La Ley de dependencia surge de una sociedad de progreso, dónde lo cultural ahoga los impulsos más esenciales de la vida. Desde el nacimiento, estamos destinados a adaptarnos al Estado de bienestar. El hombre que se rebela es incomprensible (1), Las normas, como la Ley de dependencia, nos permiten armonizar nuestra vida en sociedad.
La conocida como Ley de dependencia surgió como resultado del gran progreso social que emergía de una sociedad cada vez más madura y necesitada de dar cobertura a las personas dependientes.
Dar cobertura a las personas necesitadas era una prioridad por el desarrollo liberal del llamado progreso, en aras de proteger a los más débiles e indefensos. La indiferencia sentía pasado y la justicia encabezaba la gran esperanza del desvalido.
En este proceso se interpone la Ley de dependencia, en pro de hacer justicia a una sociedad entregada a la prosperidad.
La ley 39/2006, de 14 de diciembre, de promoción de la autonomía personal y atención a las personas en situación de dependencia, es una ley española que regula los servicios y prestaciones a la promoción de la autonomía personal, de la atención y protección de las personas, a través de servicios adecuados. La ley define el término dependencia como:
«El Estado de carácter permanente en que se encuentran las personas que, por razones de edad, enfermedad o discapacidad, y ligadas a la pérdida de autonomía física, mental, intelectual o sensorial, precisan de la atención de otra u otras personas para realizar las actividades básicas de la vida diaria; o en el caso de personas con discapacidad intelectual o enfermedad mental, precisan de otros apoyos para su autonomía personal».
La integración de la Ley de dependencia en la sociedad provocó muchas expectativas en muchas personas necesitadas. A personas dependientes desde su nacimiento y a aquellas otras que para adaptarse al proceso de la evolución cultural han entregado parte de su vida.
En contra de lo esperado, la declaración de los derechos reconocidos por la Ley de dependencia, en vez de provocar satisfacción y esperanza trae consigo un aluvión de protestas justificadas y malestar. ¿Cómo es posible? Cuando la sociedad culta no tenía ninguna ley que regulara los cuidados de la persona dependiente no había protestas y ahora hay exigencias.
La no consecución de lo esperado provoca recelo. La persona dependiente entregada a vivir de acuerdo con las normas y expectativas que se presumen propias. No son sino más que promesas que, en vez de resolver lo esperado, entregan a la persona dependiente al destino del que ordena.
El cuidador sufre la frustración de no poder afrontar por sí mismo todos los cuidados que la persona dependiente necesita. Siendo consciente de ello y de su incapacidad, solo le queda rendirse ante lo supremo, la cultura, que nos dirá que debemos de hacer. Deje usted que lo dirijan, siempre encontrará lo que necesite. No piense, solo déjese llevar, el progreso hará todo lo que necesites por ti. No te opongas ni protestes, eso es de rebeldes. De aquellas civilizaciones subdesarrolladas a las que negamos, bien evitando su contemplación, bien omitiendo la acción.
Si hay peligro de claudicación por parte del cuidador, no es problema ninguno, la sociedad de la cultura cubrirá todas las necesidades del dependiente. Si la persona dependiente tiene alteraciones en su autonomía personal, de los hábitos alimentarios, del sueño, de la afectividad de las relaciones sociales, del lenguaje… no importa, la sociedad del bienestar sofocará toda carencia.
Lo único que deben hacer los hombres de la cultura es dejarse manejar, para que el Estado del bienestar actúe en favor de la colectividad.
«La presunción del uno de alimentar y dirigir la “vida” plena y auténtica procura al Dasein[1] un tranquilizante para lo cual todo está “en perfecto orden” y todas las puertas están abiertas. El cadente estar en el‐mundo que es para sí mismo tentador es, al mismo tiempo, tranquilizante». (2)
Las afectaciones psicopatológicas del entorno de la persona dependiente, afectados por la displicencia de la falta de recursos destinados a sofocar el malestar provocado por la ineficiencia de la Ley de dependencia, serán consideradas como daños superfluos; ajenos al desaliento en la ejecución de una acción, por dudar de la bondad o desconfiar del éxito de lo supremo.
