El arte es algo que se ama, se piensa, se vive, se respira, se observa, se toca. Muchas veces se entiende y se siente. Sentir o no sentir, pero sólo el que ama y siente comprende y recibe la pasión del Arte. Algunos autores, como Vitorino Polo García, han llegado a dar título con ello a una de sus obras: “El Modernismo: La pasión por vivir el arte” publicada en el año 1987 por Montesinos Editor S.A.
José Segrelles Albert, 1885-1969 ALBAIDA-(Valencia). Inició las enseñanzas de Bellas Artes en la Academia de San Carlos de Valencia. La prematura muerte de su hermano y tutor, junto a otras circunstancias familiares, lo suben al tren con destino a la Estación de Sants. Llegó con doce años a una Barcelona que se desperezaba aún de la Exposición Universal celebrada en el año 1888.
El cíclico eclecticismo de cada relevo de siglo asoció a toda Europa para buscar una nueva estética y romper con los criterios arquitectónicos que eran producto de la Revolución Industrial. Las fabricas había cambiado los paisajes natural y urbano existentes; el nuevo modo de producción, con sus edificios fabriles, sus medios de comunicación y la necesidad masiva de mano de obra, transformó el espacio urbano, así como las zonas situadas en pleno campo, donde surgieron pequeñas ciudades.
Con la revolución industrial la arquitectura se transformó, adaptándose a los nuevos conceptos ideológicos derivados de los nuevos comportamientos humanos: “el nuevo alumbrado irrumpió en el horario solar, los nuevos transportes acortaron distancias y lugares antes inhóspitos, las nuevas ciudades masificadas por el incremento de la población provocaron nuevas necesidades públicas, nuevos servicios, nuevas comunicaciones, nuevas nociones de higiene y confort” (Aguilar, 1991, 93).
La arquitectura contemporánea tiene sus orígenes en los cambios provocados por la Revolución Industrial, como han puesto de manifiesto los primeros teóricos que se ocuparon del tema Pevsner, Benévolo, Giedion, Tafuri, Zevi, Franton, y que resume Inmaculada Aguilar (1991, 94): “modifica las técnicas constructivas e introduce nuevos materiales como el hierro y el vidrio (y más tarde el hormigón); modifica el concepto tradicional de ciudad: nuevos servicios, nuevas tipologías, nuevas sistemas de comunicación y nuevo concepto de valor del suelo; estimula el espíritu científico y con él la investigación experimental, que tienen como consecuencia inmediata la creación de escuelas especializadas”.
La electricidad, el ferrocarril y la máquina de vapor: todos los descubrimientos y avances tecnológicos que abrieron camino a la Revolución Industrial iniciaron una notable deshumanización, lo que cambió completamente la forma de vivir de la población. Las ciudades se expandieron sin ningún control y motivó la aparición de un estilo urbano para contrarrestar el desurbanismo y la arquitectura industrial de la primera mitad del siglo XIX.
Ese nuevo estilo producto de la modernidad, lo llaman modernismo y sus mecenas fueron la pujante clase burguesa promotora de la expansión industrial. La añoranza de lo rural, la nostalgia de la infancia, el recuerdo de los orígenes, condicionaron y sufragaron las soluciones de arquitectos y artistas con conceptos arquitectónicos inspirados en la Naturaleza.
El empleo de materiales de construcción, las formas de los edificios, las figuras de sus fachadas: los arquitectos y sus escultores colocaron en el exterior de los edificios pájaros, mariposas, hojas y flores a modo de elementos decorativos, como figuras adosadas o como adorno de la piedra o cerámica. También colocaron figuras de tamaño mayor, animales fabulosos o personas, en las cornisas. Las ventanas y los balcones disponían de rejas de hierro forjado, labradas artísticamente con motivos inspirados en la Naturaleza. La hermana marginada hasta entonces de todas las artes, la cerámica volvió a desperezarse como elemento indispensable en las decoraciones y los acabados del nuevo estilo.
La burguesía era culta, sensible al arte y encontró en esta nueva arquitectura la manera de satisfacer sus ansias de modernizarse, de expresar su identidad y poner de manifiesto su riqueza y su distinción. El jovencísimo Segrelles iba a convertirse en testigo y protagonista en el diseño gráfico de la Renaixença Catalana. Algunas regiones españolas, sobre todo Cataluña, coincidieron con Europa en el art nouveau, el art deco, el jugendstijl, etc. Barcelona inspiró y promocionó el modernismo con personalidad propia y diferenciada, a la vez qie continuaba intensificando sus características diferenciadoras dentro de la cultura española por razones ideológicas y socioeconómicas, tras el resurgimiento de la cultura catalana en el contexto del espectacular desarrollo urbano e industrial.
