El oficio es la obligación que se tiene con la patria, con los padres y con los amigos
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El número de noviembre de la Revista Mito tiene como hilo conductor el hablar sobre los “oficios”. En este artículo explicaremos, desde la Etimología, el significado original de este término y trabajaremos en el campo semántico y familias léxicas que de él derivan.
Nuestro oficio procede del vocablo latino officium. Lo primero que nos viene a nuestra mente al escuchar esta palabra es que se está hablando de una profesión o de una ocupación habitual.
Los romanos añadían a este “oficio” un sentimiento del deber, unido a la fidelidad y la obediencia. De hecho, Cicerón en uno de sus tratados[1] nos explica que los oficios son las obligaciones de los hombres dentro de la sociedad a la que pertenecen. Para él, está en la naturaleza del hombre el ser útil a la sociedad y, de acuerdo con Platón, afirma que “no hemos nacido para nosotros únicamente, sino que una parte la debemos a nuestra patria, otra a nuestros padres y otra a los amigos”. En este sentido, todo hombre tiene como oficio (obligación) ser útil a todos ellos, principalmente a la primera. Así, Cicerón alabará especialmente aquellas obligaciones que conllevan los “empleos de la toga”, es decir, las magistraturas. La máxima obligación, entonces, la tiene quien gobierna el Estado que, según él, “ha de mirar de tal manera por el bien de los ciudadanos, que refieran a este fin todas sus acciones, olvidándose de sus propias convinencias. Porque los que se desvelan por una parte de los ciudadanos y descuidan por otra, introducen un perjuicio, el más notable en el gobierno, que es la sedición y discordia, de donde nace que tomen unos el partido del pueblo, otros el de la nobleza y muy pocos el del común”[2].
Es más que probable que el término latino officium sea el resultado de la contracción de opificium (de opus y ficium), siendo el opifex el obrero que lo realiza. Por lo que se puede decir que, en cierta medida, confluyó su significado con el término artificium que, por su parte, es el fruto del artifex (de ars y facio). Éste vendría a ser el artesano o el artífice. De ahí que ahora el diccionario defina oficio también como la profesión de alguna arte mecánica.
Al lugar o taller donde se realizan los trabajos se le llamó officina, Plinio ya nos habla de la aeraria officina para referirse a un taller donde trabajan el hierro. En castellano hemos heredado oficina, para nombrar al local donde se hace, se ordena o trabaja algo; siendo el oficinista el que está empleado en ella. Pero, por otra parte, Horacio menciona una calens venenis officina[3], refiriéndose a una tienda donde se vendían pociones. No es de extrañar, entonces, que el diccionario considere también la oficina como un laboratorio farmacéutico.
M. Tullius Cicero © Freud
Cicerón insistirá en que en todo oficio debemos evitar la precipitación y la pereza. Condenará todo oficio odioso[4], como es el de los cobradores y usureros. “También es bajo y servil el de los jornaleros y de todos aquellos a quienes se compra, no sus artes, su trabajo. Son igualmente bajos, los que compran a otros para volver a vender pues no pueden tener algún lucro sin mentir mucho y no hay vicio más feo que la mentira. Es bajo todo oficio mecánico, no siendo posible que en un taller se halle cosa digna de una generosa educación. Tampoco son de nuestra aprobación aquellos oficios que suministran los deleites, los pescadores, carniceros, cocineros, mondongueros,… Y añadamos a éstos los que hacen comercios con las aguas, olores y afeites, los bailarines, los jugadores y todo género de taures.” En cambio, “aquellas artes que suponen mayores talentos y que producen también bastantes utilidades, como lo arquitectura, la medicina y todo conocimientos de cosas honestas, son de honor y dan estimación a aquellos a quienes corresponden por su esfera”.
Con el tiempo, el vocablo pasó a significar la misma obligación en sí. Seguramente fue en época del imperio cuando se generalizó su uso arraigando en el derecho publico, para designar las tareas de un magistrado e, incluso, las mismas magistraturas.
No es de extrañar entonces que el diccionario introduzca el adjetivo oficial derivado de officialis, para indicar que el substantivo al que acompaña tiene autenticidad y emana de la autoridad derivada del Estado, y no de particular o privado. Con todo, también se entiende que el abogado de oficio sea el que el juez asigna a una de las partes, ordinariamente por su falta de recursos económicos.
Si nos trasladamos al ámbito religioso también existen las obligaciones para con dios. Siguiendo las costumbres de los primeros judíos, pero adaptándose en sus formas, llegó hasta nuestros días lo que en la lengua de la iglesia cristiana se denomina el oficio divino, una oración litúrgica que se distribuye a lo largo de las horas del día. También en la actualidad, los párrocos ofician una misa y se llama oficio de difuntos al que tiene destinado la Iglesia para rogar por los muertos. Por no hablar del Santo Oficio, del cual Lope de Vega participó en calidad de “familiar”, en tiempos de la inquisición.
Sin embargo, si volvemos al latín, descubriremos la cara más amable del oficio, pues uno de sus matices es el de la cortesía, dar muestra de consideración. De ahí, que califiquemos a alguien de oficioso (del latín officiosus) cuando se manifiesta solícito por ser agradable y útil a alguien. Un ejemplo nos lo trae D. Quijote, cuando en el capítulo sexto explica que un caballero andante debe ser cortés y comedido, y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador...
Para poner punto final decir que, oficiosamente, pretendíamos con este artículo haber puesto el “oficio” en su lugar y advertir a los lectores que “quien ha oficio, ha beneficio”; es decir, que es imposible conseguir utilidad alguna sin esfuerzo.
[1] De oeficiis
[2] Idem, I, XXII
[3] Horatius Flaccus, Epodo, XVII, 35
[4] Idem I, XLII