«Al guante se le da una forma para albergar cada dedo, y los guantes se clasifican por tallas. La manopla limita el movimiento de la mano para aferrar, pero deja en su interior espacio para que los dedos se muevan y pueda quedarle bien a un amplio rango de tamaños de manos. ¿Los edificios no deberían ser diseñados como manoplas, más que como guantes, con el fin de solucionar las definiciones genéricas de la función en lugar de las específicas? En un edificio-manopla, algunos de los elementos del programa hoy en día puede que funcionen de un modo menos bueno, pero es también probable que estos cambien incluso antes que el edificio termine de construirse. En muchos proyectos, el sacrificar la adherencia a algunas especificaciones del programa actual puede ser incluso mejor para la flexibilidad que este pueda ofrecer en el futuro». – Venturi, Robert; Scott Bown, Denise, (2004) Architecture as Signs and Systems. Cambridge: Harvard U. Press. p 153.
Cuando nos hablan de un espacio flexible, fácilmente imaginaremos paneles que se mueven, muebles que se pliegan o cortinas que se corren. Y sí, en su definición más espontánea, estos espacios permiten una mayor diversidad en las funciones que pueden albergar que otros espacios con elementos inmóviles. Pensemos, por ejemplo, en un gran salón de actos que en un momento determinado acoge un evento de mayor concurrencia y, por tanto, se requiere todo el área de éste. Este mismo salón, en otro momento, podrá también acoger varios eventos más pequeños a la vez si se subdivide con paredes móviles.
No obstante, la flexibilidad y multifuncionalidad de la arquitectura y los espacios arquitectónicos es mucho más compleja que esta idea inicial. Así pues, un edificio es flexible por poder adaptarse a distintas necesidades a lo largo de su vida útil. Esto se puede entender como una modificación continua del espacio, realizada por los usuarios, o por una reutilización de una estructura para convertirla a otro uso completamente distinto.
Es por esta razón que la flexibilidad en la arquitectura es muchas veces sinónimo de una buena práctica. Por un lado, es sostenible con el medio ambiente, pues evita el tener que emplear recursos para derribar y reconstruir una construcción, al mismo tiempo que plantea la reutilización del propio edificio. Y por otro lado, al hacer un menor uso de esos recursos y energía, también presenta una alternativa más económica ante la materialización de un proyecto de nueva planta.
La flexibilidad entendida como este concepto más amplio ha sido muy recurrente a lo largo de la historia. Existen muchos y diversos ejemplos de reutilización de edificios o partes de éstos para diferentes usos, ya fuese por cuestiones estéticas, económicas, políticas o religiosas. Un ejemplo cercano de esto es la presencia de columnas visigodas y romanas en la mezquita de Córdoba, que fueron reaprovechadas de otros templos.
Anfiteatro de Arles (s. XVIII), J.B. Guibert
Del mismo modo, en la época medieval, tras la decadencia del imperio romano y los oscuros tiempos en los que Roma se vio envuelta, los habitantes de la ciudad empezaron a reciclar los materiales usados en los grandes monumentos que una vez representaron la grandeza de la ciudad, pero que en ese momento estaban abandonados. En lugar de ir a una cantera a cortar las piedras para construirse sus hogares, muchos optaron por entrar en el Coliseo y llevarse las losas ya cortadas que revestían las gradas y paredes. Aprovecharon los recursos que tenían al alcance. Llevando esto al extremo, tenemos el ejemplo de la ciudad de Arlés, en donde durante el Medievo toda la ciudad se concentró en el interior del perímetro del anfiteatro, utilizando las paredes ya construidas de éste como muralla de la ciudad. Aquí observamos un cambio de uso de la estructura original, que se adapta a las nuevas necesidades de otro momento histórico.
Sobre estructuras un poco más recientes en la historia tenemos el caso del Puente de Londres, de una estructura anterior a la existente ahora que se empezó a construir en 1176 y se inauguraría en 1209. Ante ese largo periodo de construcción y un presupuesto desorbitado, se permitió construir casas sobre el mismo puente para pagar parte del proyecto. De este modo, una estructura que en un principio iba a servir para salvar la distancia entre ambas orillas del río Támesis se convirtió en una calle más de la ciudad, rodeada de casas que colgaban a ambos lados del puente. Este puente sería sustituido 600 años después de su construcción y es por eso que no queda rastro de este suceso. Sin embargo, el paisaje resultaría similar al que se puede observar hoy en día en el puente Vecchio, en Florencia.