La debilidad en el estado de salud física y mental de la persona dependiente y su entorno, se verían agravada en su resistencia al desarrollo de la Ley. En estos términos, nadie se puede oponer al progreso y al desarrollo del Estado de bienestar.
Si lo impensable ocurriese, es decir, si alguien se aventurase a poner al Estado de bienestar en cuestión, toda la maquinaria de los medios de comunicación se pondría al servicio del poder, para mitigar cualquier impulso que pueda debilitar al éxito de la civilización.
La sociedad culta nos pone a cada uno en su lugar, sin derecho ni prerrogativa a la contrariedad. Todos nosotros cumplimos un rol que creemos justo. Un rol en sociedad que sigue las normas impuestas a las que nos debemos y nos guían en todo el proceso de la vida.
«Pero díganme: ¿en qué se fundan ustedes para estar convencidos de que sólo es necesario lo normal, lo positivo, el bienestar en una palabra? ¿Acaso la razón no se equivoca en sus apreciaciones? Es posible que el hombre desee únicamente el bienestar. Pero ¿no es igualmente, posible que desee el sufrimiento? ¿Acaso el sufrimiento no podría ser para él ventajoso como el bienestar? El hombre, a veces, desea apasionadamente el sufrimiento: está comprobado». (3)
El sufrimiento no es aceptado en la sociedad de la cultura, pertenece al pasado que quebró el bienestar. Sólo aquellas personas que han conocido, o reflexionado sobre, la angustia tienen la capacidad de analizar en su “yo”, las hendijas por las que la cultura enhebra la sociedad. Siempre hacia los intereses normalmente concebidos de “lo que se dice”.
El hecho es que la Ley de dependencia se desarrolla en el seno de una sociedad culta. Una sociedad que necesita imponer los criterios del progreso y la servidumbre. Servidumbre reglada y dotada de los mejores valores.
El acceso a los beneficios de derechos que son arrebatados a los no cultos, a los que no poseen del derecho a la excelencia. A los que llamamos barbarie, que en vez de dejar a un lado sus intereses y creencias personales arrollan al prójimo para su bien propio.
En el tránsito que va desde el extremo animal, del que provenimos y rechazamos, a la sociedad culta y elitista, que nos persuade y deseamos; se establece una corriente racional de la que no es posible escapar, excepto mediante la rebeldía.
Ser rebelde está vetado en la sociedad culta. Va en dirección opuesta a la cultura, contra el desarrollo de la técnica, contra el progreso, inclinado hacia el tormento y la muerte.
Excepto cuando creemos que la rebeldía puede aportar nuevas oportunidades de progreso y justicia. En ese caso, incluso las instituciones más rígidas pueden apoyarla. En ese momento, lo que era rebelde se integra satisfactoriamente en la cultura.
Pues bien, la Ley de dependencia nació como un acto de rebeldía al dogma cultural impuesto de que los mayores debían ser cuidados por aquellos que habían cuidado.
La justicia se encargó, como principio de la cultura, de encauzar la rebeldía, ordenando e instaurando normas que permitan desarrollar la Ley de dependencia.
La razón volvía entonces a retomar las riendas de la moratoria, destinada una y otra vez a someter a los ciudadanos al yugo de la entrega. La rebeldía exhorta a retomar la derrota, presumida por el desdén de lo culto.
La Ley de dependencia cumple una justicia social. El desarrollo de la cultura implica la pérdida de libertades individuales hacia la conquista de la prosperidad.
«NUESTRO estudio de la felicidad no nos ha enseñado hasta ahora mucho que exceda de lo conocido por todo el mundo. Las perspectivas de descubrir algo nuevo tampoco parecen ser más promisorias, aunque continuemos la indagación, preguntándonos por qué al hombre le resulta tan difícil ser feliz. Ya hemos respondido al señalar las tres fuentes del humano sufrimiento: la supremacía de la Naturaleza, la caducidad de nuestro propio cuerpo y la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad». (4)
La caducidad de nuestro cuerpo humano se pone de manifiesto con el paso de los años. La evidente supremacía de la naturaleza que nos ahoga y nos hace desarrollar técnicas cada vez más sofisticadas, que no hacen sino aumentar las exigencias culturales. Éstas nos sobrepasan provocando la neurosis. La incapacidad sobrevenida para afrontar las propias exigencias, la imposibilidad aprendida de decir no, desemboca en el inevitable inconformismo, descarrilamiento y el fin último de la muerte.
