“Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia” – Papa Juan XXIII, 1959. Concilio Vaticano II.
Todas las grandes civilizaciones de la historia germinaron alrededor de unas creencias, una religión, un sentimiento de espiritualidad que intentaba dar cobijo a las inquietudes de las gentes que a éstas se acogían. Estas religiones, que normalmente asignan la creación del mundo a agentes externos, a los que se es devoto, han generado, durante los largos siglos y milenios de la historia, una gran cantidad de edificios destinados a albergar o adorar a sus dioses y a congregar a su comunidad. He aquí la arquitectura religiosa.
Antes de avanzar en este tema, parémonos primero a analizar el concepto de creación. Resulta interesante pensar en cómo, a pesar de los variopintos orígenes de las religiones, la mayoría de ellas afirma que el mundo fue creado. Por Dios, dioses, diosas, algún fenómeno natural… pero creado. Crear es fabricar. Es proyectar, diseñar, detallar, construir. Ese carácter de transformar la materia, de convertirla en algo diferente de su estado inicial, fue aprehendido por nosotros. Y así, tal y como las deidades crearon nuestro hogar, nosotros recreamos el suyo.
Templo de Virupaksha, India, Ashwin Kumar.
Desde los inicios de nuestra historia, la arquitectura religiosa ha estado presente: desde los menhires de los prehistóricos, hasta las construcciones más vanguardistas de la actualidad, pasando por templos de diversas tipologías, dirigidos a distintos dioses. Al fin y al cabo, todos nos hemos preguntado alguna vez qué somos, a dónde vamos y de dónde venimos, y las religiones siempre han intentado dar respuesta a estas inquietudes existenciales. Lo curioso es que, a pesar de todas las diversas respuestas que las religiones ofrecen o han ofrecido, la reacción común de la humanidad haya sido construir edificios que se ofrecen a los dioses o creadores. Les generamos un lugar que les acoge en la Tierra, con el fin de que ellos nos acojan en los cielos. Y no es un lugar cualquiera; sino que, la arquitectura religiosa, generalmente, reúne más cuidado, más esmero y más atención que muchos otros tipos de construcciones, llegando a convertirse en una arquitectura de gran presencia, de carácter monumental o de hito que, como un libro abierto, nos narra la historia de la fe humana.
Básílica de Majencio, Boca Dorada.
Si nos centramos en la arquitectura cristiana observamos que, durante sus dos mil largos años de recorrido, su tipología se ha mantenido bastante fiel a sus raíces. Ésta, en sus orígenes, adaptó la tipología de las basílicas romanas, con una nave central de mayor luz y altura y naves laterales que adoptaban la función de deambulatorio o recorrido lateral, a la vez que permitían soportar el peso de la cubierta y estructura central. A este esquema base se añadió el transepto, que le otorgaba a la planta de la iglesia la forma de la cruz cristiana, junto con el ábside encabezando la nave principal. El espacio, de gran altura, normalmente se cubría con bóvedas, pues este elemento estructural permite abarcar distancias mayores entre los muros o soportes que lo sostienen, en comparación con una estructura plana. La bóveda es un elemento lineal y como consecuencia el espacio albergado bajo ella adquiere ese carácter axial longitudinal que enfatiza una simetría en cuyo eje se sitúa el altar. A todos nos resultan familiares estos rasgos y en nuestras mentes aparecen la iglesia de algún pueblo o la catedral de la Almudena o la de Santiago o muchos otros ejemplos más que se han adscrito a esta tipología una y otra vez, a lo largo de los siglos.
Dentro de este largo recorrido, podemos destacar algunos ejemplos que se alejaron del camino marcado y aceptaron una visión ligeramente diferente. Por ejemplo, a pesar de ser el templo más importante dentro del cristianismo, la Basílica de San Pedro fue, en un principio, concebida tanto por Bramante como por Miguel Ángel con una planta de cruz griega con doble simetría. También en Roma, el Panteón de Agripa se alza como un espacio cilíndrico, capaz de albergar una gran esfera en su interior. Este templo, que fue construido originalmente para los dioses romanos, es desde principios del siglo VII un templo cristiano, de los escasos con planta circular. Existen, claro está, algunos otros ejemplos similares a éstos, que quisieron apartarse de la pauta establecida, pero en comparación a la hegemonía de la planta en cruz latina, el número es bajo. ¡Cuán importante era sellar la tierra con la huella de la cruz que, incluso, en la homogénea planta de la mezquita de Córdoba, con su tejido isotrópico de columnas, se implantó la catedral, en su seno, perforando y alterando ese tapiz con el símbolo de la Santa Fe!
