Sobre el planeamiento y la gestión de los campos de refugiados.
Ante el panorama desolador que nos desborda continuamente en los informativos, mientras se incuban teorías del qué será y qué se hará, los que hace unos meses aparecían en nuestras pantallas pidiendo asilo y a quienes, parecía, se iba poco a poco escuchando, han sido sustituidos drásticamente por hombres trajeados que se sumergen en un conflicto cada vez mayor y nos arrastran con ellos, si no hemos sido arrastrados ya antes por otros.
Mientras tanto, millones huyen de sus casas por situaciones bélicas de las que no entienden, tampoco, como han llegado a formar parte. Huyen hacia otros países, para refugiarse y salvar sus vidas. Pero esto no es nuevo, sino que es el día a día de muchas personas desde hace décadas. Y decimos décadas porque el concepto de refugiado solo existe desde 1951 cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, quedó definido el término como una persona que «debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él».
Esta definición se acuñó en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados y ya subraya la diferencia entre desplazado y refugiado. Dos conceptos que, a pesar de ser similares, adquieren significantes diferencias. Así pues, el desplazado es la persona que queda afectada por las mismas causas que el refugiado pero que, sin embargo, emigra a otra parte dentro del mismo país. Esto conlleva a veces a que, personas afectadas por las mismas guerras puedan o no beneficiarse de las ayudas en los campos, pues estos solo acogen a refugiados. Esto es solo un ejemplo de cómo las palabras se van torciendo y los matices van cobrando relevancia.
Otro ejemplo: los refugiados deben ser asistidos por los países que los asilan. Es decir, éstos deben darles «protección». Este concepto, en el mismo documento, aparece repetidas veces sin llegar a definirse pormenorizadamente. Por tanto, la definición de tal protección es ambigua y queda a merced de la interpretación que los distintos países le quieran dar. Por ejemplo, en Egipto, los refugiados tienen derecho a protección, pero no derecho a la educación, al trabajo o a la asistencia sanitaria, pues Egipto no firmó estas cláusulas. De esta forma, los países van eliminando estratégicamente los incentivos de establecerse en sus territorios; pues éste no es un caso aislado y la literatura legal sobre estos temas permite una gran flexibilidad en su interpretación, que acaba siempre perjudicando a los más débiles.
Cuando una persona pasa a tener la condición de refugiada, puede que el país de asilo le permita incorporarse a sus ritmos y quehaceres y pueda empezar a rehacer su vida, poco a poco, hasta que el conflicto que le hizo huir de su país cese y pueda volver. No nos olvidemos de que se es refugiado durante un periodo indefinido, pero que se supone tiene fecha final. Otra opción, a veces disponible para las personas refugiadas y en la que vamos a profundizar más, es establecerse en campos de refugiados. Éstos, a pesar de los avances de todo tipo que se producen en nuestros tiempos, siguen siendo una asignatura pendiente. En su estructura, sigue primando la practicidad y efectividad ante la humanidad, recordando a asentamientos militares.
Sudán del sur | European Comission DG ECHO
Esta conexión con lo militar no es casual. Al fin y al cabo, tras la Segunda Guerra Mundial, los campos que se establecieron para acoger a los miles y miles de refugiados esparcidos por toda Europa fueron, en parte, consecuencia del miedo. Por tanto, no es de extrañar que se adjudicase una estructura y supervisión militar para controlar las masas de población que se aglutinaban en estos lugares. Dentro de esta estructura, el terreno dedicado a los refugiados se distingue muy claramente y se suele separar cierta distancia del terreno dedicado a las instalaciones en las que el personal que trabaja en el campo se establece. Por una parte, esto permite situar los equipamientos en el perímetro o zonas de más fácil acceso para los suministros que envían las organizaciones internacionales -practicidad, efectividad-. Por otro lado, también responde a una estrategia de protección del personal, pues se sitúa en una zona desde la cual es más fácil huir en caso de una revuelta en el campo en su contra. Esta disposición, que como decíamos se asemeja a la militar, favorece la sensación de una jerarquía de poderes. Dicha jerarquía, a su vez, permite una organización más racional del campo a la hora de gestionarlo, pero genera una mayor desconexión social entre las partes, desencadenando en una falta de comunicación que muchas veces afecta a la calidad de las ayudas o servicios que les llegan a los refugiados.
