En este artículo se lleva a cabo una inmersión en la maraña de conceptos que Canetti despliega en Masa y poder (1938-1960), su obra magna, entre los cuales destacan la soledad, la muerte, la autoridad y la libertad. A partir de estos, se intenta esclarecer la relación que establece el autor entre las multitudes y los poderosos, así como dilucidar el papel que según Canetti debe jugar toda sociedad afectada por esta casi inexorable dicotomía.
No es atrevido comenzar afirmando que, ante todo, Elias Canetti (1905-1994) es un intelectual que siente miedo. Todo su pensamiento viene definido por el miedo, y no hay que caer en el error de pensar que el escritor ignora su origen, o más bien, su objeto. Desde una edad muy temprana, tal vez desde el fallecimiento prematuro de su padre en 1912, Canetti ve en la muerte al gran enemigo de la humanidad, y cree inevitablemente que su miedo es compartido por todos en la misma medida, como si se tratara del gran móvil universal que oculto e indirecto motiva todas las acciones humanas. La muerte es por tanto una amenaza constante, una amenaza moldeadora y definidora, que además es la quintaesencia de todos los miedos, de todas las mayores o menores angustias y preocupaciones que conllevan las personas en su vida cotidiana. Canetti vive (y sufre, como judío que abandona Viena durante la Noche de los Cristales Rotos) los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX, y él mismo reconocería más tarde que «en lo esencial, Masa y poder es un análisis del nacionalsocialismo»[1]. Sin embargo, la muerte como leitmotiv de la estructura nazi es sólo una –tal vez la más importante– representación de la muerte como amenaza universal, que el hombre combate desde sus orígenes tribales, y que sigue combatiendo durante nuestro tiempo (posmoderno, globalizado, digital, o como quiera llamársele). En definitiva: el miedo a la muerte siempre está ahí, disimulado y aparentemente atenuado, pero presente detrás de todas las voluntades individuales que en mayor o menor medida son coaccionadas.
Elias Canetti, en una fotografía del Nationaal Archief de Holanda. Nationaal Archief
Que una voluntad quede coaccionada quiere decir que otra voluntad se ha interpuesto en su camino. Esto ocurre siempre, cuando el hombre vive en sociedad (nunca es de otro modo para Canetti, pues no cree que el ser humano tenga su origen en la individualidad), pero ocurre especialmente en las sociedades más complejas, más jerarquizadas, y más normativizadas. Los ciudadanos de una sociedad postindustrial viven afectados y definidos por una autoridad aceptada, que se diluye y difumina en diferentes grados y formas a través de las personas y sus diferencias, quedando estas últimas potenciadas. Para bien o para mal, la autoridad coarta la libertad individual constante de las personas, y esta autoridad se visibiliza en forma de órdenes y obligaciones. Orden es una palabra que gusta especialmente a Canetti por sus connotaciones castrenses obvias, pero a lo largo de Masa y poder al escritor le gusta aún más emplear un símbolo de gran intensidad visual y sensorial: el aguijón. Un aguijón es afilado y se clava, duele y resulta muy difícil de arrancar, y además es casi siempre invisible. Los aguijones son fragmentos de la gran amenaza de muerte universal, y en cierto modo son pequeñas amenazas de muerte en sí mismos. Se quedan clavados, para Canetti, en aquel individuo que cumple una orden, esto es, que somete su voluntad a una voluntad externa e impuesta. El escritor nos quiere descubrir que no hay gratuidad, que toda orden cumplida a la fuerza tiene un precio, porque deja una marca, un aguijón. Por su invisibilidad, los primeros aguijones apenas se perciben, pero en cuanto estos se van acumulando a lo largo de la cotidianidad vital de una persona comienzan a provocar un dolor que no debemos infravalorar, pues para Canetti es semejante a un dolor físico intenso. Toda pérdida de libertad es dolorosa, pero no sólo por los agujeros en la propia voluntad, sino también por el conjunto de consecuencias que ésta tiene en la vida diaria del afectado. La persona aguijoneada siente aún más miedo que las demás personas, más miedo que los niños ingenuos, por ejemplo, que apenas comienzan a recibir las bienintencionadas órdenes paternas: por eso tenderá a protegerse, a crear distancias entre sus semejantes, a vestirse más formalmente y a caminar receloso por la calle y a encerrarse en su hogar que quiere creer seguro. El ciudadano plenamente integrado en una sociedad mínimamente jerarquizante incrementará sus diferencias con los demás, ampliará las distancias que lo separan de sus vecinos, y lo hará sin pensar que ellos actúan movidos por el mismo miedo inconcreto a aguijones similares que todavía se encuentran igualmente ocultos.