Planta de la Basílica de San Pedro, Propuesta de Bramante
No obstante, a pesar de que la tipología base de las iglesias no se ha modificado prácticamente desde sus orígenes, lo que sí fluctuó más, con el paso del tiempo y el cambio de estilos, fue la construcción de las mismas. Las toscas y oscuras iglesias románicas dieron paso a las luminosas iglesias góticas, y éstas al pomposo Barroco. Es gracias a estas construcciones que hoy en día podemos comprender mejor cómo se vivía en esas distintas épocas y cuáles eran las técnicas constructivas disponibles en cada momento de la historia. La construcción de estos templos se realizaba con las técnicas más vanguardistas y, a base de prueba y error, evolucionaron los sistemas constructivos y estructurales permitiendo economizar en material a la vez que se creaban espacios cada vez más amplios y luminosos.
Estos templos no sólo representaban los distintos estilos artísticos de cada momento, sino que se apoderaban de ellos e influían notablemente en la evolución de los mismos. Las iglesias constituían el edificio más importante en la mayor parte de las ciudades y pueblos del territorio cristiano y, por tanto, merecían una especial atención. Este papel protagonista provocó que fuesen una fuente de innovación constante, pues el presupuesto suponía escasos problemas y el afán de superarse, a uno mismo y a los poblados vecinos, incentivaba a las mentes más brillantes y a los artesanos y artistas de más talento. Sin embargo, la innovación no sacudió las bases formales y espaciales hasta bien entrado el siglo XX.
Catedral de Jaén, afloresm.
El inicio de este cambio coincide en el tiempo con la celebración del Concilio Vaticano II, que tuvo lugar bajo el papado de Juan XXIII. En este concilio se propuso modernizar la iglesia, así como recuperar lo que la religión cristiana había sido en sus orígenes. Por un lado, se plantearon las pautas para abrir el seno de la iglesia hacia el nuevo rumbo que la sociedad había tomado tras la primera agitada mitad del siglo XX. Por otro lado, se pretendía devolver el sentido de asamblea y comunidad de fieles, quitando protagonismo a los sacerdotes, para que todos los feligreses pudiesen participar de la celebración de la misa en mayor medida.
Por ese tiempo, empezaban a aflorar algunas nuevas tipologías de iglesias y capillas, de mano de algunos de los grandes arquitectos del siglo XX, quienes experimentaron atracción hacia este tipo de edificios pues les permitían moldear el espacio con bastante libertad y jugar con la luz y las formas para abrazar y transmitir la espiritualidad. No importaba que los arquitectos no fuesen creyentes, pues su poesía era la arquitectura, a la que eran devotos y, por tanto, su capacidad de expresión a través de este lenguaje no se veía, para nada, coartada por la creencia o no en Dios. Así pues, el espacio y la luz quedan consagrados al servicio del culto. Aparecen sagrados, omnipresentes.
Desde entonces, y hasta la actualidad, esta tendencia de innovar en la tipología eclesiástica ha sido un punto en común de gran parte de los arquitectos que se han enfrentado a este tipo de proyectos. Las nuevas iglesias intentan romper con la organización espacial tradicional, con el fin de adaptarse al proceder de un culto más contemporáneo, ya sea eliminando los excesos, para quedarse con lo esencial, o cuestionando el modo en que los elementos tradicionales de los que consta una iglesia dialogan entre sí.
La arquitectura religiosa contemporánea intenta reinterpretar el modo en el que la comunidad se reúne para celebrar la misa. Se cuestiona la organización espacial tradicional y se ofrecen alternativas que pretenden poner en valor los ritos y las personas que participan de ellos. Por ejemplo, con la simple acción de cambiar la distribución de los bancos en el espacio, la dinámica ya varía. Así, se pasa de tener a los feligreses sentados en batallón, una hilera tras otra, focalizando todas las miradas al final de un eje longitudinal a estar sentados en modo asambleario, en un espacio no direccional, donde los bancos giran en torno al altar y las miradas se entrecruzan.
Otro aspecto a reflexionar es el modo en el que se accede a la iglesia. Tradicionalmente, el acceso se sitúa frontal al altar. Este acceso, en la mayor parte de iglesias y catedrales, aparece a los pies de la nave principal y suele constituirse como un ámbito diferenciado, que te distribuye hacia las naves laterales o simplemente actúa como un filtro que te prepara para entrar al espacio de la iglesia propiamente dicho. Otras veces, este filtro se extiende más allá de la construcción del mismo edificio y adopta una mayor dimensión, que abarca también el paisaje circundante. De este modo, todo el proceso de llegada al espacio religioso está pautado por un camino que te indica ese tránsito. Ya en los monasterios medievales encontramos el claustro y el pórtico circundante. Una sombra que te introducía hacia la luz y te conducía hacia Dios. Esta transición se puede entender, marcando las distancias, como un peregrinaje. Como un camino que te prepara espiritualmente para encontrarte con tu fe.
