El problema de los timbres postales
Durante el siglo XX las sociedades científicas finalmente se dieron cuenta de que sus aportaciones a la humanidad no pasaban desapercibidas para los gobiernos ni para las sociedades; la ciencia comenzó a ser consumida por el público en general y a hacerle partícipe más que antes, mientras que los gobiernos comenzaron a manipularle con sus propios fines.
La iconología es una ciencia que busca entender el origen, contenido e interpretaciones que se le asignan a una imagen, emblema o alegoría, y que son distintas de su particular estilo artístico. Es decir, el estilo artístico, según Eric Fernie es «una manera distintiva que permite la agrupación de obras en categorías relacionadas»[1]. Esta distinción es importante porque la imagen que se convierte en un ícono, en el sentido iconológico, puede ser recreada en diversos estilos artísticos ya conservando siempre el contenido y la interpretación originales, ya redefiniéndolos.
La iconología se desarrolló de manera académica a partir de los trabajos del historiador del arte alemán Aby Warburg (1866-1929) y de su estudiante exiliado alemán en los Estados Unidos, el historiador del arte Erwin Panofsky. De acuerdo con Panofsky (1939) en su obra Estudios en Iconología, esta ciencia « […] es la rama de la historia del arte que se ocupa de la temática o el significado de las obras de arte, en lugar de la forma […]». Es decir, se mira al arte no como un hecho aislado sino como el producto de condiciones sociales, políticas y económicas en un momento determinado.
La crisis del servicio postal británico
El siglo XIX se caracterizó profundamente por la búsqueda de resolver problemas utilizando las nacientes ciencias, que se desarrollaban de manera vertiginosa. Los problemas que se buscaban resolver de manera científica fueron muy diversos y cotidianos, que iban desde los mecanismos de aumentar la producción de bienes hasta la mejora de las vías de comunicación2.
Empleados trabajando en la Oficina Postal en Londres, cerca de 1808
En 1830, el servicio postal británico se enfrentó a una crisis: el servicio se había vuelto increíblemente caro, poca gente quería pagarlo y cada vez era más y más deficiente. Básicamente, se cobraba por cada hoja enviada y por la distancia que se tuviera que recorrer. Además, el servicio era cobrado al destinatario y cada vez eran más las personas que preferían no recibir la correspondencia que pagar las grandes tarifas postales[2].
El educador inglés Rowland Hill (1795-1879) utilizó las nuevas técnicas desarrolladas por la estadística para demostrar que era posible que el costo promedio del servicio fuera de un centavo a cualquier lugar del país. Las conclusiones a las que llegó Rowland fueron que 1) al reducir el costo del envío a menos de un centavo por paquetes que pesaran menos de una onza permitiría que más gente pudiera costearlo, y 2) al asegurarse que sea el remitente el que pague se garantiza que la cuota será pagada, haciendo que el negocio postal fuera redituable.
Si bien el segundo problema se podía resolver si el servicio postal vendía papelería, mucha gente tenía en su casa papelería postal suficiente. Así que sugirió el pago de un centavo por una especie de papelillo adhesivo que pudiera sujetarse a la carta o paquete antes del envío. La reforma postal de Hill tardó un tiempo en pasar por el Parlamento, principalmente debido a la oposición de las fuerzas conservadoras, hasta que en 1840 salieron en circulación las primeras estampillas postales. En un principio solamente eran un pequeño rectángulo con un busto de la Reina Victoria, el precio pagado y un diseño en el marco. Sin embargo, poco después las estampillas postales comenzaron a hacerse más complicadas en su diseño, incluyendo imágenes representativas del país. Este proceso que sucedió en las estampillas es el mismo que sufrieron las monedas siglos atrás.
Los timbres comenzaron a convertirse en iconos que reflejaban la política que tenía el gobierno emisor de las estampillas, dado que era éste la autoridad encargada de mandarlas imprimir. Se volvieron así un símbolo que reflejaba el contexto sociopolítico de una sociedad y el centro de atención de una pequeña minoría: los filatelistas.
