Previsiones y consecuencias de la vida en ciudad
Las ciudades son organismos vivos. Nacen, crecen, se alimentan, a veces se reproducen e incluso pueden llegar a morir. Como organismos vivos necesitan ser cuidadas y, con el fin de sobrevivir, necesitan constantemente adaptarse a los nuevos cambios que suceden tanto en su seno como a su alrededor. Estos cambios, especialmente en los últimos siglos, se precipitan cada vez a mayor velocidad por lo que, una previsión a largo plazo que intuya y dirija las futuras necesidades, será fundamental para la supervivencia de una ciudad.
Las personas somos seres sociales, necesitamos de la sociedad para avanzar por la vida. Esta sociedad, esta vida en comunidad, es posible en cualquier núcleo familiar o pequeño pueblo; no obstante, cada vez más gente se ve atraída por las posibilidades que ofrecen las ciudades, pues nos presentan una oportunidad mayor de encontrar una parte de la sociedad afín a nosotros, a nuestros gustos, nuestra filosofía, nuestra forma de vivir. Asimismo, las ciudades constituyen núcleos de mayor diversidad de opciones y de personas, que conviven e interaccionan, y por lo tanto generan relaciones más complejas. A todo esto, se suman la mayor oferta de empleo y de servicios.
Paseos en México DF © Nuria Forqués Puigcerver
De este modo, las personas nos hemos ido acumulando en las ciudades, generando intensos núcleos de actividad que propician el crecimiento urbano, el progreso tecnológico y la proliferación cultural; llegando a formar importantes centros de atracción, sinónimos de progreso. Es por eso que, a lo largo de la historia, las ciudades han tenido un importante papel a la hora de representar el poder de un imperio o nación; dado que, lo que transmita una ciudad, sus riquezas, sus paisajes, su cultura,… en resumen, su imagen o su marca, será lo que el resto del mundo capte y comprenda. Así pues, Roma fue la capital del Gran Imperio y París es la capital de la moda; descripciones y formas de entender que, adaptadas a sus tiempos, expresan de puertas hacia afuera la idea de esa ciudad, cuál es su poder en el mundo.
Sin embargo, esa idea es la generalización, el resumen. En realidad, como hemos comentado, en la ciudad reina la diversidad y, más allá de los arquetipos, existe una multiplicidad de personas todas distintas a las demás, con procedencias distintas y ambiciones diferentes. Esta diversidad se extiende a los niveles culturales y económicos; cosa que, desde el gobierno de la ciudad, se debe regular, con el fin de equilibrar la brecha y poder ofrecer a todos los ciudadanos las mismas oportunidades.
Comunidade da Favela Paraisópolis, Alex Vieira
Si esta desigualdad no se controla, si no se mantiene la balanza, la ciudad como organismo lleno de vida que es, enferma. Empiezan a aparecer la violencia y la inseguridad, se generan barrios en condiciones no habitables que albergan a aquellos que no pueden permitirse un techo mejor; mientras que, los que sí pueden, viven encerrados en sus recintos vigilados, con miedo a pisar las calles. No obstante, cuando una ciudad se planea, se cuida y se mima, las heridas sanan y la vida vuelve a brillar; todo depende de la voluntad y acción de mejorar.
Las ciudades han existido durante miles de años, pero no siempre han sido como las que conocemos hoy en día. De hecho, la ciudad de nuestros tiempos empezó a formarse a partir de finales del siglo XIX, pues deriva de todos los cambios que se sucedieron en la Revolución Industrial.
En la historia de la vida urbana, se diferencian tres fases. La primera abarca desde los primeros asentamientos urbanos situados a miles de años atrás, hasta finales del siglo XIX. En esta fase existían algunos asentamientos considerados como ciudad aunque, generalmente, las personas se agrupaban en pequeños núcleos, abasteciéndose de la agricultura, la ganadería y la pesca. Poco a poco, algunos asentamientos empezaron a aumentar su tamaño, en los cruces de rutas y caminos, atrayendo a mercaderes, artesanos y oficiales del gobierno; lo que empezó a esbozar la dualidad entre lo urbano y lo rural.
