La reinterpretación de las letras de las canciones es algo habitual, especialmente si la palabra que se escucha no se entiende porque no forma parte del dialecto del neohablante. Por eso intentamos explicar qué sucede en las numerosas interpretaciones de la letra de una canción como “Lento” de Julieta Venegas.
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Mucho se ha hablado del “español de América”, al que se suele oponer “el español de España (o español europeo)”. También se ha dicho en muchas ocasiones que aquel tiene un léxico (o una gramática) “arcaico”, porque emplea palabras desaparecidas de la Península hace siglos.
En cuanto a la primera idea, baste señalar, entre otros, que no hay un único español en España (sí hay un español estándar peninsular, naturalmente, utilizado en los medios de comunicación y fomentado desde el sistema educativo), sino que coexisten numerosas variantes (la andaluza, la madrileña, la catalana, la asturiana…), todas ellas tan ricas e interesantes como la castellana (sobre la que se basa la estándar). La idea de que hay una única lengua española no es fácil de mantener, en ocasiones, si se realizan comparaciones empíricas entre las diversas formas de hablar de los españoles.
Entonces, ¿cómo no va a ocurrir algo semejante en América, que es casi un continente entero? ¿Cómo podemos defender que, en la práctica (distinto es que se haga por cuestiones analíticas, naturalmente), el “español de América” constituye un solo bloque conformado por una única lengua? ¿Es que acaso habla igual una mexicana que un argentino, un colombiano que una chilena?
Ni el “español de España” (o el de América) es tan homogéneo, ni el “español de América” es tan diferente al “español de España”. La lengua, como se ha dicho en innumerables ocasiones, es un fenómeno dinámico que se encuentra al servicio de sus hablantes y que, por ello mismo, no puede dejar de cambiar, según se modifican también las necesidades comunicativas de aquellos.
La segunda idea parece ser el botón de muestra de la primera, al establecer que la diferencia entre un español y otro se encuentra sobre todo en el léxico. El hecho en sí de denominar “arcaísmo” a una palabra utilizada en América (¿en Cuba? ¿en Perú? ¿en Nicaragua?) que ya no se emplea en el español peninsular (estándar) conlleva dos tipos de problemas. Por un lado, no se puede tener una seguridad absoluta de que esa palabra realmente haya desaparecido del español europeo, puesto que esto conllevaría una investigación a fondo de todas las formas lingüísticas producidas en España durante un momento determinado, lo que es lógicamente imposible, no sólo por la cantidad de personas americanas habitando este país (lo que da al traste con la idea de que no se habla “así” en España, aparte de que cuestiona el concepto mismo de “español de España”), sino también por la cantidad de rincones existentes en los que apenas ha llegado la grabadora del lingüista.
Por otro lado, si la palabra en cuestión sigue viva en América, ¿cómo podemos rigurosamente saber, en el caso de que aparezca en un momento determinado en España, si esa palabra ha ido (a América) y ha vuelto (a España, tras desaparecer) o si nunca se fue (de España) y ha reaparecido porque se ha mantenido, digamos, oculta? Esto sucede constantemente en la historia de la lengua, como el concepto de “estado latente”, definido por don Ramón Menéndez Pidal, parece sugerir.
Por tanto, esta denominación de “arcaísmo” no parece ser acertada porque a) nunca se sabe lo que se puede estar usando en el español europeo: no sería la primera vez que “reaparece” una palabra dada por desaparecida; y b) consideramos excesivamente etnocentrista determinar que una palabra es un arcaísmo cuando se sigue usando de manera plenamente activa al otro lado del océano (o en cualquier otro sitio). Se está adoptando un punto de vista centrado en el español peninsular para analizar el español de América. Nadie diría que la lengua francesa es arcaica porque mantiene estructuras sintácticas que se han dado en el español medieval y luego han desaparecido, por ejemplo, el empleo del pretérito perfecto con el verbo ser y no con haber con los verbos de movimiento (ils sont arrivés ‘son llegados’ vs. ils ont mangé ‘han comido’). Entonces, ¿por qué seguimos llamando “arcaísmo” a aquellas palabras o estructuras del español transoceánico que ya no están en el europeo? Stricto sensu, una palabra (o una estructura) actual que se utiliza para designar un concepto actual nunca podrá ser un arcaísmo, aunque en otras variantes dialectales (diafásicas, diastráticas, diatópicas) se haya dado en siglos anteriores e, incluso, haya llegado a desaparecer “por completo”. Partir de uno de los dos puntos geográficos para caracterizar la lengua española del otro lado es como intentar describir los entresijos del sistema de una lengua desde otra completamente distinta.
No obstante, el objetivo del presente trabajo no es hablar del español americano en general, sino rendir tributo a Latinoamérica analizando parcialmente la letra de una canción que lleva años sonando en nuestra radio y que lingüísticamente resulta muy interesante porque nos permite reflexionar sobre un fenómeno típico de parte del español actual de América.