La ciencia: de pequeños clubs a las masas
Durante todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, los científicos permanecían indiferentes al papel de las sociedades científicas en el resto de la sociedad. Una cosa era que la ciencia siempre tuviera aplicaciones directas, pero productos indirectos, en el desarrollo de las sociedades, como la medicina, las máquinas industriales e incluso las armas; y otra era que las sociedades consumieran los productos directos de la ciencia, como eran las teorías que contradecían la intuición o el descubrimiento de fenómenos que difícilmente eran comprendidos o concebidos por la gente sin educación científica, como la naturaleza dual de la luz o la genética. Sin embargo, la primera mitad del siglo XX cambiaría esto.
Grabado conmemorativo (1698) de las actividades de la Academia de Ciencias de Francia fundada en 1669
De acuerdo con De Young[3] antes de 1950 la representación de conceptos científicos en las estampillas postales era algo raro, mientras que a partir de esa década las ideas científicas empezaron a hacerse un tema común de representación. La Segunda Guerra Mundial había revelado a las sociedades científicas la interdependencia que existía entre el desarrollo de los estados y el de la ciencia. Por ejemplo, en lo fácil que la autonomía de las sociedades científicas podía ser trastocada por los gobiernos que no eran ya ciegos a la importancia de desarrollarse científicamente: el régimen autoritario alemán había secuestrado las sociedades científicas y las entregó a la búsqueda de purificar la «raza humana»[4]; el gobierno estadunidense había bombardeado con armas atómicas dos ciudades japonesas sin reparar en las consecuencias médicas o ambientales a corto y largo plazos, así como la previa prohibición de publicaciones al respecto en las bibliotecas[5]; o el gobierno soviético que prohibió utilizar los conceptos de la selección natural y la competencia en la práctica de la biología y condenó a un pequeño rezago a los biólogos soviéticos y a su propia agricultura5.
Vista aérea de la ciudad japonesa de Nagasaki antes (arriba) y después (abajo) del lanzamiento de la bomba atómica en 1945 (National Security Archive Electronic Briefing Book No. 16)
La ciencia pasó a ser completamente del dominio público en la segunda mitad del siglo XX, poco a poco era algo en la que todas las personas querían tener una opinión dado el impacto que el manejo de la ciencia podía tener en las vidas de los individuos. Por ello, las imágenes de lo que representaba a la ciencia se comenzaron a hacer más populares[6]. En el caso de los timbres postales ¿qué debía utilizarse para representar a la ciencia? ¿Qué era la ciencia?
Lo más importante que debía tenerse en cuenta en la elección de dichos símbolos o iconos radicaba en el rol central que tienen las ideas. Todo inicia con una idea que surge de un individuo o un pequeño grupo de individuos, para luego ser aceptada por una comunidad global de científicos, para posteriormente ser modificada o rechazada. Se trata de un cuerpo de ideas y de conceptos abstractos que no son estáticos en el tiempo. Representar ideas como la gravedad, la evolución, la relatividad o los átomos era algo difícil si todo el tiempo se modificaban.
Una alternativa era la ilustración de personajes, como Isaac Newton, Charles Darwin o Marie Curie; de instituciones científicas, como la Royal Society, el Instituto Pasteur o la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio (NASA); de descubrimientos, como especies nuevas o Neptuno; de instrumentos, como el microscopio, el telescopio o los matraces; o de ideas generales sobre los científicos. Sin embargo, nada de esto refleja directamente las ideas científicas, sino a sus agentes, productos e instrumentos ¿cómo se podía representar la idea de la evolución? ¿Cómo a la relatividad?
