Una mirada desde la sociología del arte
Hubo un tiempo en el que gran parte de la humanidad se rindió a los pies de la religión del progreso, de la prosperidad sin límites; contemplaban absortos y felices el desmesurado crecimiento de la industria, de la red bancaria y de las grandes ciudades donde los rascacielos se multiplicaban sin tregua cortando la visión del horizonte en absurdas formas geométricas.
Como en ningún otro sitio, era en los Estados Unidos de Norteamérica donde se concretaba el cuento de hadas de la burguesía mundial. En las primeras décadas del siglo XX, parecía que finalmente la humanidad había encontrado el camino al avance indefinido, en el cual cada hombre, basado en su esfuerzo, tendría la posibilidad de llegar hasta el lugar donde se atreviese a soñar.
Cuando llegó el crack del ‘29 y la realidad asomó sus fauces más oscuras el grueso de la sociedad se vio alarmantemente empobrecida, sin embargo eso no la llevó a cuestionar el fondo del asunto. La percepción era que su capacidad de consumo había disminuido, y los que quedaron sin empleo vivieron su propia y dura miseria. No estaba en el centro del debate el sistema en sí que había dado origen, tanto a la vorágine del florecimiento económico, como a su estrepitosa caída.
Sin embargo, por las calles de Nueva York en los años ’20 había alguien de mirada atenta que se tambaleaba medio borracho entre los callejones sucios y que supo captar el alma de la época. No el alma de la moda que se comentaba en los salones ni en los teatros sino la de los otros, la de los que siempre quedan afuera de los banquetes y a los que solo les resta arañar migajas: los pobres, los locos, los vagabundos, las prostitutas, las mujeres a las que nadie ha amado, los que lloran de amor sin remedio.
Henry Miller trabaja en Trópico de Capricornio sobre su propia vida en ese mundo caótico y a partir de allí construye un espejo que lo trasciende, por lo que su obra puede ser mirada a través de la sociología del arte que es, esencialmente “la preocupación de efectuar una reflexión estética sobre la obra de arte pero ya no como antes (…) que sólo se interesaba [y se centraba] en el individuo; ahora también se toma en consideración el elemento colectivo; se ha descubierto repentinamente, también en arte, la existencia del ‘individuo socializado’, (…): un individuo que, mucho antes de que la obra de arte adquiera forma, es portador de un espíritu colectivo a través del cual se expresa y se dirige a los grupos receptores. Al considerar la obra de arte en el espejo de la estética sociológica, se ha descubierto igualmente que las evoluciones y las revoluciones artísticas no son más que síntesis de los esfuerzos aislados e independientes de numerosos antecesores, y que el arte no nace de la nada, por el solo efecto del genio creador”. [1]
“La literatura, la pintura o la música tienen valor de realidad sociológica sólo cuando se objetivan, revisten una expresión concreta y adquieren un aura, y sólo entonces expresan ese ‘algo’ que está destinado a ser comprendido o a producir un efecto social” [2] Y esto es lo que sucede con Trópico Capricornio [3], el libro que elegimos para analizar, porque esta obra lee las entrelineas del entramado humano que se le escapaba al observador desprevenido en un momento en el cual todo parecía ser flores perfumadas; él ve el agua podrida donde están plantadas.
“He recorrido las calles de muchos países del mundo, pero en ninguna parte me he sentido tan desgarrado y humillado como en [Norte] América. Pienso en todas las calles de [Norte] América combinadas y como formando una enorme letrina, una letrina del espíritu en que todo se va aspirando hacia abajo, drenando y convirtiendo en mierda eterna. Sobre esa letrina el espíritu del trabajo agita una varita mágica; palacios, y fabricas surgen juntos, y fábricas de municiones y de productos químicos y acerías y sanatorios y prisiones y manicomios. El continente entero es una pesadilla que produce la mayor miseria para el mayor número. Yo era uno solo, una sola entidad en medio de la mayor francachela de riqueza y felicidad (riqueza estadística, felicidad estadística) pero nunca conocí a un hombre que fuera verdaderamente rico ni verdaderamente feliz. Yo por lo menos sabía que era desgraciado, que era pobre, que estaba desarraigado, que desentonaba” [4].
El párrafo anterior es casi el preámbulo de la obra, después se suceden vertiginosamente los encuentros con los personajes más decadentes e infelices del mundo, un empleo mediocre para sustentar una familia mediocre, la desesperación de sentir algo real en medio de tantas cosas que apestan.
