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Mito | Revista Cultural
Culturas 2

La importancia del nombre propio

Por José Navarrete Lezama el 8 marzo, 2016 @JoseDenis3456

Lo que Alicia sabe

  • El nombre propio distingue y a la vez confunde al sujeto en la sociedad, lo hace partícipe de una realidad que no es únicamente suya.
  • El sujeto requiere de un nombre para opinar y ser juzgado como individuo, para proyectarse más allá de su ser y escapar del incómodo “yo soy yo”.

Cuando Alicia, al principio de sus aventuras en el país de las maravillas, se pregunta ¿Quién soy?, teme inmediatamente ser sus compañeras de clase. En principio, la categoría de diferenciación que establece entre ella y otra (Ada), es una característica física (bucles largos). En segundo término, desplaza la categoría física para utilizar una de carácter metafísico, así tampoco es Mabel, porque ella (Alicia) conoce más cosas que su compañerita. “Además –dice– ella es ella y yo soy yo”. Comprende, después de poco, que ese razonamiento no ayuda en nada a saber quién es.

Alicia está segura de no ser Ada, porque en tal caso tendría unos bucles más largos. Pero no se encuentra igualmente segura de no ser Mabel, inseguridad que responde al temor de ser alguien cuya vida no le gustaría vivir: “deberé vivir en aquella triste y pobre casa, sin juguetes, y siempre estudiando.” Por ello, si no es Mabel, tiene que comprobarlo, y después de recordar erróneamente algunas capitales del mundo y cantar de forma equivocada una canción, concluye que muy probablemente sea Mabel.

Antes de entrar a la madriguera, Alicia sabía quién era. Ahora, bien podría ser Mabel, pero no Ada, ni tampoco la misma Alicia, después de crecer y empequeñecer en poco tiempo. Por eso, le es indispensable que alguien la “llame”, “¡De veras quiero que se asomen y me llamen!” Es, pues, una cuestión de nombres. Se vuelve necesario explicar el “yo” en el único dominio posible: el lenguaje. No es suficiente decir “yo soy yo”. Ese “yo”, evidentemente, debe ser nombrado.

Antes que nada el sujeto se conoce a sí mismo, mínimamente si se quiere. Para saber quién es, Alicia se compara con otras; podría decirse que se define a través del otro. Sin embargo, parte de un conocimiento de sí; no se compara con un conejo porque sabe que es un humano, consciente de que es una niña no se compara con niños; tiene bucles y por ello busca diferenciarse con alguien que también tiene bucles, y no conforme con eso dice “yo se muchas cosas y ella (Mabel) sabe muy pocas”. Alicia sabe, en gran medida, quién es, sólo necesita que alguien la nombre.

El nombre expone a la persona; le hace entrar en el espacio público, le da pertenencia. El sujeto, al ser nombrado, deja de ser una entidad que se vuelve siempre a su interior, para constituirse también en una exterioridad, algo que puede ser enunciado sin la mayor complicación y ambigüedad; como decir “yo soy Alicia”, y no “yo soy yo”. El “yo soy yo” es una expresión circular, se vuelve hacia sí misma, y no esclarece nada. En el “yo soy Alicia” en cambio, se agrega un término más, se abre una posibilidad, algo a lo que aferrarse. Es decir, si bien una persona no puede explicar el yo en toda su profundidad, si puede decir al menos su nombre: “yo soy Alicia”.

alicia nadando con la rata. john tenniel pngAlicia nadando con la rata (1865). John Tenniel.

Imaginemos a alguien sin nombre. Quizá experimentaría lo que Alicia. Su interacción con los demás personajes conlleva la pregunta constante ¿quién soy? Incluso, la caída en el pozo que parece interminable, narra un continuo movimiento que no obstante da la impresión de estabilidad, porque la niña reflexiona en todo momento sobre su condición, la de un ente cuyos cambios repentinos en su cuerpo y en el contexto en el que se mueve, le conducen a dudar de su propio ser.

En nuestra sociedad, no tener un nombre propio sería una especie de discapacidad. Un sujeto sin nombre se vería en dificultades para moverse en el espacio y el tiempo de las personas. Por ello los padres, aun cuando no ha nacido el bebé, ya tienen contempladas algunas opciones para nombrarlo, sino es que ya lo tienen decidido, para que una vez nacido se le llame por su nombre, aunque éste no sea oficial todavía. Es llamativo el azoro de las personas que conocen a un bebé sin nombre.