Esta incomodidad constante, esta pesadez molesta que conllevan los seres humanos día tras día, es para Canetti la causa que explica el fenómeno de las masas. Una vida incrustada en la verticalidad de una jerarquía está cargada de la amenaza mortal, es en sí misma riesgo, peligro de muerte. Siempre lo ha sido, y el ser humano siempre ha empleado el mismo método escapista, la misma maniobra de liberación: integrarse en una masa. Que la masa homogeneíza a sus miembros lo habían dicho ya los grandes psicólogos de multitudes Gustave Le Bon (1841-1931) y Sigmund Freud (1856-1939), y también Ortega y Gasset (1883-1955) en su Rebelión de las masas (1929). Sin embargo, sólo Canetti habla de este fenómeno como de algo positivo, no sólo a nivel hedonístico, sino también y sobre todo a nivel político y social. Si bien Le Bon, Freud y Ortega aceptan que el hombre integrado en una masa se siente feliz, piensan en una línea ilustrada que esta felicidad es mala, porque es la felicidad que proviene del predominio de lo inconsciente, de la supresión del esfuerzo, y en definitiva, del relajamiento de todas las virtudes del ser humano racional que mediante su individualidad debe pugnar por perseverar. El giro que da Canetti al estudio tradicional de las masas es, por tanto, copernicano, pues ante todo nuestro escritor teme a la muerte, a las órdenes y a las jerarquías que amenazan y distancian a los individuos, y sólo en casos singularísimos aceptaría que el hombre que lucha solitario contra ellas (el hombre selecto que reivindica Ortega) pueda alcanzar de algún modo la libertad. De hecho, para Canetti, el hombre solitario es casi siempre el mayor de los peligros, la amenaza de muerte personificada, pues trata de hallar la libertad sometiendo a los demás, es decir, que busca escapar de la muerte matando. No podemos entrar de lleno en la cuestión del poder, que para Canetti es inseparable de la de las masas; basta con comprender que para el escritor el poderoso siempre tenderá, a largo plazo, a oprimir, pues no tendrá otra forma de escapar a la muerte, mientras que los demás miembros de la sociedad tenderán, si se les permite, a juntarse en masas para sentir el alivio de una homogeneidad que les ofrecerá protección, libertad, y una agradable y cómoda –y a veces eufórica– sensación de felicidad.
Brueghel el Viejo, Danza nupcial, c. 1566, Detroit Insitute of Arts
Y sin embargo, en su esencia la masa tiene un problema, una característica que la define y que la convierte en solución de nada: su carácter temporal. Canetti explica que el individuo que se integra en una masa «se ha escabullido, por así decirlo, de su propia casa y los ha dejado (los aguijones) en el sótano, donde yacían amontonados.» No obstante, «cuando retorna a sí, a su “casa”, vuelve a encontrarse con todo, limitaciones, cargas y aguijones.»[2] Sin embargo, en ocasiones las órdenes pueden acumularse hasta extremos insoportables, y es entonces cuando la temporalidad de la masa puede llegar a ponerse en duda: éste es el caso de las grandes revoluciones de la historia, llevadas a cabo por masas que Canetti llama «de inversión» precisamente porque buscan invertir las relaciones de poder. El objetivo genético de una revolución es la permanencia, es la supresión definitiva de los aguijones, a través de la supresión definitiva del poder opresor. No obstante, y seguramente a su pesar, Canetti sabe que pocas veces a lo largo de la historia las revoluciones han sido definitivas, y es por ello que en cierto modo las considera un mal menor: si bien las piensa como un mecanismo útil y de hecho necesario cuando los aguijones ya no son soportables y la carencia de libertad es absoluta, nos advierte que «“libre” es solamente el hombre que ha aprendido a eludir órdenes, y no aquel que sólo después se libera de ellas.»[3] Este punto es fundamental, es la culminación ideológica de su ensayo, y si bien se encuentra disimulado en la frondosidad de Masa y poder, se eleva silencioso sobre la apología de las multitudes en la que no deja de consistir el texto.
