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Mito | Revista Cultural
Culturas 0

La máscara, el gesto perenne

Por José Navarrete Lezama el 16 febrero, 2017 @JoseDenis3456
El enmascaramiento más allá de la representación y la transformación

Un dilema importante que plantea la máscara, es si el enmascarado representa, es, o parecer ser otro. Caillois habla de la máscara como un artilugio para imitar y luego “creer ser”[1]. Weisz dice “que al cubrirse el rostro se está en condición para representar a los dioses”[2]. Entre los huicholes, afirma Johannes Neurath, las máscaras “son los dioses que aparecen durante los procesos rituales”[3]. Joseph Campbell también sostiene que las máscaras de los dioses “son los dioses”, y quienes las portan son considerados las deidades[4].

En Los juegos y los hombres, Roger Caillois hace referencia a la inversión provocada por el enmascarado; al pretender ser un dios o espíritu, “es él quien da miedo, él es la potencia terrible e inhumana”. Si las investigaciones sobre la máscara dejaran de lado conceptos como imitación, representación o transformación, y se centraran en lo que provoca o pretende provocar el enmascarado en quien lo ve actuar, como el miedo al que hace referencia Caillois, los análisis quizá ofrecieran una vía más fructífera en la comprensión del enmascaramiento.

La máscara cobra su mayor sentido en cuanto se porta, o se posee. Es su dueño o portador quien merece igual o mayor atención que el mismo significado de la máscara. Las máscaras swaihwé, analizadas por Levi-Strauss, pertenecían a linajes de alto rango de grupos salish, únicos que tenían el derecho a usarlas en las ceremonias. Poseerlas representaban un privilegio, pues “el que posee la máscara lo consigue todo fácilmente”[5], traían suerte y riquezas. Para los wiraxikas, algunas máscaras son objetos delicados; quien fabrica una se compromete a cuidarla[6].

Dependiendo del contexto, y de las mismas máscaras, el sentido de portarlas y/o poseerlas cambia. El estado caótico que deben experimentar los asistentes a la celebración Namawita Neixa es responsabilidad de Takutsi Nakawe, diosa de los wiraxikas. Esa noche “se celebra el derrumbe de los pilares cósmicos y el retorno al caos original”[7]. Los chapayekam son “seres animalescos con máscaras zoomorfas que transgreden las reglas, que bromean, que parodian y se mofan de la ritualidad sagrada yaqui”[8].

Pueden citarse un sin número de ejemplos, pero lo que permanece como común denominador es que llevar puesta una máscara no implica sólo un acto de transformación, o de ser el dios o antepasado que las máscaras plásticamente y socialmente representan, sino que, en tanto que el enmascarado hace acto de presencia en ceremonias públicas, moviliza una serie de emociones de un grupo o sociedad, lo cual es el atributo primordial de las máscaras.

Máscaras africanas

El personaje de Takutsi Nakawe, durante Namawita Neixa, la fiesta del solsticio de verano, “hace muchas bromas, asusta a la gente y se ríe maliciosamente”[9]. También es notable la propiedad purificadora que se le atribuía a la aparición de las swaihwé[10]. Así que el enmascarado tiene la capacidad de influir en el ánimo de los espectadores o aquellos que lo ven enmascararse; en otras palabras, manipula situaciones.

La máscara, en primer lugar, oculta un rostro. El rostro humano es capaz de expresar un sin número de emociones por medio de gestos; esos gestos que pueden variar de un momento a otro, en un segundo, en un minuto, la máscara los cambia por uno solo; dicho de otra manera, remueve el carácter polifacético del rostro humano. Niega otras expresiones. La máscara podría ser vista como la negación no de un Otro sino de Otros. La negación se acompaña de un “ser para otros”. La eficacia de la máscara depende de lo provocado en los espectadores. Tan importante resulta lo que sucede con el que la porta, como lo que experimenta quien vive externamente las acciones del enmascarado.

En México, a lo largo de su territorio, abundan las celebraciones en las que enmascarados hacen su aparición. Entre las más conocidas se encuentran la Danza de Parachicos, en Chiapa de Corzo, Chiapas; los carnavales; las fiestas de Semana Santa, como la de Tancanhuitz, San Luis Potosí, en la que Diablos de diferentes aspectos pueblan las calles de dicho municipio. También –y en especial este ejemplo permitirá sostener argumentativamente el texto– son destacables las danzas de enmascarados propias de la región Huasteca, con motivo de los festejos de Días de Muertos.

Parte de la celebración de día de muertos en las huastecas potosina, hidalguense y veracruzana, consiste en enmascararse y formar cuadrillas o comparsas de danzantes que ejecutan bailables, al son de piezas musicales creadas especialmente para esa ocasión. A los danzantes se les conoce como “viejos”, “chochos” o “huehues”, según el lugar. La danza está enmarcada en una serie de creencias entorno a la muerte y las cosechas. Se le adjudican reminiscencias indígenas e influencias europeas, aunque con ciertas modificaciones experimentadas a lo largo del tiempo. Pero este no es el momento para tratar a fondo esta cuestión.

