Nunca olvidaré aquellos versos : “Te conozco,/ eres aquella niña/ que jugaba con vidrios y violetas,/ mientras el horizonte enloquecido/ se ponía muy pálido”. Me transmutaron como pocos versos lo hacen, me pusieron los pelos de punta como decía Robert Graves que tienen que hacer los versos. No es solo la sabiduría infinita del “Diccionario de símbolos”. No es solo la nueva diosa que puso en el firmamento, Bronwyn, después de que vio a una actriz en “El señor de la guerra” de Franklin Schafner. No son solo sus permutaciones y variaciones místicas. No solo la profundidad de sus ensayos sobre el arte moderno. Es sobre todo “Donde las lilas crecen”.
En “Árbol agónico” buscaba su plenitud entre los mitos: “El árbol que en mis ojos sufre y crece/ espera tus palomas deslumbradas”. En “En la llama” perseguía obsesiones profundas por medio de alejandrinos: “”En medio de las grandes tormentas transparentes,/ en medio de esa plaza donde concluye el cielo”. En “Canto de la vida muerta” habla de las desmesuras más escondidas: “Mi alma es esta sed que me devora./ Mi alma es de una raza desolada”. En “Cordero del abismo” daba una versión agónica del cristianismo: “Cordero del Abismo, centro y círculo,/ pez infinito, pan despedazado”. “Susan Lennox” empezaba a divinizar a un personaje del cine, interpretado por Greta Garbo, para llevarlo a la soledad y el misterio: “”Se llamaba Susana por la noche, /Susana se llamaba sobre el alba”. Pero la diosa eclosionaba en “Ciclo de Bronwyn” : “Mensajera del más allá tu vienes,/ con forma de mujer, pero el abismo/ se cierne junto a ti tan dulcemente”. E inventaba una elegía sumeria inveterada, y evocaba una doncella ennoblecida por sus cicatrices, y recogía los restos negros, y naufragaba en el color blanco y se perdía en las agonías de Hamlet. Pero tenemos sobre todo “Donde las lilas crecen”.
En “Donde las lilas crecen” Juan Eduardo Cirlot , el genio desconocido de España, inventa una Inglaterra fantástica y nocturna, una tierra de mito y de sueño, de silencio y de música. Una Inglaterra que significa la distancia y el océano.
Uno de sus poemas se titula “Nocturno” y empieza: “La noche está desnuda dulcemente”. La noche es la desnudez, la ausencia de ruidos, de artificios, de adornos. La noche es lo esencial. Y el adjetivo dulcemente sugiere ausencia de alharacas, de gesticulaciones. Estamos en algo parecido a la música de Chopin.
“Mi barca de cristal sobre los bosques/ se eleva hacia tu casa”. La noche es esa liberación, ese entorno fantástico, esa supresión de ataduras. Ir hacia la amada es como volar, como elevarse, espiritualizarse. Y llegar al interior de la amada, su casa.
Que Cirlot use esos ritmos sencillos, esos procedimientos populares, ese léxico sin pretensiones, como Bécquer o Heine, hace más eficaces sus resonancias simbólicas. Hace que las sugerencias nos entren de forma más suave, sin pretenciosidad, como sin danos cuenta. Con la hondura arquetípica que tienen las formas populares.
“Un silencio morado me rodea”, dice. La clave de la noche siempre ha sido el silencio, el final de la verborrea, el acallar los conceptos. El dejar la palabrería para ponerse a escuchar. Para sentir más a fondo. Para que todo hable sin estorbos. “Distancias enlutadas atravieso”. El amor es el superar distancias, el atravesar alejamientos, el superar obstáculos. Y la distancia sugiere aquilatamiento, lo distante se hace legendario, se esencializa. Y lo enlutado alude a lo misterioso, a lo apagado.
“Pero allá lejos brilla/ la luz de tu ventana/ que estrellas interiores iluminan”. La verdadera iluminación está en la noche. Las estrellas interiores son los secretos que ahora se manifiestan, todo lo que de día no podía verse. El ser se manifiesta en todo su esplendor por la noche. La luz detrás de la ventana simboliza el alma, lo más secreto de otra persona. Es en la noche cuando puede llegarse al alma del otro, a lo que vibra de verdad. Y se insiste en la distancia. Porque la distancia acrisola las cosas igual que la noche, les quita sus contornos superficiales, igual que la memoria.
“La noche está desnuda en tu mirada”. La mirada se ha hecho noche desnuda, se ha liberado de definiciones, de propósitos, de doctrinas, de todo lo que las limitaciones del día nos coartan. Si la mirada se hace noche se profundiza, se autentifica. Sale el misterio interior, que ya no es aplastada por condiciones externas. Una mirada que tiene dentro la noche desnuda significa que la persona ha vuelto a ser ella misma, está más allá de las palabras, se da completamente.
Y el poema termina: “Un sol verde muy pálido,/ inútilmente lucha desde el cielo”. El sol, que nos aplasta y nos tiraniza durante el día, se ha hecho verde, se ha hecho fantástico. Y sobre todo se ha vuelto pálido, es decir, ya no nos invade, ya no nos ataca. Se hace delicado y sutil. La palidez aparece en muchos poemas de Cirlot como símbolo de espiritualización.
El sol ha enloquecido y se ha puesto pálido y su lucha por constreñirnos, por marcarnos perímetros, se ha hecho inútil. Ya no puede meternos dentro de nuestro dibujo con su luz de comisaría. Y entonces Cirlot y su amada pueden amarse verdaderamente. Y se instala en el país donde crecen las lilas, y regresa al No-Mundo, y contacta con su diosa, y vuelve a la inmensidad que evocan sus letanías.
Portada: El diccionario de símbolos [Ed. Siruela] Juan Eduardo Cirlot.