Si nos centramos en la historia de los campos, el origen militar se sitúa mucho más atrás, en los campos militares romanos. Los romanos situaban sus asentamientos sobre una cuadrícula en la que se marcaban los ejes principales – el cardo y el decumano -, en cuyo nexo se establecía el origen y en el que se situaban las funciones básicas de abastecimiento y control. Este mismo esquema era el que seguían para establecer sus nuevas ciudades a lo largo y ancho del imperio y, muchas veces, estos mismos campamentos acababan constituyendo el germen de una nueva ciudad.
El siguiente paso en esta historia se establece en un pasado mucho más reciente. Se trata de los campos de concentración, cuya estructura diferenciaba drásticamente la parte destinada a los concentrados y la de los establecimientos de los nazis, así como las zonas de servidumbre de las cabañas para dormir. Como hemos comentado, los campos de refugiados surgieron poco tiempo después de la guerra para acoger a muchos de los desplazados por ella; por lo que su estructura espacial se asemejaría bastante a estos últimos campos habidos. Desde entonces, su morfología se alteraría muy poco hasta la década de los setenta, en la cual, y hasta los años noventa, se produjo una gran mejora en materia de campos de refugiados.
La transformación se daría gracias a dos factores principales: por un lado, durante ese periodo la ONU empezó a dirigir la mirada hacia África y a asumir su responsabilidad para con los ciudadanos de los distintos países africanos, con su consecuente mayor involucración en este continente. Hasta entonces, las Naciones Unidas y su acción humanitaria lo habían ignorado. El otro factor importante fue la labor de Bárbara Harrell-Bond, quien tras estudiar antropología finalmente fundó el Centro de Estudios sobre Refugiados en la Universidad de Oxford y se esforzó en estudiar las condiciones de los asentamientos destinados a los refugiados y a plantear mejoras, criticando muchas veces el trabajo llevado a cabo por ACNUR. La doctora Harrell-Bond sigue dirigiendo este centro y asistiendo a refugiados de todo el mundo en temas legales.
Zaatari, campo de refugiados | Heinrich-Böll-Stiftung
Sin embargo, a pesar de las mejoras, las condiciones actuales en los campos de refugiados siguen siendo realmente precarias. Las cuestiones técnicas de estos asentamientos han sido pormenorizadas y definidas en una guía universal que intenta dar una respuesta ante situaciones de emergencia. En este Manual para Acciones de Emergencia de Acnur se abarca una gran cantidad de aspectos diversos que giran en torno a las posibles situaciones que se puedan dar. Aun así, al tratarse de un documento tan general deja abiertos muchos otros capítulos que deben desarrollarse de forma más local, según la casuística específica.
En el manual se establece la tienda o refugio como la unidad mínima. A la tienda se le asigna una parcela, cuya dimensión se establece según las personas que formen la familia, en un ratio de unos 3.5m2 por persona. A partir de ahí se definen racimos de tiendas a los que se asignan letrinas, abastecimiento de agua y demás servicios básicos: provisión de alimentos, ropa, escuelas, ambulatorios u hospitales… Esta red espacial puede extenderse según las necesidades y condiciones del lugar, pudiendo llegar a albergar a más de 100.000 personas. Hoy en día, el campo de refugiados más habitado es el de Hagadera, en Kenya, con 138.102 refugiados, provenientes en su mayoría de Somalia.