En cierto modo, aún el bebé no entra completamente en el mundo social cuando ya se le ha dotado de nombre; eso es entendible porque el nombre propio es la condición de su entrada en sociedad. Es su singularidad (es decir, su nombre) la que le asegura un nicho, un hueco en el mundo. Para nosotros solamente un ser individualizado puede ser un sujeto social.

Tal como Zigmunt Bauman sostiene en Vida Liquida, “ser un individuo significa ser como los demás del grupo”, y, para ser lo que tradicionalmente se considera como un individuo, es decir, un sujeto distinto a los demás, en nuestra sociedad –en la cual “la individualidad es un deber universal” – se tendría que intentar “no ser un individuo”.

El sujeto con nombre propio es ese individuo que no es “auténticamente” un individuo. El nombre propio distingue y a la vez confunde al sujeto en la sociedad, lo hace partícipe de una realidad que no es únicamente suya. Ser nombrado significa ser individualizado, lo que significa por tanto ser un poco como los demás. Un individuo no es pues un sujeto diferente, sino alguien que comparte algo con otros; la ostentación de un nombre propio que lo define, por ejemplo.

alicia en la casa del conejo blanco. john tenniel pngAlicia en la casa del conejo blanco (1865). John Tenniel

Otras sociedades, por el contrario, dotan al nombre propio de una importancia menor. Para los penan, grupo nómada de Borneo, el nombre propio tenía un papel subordinado. Los niños llevaban su nombre personal hasta que uno de sus parientes fallecía. Cada que un pariente moría, el niño penan adoptaba un nombre que hacía referencia a la relación con su familiar muerto. Claude Lévi-Strauss llama a ese tipo de nombre necrónimo. Cuando el niño se hacía adulto, contraía matrimonio y tenía hijos, se veía liberado de llevar un necrónimo, y ahora recibía lo que el mismo Lévi-Strauss designa como teknónimo, o nombre que indica la relación con el hijo (“padre de…” o “madre de…”). Un penan pasaba por varios necrónimos antes de tomar posesión de un teknónimo.

Cuando un nuevo integrante (un bebé) llegaba a la familia penan, sus hermanos se liberaban de sus necrónimos y adoptaban de nuevo sus nombres propios, mientras que los padres tomaban otro teknónimo relacionado con su hijo recién nacido. Los nombres personales entre los penan, nos dice Lévi-Strauss en El pensamiento salvaje, forman un grupo con otros términos (necrónimos y teknónimos) cuya función es clasificar a la persona.

Entre los penan únicamente los hijos llevaban sus nombres personales, pues al ser demasiado jóvenes, aún no habían sido clasificados por el sistema social y familiar. “El nombre propio […] es la marca del que esta fuera de clase”, sentencia Lévi-Strauss. Sólo un sujeto clasificado mediante este sistema de nominaciones puede ser un sujeto social.

Al igual que para los penan, para los algonquinos, los iroqueses y los yurok el nombre propio era relegado a un lugar subordinado. Con la diferencia de que si, entre los penan se debía esperar la muerte de un familiar para abandonar el nombre que se lleva, en los tres grupos ya mencionados, se tomaba el nombre personal cuando un pariente moría.

Tanto los iroqueses como los yurok, evitaban hasta donde les era posible usar el nombre personal. Para ello, los yurok crearon un sistema de denominaciones conformado por una raíz que corresponde a la residencia (casa o aldea), y por un sufijo que alude al estado conyugal. “Los nombres masculinos se forman según el lugar de nacimiento de la mujer, los nombres femeninos según el del nacimiento del marido”.

Marcel Mauss, en Sociología y antropología, llama también la atención sobre las peculiares formas de nominación inventadas por otras sociedades. Entre los kwakiutl, así como para los heitsuk, bellacoola y otros, “cada momento de la vida de una persona queda personificado y recibe un nombre, un nuevo título de niño, de adolescente y de adulto (masculino o femenino)”. Aquí el nombre funge como una marca de entrada a fases de la vida, no necesariamente vinculadas con el parentesco, como es el caso de los ejemplos de Lévi-Strauss.

No obstante, en los ejemplos de uno y otro autor, se refleja la tendencia de algunas sociedades a nombrar a sus integrantes con diferentes nombres a lo largo de su vida, en contraposición a nuestra sociedad occidental actual, en donde un sólo nombre propio nos distingue toda la vida. El nombre personal no es tan importante para las sociedades de las que habla Lévi-Strauss porque lo fundamental para estas es la clasificación, mientras que para nuestra sociedad lo vital es volver al sujeto un individuo. Dos maneras distintas de hacer al sujeto un ser social.

reina alicia. john tenniel jpegReina Alicia (1865). John Tenniel

Al nombrar a una persona, tanto en un tipo de sociedad como en otra, se le ingresa en un espacio-tiempo social, pero para unos la entrada en sociedad implica deshacerse del nombre propio, pues éste no significa mucho, mientras que para otros el nombre personal significa casi todo, porque es mediante esa denominación que los demás podrán llamarles, desde que se nace hasta que se muere, de ahí la desesperación de Alicia porque alguien la llame.