De concepciones acertadas a concepciones equivocadísimas
El problema de las ideas es que están sujetas al cambio, por más que se les quiera conservar. Así que aun cuando se elija un símbolo que represente adecuadamente un concepto científico, existen dos riesgos: 1) que el símbolo quede desactualizado en un tiempo relativamente breve; 2) que la sociedad no entienda el concepto subyacente y entienda una idea completamente diferente.
Ilustración conocida como La Marcha del Progreso, completamente desplegada (arriba) y plegada al espacio del libro (abajo) (Rudolph Zallinger’s “The March of Progress” from Time-Life’s 1965 book Early Man)
La Marcha del Progreso. Esta imagen es la que se utiliza más para representar a la evolución. Si en el buscador de Google Images ® uno teclea «evolución» en cualquier idioma, encontrará la imagen en múltiples versiones. La escena original fue ilustrada por el pintor y muralista Rudolph Zalliger (1919-1995), quien fue comisionado por la editorial Time-Life Books, fundada en 1961 en Nueva York, para ilustrar el volumen Hombre Primitivo (1965) de la enciclopedia Biblioteca de Vida Natural («Life Nature Library»), escrito por el antropólogo Clark Howell (1925-2007). Como se puede apreciar en la imagen original, la escena completa incluye una secuencia de quince primates que se imprimió en una hoja plegada que abarcaba de las páginas 41 a la 45. Arriba de la escena se ilustró una línea del tiempo que marcaba el alcance estratigráfico de cada primate, o el periodo en el que se sabe que existió cada una de las especies. Es decir, que lo que se podía interpretar como una secuencia, eran en realidad ilustraciones que acompañaban las etiquetas de cada barra (alcance estratigráfico) de la línea del tiempo superior6.
Actualmente, muchos científicos ahogan en críticas la imagen, principalmente porque da a entender que la evolución es un proceso lineal con un objetivo definido. Incluso, la imagen ha sido utilizada por grupos creacionistas que la usan para implicar que el consenso científico sobre la evolución del humano es precisamente una transformación lineal gradual de simios en personas; muchos aventuran a decir que la imagen fue creada con ese propósito. El nombre de La Marcha del Progreso que se le dio a la imagen implicaba precisamente ese progresismo de inferior a superior en un camino a seguir; tal referencia se debe al pie de foto de la imagen encontrada en el libro Hombre Primitivo:
«What were the stages of man’s long march from apelike ancestors to sapiens? Beginning at right and progressing across four more pages are milestones of primate and human evolution as scientists know them today, pieced together from the fragmentary fossil evidence.» [Subrayado por el autor]
Que traducido se lee: « ¿Cuáles fueron los estadios de la larga marcha de ancestros simioides hacia el sapiens [i. e. Homo sapiens]? Comenzamos en la derecha y progresando durante cuatro páginas más encontraremos los hitos de la evolución primate y humana, como los científicos la conocen hoy, armada de las evidencias fósiles fragmentarias». En esta etiqueta, las palabras marcha y progreso aparecen separadas una de la otra en cuanto a su significado; aunque la elección de la frase “marcha de ancestros simioides hacia el sapiens” fue la que causó el infortunado accidente. La noción del progreso vendría por la aparición de esa palabra en la siguiente oración para aludir a una imagen que se expandía por varias páginas. La elección de palabras no fue la más indicada; sin embargo, la imagen se situó dentro de un contexto acertado de la evolución.
Portada de la revista Time del 1 de julio de 1946, por Ernest Hamlin Baker (1889-1975
La ecuación más famosa de la historia. Se trata, en efecto, de una combinación de símbolos que ha sido impresa desde en portadas de revista hasta en playeras y tazas. Sin embargo, su primera aparición fue nada más y nada menos que en la revista Time en el mes de julio del año 1946. A pesar del contenido acertado del artículo en primera plana, para el público significó más la receta para construir una bomba atómica que la equivalencia entre masa y energía. Esta asociación inició cuando fue mencionada en la página 2 del Reporte Smyth, un libro publicado el 12 de agosto de 1945 escrito por el físico Henry DeWolf Smyth quien hablaba sobre el Proyecto Manhattan y el desarrollo de la bomba atómica que seis días antes había destruido las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. No hay necesidad de explicar por qué se convirtió en un best seller.