El tamaño que puede llegar a tener el asentamiento se estudia antes de llevar a cabo su construcción. Aunque muchas veces los campos se establecen en zonas en las que ya se han acumulado algunos refugiados, es importante prever las dimensiones y el número de personas que podrán ocuparlos. De este modo, siempre se puede estimar una ampliación antes de desbordar los recursos. Si se puede escoger el terreno, se buscan zonas con una ligera pendiente, que evacúe de forma natural el agua de lluvia para evitar encharcamientos y sus consecuencias. Sobre el territorio escogido, se proyectan las calles y vías principales y se generan distintos barrios que responden al número de personas que se pueden asignar a ciertos servicios. Es muy importante controlar las densidades de población y asegurar unas condiciones de saneamiento básicas, con el fin de evitar brotes pandémicos de enfermedades relacionadas con el agua, aire viciado o el contacto con residuos o excrementos. Para esto, el plantear las infraestructuras adecuadas será determinante; tanto para la prevención, como para lidiar con este tipo de situaciones cuando aparezcan.
Zaatari, plano de UNOSAT | Mikel Maron
Además de los requisitos espaciales, en el planeamiento del campo deben tenerse en cuenta muchos otros factores que, por ser más difíciles de determinar, suelen recibir respuestas menos efectivas. Por ejemplo, habrá que considerar el grupo étnico de los refugiados e identificar posibles antiguos conflictos entre distintos grupos para no mezclarlos y provocar más problemas. Asimismo, una especial atención hacia los grupos poblacionales más débiles será fundamental. Mujeres, niños, ancianos o enfermos adquieren una mayor vulnerabilidad en estos ambientes. El Manual para Emergencias de ACNUR, también enuncia muchos de estos aspectos sociales; una larga y extensa lista que, sin embargo, en el día a día de los refugiados se queda corta pues, una vez más, este documento intenta determinar un proceder básico que se pueda extrapolar a cualquier situación de emergencia en el panorama global, y no puntualiza en acciones explícitas.
El problema surge cuando, tras estas indicaciones generales y unas directrices iniciales en el planeamiento, son pocas las determinaciones que se toman en el lugar, de forma específica, con una mirada que abarque el complejo tejido de necesidades y relaciones que tienen lugar en cada situación en particular. Ante la falta de recursos, los bajos presupuestos y la continua aparición de problemas, el personal se siente desbordado y suelen optar por las soluciones más directas, sin tiempo a contemplar las consecuencias. A su vez, este proceder desencadena otras carencias.
A todo este cúmulo de obstáculos en el camino, debemos añadir una perspectiva a una escala un poco mayor. Así, observamos que no solo bastará con estudiar el campo en sí, sino que los efectos colaterales también se deberán tener en cuenta. Al llegar al campo y registrarse, se provee a los refugiados con una tienda y otras utilidades básicas. Esta tienda suele durar como mucho dos años, pero aun así, se deteriora con el tiempo. Además, muchas de las personas a las que se les asigna no tienen la cultura de vivir en tiendas o jaimas, por lo que intentan buscar otros métodos con los que construirse un refugio básico. Si en las cercanías existen bosques los refugiados talan los árboles para obtener madera o también suelen construirse algunos habitáculos con adobe. Si existen ríos, muchos preferirán asistir a ellos para sus necesidades, en lugar de pelearse por las escasas letrinas o fuentes. Todas estas acciones pueden llegar a alterar el entorno de forma radical, erosionando el medio ambiente. Esto puede incentivar, a su vez, la enemistad de los pueblos cercanos, que ven como los intrusos se apoderan de sus recursos. Y no solo eso, sino que además también reciben ayudas externas, de fondos internacionales, mientras que puede que ellos vivan en una situación precaria similar y no tengan derecho a estas ayudas.
Provisión de comida en Nigeria | European Comission DG ECHO
Como vemos, la complejidad que abarca la implantación de los campos de refugiados es realmente extensa y, obviamente, a mayor número de personas la dificultad de estructurar y organizar los asentamientos también aumenta, provocando que, muchas veces, la ayuda no llegue coordinada con los flujos de llegada de refugiados. Existen muchos profesionales que dedican sus energías a plantear mejoras para las condiciones de vida de las personas que se ven obligadas a vivir en estos campos a falta de alternativas; aun así, en la práctica, parece que las soluciones planteadas se desvanezcan.
Esta relación no es casual. Una vez más, debemos tener en mente la condición de temporalidad y emergencia que se le asigna a un campo de refugiados, condición impuesta por los países de asilo y los acuerdos internacionales. Esto exhibe una problemática mucho más extensa de lo que hasta ahora hemos ido planteando, pues no solo se trata de los problemas propios del planeamiento, diseño y funcionamiento del campo, con todos sus consecuentes, sino que, además, todo esto se instala en un ambiente político de una escala mucho mayor.