Se trata de la composición “Lento” de la bajocaliforniana Julieta Venegas, inserta en su disco Sí! de 2003. El motivo por el que la traemos a colación se encuentra en que está constantemente apareciendo en programas televisivos, incluso en boca de cantantes que no son la mencionada Julieta Venegas.
Conviene remontarse, en concreto, al año 2010, cuando esta canción fue interpretada, en un famoso programa de la televisión española, por un concursante que, evidentemente, no era la misma Julieta Venegas. Lo que decía este cantante y la letra escrita apoyaba –ya se sabe, a modo de karaoke– era lo siguiente: Ser delicado y esperar, dame tiempo para darte todo lo que tengo.
Durante unos meses se continuó oyendo en radios y televisiones (españolas) la canción original, por lo que fue imposible no reparar en la diferencia fonética –de los sonidos– y, después, morfosintáctica –en la forma verbal y su significado– que había entre la original y esta que se había cantado en dicho karoke.
Un par de años después volvió a aparecer en una conocida emisora de radio, interpretada esta vez por el argentino Coti, con una letra ligeramente modificada: Sé delicado y esperá, dame tiempo para darte todo lo que tengo.
Estas reinterpretaciones no pueden ser más interesantes para una lingüista. “Pero entonces, ¿esto es lo que dice?”, puede que se esté preguntando el lector. Si bien la –r en posición implosiva de final de palabra tiende a ser relajada y cuesta un tanto percibirla entendemos (salvo error de audio, naturalmente), que ni en el caso de Coti ni en el de Julieta Venegas se está diciendo un infinitivo.
De este modo, caben dos lecturas de su letra, tal y como esta la pronuncia. Por un lado, puede que diga Sé delicado y espera, dame tiempo para darte todo lo que tengo, convirtiendo espera en aguda para que encaje con la música. Por otro lado, puede estar diciendo Sé delicado y esperá, dame tiempo para darte todo lo que tengo, que es la opción por la que, personalmente, nos inclinamos aquí.
En este caso, ¿qué ha ocurrido en el resto de las interpretaciones –y en otras muchas: basta con echar un vistazo a cómo escriben la letra en distintas páginas web–? ¿Por qué hay tantos problemas para comprenderlo? Véamoslo.
En primer lugar, se encuentra el nivel fonológico, es decir, la terminación en –r de las palabras que nos ocupan: ser y esperar. Dado que el patrón fonológico –es decir, la regla general– del español estándar tiende a evitar palabras agudas terminadas en vocal –los casos son realmente extraños y casi siempre se deben a préstamos de otras lenguas: carné, del francés carnet; rubí, del catalán robí; carmesí, del árabe hispánico qarmazí, que a su vez vendría del árabe clásico qírmiz ‘cochinilla’; caló, del zíngaro caló ‘negro’, y unas pocas más–, el hablante entiende que es muy poco probable que esas palabras de la canción terminen en vocal tónica (como la é de sé o la á de esperá).
A la frecuencia de uso de palabras que acaban en –r, que es uno de los sonidos más habituales en que puede acabar una palabra en nuestra lengua, junto con –s, –l, –d, –n y –z, se le suma el hecho de que el infinitivo por sí mismo tiene sentido para el interlocutor. Y lo tiene de dos maneras. Por un lado, en el contexto de la letra, cuyos tiempos verbales están todos en segunda persona del singular (tú), el infinitivo permite expresar una orden general aunque indirectamente dirigida a ese supuesto tú con el que se intenta comunicar la voz lírica. Por otro lado, no puede dejarse de relacionar el infinitivo con un significado imperativo –dar una orden– dirigido a todos en general y a nadie en particular –recordemos esos tirar y empujar de las puertas de muchos edificios, mediante los que se dan órdenes de manera indirecta, por así decirlo, a cualquier persona que quiera salir o entrar–.
Sin embargo, desde una perspectiva sintáctica resulta tremendamente llamativo que haya dos infinitivos, ser y esperar (o un imperativo, sé, y un infinitivo, esperar, como en la segunda reinterpretación) coordinados entre sí por la conjunción copulativa y, que teóricamente fusiona categorías (verbos, nombres, adjetivos, adverbios) o funciones (complemento directo, sujeto, predicativo, aposición) similares y, a la vez, con un imperativo (dame), por yuxtaposición (es decir, sin conjunción). Es otras palabras, resulta extraño que haya una coordinación de elementos que son distintos (ser, esperar, dame) porque la misma esencia de la coordinación supone unir elementos con características similares, tanto categorial como funcionalmente.