Alicia sabe que, después de crecer y decrecer varias veces y de moverse en un lugar extraño donde nadie la conoce, no es suficiente saber quién es, ni siquiera saber que se llama Alicia –porque en el fondo Alicia sabe que se llama Alicia–, sino que es necesario que alguien más la reconozca y le llame por su nombre.

“No estoy muy segura en estos momentos” –responde a Alicia cuando la oruga fumadora le pregunta ¿Quién eres tú? Después agrega “yo no soy yo”. “Cuando usted se convierta en crisálida […] luego en mariposa, creo que también se sentirá algo desconcertado. ¿Verdad?”–le objeta la niña al animalito. “Ni tantito” –responde la oruga.

La oruga está acostumbrada al cambio, a la transformación; no así Alicia, para quien su nombre pronunciado por los demás (por quienes la conocen) es su más grande certeza. Y en esos momentos en los que ha sufrido cambios, requiere más que nunca una certeza. Alicia no ha perdido, en sentido estricto, su nombre, ha perdido esa conexión entre su ser singular y el mundo, por eso piensa que ya no es la misma. Ella bien podía contestar, cuando le preguntaban quién era: soy Alicia; sin embargo ese “soy Alicia” sonaría hueco, pues su persona y su ambiente sufrieron una alteración.

El ser llamada por su nombre propio, el cual no cambia, es para la persona occidental contemporánea, el principio que hace posible su socialización. De lo contrario sería una pieza sin identidad en la masa. La masa es eso, un conjunto homogéneo, piezas sin identidad, sin nombres. Los penan, en cambio, poseen nombres distintos cada vez que un familiar muere o nace. El principio de socialización tiene que ver con el constante mudar de nombre, con la “entrada” en una relación distinta; de hecho, aclara Lévi-Strauss, los penan dicen que se “entra” en un nombre (en un necrónimo o un teknónimo), no que se recibe o toma. La identidad esta condicionada a una relación de parentesco con un muerto o con un recién nacido.

Entrar en un nombre y ser nombrado son las estrategias por las que unas sociedades y otras dotan al sujeto de una máscara, o hacen del sujeto una persona, recuérdese la perturbadora relación entre las palabras máscara y persona en el latín (personae designaba a la máscara a través de la cual se expresaba el actor). El sujeto, requiere precisamente ser considerado una persona, o poseer una máscara a través de la cual hablar, y por lo mismo requiere de un nombre para opinar y ser juzgado como individuo, para proyectarse más allá de su ser y escapar del incómodo “yo soy yo”.

Alicia sabe quién es, conoce cuál es su nombre, pero también sabe que necesita ser reconocida. No sólo le molesta que ese mundo en el que ha entrado esté bastante loco, también le molesta que no sea tratada y juzgada como en el mundo del que proviene. A pesar de todo, la niña añora volver a su mundo, en donde ser ella es simplemente ser Alicia.

Portada: Alicia, el sombrero y la liebre (1865). John Tenniel


¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO?

NAVARRETE LEZAMA, JOSÉ: «La importancia del nombre propio». Publicado el 8 de marzo de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.31 – URL: http://revistamito.com/la-importancia-del-nombre-propio/

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José Navarrete Lezama

Estudiante de la licenciatura en antropología de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la UASLP. Líneas de investigación: espacio, territorio y etnomusicología.

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2 Comentarios

  • José Membreño says: 30 septiembre, 2019 at 22:10

    Estamos en tiempo de restauración de todas las cosas, ahora miramos el resplandor del verdadero y original nombre de nuestro Salvador haMashíaj, el nombre que es sobre todo nombre YHWH YAH USHUA haMASHIAJ. El nombre HEBREO que quiso OCULTAR y PERDER la Iglesia Católica Romana, habiéndonos mandado a todo Occidente sus Biblias procedentes de sus Textus Receptus con todos los nombres Bíblicos falsificados, mal traducidos, cambiados, sobre todos: El KADOSH SHEM de nuestro ABBA YHWH YAH USHUA. Shalóm ubrajot.

    Reply
  • Wanda says: 27 julio, 2018 at 15:58

    Buen trabajo. Sabe usted ¿que repercusiones psicológicas tiene el no poseer un nombre?

    Reply
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