Vista del Puente de Londres (1632), Claude de Jongh
Este concepto de habitar estructuras sería reinterpretado, ya en el siglo XX, por Le Corbusier, Yona Friedman, los metabolistas japoneses o el grupo Archigram de arquitectos ingleses, desde mediados de siglo y hasta los años setenta. Todos ellos, en sus diferentes teorías, contextos y estilos, proponían ciudades utópicas en las que existía una estructura básica construida que se consideraba inamovible y en la que se concentraban los servicios elementales de la ciudad como puedan ser carreteras, tuberías, red eléctrica, etc. En esta estructura fundamental se insertaban, a modo de libros en una estantería o de máquina que se enchufa a la red general, las distintas partes de la ciudad que se consideraban temporales. Principalmente, se referían a unidades habitacionales, pero también a equipamientos de la ciudad. De este modo, se asociaban los huesos de la ciudad a una estructura longeva y permanente en el tiempo, mientras que la construcción de hogares y demás se planteaba como la parte dinámica de la ciudad, que podía adaptarse fácilmente a las necesidades cambiantes del ser humano a lo largo de la vida de éste. Así, estas unidades se concebían como prefabricadas y efímeras, de quita y pon, que tras convertirse en obsoletas para un uso particular, podían reformularse y remplazarse por otras que cumplieran una nueva función. En todos estos casos, se planteaba la dualidad entre la estructura fija de la ciudad y las partes móviles y volátiles.
Unité d’Habitation de Marsella, Le Corbusier | Yisris
Ejemplos construidos que ejemplifiquen estas teorías podrían ser la Unité d’Habitation de Marsella, de Le Corbusier, o la Torre Nakagin, en Tokio, de Kisho Kurokawa. La Unité se planteaba como una estantería que albergaba la estructura portante del edificio y en la que las casas se insertaban prefabricadas, de modo que podían ser remplazadas por otras unidades cuando se requiriese. Su construcción, sin embargo, distó mucho del razonamiento teórico; hay que recordar que se trataba de viviendas públicas y el presupuesto debía ser ajustado. Así, a pesar de concentrar muchas de las teorías de Le Corbusier, no se consiguió materializar la adaptabilidad de los módulos dentro de la estructura fija del edificio, que se sigue irguiendo tal y como se construyó en 1951, en lugar de haberse modificado en el tiempo, más allá de las labores de mantenimiento.
La Torre Nakagin corrió una suerte similar. Esta se planteaba como un núcleo que albergaba la estructura portante y la comunicación vertical y en el cual se enchufaban unas cápsulas que constituían las viviendas. El edificio se pensó como residencia para hombres y mujeres de negocios solteros o cuya primera residencia se encontraba a las afueras de la ciudad y no se podían permitir el ir y venir todos los días al trabajo, por lo que alquilaban estudios en el centro para los días de entre semana. Esta torre también se proyectó como una estructura que iba a alterarse en el tiempo y a evolucionar según las necesidades de los usuarios; por ello, las cápsulas prefabricadas, que concentraban todos los requisitos de una vivienda en un espacio muy justo y altamente optimizado, se conectaban al núcleo principal con tan solo cuatro tornillos de alta resistencia, para permitir un fácil montaje y desmontaje de las mismas. Como en la Unité, este dinamismo quedaría en la teoría y, aunque Kurokawa consiguió llegar más lejos en la materialización de este concepto y se hubiese podido ir perfectamente modificando el edificio según lo planeado, la realidad es que nunca se remplazó ninguna cápsula.
Torre Nakagin, Tokio | Miki Yoshihito
Estos ejemplos hablan de edificios que se pueden modificar quitando partes, sustituyéndolas, añadiendo otras. Son construcciones que nos hablan de modificar la propia cáscara y anatomía para adaptarse a los distintos requisitos. Pero existe otro modo de flexibilidad en la arquitectura y es aquella que sucede hacia el interior de la envolvente; es decir, se establece una piel y una estructura portante y, a partir de este punto, los espacios interiores se pueden subdividir a nuestro antojo, según las necesidades funcionales. Esta flexibilidad es la que muchos edificios gozan hoy en día. Nuestras viviendas se subdividen con tabiques, que pueden demolerse y volverse a construir en otro lugar sin que esto afecte a la estructura del edificio. Pero esto no siempre fue así, sino que la tecnología y los nuevos materiales tuvieron que hacer posible primero el disociar la función portante de la función envolvente del muro y, una vez conseguido esto, se tuvo que indagar en formas de plantear y materializar esa dualidad.