Capilla de Ronchamp © Nuria Forqués Puigcerver
Un ejemplo de esto último es la capilla de Nôtre-Damme du Chaût, de Le Corbusier, situada en Ronchamp, Francia. Esta pequeña capilla constituye un gran referente en la arquitectura moderna, extendiéndose su influencia más allá del ámbito religioso. Situada en la cima de una colina, se accede a la capilla subiendo, andando, por un camino que rodea el monte y que te va descubriendo la capilla poco a poco. Su presencia másica nos recuerda a las antiguas construcciones pesadas, de muro grueso, así como la globalidad de las escenas nos recuerda al conjunto de la Acrópolis de Atenas. Además, pese a recibirte el edificio con su fachada principal, el camino sigue y rodea la capilla, para introducirnos por la parte trasera. Una vez dentro, el cambio drástico de luz desde el exterior hacia al interior provoca que nuestro cuerpo se acabe de adaptar en esa transición desde lo mundano hacia lo sagrado. Y así, una vez nuestra visión nos permite reconocer las formas, nos damos cuenta de que altar no se encuentra ante nosotros, sino a nuestras espaldas.
Otra constante en la historia de la arquitectura religiosa ha sido la existencia de uno o más ejes de simetría, en el nexo de los cuales se encontraba el altar. La arquitectura contemporánea también se ha cuestionado, en algunas ocasiones, la presencia de esta simetría. Así pues, encontramos la iglesia de Santa María Marco Canaveses, de Álvaro Siza, en la cual, pese a presentarse desde el exterior como un edificio indudablemente simétrico, incorpora en el interior otro juego de equilibro espacial, en el que los distintos elementos se van alterando para romper con el dogma. Mientras que, por un lateral, la luz entra por una rasgadura a ras de suelo en el lado opuesto la luz entra por grandes huecos situados en la parte más alta de un muro que, en este caso, aparece abombado. El altar sigue en el centro del eje longitudinal; no obstante, a cada lado del mismo se alternan realidades distintas.
Otras veces, la primacía del eje longitudinal cede su papel al eje diagonal. Un gran ejemplo de ello es la Iglesia de San Francisco, en Vitoria-Gasteiz, de Peña Ganchegui. Esta construcción, de aires brutalistas, presenta una planta cuadrada cuya simetría sucede en torno a la diagonal. Este edificio rompe también con la tradición de entrar de frente al altar pues en este caso se entra por la parte de atrás del mismo, quedando a primera vista la comunidad de la que uno participa, y siendo el altar el último punto a descubrir dentro del recorrido visual, a medida que uno se adentra en el espacio y se da la vuelta.
La redefinición de los símbolos propios de la iglesia y del cristianismo es una variable más, incorporada en la arquitectura religiosa contemporánea. Es decir, se juega con la presencia del campanario, hito vertical tradicional de este tipo de edificios; se reinterpreta la cruz, su posición, forma y materialización; y se prescinde de las imágenes, las cuales, adoptan formas más abstractas o simplemente desaparecen, para dar más peso a la expresividad material de los propios elementos constructivos.
Capilla Bruder Klaus, Peter Zumthor. David Kasparek.
De este modo, uno por uno, todos los elementos que durante siglos se presentaron como inamovibles en la arquitectura y el espacio religiosos se van cuestionando y reinterpretando, pasando a formar parte de un lenguaje más abstracto y contemporáneo que pretende comunicar mejor la espiritualidad y religión modernas.
Para acabar, existe un elemento que a pesar de todos estos cambios ha permanecido constante. Se trata de la importante presencia de la luz dentro del espacio religioso y el modo en el que ésta se utiliza para recrear ciertos ambientes. La luz, ya sea difusa, abundante o tenue, o puntualizada, ensalzando ciertos elementos, es el material principal con el que cuentan las nuevas y viejas iglesias, catedrales o capillas. En el pasado, la luz en estos espacios era de tanta importancia como lo es hoy en día; la única diferencia era que, debido a los recursos tecnológicos limitados, las opciones a la hora de moldear la luz estaban bastante acotadas. En la actualidad, no obstante, las nuevas técnicas constructivas han ampliado el abanico de posibilidades, permitiendo una mayor flexibilidad y libertad para conseguir el efecto o el ambiente deseado, jugando con el diálogo entre la luz, las formas y el espacio. Es este punto constante el que atrae con mayor fuerza a los arquitectos hacia proyectos de edificios religiosos, pues les permite experimentar libremente con nuevos lenguajes abstractos. Como dijo Le Corbusier, qué es la arquitectura sino «el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz».
Imagen de portada: Iglesia de la luz, Tadao Ando, Mith Huang.
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