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Mito | Revista Cultural
Historia 3

La imagen personal, la estrategia más certera de Alejandro Magno

Por Paz Menoni el 22 diciembre, 2014 @pazmenoni

“Ni siquiera me parece un grave error de Alejandro el hecho de que retrotrajera su ascendencia al linaje divino, si no se trataba de otra cosa más que una añagaza de cara a sus súbditos, y por darse mayor dignidad” Arriano (VII, 29-3).

Corría el año 331 antes de Cristo en Gaugamela, actual territorio de Irak. Los persas oponían gran resistencia al ejército de Alejandro, rey de Macedonia, quien llevaba a cabo una de sus mayores campañas; pero no sólo en el aspecto armamentístico, sino también en el sociológico: la conquista del gran Imperio persa, hasta ese entonces jamás invadido por ninguna nación. Pero, ¿cómo logró Alejandro, un joven rey macedonio con formación helénica, erigirse a sí mismo como emperador de un pueblo estigmatizado como “bárbaro” por el resto del mundo conocido? El helenista Antela-Bernárdez lo indica como “una especie de camino de soberanía hacia la divinidad, un estatuto cuya obtención aseguraría la imposición de su autocracia”.

Existe un vocablo griego para denominar el procedimiento: apoteosis (ἀποθέωσις), estar entre los dioses. Suena simple, pero la complejidad del asunto va más allá de la mera enajenación del rey. Alejandro Magno llevó a cabo de forma cuidadosamente premeditada una proyección de sí mismo como una amalgama entre Aquiles y Heracles, héroe y semi-dios respectivamente, ambos sus ancestros: Olimpia, madre de Alejandro, pertenecía a la casa de Epiro y poseía un parentesco directo con Neoptólemo (hijo de Aquiles); mientras que Filipo, su padre, estaba emparentado con el linaje heraclida, pues Alejandro I -décimo rey de Macedonia- reclamaba ser descendiente de Príamo de Argos y, a su vez, de Heracles. Estableciendo un análisis más directo con cada figura mitológica, podemos observar que Aquiles aportaba el arquetipo heroico a la apariencia personal de Alejandro: al ser este coronado a los 20 años de edad, era visto como un rey joven, imberbe, impulsivo, que emprende combates sangrientos contra Tebas, incluso en esa época ordenaba que se lo represente con rasgos leoninos, exactamente igual que Aquiles, quien emprendió el viaje a la guerra de Troya siendo aún muy joven y con ánimos excesivamente violentos; por otro lado, Heracles es el paradigma que contribuye con los valores semi-divinos que Alejandro buscaba adjudicarse en su madurez, como el conquistador que civiliza las zonas que invade, el protector de la comunidad griega (σωτiρ), como era llamado Heracles por el pueblo.

Silver tetradrachm of Alexander the Great (336 - 323 BC) Head of Hercules in lion's skin, Philippi MuseumTetradracma de Alejandro Magno (336-323 a.C.) representado con facciones heraclidas y vestido con la piel de un león. Philippi Museum. Carole Raddato

Este trazado de analogías entre él mismo y los personajes mitológicos representaba apenas media parte de su plan de deificación, pues lo que más impactó al pueblo fueron los rumores de su procedencia directamente divina. Hoy en día no puede saberse con certeza de quién partió tal historia, pero la creencia popular establecía que Olimpia, madre de Alejandro, quien pertenecía al culto de los misterios órficos y otras costumbres religiosas que Plutarco calificaba de “bárbaras”, se había unido carnalmente con el dios egipcio Amón, encontrándose éste encarnado en una de sus serpientes domesticadas, y que el fruto de esa relación había sido Alejandro Magno. Lo verdadero de la historia son las tradiciones religiosas primitivas a las que se inscribía la madre de Alejandro, y que éste estuvo rodeado de su misticidad desde pequeño, lo que probablemente influyó en la proyección de su propio nacimiento como un hecho sobrenatural. Pero lo que mayormente indujo al joven rey a creer ser hijo de un dios fue su visita al oasis de Siwa, donde un profeta del santuario del lugar le dio la bienvenida como a un hijo del dios Amón, y preguntándole indirectamente por Filipo, desconociéndolo como padre de Alejandro. Asimismo, se cuenta que el sacerdote se despidió de él llamándolo “hijo de Zeus”, estableciendo una clara correspondencia entre los panteones egipcios y griegos, y calificando a Alejandro como hijo de sus mayores representantes.

Ilustración medieval de la concepción de Alejandro, donde puede verse un dragón acostándose con OlimpiaIlustración medieval de la concepción de Alejandro, donde puede verse un dragón acostándose con Olimpia. La aparición de un dragón en lugar de una serpiente se debe probablemente a un error de traducción que subsiste aún hasta nuestros días: el vocablo que designa a la serpiente, draco, es interpretada como dragón, aunque estos no existían en el imaginario griego. Provenance Online Project

Divinización es el término escogido por los especialistas para designar el proceso que lo llevó a ser adorado como a un dios; proceso que como ya hemos dicho no fue casual, mucho menos azaroso: Alejandro se rodeó de un nutrido grupo de artistas cuya única ocupación era concebir una imagen idealizada de su persona. Sólo permitía ser pintado por Apeles, esculpido por Lisipo, grabado por Pirgóteles, inmortalizado en cantos por el poeta Quérilo yEstatua de granito de Alejandro Magno representado como un faraón greco-egipcio (300 a.C), además de estos “asesores de imagen”, contaba con un conjunto de colaboradores que contribuían a difundir esta proyección sublimada de su persona fundándose en la recopilación de relatos exaltados y exagerados sobre su vida privada, algunos de los pocos autorizados a contar su historia eran Calístenes -sobrino de Aristóteles-, Ptolomeo -fundador del posterior linaje ptolemaico que reinó en Egipto-, Eumenes –quien confeccionaba el diario oficial de las conquistas- y Cares -encargado de relatar los banquetes-. Lamentablemente estos escritos no han llegado a nuestros días, pero sí inspiraron las posteriores biografías de Alejandro que sobrevivieron hasta hoy y que constituyen las fuentes más confiables de la vida del rey, a saber, sus autores: Plutarco, Curcio, Justino, Arriano, Diodoro Sículo, Ps. Calístenes.