Quienes más ahondaron en este tema fueron Le Corbusier y Mies Van der Rohe. Ambos desarrollaron teorías alrededor de la planta libre y la independencia de la estructura y el cerramiento. Aunque en la Unité le Corbusier no tuvo tanto éxito con la materialización de la movilidad de los módulos, sí que pudo ejemplificar su esquema Domino. Este esquema explicaba que la estructura no tenía porque corresponderse con las particiones de los espacios sino que podía ser una estructura atomizada, en forma de pilotes o pilares, que permitiera una libre partición de los interiores. Un ejemplo más claro de esto sería su proyecto de la Ville Savoye, en París.
Seagram Building, Nueva York | Jules Antonio
Mies van der Rohe también ahondaría en este concepto dual entre estructura y cerramiento. Él concentraría las funciones de los espacios servidores – ya sea cocina, baños, cajas de ascensores,…- en un punto y los colocaría en una posición centralizada, sirviendo a la vez de núcleo estructural. De este modo, el resto del espacio quedaba libre y la estructura requerida en fachada se podía minimizar permitiendo grandes superficies acristaladas en el perímetro del edificio. Este esquema propició mejoras en las condiciones, especialmente, de los rascacielos, los cuales se siguen basando en él.
Para comprender mejor esto último, podemos observar cómo los rascacielos construidos antes de las mejoras en la resistencia del acero y el hormigón o antes de los trabajos de Mies Van der Rohe contienen una proporción mucho menor de superficie vidriada en su fachada, pues esta última adquiría una importante función estructural como muro portante. Esto queda patente en ejemplos como el Home Insurance Building (edificio considerado el primer rascacielos) o el Flat Iron Building.
Flat Iron Building | Brandon
La flexibilidad a la que este concepto de especialización de funciones de los elementos arquitectónicos hace referencia no corresponde a una modificación constante de las particiones del edificio sino más bien a la posibilidad del mismo de adaptarse si su uso cambiase. Es decir, permite renovar los edificios o partes de éstos sin modificar o derribar su estructura portante o su envolvente.
Un paso más cercano a una flexibilidad más espontánea se otorga a los espacios que se subdividen con particiones móviles. Como decíamos al principio, ya sean cortinas o paneles, la idea se basa en poder modificar constantemente las dimensiones de los espacios de una forma sencilla y rápida. Y esto no se restringe solo a las particiones verticales o paredes, sino que se extiende a todas las superficies de un espacio. Por ejemplo, en las grandes salas escénicas de teatros, auditorios y óperas tanto el techo, como paredes o partes del graderío, se pueden desplazar para adaptar la acústica, la capacidad de la sala o los decorados a las necesidades de cada espectáculo.
Viviendas sociales, Alejandro Aravena, Poet Architecture
Finalmente, comentaremos una opción de flexibilidad que combina el concepto de sostenibilidad y economía con la responsabilidad social. Ésta se ejemplifica con la obra de Alejandro Aravena, que recientemente ganó el premio Pritzker 2016. Aravena, en sus proyectos de viviendas sociales, plantea una vivienda mínima que se adapta a una economía restringida y que ofrece todos los servicios básicos de una casa. A su vez, junto a estas viviendas se otorga un espacio vacío hacia el cual éstas podrán crecer y expandirse según la economía de sus habitantes vaya mejorando y sus necesidades vayan cambiando. La vivienda inicial se plantea como una unidad en si, pero al mismo tiempo como una unidad a la espera de crecer, con las consiguientes facilidades que esto plantea a la hora de ampliarse, ya sean constructivas o espaciales. De este modo, ejemplificamos cómo una práctica responsable de la arquitectura pasa por considerar la flexibilidad en los edificios, pues éstos, una vez erguidos, pasarán décadas y, tal vez, siglos en ese mismo lugar y darán servicio a generaciones presentes y futuras cuyas necesidades no siempre podremos anticipar.
Portada: Seagram Building, NY, Mies Van der Rohe | Jules Antonio
Para saber más:
- Venturi, Robert; Scott Bown, Denise (2004): Architecture as Signs and Systems. Cambridge: Harvard University Press. p 153.
- Josep Maria Montaner i Zaida Muxí,(04/01/2014): Interpretando la sociedad desde la arquitectura (I). [Fecha de consulta: 24 de enero de 2016]
- Fátima M. Colmenares: Arquitectura Adaptable: La flexibilidad en espacios arquitectónicos [Fecha de consulta: 16 de enero de 2016]
- Nonsuch House. Wikipedia [Fecha de consulta: 26 de enero de 2016]
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