El reporte hablaba de toda la información que se consideraba desclasificada y se centraba en la física detrás del desarrollo de la bomba. Los detalles sobre su construcción, como la química o la metalurgia de las bombas, fueron omitidos (en un claro ejemplo de politización de la ciencia explicada más adelante). Poco menos de un año después, la revista estadunidense Time colocaba una imagen del físico Albert Einstein en primer plano, con una nube en forma de hongo producto de una detonación nuclear blasonada con la ecuación de la equivalencia energía-masa: E=mc2. El artículo hablaba sobre las encrucijadas de la ciencia y su llegada hasta la bomba atómica.
Si bien la famosa ecuación permitía entender la conversión en energía de la materia contenida en una bomba, en realidad no era necesaria a la hora de entender la energía liberada durante una reacción de fisión una vez que se logró hacerla; la teoría de la fisión es lo que en física se conoce como una teoría no relativista, pues los efectos de la relatividad son tan mínimos en la división de los núcleos de un átomo que pueden ignorarse. Ni siquiera esta conexión tuvo justificación histórica, puesto que Einstein no participó en el Proyecto Manhattan. Él persuadió al presidente Franklin D. Roosevelt en 1939 de invertir parte del presupuesto de guerra en la investigación nuclear dado que una bomba atómica era teóricamente posible, incluso participó en un análisis de un modelo teórico para la separación de isótopos que se utilizó en el proyecto, pero nunca formó parte de él[7].
Ideas complicadas
La manzana de Newton. Es generalmente entendido que la gravedad es esa fuerza que nos jala a todos hacia el centro de la Tierra y que es la que mantiene a los planetas girando alrededor del Sol. Estas nociones no son del todo ciertas, pero lo que es completamente cierto es que la gravedad es un fenómeno que sigue causando dolor de cabeza a los científicos.
El primer logo de la empresa Apple, diseñado en 1976 por el cofundador Ronald Wayne, que representa a Isaac Newton debajo de un manzano y una manzana cayendo hacia su cabeza.
A pesar del tamaño rompecabezas, su representación es bastante sencilla: una manzana cayendo de un árbol. En una versión más caricaturesca, probablemente el físico inglés Isaac Newton se encuentre debajo amortiguando la caída de la manzana. Esta concepción surge de varias explicaciones que Newton daba a cómo había iniciado el proceso de pensar en la gravedad como una fuerza, tal y como registró uno de los amigos más cercanos y primeros biógrafos del físico inglés, el clérigo anglicano inglés William Stukeley en 1726[8]:
« […] fuimos al jardín y bebimos té bajo las sombras de algunos manzanos; solamente él y yo en medio de otro discurso, me dijo, que estando él en situación idéntica como antes, la noción de la gravitación vino a su mente: “¿Por qué la manzana siempre desciende perpendicularmente hacia el suelo, pensó para sí a consecuencia de la caída de la manzana mientras estaba sentado contemplativo, y por qué no debería ir hacia los lados, o arriba? ¿Sino que constantemente hacia el centro de la Tierra? Seguramente la razón es que la Tierra la jala. Debe haber un poder atrayente en la materia y la suma del poder atrayente debe estar en el centro de la Tierra, no en ningún lado de la Tierra. Por eso la manzana cae perpendicularmente hacia el centro. Si la materia atrae así materia, debe ser en proporción de su cantidad, por lo tanto, la manzana atrae a la Tierra, así como la Tierra atrae a la manzana”».