El tema central aquí son los sujetos enmascarados que participan en estas danzas. En algunos pueblos, los “viejos” se disfrazan con ropa de algún familiar fallecido y por supuesto, una máscara. En otros lugares el disfraz corresponde a seres imaginarios, como diablos o personajes de películas, de la estructura social (vaquero, payaso, albañil, etc.), del ámbito político, deportivo, musical (nacional e internacional) y un sin número de personalidades que pueden estar vivas o muertas, a veces pertenecientes al mismo pueblo.

Máscaras de Hawaii | Ralf Beck

Los hombres pueden disfrazarse de personajes femeninos y viceversa. Cuando un hombre se viste de mujer, exagera los ademanes femeninos; lo hace para llamar la atención del público y provocar risas. Por su parte, las mujeres borran cualquier ademan femenino cuando su disfraz corresponde a una figura masculina. Las personas gustan de disfrazarse de personajes de películas, principalmente de aquellos de rostros y aspectos impresionantes. Su objetivo es precisamente causar una fuerte impresión en el público, que los espectadores admiren sus máscaras y vestimentas.

Las máscaras –también los disfraces– son imponentes, aterradoras, ridículas, hilarantes, grotescas, pues todas tienen por finalidad llamar la atención sobre un aspecto en particular. La máscara es un gesto puesto en evidencia, en detrimento de otros. Así, el hombre que participa en la danza vestido de un personaje femenino, hace de lo femenino una máscara, gesto que en el cuerpo de un hombre se vuelve ridículo o digno de burla o risa. Quien se viste de diablo o vaquero hace de estos personajes un único gesto, pone en juego una manera de ver a tales personajes, esto al generar una reacción (miedo, respeto, fascinación, por ejemplo) en el observador.

En esta puesta en escena de los “viejos” danzantes, se puede representar al diablo, a la muerte, a un político, pero más allá de esa representación, el enmascarado es, gracias al disfraz, expresión; capa que oculta alguna cosa (en tanto que expresar conlleva de por si el ocultar) y exhibe algo más, pero es más lo que exhibe que lo que oculta, pues la máscara es un artilugio para comunicar algo. Se usa la máscara, al igual que el gesto, para poder expresar una sola emoción, más allá de que los observadores puedan interpretar de diversas maneras dicho gesto.

Entonces, enmascararse no tiene como finalidad ser Otro, sino hacer al Otro, máscara, en tanto que la máscara es manipulación, gesto que hace concreto lo abstracto, que vuelve expresión aquello que es difícil de comunicar con el propio rostro; pero sobre todo, la máscara perpetúa un gesto o una manera de ver o entender al Otro. Amparo Sevilla descubrió que grupos de “viejos” de comunidades indígenas “utilizan máscaras que representan a los españoles y los mestizos, de los cuales se hace mofa”[11]. De manera similar, Johannes Neurath hace referencia a que las máscaras huicholas y coras están relacionadas con los mestizos, y descubre además su carácter aparentemente contradictorio, pues revisten un sentido de sacralidad al mismo tiempo que cómico obsceno[12].

“Los viejos”, en algunos casos, sobre todo en pueblos mestizos, ya no solamente son los muertos o los antepasados; tampoco son ya los mestizos, que, así como lo muertos, representaban para los indígenas ese Otro radical, y que en tanto Otro generaba conflicto (la otredad siempre ha generado conflicto). “Los viejos” son ahora también los políticos, o cualquier otra figura pública que, en tanto figura pública, se exhibe ante la gente, y sus acciones y palabras son interpretadas por los medios de comunicación y las personas en general. La gente ve de cierta manera a esas figuras públicas, y crea de ellas, máscaras.

Máscara tradicional de diablo. Tocuaro, Michoacán | Alejandro Linares

El Otro es vuelto gesto; es decir, el enmascarado no es exactamente ese Otro, sino la parte de él que conviene ser resaltada o puesta en evidencia, para mofarse de él, quizá, o para provocar miedo a través de él. Eso es la máscara, un gesto puesto en evidencia, y por lo mismo, la discriminación de otros gestos o formas de ver al personaje en cuestión. Así, en un acto público, lo importante no es el sujeto detrás de la máscara, ni lo que la máscara en sí misma representa, sino lo que es capaz de evidenciar de un dios, un espíritu, un político, etc., y que implica una manera de ver, una perspectiva.

Al enmascararse no se pretende ser un dios, y sí comunicar a los presentes o espectadores cómo debe ser visto o comprendido ese dios. En el caso de los “viejos”, cuando alguien se disfraza de un político, retoma todas las características y frases que, en los medios de comunicación, se hacen evidentes de esa persona. El enmascarado toma aquellas características que le parecen más relevantes o distintivas del sujeto público y las convierte en máscara. Retiene un gesto, una característica, una peculiaridad, no necesariamente falsa, sino únicamente parcial, con el fin de manipularla, manejarla a su antojo y proyectarla hacia los demás.