La segunda fase se inició con la Revolución Industrial. Con la industria, la actividad económica y comercial creció, mientras que para las tareas del campo se requería menor mano de obra. Todo esto originó una migración hacia los centros de mayor actividad, a los que se acudía en busca de empleo y servicios. Se produjo un crecimiento acelerado del número de población urbana; el cual ya en 2010, año en que se considera que termina esta fase, superó el cincuenta por ciento de la población mundial.
A partir de 2010, empezó la tercera fase, en la que el proceso de urbanización calma su ritmo y en la que se supone que se acabarán de definir los núcleos urbanos en todo el planeta, llegando a estabilizarse la cantidad de población urbana, alrededor de un setenta u ochenta por ciento respecto a la global. Al final de esta fase, toda la gente que desee vivir en ciudades, estará viviendo en ellas, reduciendo el crecimiento y evolución de éstas a un ritmo suave.
En la segunda fase la población se densificó, las ciudades aumentaron su tamaño y su compacidad, evolucionaron tecnológicamente y se construyeron grandes redes de infraestructuras que daban respuesta a las exigencias sociales. Abastecimiento de agua, de electricidad y de gas, gestión de residuos, trazado de viario e incorporación de espacios verdes y equipamientos; una compleja superposición de tramados que se amoldaban a los nuevos cambios.
Estacion de tren en A Coruña, Jose Luis Cernadas Iglesias
La incorporación de todos estos servicios no siempre fue fácil, sino más bien, todo lo contrario. La planificación de las ciudades llego tardía, por lo que, en un principio, la población se acumulaba en el caos y los problemas de higiene y contaminación ocasionaban unas míseras condiciones de vida en las que la salud de las personas, especialmente en los barrios obreros, se veía realmente afectada. La clase burguesa pudo desplazarse fuera de los núcleos ajetreados y se instaló en los suburbios, donde el aire se respiraba más fresco.
Fue en la segunda fase cuando las murallas urbanas se desplomaron, ante la combinación de una mayor estabilidad social y económica junto a una incesante demanda de espacio que permitiese respirar a los centros urbanos y acogiese a los nuevos ciudadanos. Con ello, la salud pública mejoró, se abrieron nuevas calles, más anchas, que atravesaban el atestado tejido medieval; y los espacios libres y los privados aumentaron su tamaño, reuniendo mejores condiciones de higiene. Tras estos cambios, las altas densidades en las que se había ido acumulando la población empezaron a reducirse; lo que significaba que, aun sin acoger a más gente en la ciudad, ésta aumentaba su tamaño, al requerir un mayor espacio por habitante.
El derrumbamiento de los límites urbanos sumados a la menor densidad, provocaron una expansión de las ciudades en las que las distancias dejaban de ser asumibles a pie. Ya no se podía cruzar la ciudad andando, sino que se necesitaban otros medios de trasporte que te permitiesen salvar las distancias en intervalos de tiempo menores. Así, el transporte público evolucionó, y también las infraestructuras viarias. Se ideaban nuevos métodos para viajar por la ciudad, acelerándose el avance tecnológico y el ritmo en el que los ciudadanos se desplazaban por el tejido.
Se llegaron incluso a planear ciudades en las que el coche era el protagonista y en las que todos podían vivir en una casa con jardín. Esto provocó que las densidades se desplomasen, reduciéndose drásticamente y requiriendo una mayor cantidad de recursos (carreteras más largas, más kilómetros de alcantarillado, …) para abastecer a un número de personas igual o menor. El transporte público dejaba de ser una inversión viable, y el tráfico de los coches en las carreteras aumentaba a pasos de gigante.
Como vemos, la alta compacidad en la que se vivía a principios de la segunda fase no era sana, sino que causaba grandes problemas para la salud de los ciudadanos. Además, al estar limitado el crecimiento por los muros u otros factores, cada vez el precio del suelo era mayor al aumentar su demanda, con lo que la densidad aumentaba más y más, al no poder muchos permitirse vivir en un mayor espacio y con mejores condiciones. La situación era inhabitable.