El concepto que Isaac Newton formuló como la Ley de Gravitación Universal supone esa atracción mutua entre la materia, una fuerza que existe entre dos objetos con diferentes masas. El concepto de atracción formulado por Newton también tuvo aplicaciones en el mundo atómico para explicar el electromagnetismo, por lo que se reforzó como una teoría para explicar la gravedad. Sin embargo, al observar el cosmos, los cuerpos celestes no siempre parecían comportarse como «deberían».
En el siglo XX, Einstein confirmó que la gravedad, más que ser una fuerza, era el efecto que tenía la masa sobre el espacio-tiempo: si imaginamos que todo está delimitado por un plano a manera de sábana, los cuerpos celestes la empujarían hacia abajo con su masa y generarían una curvatura que atraería a cuerpos celestes con menor masa. Esta nueva concepción de la gravedad se encontraba dentro de la teoría general de la relatividad, y dado que podía utilizarse para describir tanto lo que pasaba en la Tierra como en el espacio, prevaleció sobre la de Newton. Sin embargo, hacia la otra mitad del siglo XX, la gravedad no tenía sentido en el contexto de la mecánica cuántica.
Poniéndolo simple, las cuatro fuerzas fundamentales del Universo son: la gravedad, el electromagnetismo, la fuerza nuclear débil, que genera la desintegración radiactiva, y la fuerza nuclear fuerte, que mantiene las partículas del núcleo unidas; las últimas tres son explicadas como interacciones entre partículas subatómicas, mientras que la gravedad no. La mecánica cuántica describe a la perfección estas tres fuerzas, mientras que la teoría de la relatividad describe a la gravedad; sin embargo, la mecánica cuántica no explica la gravedad, y la teoría de la relatividad no explica las otras tres fuerzas, lo que las hace mutuamente excluyentes.
La gravedad es una idea tan compleja, que explicarla con una manzana cayendo se antoja como la mejor alternativa.
Logo de la Comisión de Energía de los Estados Unidos de 1949 a 1974 con un modelo Rutherford-Bohr del átomo de Berilio.
El átomo. Del mismo modo que la idea de la gravedad, la idea de los átomos es tan complicada que su representación popular dista del consenso científico actual. El icono del átomo es un núcleo en torno al cual giran electrones en una clara analogía del sistema solar y la primera vez que apareció fue como el logo de la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, en 1949[8].
La clara analogía con el sistema planetario viene de la época en que el modelo fue propuesto, cuando el físico neozelandés-británico Ernst Rutherford realizó un experimento para remplazar el modelo convencional del átomo en 1909-1911. En aquella época, se empleaba la física clásica para describir todo, mientras se transitaba convulsivamente hacia la física relativista.
En 1913, el físico danés Niels Bohr utilizó el modelo de Rutherford y construyó uno nuevo que permitía explicar el átomo utilizando la mecánica cuántica. El mundo no se recuperaba de la sacudida de la relatividad cuando llegó la de la mecánica cuántica (tal vez son mejores dos golpes al mismo tiempo). Por eso, un modelo similar al sistema solar sonaba hasta poético: los átomos y el Universo eran manifestaciones similares de las mismas fuerzas, uno a escala del otro. Surgió así un modelo Rutherford-Bohr, o simplemente modelo Bohr, que terminó por capturar la imaginación del público si bien no así la de los físicos.
Posteriormente, de 1913 a 1949 la concepción del átomo había cambiado radicalmente. La idea de órbitas pequeñas había sido remplazada por espacios probabilísticos. La concepción del átomo dejó de ser algo meramente físico y se convirtió en un modelo matemático que permitía hacer predicciones y formular nuevas hipótesis, además de que podía generar experimentos. En ciencia, si algo sirve para todo lo anterior, se conserva –razón por la cual muchas ideas son desechadas, unas antes de llegar siquiera al papel y otras tras haber sido leídas y releídas-. Pero la Comisión estadunidense decidió adoptar el modelo de Rutherford-Bohr como su símbolo y, posteriormente, el público lo adoptó como el símbolo para representar el átomo, la energía nuclear, las instalaciones nucleares y la física y química en general. A manera de escolio breve, el átomo que se representa en el logo es el del berilio (con 4 electrones), un elemento que se produce durante la síntesis de núcleos atómicos en el interior de las estrellas (nucleosíntesis estelar), por lo que es relativamente raro en el Universo, y puede resultar tóxico si se inhala.