Estatua de granito de Alejandro Magno representado como un faraón (300 a.C). Museo Liebieghaus (Frankfurt, Alemania). C. Raddato

El imperio aqueménida finalmente se rindió ante los macedonios de forma total: el pueblo persa adoptó la genuflexión o proskynesis (προσκύνησις) para con Alejandro, gesto de sumo respeto hacia el soberano, que se basaba en postrarse ante el mismo. El helenista Blázquez-Martínez dice al respecto: “Alejandro convirtió un gesto de respeto persona en un acto de culto a su persona en tanto dios”. Pero tal muestra de sumisión fue mal vista por griegos y macedonios, que poseían un fuerte sentido de la democracia y rechazaban la idea de un monarca que tuviera poderes equiparables a los divinos, lo que desencadenó una sólida discusión entre Calístenes y Alejandro: el primero no aceptaba la proskynesis y alentaba a los helenos libres a no practicarla, provocando la ira del soberano y su propia encarcelación. Esta pugna entre el rey y el condiscípulo designado para escribir su historia marcó un punto de inflexión en la imagen de Alejandro que percibían los griegos: ya no era el grandioso conquistador que venció a los persas, sino un tirano demente que pretendía considerar a bárbaros y a helenos como iguales. La noción de equidad y hermandad entre diferentes pueblos era algo totalmente inusitado para el ejército de antaño de Alejandro, quienes se sintieron insultados y traicionados al casarse éste con Roxana de Bactria, una princesa bárbara heredera de una importante satrapía del Imperio aqueménida.

Mosaico de IssosMosaico de Issos (325 a.C.) de Filoxeno de Eretria en la Casa del Fauno de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Magrippa

Visto en retrospectiva, el método fue extremadamente novedoso para la época: un nuevo emperador con ánimos de unión y rebosante de paideia (παιδεια) griega -un proceso de aprendizaje característico de la Hélade, del que Alejandro se nutrió gracias a Aristóteles, su maestro-, que no sólo busca doblegar a sus adversarios mediante tácticas bélicas, sino también aprovechándose del culto mitológico-religioso existente en la idiosincrasia persa, donde los soberanos eran vistos con rasgos divinos. Pero las fisuras en el modelo de apoteosis alejandrino que ya se observaban en el episodio de Calístenes y en la boda con Roxana empeoraron aún más durante la campaña de la India: una vez finalizada la batalla del Hidaspes, en el año 326 a.C, los griegos y macedonios que conformaban el ejército de Alejandro se rebelaron, extenuados de batallar en lugares inhóspitos, alterados por la idea de luchar contra más elefantes de guerra y fastidiados con la idea un imperio panhelénico que integrara a personas tan ajenas a los ideales griegos, como lo habían sido los persas y como hubiesen sido los indios de haber continuado la campaña. Aunque la batalla había resultado en una victoria para las tropas helenas, Alejandro permitió a Poros, rey de Parua, continuar gobernando en su nombre, pues su coraje y astucia bélica lo habían impresionado. Finalmente, Alejandro accedió al pedido de sus oficiales de no continuar expandiéndose hacia el este asiático, y el ejército macedonio emprendió la retirada hacia Babilonia, tras ocho largos años de conquistas.

De modo que así operó en las campañas de Alejandro esta singular estrategia propagandística: sin lugar a dudas la deificación de su persona, lograda con la complicidad de sus generales y los encomendados a ensalzarlo exageradamente, fue un factor decisivo a la hora de conquistar Persia y subyugarla sin mayores dificultades; pero esta mitificación se volvió en contra del mismo Alejandro al querer imponerse del mismo modo ante los griegos y macedonios, quienes ya conocían las estratagemas que ellos mismos habían alentado en su propio rey, y no podían tolerar ser tratados del mismo modo que a los bárbaros. A modo de conclusión, podemos destacar el arraigado sentido de autonomía que caracterizaba a los helenos, en contraposición con la superstición e ingenuidad de los bárbaros; asimismo subrayamos el utópico deseo de Alejandro, siempre presente en su campaña, de educar a todos los pueblos por igual en la paideia griega y con equidad.


Para saber más…

  • Las imágenes de Alejandro, F. Rodríguez Adrados.
  • Alejandro Magno o la demostración de la divinidad, Borja Antela-Bernárdez.
  • Alejandro Magno, homo religiosus, José María Blázquez.
  • Las madres de Alejandro, Alejandro Noguera Borel.
  • La institución del culto al gobernador helenístico, Ana Rumí Gutierrez.
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Paz Menoni

 

Estudiante de Licenciatura y Profesorado en Letras de la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe, Argentina. Experiencia en medios de radiodifusión e incursiones en el ámbito literario.

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3 Comentarios

  • ramiro says: 26 diciembre, 2014 at 19:13

    Excelente nota!!!! Muy interesante

    Reply
  • miguel alfonso says: 22 diciembre, 2014 at 16:26

    Enriquecedor. Hace poco estuve en el Partenón y la nota ayuda a entender

    Reply
  • vick says: 22 diciembre, 2014 at 15:32

    OMG!! Genia total

    Reply
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