La Ley de dependencia viene a compensar, de alguna manera, la desnaturalización de la persona a cambio del progreso. La represión de nuestros instintos a favor de la cultura, por fin, tienen su recompensa.
Las distancias insalvables entre los hombres no conocidos, esa porción indomable de nuestra naturaleza, queda neutralizada por unas normas que permiten a la humanidad recibir los cuidados necesarios, fuera y dentro de su entorno familiar.
El desarrollo de la Ley de dependencia permite no solo que sean atendidos las personas dependientes, sino que también se enrame una serie de servicios y prestaciones alrededor de las necesidades demandadas.
Usuario de silla de ruedas cruzando la calle © Diego Rañó
La Ley de dependencia articula una serie de principios y derechos con objeto de proteger a la persona dependiente del fin último e inevitable, que está presente en todas las posibilidades, qué es la muerte.
En esta dirección trabaja el Estado de bienestar, con la participación de todos sus entes, organismos públicos y empresas privadas. Siguen un catálogo de Servicios, que enmaraña una red regulada mediante copagos y prestaciones. Las prestaciones pueden ser vinculadas a servicios, para cuidados en el entorno familiar o para ayudar con el pago del asistente personal.
Efectivamente, necesitamos normas que nos digan que tenemos derechos, aunque después no lleguemos a disfrutarlos o sean claramente insuficientes. Aquello que se venía haciendo, si no cuenta con la vehemencia de la cultura, es repelido y de forma enérgica repudiado.
En esta dirección de auge, bonanza, evolución, prosperidad… se abre una nueva época de subsidio hacia las personas dependientes.
Qué sería de nosotros si no fuese por la cultura que nos permite la excelencia y nos dirige, como ganado, hacia el progreso.
La seguridad y protección de lo culto entraña riesgos, solo para aquellos que no se adaptan. Éstos quedan despojados de sus derechos y se convierten en vagamundos. Entregados al destino de la justicia, impasible ejecutora de la cultura.
La Ley de dependencia va a cumplir 10 años. Si bien es cierto que una década da para mucho, hablando de cultura en sociedad es un trayecto muy corto y hasta el momento bastante endeble. Como siempre la financiación es uno de los pilares que necesita estar bien definido. Sin lugar a dudas, esta ley se verá sometida a revisiones constantes debido a su importancia tanto social – sanitaria como cultural.
Portada: Bebé marcando números en el teléfono © Diego Rañó
Para saber más:
- (1) Foucault, Ml. 2006. Seguridad, territorio, población: curso en el Collège de France (1977-1978). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
- (2) Heidegger, M. 1926. Ser y tiempo. (pág.179). Todtnauberg, en la Selva Negra. Edición electrónica de Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
- (3) Dostoiewski, F. 1864. Memorias del subsuelo. (pág. 67). Edición electrónica de Luarna Ediciones.
- (4) Freud, S. 1929. El malestar en la cultura. (pág.26). Edición electrónica de Biblioteca Libre OMEGALFA.
[1] La presunción del uno se refiere a la afirmación del sujeto anónimo, mediocre y decadente de la sociedad inauténtica. El Dasein es el ser que está en el mundo.
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «La Ley de dependencia y la cultura». Publicado el 26 de septiembre de 2016. Mito | Revista Cultural, nº 37 – URL: |
1 Comentario
Hola boas: chamome Baldomero Castro, é cómo sé pode ver ná foto dó artigo de Diego Rañó. Á accesibilidade pra ás cadeiras de rodas ainda nón está de todo bén, laiome dé ver qué nón sóo eu pola condición física nón podo acceder correctamente ás veira rúas, sé nón qué persoas cón movilidade reducida cómo ancians, ou nais paseando á ós seus críos. Teñen que facer malabarismo é funambulismo pra acceder ás ditas veira rúas. Eu dende á miña humilde situación INSTO á ós organismos públicos é privados qué rompan cón ésta lamentabel situación. Grazas por publicar ó artigo de Diego Rañó pra ver que ainda ahí moito traballo qué facer… ✌♿✌