Iconos politizados
De acuerdo con la acepción del Diccionario de la Real Academia Española, politizar significa «dar orientación o contenido político a acciones, pensamientos, etc., que, corrientemente, no lo tienen». En los ejemplos anteriores no existen iconos politizados tal cual.
La politización de la ciencia implica que una sociedad o un grupo dentro de la sociedad influyen en el desarrollo de la investigación científica de tal forma que la comunicación de los resultados o la obtención de los mismos sirvan para el fin de obtener un beneficio político. Tales son los casos de los gobiernos estadunidense, que no reparó en las consecuencias globales de la proliferación de armas nucleares, nazi, que utilizó la teoría de la evolución para justificar la eugenesia en Europa, o soviético, que vetó la utilización de la competencia en el desarrollo de la biología por ser contraria a la ideología socialista. Actualmente, la producción de organismos genéticamente modificados y el cambio climático son temas fuertemente sujetos a politización.
El caso de la malinterpretación de la ciencia descrita más arriba no implica necesariamente la politización, puesto que los grupos que malinterpretan las ideas no siempre buscan influir en los científicos, sino en el público, como los creacionistas que buscan utilizar la mala interpretación de la evolución como prueba de su falsedad en la búsqueda por enseñar conceptos teológicos en las clases de ciencia.
Estructura química del ADN como se concibe actualmente. Jfreyreg
Los iconos politizados son representaciones de conceptos científicos que se asumen, erróneamente, como representaciones políticas. Tal es el caso, por ejemplo, de la doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN) que se utiliza para representar la genética en general. Este modelo de la molécula fue dilucidado en la década de los cincuenta, gracias a los trabajos cristalográficos de Rosalind Franklin y Maurice Wilkins, y las modelaciones de Francis Crick y James Watson (para un relato de este hallazgo, consultar este artículo).
La representación del ADN como dos bandas trenzadas y conectadas entre ellas por barras perpendiculares es una simplificación del aspecto de la molécula, donde las bandas representan a «los esqueletos de fosfatos», que son las moléculas de fosfatos que se encuentran hacia el exterior, mientras que las barras son las bases nitrogenadas, moléculas con la capacidad de formar pequeños enlaces entre ellos, llamados puentes de hidrógeno, que solamente pueden formarse en pares específicos. De acuerdo con Denna Jones, curadora británica del Wellcome Trust, la doble hélice se convirtió en un diseño en sí misma, debido a que combinaba lo simple y simétrico, con lo funcional. Es decir, a pesar de que era algo tan sencillo, estaba detrás de toda la complejidad de la vida9.
Bootstrap DNA por Charles Jencks, 2003, en los Kew Gardens. mira66
El descubrimiento de la estructura del ADN llevó a entender cómo la célula procesaba la información genética, para posteriormente entender los mecanismos de herencia de los genes y la estructura de los mismos, hasta llegar al punto en que era posible insertar información genética de un organismo en otro. El advenimiento de la biotecnología y la creación de empresas dedicadas a este fin generaron en el público de las décadas de 1990 y 2000 la asociación de la doble hélice con los riesgos –tanto potenciales como imaginarios- de los organismos genéticamente modificados, principalmente porque el ADN figuraba como parte de los logos de dichas empresas. Es así como actualmente el símbolo del ADN puede significar tanto la información genética o la genética como tal, como una imagen con el potencial de causar miedo en las poblaciones.