El modernismo catalán expandió su influencia en otras zonas de España, que como Cataluña, vivieron un gran desarrollo económico a principios del siglo XX. Más de 100 arquitectos diseñaron y levantaron centenares de edificios de estilo modernista, destacando entre ellos sobre todo: Antoni Gaudí i Cornet (Reus 1852 – Barcelona 1926), Lluís Domènech Montaner, (Barcelona 1850 – 1923). Josep Puig Cadafalch, Mataró 1867 – Barcelona 1956). Víctor Beltrí y Roqueta (Tortosa 1862 – Cartagena 1935). Pedro Cerdán Martínez (Torre-Pacheco, 1863 – Murcia, 1947), Joaquín de Vargas y Aguirre (1857- 1935), natural de Jerez de la Frontera.
José Segrelles se formó como artista en la antigua Lonja de Barcelona, en la que se dio a conocer como dibujante e ilustrador, formando parte durante tres décadas de la cultura de una población alentada por el grato recuerdo de la Exposición Universal de 1888 y la perspectiva de la celebración de la Exposición Internacional de Barcelona del año 1929, en la que se verían los nuevos adelantos tecnológicos, proyectando la imagen de la industria catalana al exterior. De nuevo, aquella exposición originó una remodelación de una parte de la ciudad, en este caso la montaña de Montjuic, así como sus zonas colindantes, especialmente la Plaza de España.
Segrelles creció como artista a la vez que Barcelona prosperó. Al igual que la ciudad se abrió al mundo, el pintor, ilustrador y cartelista (hoy sería diseñador gráfico) decidió darse a conocer a nivel internacional. Segrelles residió en Barcelona entre 1897 y 1929 y posteriormente trasladó su residencia y sus herramientas de trabajo a Nueva York durante seis años. Le han perpetuado hasta nuestros días los trabajos ilustrativos que realizó para las editoriales catalanas más pujantes de aquel momento, algunas de ellas ya desaparecidas. Las ilustraciones de la Divina Comedia de Dante fueron las obras con las que obtuvo la Medalla de Oro en aquella Exposición Internacional del año 1929 y con la que se marchó a Nueva York para dar a conocer sus creaciones.
Además de la colección antológica más completa conservada en su Casa Museo en Albaida (Valencia) desde el año 1943, la huella artística de Segrelles sigue hoy expuesta al público en Barcelona. Especialmente celebradas son sus aportaciones al mundo del diseño gráfico, por aquellos conocidos reclamos publicitarios, espectaculares carteles de grandes tiradas en varios idiomas. Entre ellos, el conmemorativo de las bodas de plata del Fútbol Club Barcelona (1924), de cuyo club fue durante varias décadas el cartelista oficial. Así como el centenar de carteles de diversas pruebas deportivas, marcas comerciales de automóviles, bebidas, jabones, o los realizados para la CET Compañía Española de Turismo (1926) y la CLUEA Consejo Levantino Unificado de Exportación Agrícola, (1935) durante la Segunda República. Sin olvidar el idolatrado primer cartel que anunciaba las Fallas de Valencia (1929) y que se distribuyó por todo el mundo. Todos ellos impregnados en motivos, formas y cromatismos del modernismo que se había impuesto.
José Segrelles asistió a diario a la Lonja y acabó la carrera de Bellas Artes. Alternó los estudios con el que fue su primer trabajo en la casa de fotografías Napoleón considerado uno de los pioneros de las proyecciones cinematográficas en España, a las cuales Segrelles aportaría su ingenio y su saber musical para ambiental con el piano las primeras películas mudas.
Dibujó los fondos de las fotografías, y empezó a trabajar como ilustrador para la editorial Granada; a los veintisiete años ilustró ya para la casa Araluce junto con otros artistas de prestigio. En el año 1918 expuso en Barcelona, y a esta muestra acudieron, entre otras personalidades, el novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez. Sorprendido por tan distinguida obra quiso conocer al autor y le encargó que ilustrará cuatro de sus novelas. Estas son: «La catedral», «Flor de Mayo», «El intruso» y «Los muertos mandan». Segrelles se puso de inmediato a trabajar en este proyecto, captando perfectamente el ambiente que Blasco Ibáñez introduce en sus relatos, en ocasiones aconsejado y orientado por correspondencia postal por el propio escritor. En el año 1923 se publicaron en España «Las Florecillas de San Francisco».
En 1926 la revista The Illustrated London News le invitó a colaborar con ella. A partir del año 1927 le publicaron once temas sobre Beethoven, músico predilecto entre Wagner, Chopin y Mozart, sobre la música de los cuales también pintó diversas obras. Después de firmar con la revista inglesa se publicó en Italia «La Leggenda Francescana» que, al igual que en España, tuvo una grandísima aceptación. En el año 1929 Segrelles fue galardonado como hemos dicho, con la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de Barcelona.
En 1930 ilustra “Las Mil y Una Noches” para Salvat Editores, y nueve de sus temas se publican en The Illustrated London News. Obtienen un grandioso éxito, tanto en Europa como en EE.UU. con su revista filial “Skets”
El 14 de abril de 1931 se proclama la II República Española; al día siguiente, José Segrelles inaugura su exposición individual en el Roerich Museum de Nueva York. Años más tarde (1985) Barry Klugerman en la revista americana Epic, recuerda: “el artista valenciano José Segrelles Albert está hoy día más bien olvidado, pero hace cincuenta años fue considerado por la crítica como el mejor ilustrador español de su generación y un pintor imaginativo de excepcional brillantez… Aun cuando la comparación con la obra de Doré, Rackham y Dulac resultaba inevitable en su tiempo, sus llamadas “visiones” tenían y tienen cualidades persuasivas únicas que le son propias y que desde su primera aparición llamó la atención del lector a ambos lados del Atlántico”.
