A Joan Catalán lo que más miedo le daba en la vida era la página en blanco, le espantaba. Casi, casi se cagaba de susto cuando abría la computadora y tenía que comenzar a escribir.
Era un buen escritor, no de los grandes, pero sí era auténtico. Un verdadero escritor. A los verdaderos escritores les da mucho miedo escribir aunque sientan que con eso se les va la vida, aunque sientan que sin eso no pueden respirar. Hay otra especie de escritores a los que no les da miedo nada, esos son unos impostores. Unos bastardos de la lengua. Abrir y ver la hoja en blanco es casi como ver al demonio en persona, su viva imagen burlándose de ti una y otra vez.
Joan Catalán vivía a la vuelta del brujo que lo saludaba cada mañana. Prefería saludarle y no pensar que por no hacerlo podía ser víctima de algún trabajo suyo. No creo en la brujería se decía para si mismo pero en el fondo también le tenía miedo. El brujo era un hombre joven, en realidad ni parecía brujo pero todos sabían que lo era y era mejor evitar cualquier mal de ojo o lo que sea que este hombre haga.
En las tardes caminaba la misma calle y por la misma acera para llegar al café donde se sentaba a escribir y a practicar su francés, que no era del todo bueno. Había problema si su mesa estaba ocupada, entonces tendría que dar un paseo por el parque y volver después. Esto de escribir tiene sus manías: los asientos, el lugar, la hora, el café, todo tiene que estar como lo planeado sino todo se va al carajo.
Mientras él escribía miraba a la mujer de la joyería, cada tarde ella se sentaba en el mismo lugar a fumar la misma marca de cigarrillos. Pero ella no era una artista, era una vendedora con los mismos rituales de Joan Catalán. Las mismas manías. Lástima que ella nunca se daría cuenta de ello.
Cuando atravesó el parque porque hoy su mesa estaba ocupada, Joan Catalán escuchó unos pasos que cada vez se hacían mas fuertes, que golpeaban con más rabia, que tenían cada instante más poder y entonces decidió quedarse a escuchar.
En la vida como en la danza hace falta escuchar más. Los grandes problemas vienen porque no sabemos escuchar. Porque no oímos bien. Si tan solo estaríamos más atentos a los sonidos nos evitaríamos tantos conflictos. Hace falta hacer una pausa y escuchar.
La academia de ballet llevaba varios años en el mismo lugar, lo que pasa es que Joan Catalán suele ser despistado en algunas cosas y jamás se asomó a la ventana. Hoy si lo haría, cuando lo hizo se encontró aquél paisaje digno de una obra de Degas y sintió algo muy parecido a la felicidad.
Pero qué bien bailan aquellos chicos. Y se quedó embobado mirando a los bailarines danzar una y otra vez, giros, puntas, saltos. Entonces se dieron cuenta de los ojos del intruso y le cerraron las cortinas. ¡Deja de mirar pervertido!
Se sentó en la banca de la puerta y comenzó a contar uno, dos, tres, demi-plies. Si tendría un hijo seguro sería bailarín y no porque era su sueño frustrado sino porque así lo podía imaginar mejor: un niño bailando ballet.
Ahora, sin hijos, solo tiene la opción de escribir: la historia de la escuela de ballet del parque. ¡No, no! a estas alturas a quién le interesa leer estas cosas, ahora se escribe sobre la vida, hay que profundizar; mientras más personajes mejor, más vocabulario, mas mierda embarrada y serás mejor escritor. Es que en este siglo hay que filosofar hasta de lo que no se puede filosofar.
Pero él era un hombre simple y por lo tanto sus obras también eran simples. No le gustaban los ornamentos, odiaba esas pendejadas de ser adulto mayor es mejor ser viejo, no es ser trabajadora sexual es ser puta.
Y esto es ballet y es vida al mismo tiempo. No necesita mayor explicación. Hacer sentir lo que él siente ahora mismo cada vez que escucha las palabras en francés para dar indicaciones a los alumnos, cada vez que escucha la música de fondo y su corazón se estremece. No puede ver a los bailarines pero los puede sentir.
Esa es la idea a la hora de escribir, la misma que sienten ellos a la hora de bailar; una especie de miedo y alegría, de dolor y emoción. ¡Pero cómo lo hago, como transmito lo que ahora siento!, como abro la máquina veo el Word en blanco y comienzo a danzar con mis palabras. Es más difícil de lo que parece. Mucho más.
Se puso a leer mientras los escuchaba bailar pero no se podía concentrar solo pensaba en Degas, en la ventana, en los pies, en las puntas: en la danza. Sacó su cuaderno, su pluma y comenzó: El pequeño ballet que está cruzando el parque es una especie ¡No no!, mejor tacho eso. Otra vez. Y entonces se encontró con aquella imagen. ¡Mierda, esta mal!
Y se quedó allí con el libro y el cuaderno entre sus manos sin poder leer ni escribir. Entonces los vio salir, un grupo de chiquillos. ¡qué magníficos que son!, ¡qué artistas!, la maestra lo volvió a mirar con la misma cara acusadora: pervertido, cerdo, sucio.
Guardó su libro, se colgó la mochila, fue por el café al parque y se sentó a beberlo sorbo a sorbo. Después llegó a su casa, abrió la computadora y se enfrentó nuevamente a la hoja en blanco pero esta vez estaban con él, el brujo de la vuelta de su casa, la vendedora de la tienda de joyas y los chicos del ballet. No estaba solo. Sería una larga noche.
Portada | Christopher Alpizar Gaviria
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Joan Catalán». Publicado el 14 de noviembre de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.39 – URL: |
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