Globo terráqueo conocido como Erdapfel, elaborado por Martin Benhaim, considerado el primer globo terráqueo elaborado, en el año 1492. Vearthy
Otro icono famoso de la ciencia es el globo terráqueo, que es básicamente el acomodo de los continentes y los cuerpos de agua sobre una esfera, permitiéndonos representar fielmente las distancias y formas que se distorsionan sobre un plano. El globo terráqueo más antiguo data del año 1492 y se conoce como el Erdapfel, literalmente, «Tierra manzana». Evidentemente, no tenía pintado el continente americano pues Cristóbal Colón todavía no regresaba a España a iniciar el debate del Nuevo Mundo.
Las proyecciones cartográficas cumplen propósitos específicos, pero se enfrentan con los problemas de la distorsión debido a que es imposible representar la superficie de una esfera sobre la superficie de un plano de manera exacta; lo que hacen las proyecciones es superponer un plano tangente a un punto sobre la esfera, y luego se comienzan a trazar líneas rectas perpendiculares de la superficie esférica al plano. Lo que esté cerca del punto de contacto entre el plano y la esfera sufrirá poca o ninguna distorsión, pero la distorsión aumentará conforme nos alejemos de ese punto de contacto.
Producción de un mapa con proyección de Mercator
En ese sentido, la proyección más icónica es la de Mercator, diseñada por el cartógrafo alemán Gerard Kremer (también conocido como Gerardus Mercator, 1512-1594), que se consigue al superponer un cilindro sobre la esfera. Este plano curvo entra en contacto con la esfera justo sobre la línea del Ecuador, por lo que la distorsión es menor en el Ecuador y excesiva en los polos. Si se trazan líneas perpendiculares de la esfera al plano, entonces tendremos que ni el Polo Sur ni el Polo Norte son capaces de tocar el plano. Por esa razón, Groenlandia es del tamaño de un continente y la Antártida luce como un territorio sin fin. Lo práctico de esta representación es que permite conservar las rutas de navegación intactas, propósito de esta proyección, y es la razón por la cual se le encuentre replicada de manera simbólica en todos lados. Así como a otros iconos, la polémica en torno a la proyección no se hizo esperar, principalmente debido al sobredimensionamiento que tienen las tierras del norte.
Si bien aquella situación no es sino una coincidencia debida a que la mayor parte de las tierras emergidas se encuentran actualmente sobre el hemisferio norte, se ha llegado a aseverar que tal proyección sirve a fines políticos imperialistas, al colocar a los países colonialistas sobredimensionados. Es fácil demostrar que se trata de una coincidencia al apuntar que la Antártida tiene un tamaño descomunal, pero en la mayor parte de los mapas suele omitirse la Antártida porque no hay mucho que ver ahí –al menos no de manera política, porque en todos los demás sentidos es un sitio muy interesante-, así que quitando a la tierra sin fin del fondo, tenemos un mapa que parece ser sin duda un icono de imperialismo. Esto motivó a la creación de otra proyección que preservara las áreas de los países, pero sin ninguna aplicación práctica debido a la distorsión que produce.
Dicha proyección apareció en 1856 en la Polish Geographical Magazine, en un artículo del clérigo escocés James Gall (1808-1895). En dicha publicación utilizaba una modificación de la proyección cilíndrica para representar la esfera celeste sin distorsiones en la forma de las constelaciones; la misma proyección la aplicó a la esfera terrestre para conservar la forma de las áreas de los países. En 1945 el historiador alemán Arno Peters se especializó en algo conocido como historia universal sincronóptica, que consistía en observar en una línea del tiempo los acontecimientos de todas las civilizaciones del mundo que fueron simultáneas con la intención de descubrir relaciones e influencias que de otra manera no serían aparentes. Sin embargo, en su parecer, muchos de los mapas del mundo reflejaban una visión eurocéntrica. A partir de 1967 comenzó a desarrollar su propia proyección equiárea, que hizo pública hasta 1974. Si bien, la idea de Peters era la misma que Gall había desarrollado, él aseguró haberla desarrollado de manera independiente, aunque el nombre acuñado a la proyección fue el de Gall-Peters.