En 1932, cumple el encargo de Salvat, de Barcelona, y sale al mercado el libro de los famosos cuentos de «Aladino y la lámpara maravillosa”, “Alí-Babá y los 40 ladrones”, “El príncipe Diamante”, «Farizada la de la sonrisa de Rosa” y “Simbad, el marino”, con un total de treinta y dos bellísimas ilustraciones a todo color. También en 1932 se editaron en la revista inglesa cuatro ilustraciones sobre “Famosos sueños».
Durante su estancia en América, Segrelles disfrutó como en pocas ocasiones de su triunfo y saboreó su gloriosa fama sin parar de trabajar. Pero, a menudo, echaba de menos su tierra y el estudio de su casa en Albaida. Para apagar esa melancolía empezó a diseñar y esbozar salas y rincones, los cuales formarían años más tarde los diseños que aún hoy podemos contemplar en su Casa-Museo.
En 1936 estalló la guerra civil española, y el pintor pasó los tres años en su ciudad natal, soportando las vicisitudes de una contienda de tales dimensiones. Siguió trabajando en el estudio de la casa de sus padres, realizando algunos retratos y preparando temas para ilustraciones. En 1940 fijó definitivamente su residencia en Albaida. Empezó, por fin, a hacer sus sueños realidad: alzar un estudio amplio y luminoso, como un palacete árabe, de acuerdo con los dibujos realizados en Nueva York. Cuenta con una biblioteca con más de once mil libros y más de cinco mil comics. Una sala museo para dar recitales y conferencias.
Finalizados los encargos religiosos para la iglesia arciprestal de Albaida con varios óleos de tamaño considerable que adornan el retablo de este templo, a partir de esta obra monumental empienzan a llegar encargos de otras ciudades además de Valencia, ya que su arte místico se extendió hasta El Vaticano, en Roma.
En la década de los 50 emprendió, como posible evasión de las obras religiosas, una nueva etapa en la cual empleará toda su imaginación y técnica: los temas siderales. Empieza esbozando al carbón imaginarios cráteres lunares, y es en 1960 cuando empieza realmente a soñar y recrear innumerables temas espaciales, ejecutando la mayoría de ellos al óleo. Segrelles, con curiosidad, siguió los proyectos «Apolo» y se interesó por los programas de lanzamiento, pensando, aunque la idea le desagradara, que el hombre algún día llegaría la Luna. Muchos años antes se atrevió a ilustrar, inspirado en el texto de H.G. Wells, “La Guerra de los Mundos”. Uno de los grandes trabajos de esta serie es “Invasión de los Marcianos a la Tierra”, significativo lienzo que actualmente se encuentra en su Casa-Museo de Albaida.
Pero Segrelles no fue únicamente pintor, también ocupó el puesto de Diputado y Catedrático de Bellas Artes en la Universidad de Valencia. Poco después de abandonar estos cargos lo nombraron pintor de cámara a título permanente de la Excelentísima Diputación de Valencia y durante años ilustró el Libro de Oro de esta entidad con más de 70 originales.
En el año 1965 TVE le invitó y dedicó un amplio programa de entretenimiento, «Ésta es su vida», presentado por Federico Gallo y emitido desde Barcelona, Estudios Miramar, para toda España (recordemos que por entonces sólo había dos canales de televisión).
Con una gran admiración hacia las obras de Cervantes, Segrelles pintó desde el principio de su carrera, las aventuras de «Don Quijote de la Mancha». Desde 1930, y por mediación de un contrato firmado con la Editorial Gallach-Calpe, les entregó todo aquello que pintaba referente al caballero de la triste figura, pero por diversas causas no llegó a publicarse hasta 1966. A sus ochenta años, protagonizó la presentación del libro y exposición de los originales en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Volvió a revivir su triunfo Americano, esta vez recogido por las cámaras del NODO y proyectado en todos los cines españoles. En plena eclosión de la República Española, con su exposición en Nueva York, Segrelles eclipsó la noticia de la declaración de la II República 24 horas antes en los rotativos nacionales. En aquel momento, 1966, Segrelles volvió a acaparar, ahora en su país, la atención cultural de la prensa nacional. La prensa de Madrid, Barcelona y Valencia volvió a encontrarse con Segrelles y por unanimidad le proclamaron como el mejor ilustrador universal. Segrelles, a raíz de este acontecimiento, manifestó: “El Quijote ha sido el vértice de mi carrera artística”.
Falleció a los 83 años, a las cinco de la tarde del 3 de marzo de 1969. Minutos antes había observado por televisión cómo el “Apolo IX” se abría camino por el espacio rumbo a la Luna.
Portada: Autorretrato, José Segrelles