Trigésimo primer día de la llamada “Revolución de los paraguas” en Hong Kong. Pasu Au Yeung
Recapitulando: el esquema canettiano parece contener personas corrientes, temerosas de la soledad a la que son lanzadas por el miedo a la muerte; masas temporales que van conformando estas mismas personas corrientes a lo largo de sus vidas con el fin de escapar a la muerte y sentirse profundamente libres; poderosos aislados en una individualidad de la que no saben salir, escasos inadaptados que dependen de la sumisión de los demás, y que por tanto son menos libres y temen más a la muerte que aquellos sobre los que mandan. Queda, sin embargo, una cuarta posición vital que Canetti plantea en Masa y poder, la más minoritaria e improbable, pero a la vez la más importante, por tratarse del extremo casi utópico hacia el cual el autor nos pide que tendamos –en ciertos puntos el ensayo adquiere un tono de advertencia casi exhortativo– en la medida de lo posible durante nuestra vida consciente. Se trata de un estado de lucidez crítica, de elevada autoconsciencia, de asertividad profunda y de creatividad audaz, un estado que desarrolla todas estas virtudes a través de la individualidad y de la soledad, y que por tanto, y de manera excepcionalísima, no depende de los beneficios de la masa, por un lado, pero tampoco de la necesidad de oprimir y amenazar como la mayoría de solitarios, por el otro. Cabría intuir que Canetti piensa en el rol ideal del intelectual, como actor social e incluso político, pero no se trataría más que de una conjetura; lo que sí es cierto es que nuestro autor nos ofrece nítidamente en Masa y poder el ejemplo de un ser humano real que según él llegó a este estado de perfección, y a quien parece postular como la figura ideal apenas imitable. Se trata de Stendhal, el modernísimo novelista francés, de quien Canetti alaba su vitalismo individual y su falta de rencor hacia los demás solitarios que se afanan en competir con el fin de situarse en lo más alto de todas las jerarquías. Si bien la sensual y apasionada vida de Stendhal concuerda con la idea que nos quiere transmitir Canetti, resulta difícil saber por qué el único ejemplo de vida superior que nos ofrece es la del escritor francés; de cualquier modo, a Canetti le basta para generar un modelo tangible en el cual poder encajar la libertad de su «hombre que ha aprendido a eludir órdenes», y que se eleva tanto por encima de la masa como por encima de la tiranía.