A partir de ahí hace un profundo análisis del mundo del trabajo norteamericano, y no porque es un estudioso académico de las relaciones laborales sino porque está ahí, en medio de donde rompe la ola en la marea de las grandes sociedades anónimas del momento. Es el encargado de contratar y despedir gente en la una enorme compañía de telégrafos. “Unos meses después estaba sentado en el Sunset Place contratando y despidiendo gente como un demonio. Era un matadero ¡palabra! Algo que no tenía el menor sentido. Un desperdicio de hombres, material y esfuerzo. Una farsa horrible sobre un telón de fondo de sudor y miseria. (…) El sistema entero estaba tan podrido, era tan inhumano, tan asqueroso, tan irremediablemente corrompido, que habría hecho falta un genio para darle un poco de sentido o poner orden en él, por no hablar de bondad o consideración humanas. Yo estaba en contra de todo el sistema laboral [norte] americano que estaba podrido por los dos extremos” [5].
“Vi y llegué a conocer hombres que eran santos, si es que existen santos en este mundo; vi y hablé con sabios, crapulosos y no crapulosos; escuché hombres que llevaban el fuego divino en las entrañas, que podrían haber convencido al Dios Todopoderoso de que eran dignos de otra oportunidad, pero no al vicepresidente de la Compañía de Telégrafos Cosmococo. Estaba sentado, clavado en mi escritorio, y viajaba por todo el mundo a la velocidad de un relámpago, y descubrí que en todas partes ocurre lo mismo: hambre, humillación, ignorancia, vicio, extorsión, codicia, trapacería, tortura, despotismo: la inhumanidad del hombre con el hombre: las cadenas, los arneses, el dogal, la brida, el látigo, las espuelas. Cuando mayor es la calidad del hombre, en peores condiciones está” [6].
Miller camina la ciudad de Nueva York, nos habla de Brooklyn, de bares, de borracheras, de las calles desiertas de la noche, de la arquitectura decadente y grosera… De las mujeres que amó y de las que no amó, lo cual es una experiencia personal en su vida y a simple vista nos es poco relevante como para hacer una lectura de la sociedad del momento, pero si afinamos el ojo veremos que no es así: lo que lo que lo hizo famoso en el mundo y por lo cual estuvo prohibido durante años en Estados Unidos fue lo que en la época se catalogó como “obscenidad y pornografía” en su literatura.
Este modo de encarar las relaciones y de narrarlas también trasciende su vivencia particular porque es una nueva manera de sentir que se estaba consolidando y tomando un forma más definida en esos años. El conformismo con la familia burguesa, con el amor burgués y con el tipo de relación que existía entre los sexos, y que hasta ese momento tenían el beneplácito social, comenzaba para algunos espíritus aventureros a resquebrajarse.
No es en vano que Miller es considerado el padrino de la generación Beat y esa es otra de las trascendencias de su obra, que de forma dialéctica es arrojada al público, éste la consume y a su vez engendra otro movimiento revolucionario en la literatura y en la cosmovisión de la juventud, que seguirá, a su vez, engendrando nuevas formas de lucha contra todo lo que ‘viene dado’ como bueno.
Cuando habla de amor nunca lo hace desde el lugar cómodo del imaginario romántico, siempre los amantes son humanos, demasiado humanos, que no disfrazan sus miserias. Lo hace desde un realismo honesto y desesperanzado.
Lo que entierra Henry en su literatura, y especialmente en Capricornio, es esa moral mentirosa de la cultura del trabajo, del esfuerzo, del amor limpio y las relaciones falsas y pulcras; lo que saca a la luz es lo que late en las venas reales de la gente real, de los despreciados de las luces del día y que, albergados bajo las sombras de la noche van caminando solitarios y feroces, devorando de a grandes bocanadas la vida.
[1] A. Silbermann, P. Bordieu y otros. Sociología del arte. Ed. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1971 Pg. 27
[2] A. Silbermann, P. Bordieu y otros. Sociología del arte. Ed. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1971 Pg. 34
[3] Si bien la primera edición de Trópico de Capricornio es de 1939, la novela reproduce la experiencia del autor en los años ’20 en Nueva York
[4] Miller, Henry. Trópico de Capricornio. Ed. Brugurera. Barcelona, 1980 Pg. 12
[5] Op. Cit Pg. 19-20
[6] Op. Cit. Pg. 32-33