La proyección coloca a Rusia y Alaska completamente separadas y situa la línea del cambio de fecha en el Estrecho de Bering. Además, el meridiano a partir del que se divide en dos el mapa cruza por el centro de la ciudad de Florencia, sobre el meridiano 11° 15’ E a partir del cual se trazan 96 nuevos meridianos que representan intervalos de 15 minutos. Si bien, la proyección Gall-Peters no se ocupó como remplazo de otras proyecciones, principalmente por la gran distorsión de las distancias en favor de las áreas, sí se ha ocupado en varias instituciones como es el caso de la UNESCO. La National Geographic Society, con el mismo antecedente que la UNESCO, decidió utilizar otra proyección cartográfica en 1998[10], la Winkel-Tripel (o Winkel III) que fue propuesta por el cartógrafo Oswald Winkel en 1921. Esta proyección tiene un menor número de deformaciones en áreas y distancias y se considera una de las mejores proyecciones.
Nuevos iconos
En el año 2013 salió publicado el libro 17 Ecuaciones que Cambiaron el Mundo, por el matemático Ian Stewart, quien recopila diecisiete momentos de la historia de la ciencia en general a través de ecuaciones, que no son otra cosa sino combinaciones de símbolos que representan ideas abstractas. Sin embargo, muy pocas personas reconocerán en realidad las diecisiete ecuaciones, siendo tal vez las únicas realmente famosas el teorema de Pitágoras y la equivalencia masa-energía, lo que resalta la importancia de la divulgación de la ciencia ¿Qué tanto es importante esta actividad para los científicos y para la sociedad?
Dado que existen los riesgos de politización y malinterpretación, la divulgación de la ciencia debe adquirir un papel central en el quehacer científico, de manera tal que sean los mismos científicos quienes comenten al público, de manera amable, lo que producen. Si bien los nuevos sistemas de comunicación basados cada vez más en las redes sociales y sus tendencias facilitan la tarea de difundir la ciencia y tener más alcance en menor tiempo, también facilitan la difusión de pseudociencias y charlatanerías, que puede ser perjudicial para las sociedades, como el reciente rebrote de sarampión en los Estados Unidos.
Referencias
- Fernie, Eric. Art History and its Methods: A critical anthology. London: Phaidon, 1995, p. 361. ISBN 978-0-7148-2991-3.
- De Young, Gregg. Postage Stamps and the Popular Iconography of Science. Journal of American Culture, 1986, p. 1-13.
- Friedlander, Henry. The Origins of Nazi Genocide: From Euthanasia to the Final Solution. Chapel Hill, North Carolina, USA: University of North Carolina Press, 1995. p. 5.
- Sweeney, Michael S. Secrets of Victory: The Office of Censorship and the American Press and Ratio in World War II. Capel Hill: University of North Carolina Press, 2001, p. 196-198.
- Wrinch, Pamela N. Science and Politics in the U.S.S.R.: The Genetics Debate. World Politics, Vol. 3, No. 4, Jul., 1951, pp. 486-519.
- Howell, F. Clark and the Editors of TIME-LIFE Books, Early Man, New York: TIME-LIFE Books, 1965, pp. 41–45.
- Gefter, Amanda. Newton’s Apple: The real story. New Scientist: Blogs, Ene., 2010. Consultado el 3 de marzo de 2015.
- Wellerstein, Alex. The Atomic Energy Comission Seal (1949). Restricted Data. The Nuclear Secrecy. Abril, 2012. Consultado el 3 de marzo de 2015.
- Jones, Denna. DNA: a design icon. BBC News. Abril 2003. Consultado el 1 de marzo de 2015.
- El primer cambio en la NGS sucedió en 1988 al adoptar la proyección Robinson del geógrafo estadunidense Arthur H. Robinson en 1961 que fue producida a manera de consenso entre practicidad y representatividad.
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