Stendhal retratado por Johan Olaf Sodemark (1840)
Pero y entonces, ¿masa o individuo? ¿Qué defiende Canetti, cómo nos aconseja que actuemos? De un modo u otro, la respuesta ya la conocemos, sólo que debemos rescatarla y sintetizarla. Sin ser especialmente transparente, Masa y poder sí deja clara una contraposición que su titulo podría no evidenciar: el enfrentamiento radical entre dos partes de la sociedad en la que ha consistido siempre el desarrollo de la historia, esto es, la oposición entre la masa y el poder. En este combate, Canetti se alinea racional y carnalmente con la masa, y la justifica en su ensayo mediante relatos y testimonios históricos variopintos. En otros textos autobiográficos, como en La antorcha al oído (1980), su aproximación a las masas es abiertamente visceral: en él nos cuenta que en 1927 se integró por casualidad en una masa enfurecida por la absolución de los asesinos de unos obreros, que acabó incendiando el Palacio de Justicia de Viena, y nos describe el placentero estado de ánimo en el que se sumergió al formar parte de la muchedumbre. Esto nos lleva a pensar que Masa y poder es en efecto una apología de las masas, y que de algún modo Canetti es el único estudioso de las multitudes que las analiza desde dentro; pero aún así, y sin emplear un hilo conductor fijo, el contenido de Masa y poder va más allá de la reivindicación de la masa como fin último, al establecer su temporalidad y al reconocer que, si bien en casos excepcionalísimos, el hombre individual puede llegar a un estado que le permite una desobediencia crítica regular. De algún modo, pues, esta perfección en el estado de la consciencia es un extremo, es la meta de la búsqueda que los seres humanos deben emprender a lo largo de sus vidas. Una meta, por otro lado, a la que casi ninguno llega, y es en este punto dónde las masas cobran un sentido funcional definitivo como estructuras fundamentales tanto en la cotidianidad como en las grandes hazañas de las personas corrientes. El ser humano siempre quiere sentirse libre, y busca esta sensación a través de reuniones con amigos, espectáculos deportivos, conciertos y manifestaciones. En ocasiones de especial represión persigue ardorosamente la perpetuación de su libertad, y trata de derribar el poder que le coacciona demasiado juntándose con otras personas que se encuentran en una situación similar; independientemente de su éxito, la masa se disuelve cuando finaliza la revolución, y pronto un nuevo poder, retoño de la masa revolucionada o remanente del antiguo régimen, se entroniza de nuevo sobre la mayoría.
“El rebelde desconocido”, fotografiado por Jeff Widener
La masa no es por tanto una solución definitiva al peligro de muerte y a la falta de libertad; sin embargo, es de algún modo la única posibilidad realista para Canetti, dado que «una soledad creativa capaz de ganase la inmortalidad, solo es por su naturaleza una solución para muy pocos».[4] El papel vital de Stendhal, que tal y como nos lo plantea Canetti recuerda al Übermensch nietzscheano o al hombre selecto de Ortega, es un ideal alcanzable sólo a intervalos por el hombre corriente, que en cuanto relaja su consciencia vuelve a estar en manos de aquello que reconoce como autoridad. La masa es en consecuencia el estado compensatorio, el refugio al que el ser humano acude cuando se cansa de luchar solo y de no obtener nunca resultados. En la masa, ya lo hemos visto, la libertad es siempre efímera, pero mediante el encadenamiento temporal de masas distintas, y el complemento de una consciencia crítica y asertiva estable en la medida de lo posible, los miembros de una sociedad pueden llegar a tener un mayor control sobre los poderosos y sobre las órdenes excesivas que estos emitan. Finalmente, y por el mismo motivo, también la amenaza de muerte puede quedar reducida a lo inevitable: el hombre de la masa se siente, como Stendhal, inmortal, pero sólo se aproximará realmente a la seguridad si consigue, en su soledad, y aunque sólo sea de vez en cuando, «mirar de hito en hito y sin miedo la orden, y encontrar los medios para despojarla de su aguijón».[5]
Imagen de portada: Crowd down the street. Guillaume
Para saber más…
- Canetti, Elias, La antorcha al oído, Muchnik Editores, Barcelona, 1982.
- McClelland, J. S., The Crowd and the Mob: from Plato to Canetti, Unwin Hyman, London, 1989.
- Ortega y Gasset, José, La rebelión de las masas, Austral, Madrid, 2009.
- Canetti, Elias, Masa y poder, Debolsillo, Barcelona, 2005.
- Imagen propuesta para la portada:
- “Crowd down the street”, de Guillaume
[1] Canetti, Elias, Masa y poder, Debolsillo, Barcelona, 2005, p. 53.
[2] Ibíd., p. 472.
[3] Ibíd., p. 449.
[4] Ibíd. p. 658.
[5] Ibíd., p. 660.
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