Aunque un campo de refugiados, como Deheishe en Palestina, lleve en pie más de sesenta años, sigue considerándose un asentamiento temporal en respuesta a una emergencia. Es decir, los servicios a los que los refugiados tendrán derecho serán los de supervivencia y verán coartado su derecho de asentarse y establecerse en ese nuevo lugar. A pesar de querer poner la mirada en el futuro no podrán, pues serán expulsados en el momento en que se considere que el conflicto que les hizo emigrar ha cesado. Por tanto, no pueden trabajar, no pueden construir casas sólidas y un largo etcétera de derechos desvanecidos. La razón que se persigue con todo esto es la de quitar incentivos a los refugiados; dejar claro que es una situación temporal y que deben buscar otras alternativas y causar las mínimas molestias a los países que los acogen en los campos.
Campo de Kakuma, Kenya | European Comission DG ECHO
Esta temporalidad trae consigo la aparición de actividades informales en los asentamientos de refugiados. Tras años atrapados fuera de sus casas, los refugiados, de forma ilegal, empiezan a trabajar o construir sus hogares de forma más sólida y duradera. Rehacen sus vidas en estos asentamientos eventuales de largo plazo y generan un germen de ciudad informal que, aunque en la lógica, sería más beneficioso que se legalizara, las autoridades y los gobiernos se empeñan en negarse, pues el conflicto político es ajeno a la realidad de las personas a las que éste afecta. Se ignora el potencial económico y social de estos asentamientos, desterrándolos una y otra vez hacia la precariedad de la emergencia; hacia una situación de temporalidad latente que se alarga indefinidamente en el tiempo, pero que existe.
La realidad es que, tras un tiempo inicial de emergencia real, la situación posterior responde a otro tipo de necesidades de las que nadie quiere saber ni hacer nada. Son las necesidades propias de una ciudad, a las que se intenta dar respuesta desde una perspectiva que no es la que les corresponde, simplemente porque negarse a esta realidad resulta mucho más sencillo para otros a quienes se escucha más y sufren menos.
Refugiados de Darfur en Chad | European Comission DG ECHO
Temporalidad o permanencia, y todas las infinitas consecuencias que derivan de esta aparentemente sencilla dualidad; he ahí donde realmente radica el conflicto sobre los campos de refugiados. De este modo, por muchos arquitectos y urbanistas que piensen mejores condiciones de habitabilidad; por muchos sociólogos y antropólogos que profundicen en cómo mejorar las relaciones entre refugiados, y entre éstos y las autoridades que administran los campos; por muchos ingenieros que aporten novedades a la hora de incorporar mejores infraestructuras en estos lugares remotos y una mayor eficiencia en el consumo de recursos; por muchos médicos que colaboren en evitar el esparcimiento de brotes pandémicos por malas condiciones sanitarias y que mejoren las técnicas para asistir a más con menos… Por muchos profesionales que, trabajando conjuntamente, podrían realmente participar en un cambio profundo en la vida de miles y muchos, si quien puede dar el visto bueno para que este trabajo se incorpore y ejecute no lo da, porque sus intereses son otros, poco quedará por hacer. Habrá que lidiar con esto primero.
Portada: El primer campo de tiendas, European Comission DG ECHO
Para saber más:
- Manual para acciones de Emergencia, Segunda edición, ACNUR. Fecha de consulta: 16 de noviembre de 2015.
- Centro de Estudios sobre el Refugiado. Fecha de consulta: 29 de noviembre de 2015.
- Humanitarian Space: Blog con artículos relacionados con el urbanismo y los campos de refugiados. Fecha de consulta: noviembre 2015.
¿TE HA SERVIDO ESTE ARTÍCULO? ASÍ PUEDES CITARLO: : «La complejidad del Campo». Publicado el 19 de diciembre de 2015 en Mito | Revista Cultural nº.28 – URL: |
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