Para cerrar, es necesario contrastar brevemente los usos ceremoniales o festivos de las máscaras con otros usos. Es verdad que las máscaras tiene una estrecha relación con las danzas y fiestas, no obstante, forman parte de otras expresiones culturales. En la lucha libre mexicana, por ejemplo, las máscaras han sido un distintivo. Luchadores famosos, como Blue Demon y El Santo, lograron popularidad debido en parte al diseño de sus máscaras, al personaje que supieron afianzar a partir de ellas. Las máscaras mortuorias son otro ejemplo, ellas tienen una función muy clara: preservar los rasgos del rostro de la persona en cuestión. Por último –y el caso más curioso–, las máscaras del teatro japonés noh están diseñadas para, dependiendo del ángulo de la luz, cambiar de expresión.

Estos últimos ejemplos, aunque descritos con muy poca meticulosidad, demuestran que la máscara tiene la finalidad de crear un personaje, y poder transmitir una única manera de ver o entender a ese personaje. Incluso las máscaras mortuorias tienen esa función. En el caso de los luchadores, sus máscaras y vestimentas los hacen identificables, y la imagen que proyectan llega a miles de personas que los ven luchar. Ese personaje enmascarado es con el que la gente se emociona, no con la persona que está detrás, quien es una persona común, como cualquier otra. Existen otros tipos de máscaras, pero son completamente funcionales, las máscaras anti gas, por ejemplo, o algunas otras de uso médico.

Quizá la importancia de la máscara, la razón por la que persiste su uso en distintas latitudes, sea que le permite al Hombre perpetuar un gesto, o unos cuantos gestos. Sí, también muchas veces le sirve para ocultarse tras ella, pero muchos objetos pueden ocultar un rostro. Las propiedades plásticas de las máscaras, sin embargo, nos revelan que su utilidad no sólo (o no principalmente) radica en ocultar, sino que son fundamentales en tanto que expresan algo, y eso que expresan es, en cierto modo, sencillo, generalmente una emoción (terror, hilaridad, etc.). El rostro humano puede expresar todas esas emociones, pero jamás podrá perpetuarlas. Perpetuar o retener un gesto es hacerlo una referencia común para muchos hombres, en distintos tiempos, y quizá, distintos espacios.

Portada: Quema de máscaras de sábado de Gloria. Tribu yaqui | Javier Valdemar


Para saber más…

  • Bonfiglioli, Carlo. (1995). Fariseos y matachines en la sierra tarahumara. Entre la pasión de cristo, la transgresión cómico sexual y las danzas de conquista. México. INI.
  • Caillois, Roger. (1986). Los juegos y los hombres. México. FCE.
  • Campbell, Joseph. (1991) Las máscaras de Dios. Madrid. Alianza Editorial.
  • Lévi-Strauss, Claude. (1981). La vía de las máscaras. México. Siglo XXI.
  • Neurath, Johannes. (2005). Máscaras enmascaradas. Indígenas, mestizos, y dioses indígenas mestizos. Relaciones. p. 22-50.
  • Sevilla, Amparo. (Coord.). (2002). De Carnaval a Xantolo: contacto con el inframundo. Programa de Desarrollo Cultural de la Huasteca.
  • Weisz, Gabriel. (1993). El juego viviente. Siglo XXI.

[1] Caillois, Roger. (1986). Los juegos y los hombres. FCE

[2] Weisz, Gabriel. (1993). El juego viviente. Siglo XXI.

[3] Neurath, Johannes. (2005). Máscaras enmascaradas. Indígenas, mestizos, dioses indígenas mestizos. Relaciones.

[4] Campbell, Joseph. (1991). Las máscaras de Dios. Alianza Editorial.

[5] Lévi-Strauss, Claude. (1981). La vía de las máscaras. Siglo XXI.

[6] Neurath, op. cit.

[7] Neurath, op. cit.

[8] Bonfiglioli, Carlo. Fariseos y matachines en la sierra tarahumara. INI.

[9] Neurath, op. cit.

[10] Lévi-Strauss, op. cit.

[11] Sevilla, Amparo. (2002) Introducción a De Carnaval a Xantolo: contacto con el inframundo.

[12] Neurath, op. cit.

¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

NAVARRETE LEZAMA, JOSÉ: «La máscara, el gesto perenne». Publicado el 16 de febrero de 2017 en Mito | Revista Cultural, nº.40 – URL: http://revistamito.com/la-mascara-gesto-perenne/

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José Navarrete Lezama

Estudiante de la licenciatura en antropología de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la UASLP. Líneas de investigación: espacio, territorio y etnomusicología.

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