Favelascape, Alex Eflon
Sin embargo, la otra cara de la moneda tampoco es la mejor solución. Se resuelven los problemas de higiene y espacio, pero se genera una ciudad menos sostenible por el mayor abuso de los recursos. Por lo tanto, como en la mayoría de los casos, los extremos no son buenos, sino que hay que llegar al punto de encuentro en el que se optimicen la calidad de vida de las personas y el respeto por el medio ambiente.
Todo esto es lo que sucede en la segunda fase, pero como hemos explicado, ya se ha entrado en la tercera fase, en la que el tamaño de la ciudad se estabiliza y ya no se requieren grandes cambios. No obstante, esta sucesión de periodos no sucede al mismo tiempo en todos los puntos del planeta. En los países de Europa o Norte América, la tercera fase ya es un hecho, el porcentaje de población urbana ya se ha estabilizado en muchas ciudades, y la migración hacia las urbes, así como las densidades en ellas mismas evoluciona con pocos cambios.
El caso de los países en vías de desarrollo es diferente. En ellos, es donde está sucediendo ahora el proceso de urbanización, a medida que la industria se introduce en estos países y el sector terciario gana terreno. En la actualidad, la población urbana ronda el cincuenta por ciento, pero se calcula que, en 2050, el porcentaje subirá hasta el setenta por ciento a escala global. Esto significa que las ciudades en los países en desarrollo van a absorber (están absorbiendo) un gran número de personas en un periodo de tiempo muy reducido; por lo que esas ciudades van a presenciar una avalancha de cambios y un crecimiento acelerado.
Panorámica México DF © Nuria Forqués Puigcerver
Cada ciudad es diferente y cada caso particular; no obstante, se puede aprender de la historia y evitar cometer los errores de otros. Ello significa que, en las ciudades en las que se prevé un intenso crecimiento, habrá que actuar pronto, planear el futuro, idear un sistema que se adapte a los nuevos cambios y de la bienvenida a nuevos ciudadanos.
Hay que estar abiertos a la idea de la expansión urbana, para dar espacio a las demandas de los actuales habitantes de una ciudad y a todos los que quieran vivir en ella. Es ridículo limitar el número de habitantes, regirlo por normas que no se adaptan a las exigencias reales, porque eso solo conlleva una expansión no planeada, con pésimas condiciones de habitabilidad, o una densidad que aumenta a la deriva ahogando a la gente con menos recursos, a quienes se va empujando a vivir otra vez en la miseria.
Si no se planea la expansión, se generan barrios donde los rascacielos y las tecnologías del siglo XXI abundan en la atmósfera; mientras que, a su alrededor, se acumulan barrios de favelas que se van derribando y expulsando hacia las afueras a medida que los barrios de bien quieren crecer. Esto no debe ser así, sino que la ciudad debe dar la bienvenida a todos los ciudadanos por igual. Desde la administración pública se debe planear la evolución, para dar cabida al crecimiento, aprovisionando a las nuevas zonas previstas con los recursos necesarios para el habitar.
Sí, hay que estar abiertos a la idea de la expansión urbana, y hay que planearlo para que esa expansión se produzca de la mejor manera posible. Hay que prevenir la cantidad de tierra que va a pertenecer a la red urbana, para diseñar el tramado de infraestructuras que se van a necesitar y reservar los espacios pertinentes para los servicios públicos, los equipamientos, los parques. Si esto no sucede, si no se actúa, será demasiado tarde, y un día las ciudades despertarán sumidas en el caos. Se podrá curar, intervenir, solucionar poco a poco el desastre no planeado; no obstante, el proceso será largo y costoso, y los más desfavorecidos serán siempre los mismo.
Bajo el Puente de Brooklyn © Nuria Forqués Puigcerver
Como se suele decir, más vale prevenir que lamentar. Actuemos, aceptemos el hecho de que la población humana aumenta, y la urbana también. No nos neguemos a la idea de que el crecimiento de las ciudades es malo, que no beneficia ni al medio ambiente ni a las personas. Abracemos la idea de que, si se piensa, si se planea, si hay voluntad de hacer las cosas bien, podemos embarcarnos en esta aventura urbana, beneficiarnos todos de ella y, al mismo tiempo, dirigirla hacia una solución sostenible que respete nuestro planeta. Empecemos.
Portada: Atardecer en Nueva York © Nuria Forqués Puigcerver