adecuación entre el pensamiento y la realidad, sino que es un des-velamiento, un apartar las cortinas, un ver de verdad el ser. Y se muestra sobre todo en las imágenes poéticas, como él estudió en Georg Trakl.
También Nietzsche es un visionario que trastornó la cultura occidental académica y encajonada. Se volvió directamente a la vida, la vio con toda su fuerza en su impulso y su voluntad, en su esplendor inagotable, y lo expresó en imágenes poéticas poderosas, a pesar de que decía que los poetas mienten demasiado. Al final los filósofos más sabios se acercan a la poesía. La vida se convirtió en una visión alborotada ante los ojos entusiasmados de Nietzsche, que vio la ruptura de las barreras, el eterno retorno, el ir más allá del bien y del mal convencionales, el temblor de Dionisos más allá de las limitaciones de Apolo.
Pero antes un filósofo visionario había sido Schopenhauer. Recuerdo cuando leí deslumbrado a los veinte años en Lugo “El mundo como voluntad y representación”. También en él abundan las imágenes poéticas, me acuerdo especialmente del arco iris sobre la cascada que escribe para señalar la presencia de lo permanente por encima de lo variable. Y el arte para él es también la culminación del conocimiento. Una Voluntad sin fin es el origen de todo el universo. Esa voluntad se manifiesta primero en Ideas (que no son conceptos abstractos, sino formas creadoras y vivas) y el arte capta con su visión esas Ideas. Pero la música, el arte más profundo, capta directamente la Voluntad. La música es el arte más visionario de todos.
En lugar de hablar sobre el mundo, el visionario lo mira radicalmente, salvajemente. Tiene un contacto apasionado con el mundo. El mundo está vivo genesíacamente de nuevo para él, tiene su vitalidad sin paliativos. El visionario se desnuda totalmente, se desgarra los vestidos, y toca al mundo y lo ve en toda su fuerza. Y le llegan todas las imágenes poderosas y reprimidas, todas las revelaciones secretas que nuestros encajonamientos rutinarios y burgueses no nos permiten recibir. El visionario pone todo su ser en la mirada y por eso puede morir pronto. El visionario es un ser trágico y es un testigo y un mártir. Porque esa mirada sin límites, ese entrar torrencialmente la vida, tal vez no puede aguantarse mucho tiempo. Por eso dicen las religiones que el que ve a Dios completamente muere, y por eso nos asustamos ante la entrada del caballo de Fussli por la ventana de la mujer totalmente tendida sobre la cama.
Portada: La noche estrellada, 1889. Vincent van Gogh.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «La visión es romper el cristal». Publicado el 8 de octubre de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.38 – URL: |
1 Comentario
El articulo en si me encanta, y estoy de acuerdo con la percepción del mundo desde un paradigma poético y expresionista creo que vivir de otra forma es no vivir del todo. Sin embargo, me intriga la afirmación de que la música es «el arte más profundo […] más visionario de todos».
Disiento en ese parecer, a pesar de lo mucho que amo la música, siento que mi condición de artista visual es una de las causas, y sin embargo quisiera conocer cuáles son las razones por las que se hace tal afirmación, reconozco que la música es un lenguaje más universal que la pintura o el dibujo ya que este está sujeto a interpretaciones culturales, sin embargo eso también hace que expresarse usando imágenes resulte más complejo, por tanto más «profundo», al menos esa es mi opinión.
Un saludo y gracias por publicar estos artículos.