Por este motivo, principalmente, puede resultar coherente pensar que lo que se dice son tres imperativos (sé, esperá y dame) con los que, coordinados con la conjunción y, se trata de dar órdenes al interlocutor. El problema de interpretación se encuentra en que la autora de la letra está utilizando el imperativo en la forma vos (bien porque le encaje con el ritmo musical, bien porque ella misma sea voseante), ajeno al oyente peninsular, que no tiene por qué encontrarse familiarizado con el fenómeno llamado voseo. Sé y dame coinciden, en forma, con los correspondientes imperativos de tú, existentes también en el español de España, pero esperá suena extraño al hispanohablante que no se ha topado nunca –o lo ha hecho pocas veces– con un voseante.
El voseo tiene su origen en la convivencia de los pronombres vos y tú como fórmulas de tratamiento familiar. Mientras que en el español de España, allá por el siglo XVIII, se optó por tú y acabó desapareciendo vos (usted < vuestra merced se mantuvo como tratamiento de respeto), en el español de América la situación resultante fue mucho más compleja, y llegó a dar lugar a la convivencia, por supuesto dependiendo de zonas geográficas y clases sociales, de las tres posibles variantes: vos verbal y pronominal (vos amás), vos verbal y tú pronominal (tú amás) y vos pronominal con tuteo verbal (vos amas).
A grandes rasgos, el voseo se da actualmente en Argentina (excluyendo la Patagonia y la Tierra de Fuego), Bolivia, Chile, Costa Rica, la sierra de Ecuador, Nicaragua, Panamá, Guatemala, Venezuela, Uruguay, Colombia, El Salvador, Perú y México (Chiapas y Tabasco), si bien el tuteo es también muy general (en la costa de Ecuador, la costa atlántica de Colombia, en México excepto Chiapas y Tabasco, las Antillas, Venezuela, excepto Zulia y Mérida):
Por otra parte, esta reestructuración en los pronombres de tratamiento provocó una desaparición de vosotros, tanto en ciertas zonas de Andalucía (especialmente en Córdoba, Jaén y Granada) y Canarias, como en algunas de América (sobre todo en el español atlántico, México, Colombia, Perú, Venezuela y algunas zonas de Uruguay). Este hecho conlleva el empleo de ustedes, en estas regiones, como fórmula de respeto y de familiaridad a la vez, aunque haya una diferencia con la forma verbal que lo acompaña: en Andalucía, exige segunda persona de plural (ustedes amáis); en las zonas americanas y canarias, exige la tercera (ustedes aman). Se documenta desde el siglo XVII, y se acaba instaurando en todo el continente de manera definitiva a lo largo del siglo XIX.
No cabe, por tanto, sorprenderse de que una forma verbal suelta (esperá), en un contexto lingüístico aparentemente tuteante como es el resto de la letra de la canción, no tenga mayor significado para un hispanohablante no voseante, y deba, entonces, ser transformado en algo con sentido tanto semántico –el significado del verbo “esperar” o “ser”– como morfológico –una categoría gramatical que el oyente entienda, como es el infinitivo–. Recuérdese que el voseo prácticamente no existe en el español estándar peninsular y, sin embargo, puede darse en California, que recordemos que es donde nació y se crió Julieta Venegas, y en algunas zonas de México (como ya se ha señalado), que es el lugar de nacimiento de sus padres.
Esta reinterpretación semántica de una forma, en principio, ajena al patrón gramatical del dialecto propio que ha llevado a cabo el hispanohablante no voseante del español estándar peninsular, es un proceso muy parecido al que a lo largo de los siglos los hispanohablantes americanos han ido haciendo con la lengua española (o castellana), tan suya como nuestra, al adaptarla (manteniendo de aquí, eliminando de allá, mezclando con otras lenguas de acullá) a sus propias necesidades comunicativas. Por tanto, si el voseo es un fenómeno actual, heredero indirecto del sistema pronominal del castellano medieval (como el tuteo castizo), no se puede entender que aquellas variantes españolas de América, por ser voseantes, sean consideradas un español antiguo. Antes bien demuestran una heterogeneidad y diversidad riquísimas, dentro de una misma lengua, dignas de valorar, sin que ello implique tener que olvidar los grandes lazos históricos y culturales que la unen con el español europeo.
A vosotros y ustedes, hablantes de esas lenguas españolas de América (porque son muchas y variadas, y no hay un solo español ni allí, ni aquí, ni acullá) dedicamos esta pequeña reflexión lingüística.
Portada: AMERICA!, Michael Dougherty
Para saber más…
- Alvar, M. (dir.) (2000): Manual de dialectología hispánica. El español de América, Madrid: Ariel.
- Frago Gracia, J. A.; y Franco Figueroa, M. (2003): El español de América, Cádiz: Universidad.
- Ramírez Luengo, J. L. (2007): Breve historia del español de América, Madrid: Arco/Libros.
1 Comentario
siEL ARTICULO NO TIENE DESPERDICIO: MUY BIEN ANALIZADO DESDE TODO PUNTO DE VISTA: GRACIAS.