Sobre la importancia de La condición humana
Hannah Arendt (1906–1964) fue una influyente filosofa política alemana, nacionalizada estadounidense. Este texto repasa un análisis general a su obra La condición humana y las interacciones del autor al escuchar y leer la obra de la autora.
Escuchar a Hannah Arendt
Como si la conversación tuviese lugar en una realidad paralela –es decir: en un espacio sumido en una oscuridad última, donde sólo se pueden mirar las reproducciones de los cuerpos en blanco y negro, y un sillón soportándolos– el periodista Günter Gaus entrevista a Hannah Arendt. El filme dura aproximadamente una hora y registra el diálogo entre ambos. Lo hace en 1964, en la Alemania Occidental, aunque para nosotros, mirando el vídeo a continuación, aquella puede ser una grabación cualquiera que nos transporta a un pasado relativo, y del que, se me antoja, es imposible regresar sin establecer una comparación analítica: sus propuestas, que interpretan la condición humana para lo social, siguen teniendo el mismo peso de ayer en el hoy.
Escribo estas palabras sobre la escena que abre la entrevista porque me es inevitable pensar en lo importante que ha sido Arendt como pensadora, pero más aún como figura. Primero, la desestabilización de una ideología única que, aunque en sus ideas sea notable la influencia de Heidegger, Husserl o Jaspers, se posiciona claramente en favor de la pluralidad y del contingente humano como grandes valores a pesar de los conflictos que se sucedían por aquél entonces a mitad del siglo XX. Y segundo, por la sobriedad con la que sus análisis teórico-políticos predicen la construcción de la condición humana. Es precisamente sobre este concepto sobre el cual tienen valor estas líneas y sobre el cual intentaré rescatar algunas propuestas interesantes en Hannah Arendt.
En mi biblioteca, un ejemplar de La condición humana [i] me invita a leerlo de nuevo. Hojeo el libro y repaso los párrafos que se enlazan en cada página. Tras escuchar la entrevista a Arendt, leer sus palabras adquiere otra connotación: una fuerza añadida que sólo es propia del que imagina la lectura de un texto acompañado por el sonido de la voz del que produce ese discurso –algo que le otorga una suerte de eco inmortal y de continuidad–. Los términos vita activa, modernidad, hombre y cultura son recurrentes en ambos casos, pero desde la voz se aprecia una posición más amable y distendida; el texto, en cambio, es más afilado, más trabajado. El carácter, en general, es siempre reflexivo e invita a meditar tanto sobre el hombre como sobre lo que le rodea y constituye; allí parece estar la clave del pensamiento de Arendt.
Leer a Hannah Arendt
Para Arendt, los entramados en los que el ser humano se introduce como hacedor de un mundo dentro de lo ya existente son los que le permiten recorrer, no sin cierta dificultad, la construcción privada y pública. Estos conceptos existen complejizados, y es a través de ellos que el ser humano como conjunto ha pretendido la reconfiguración de un espacio dado o, más bien, de un espacio obligado, para afianzar su condición humana dentro de un ámbito de carácter social. A modo de síntesis incompleta, ésta es la premisa desarrollada por Arendt en La condición humana. Entre lo económico y lo histórico –como recubrimiento para las ciencias sociales– y lo filosófico y lo político –como hilo conductor de los dos anteriores– el problema que intenta encajar se ancla en el cómo se constituye tal condición.
Portada de la segunda edición de The Human Condition, de Hannah Arendt, editado por la Universidad de Chicago
Pero ¿a qué hace referencia la condición humana? La interpretación de Arendt se expresa en la escisión de la facultad del hombre, que va del fabricar artificialmente y del pensar. Ambas cuestiones implican de por sí una separación entre el ser humano y los demás seres. Es quizá esta idea la que sirve como punto reflexivo para indagar en el problema que el pensamiento de Arendt ubica como consustancial, natural, en el mundo moderno: la potencia del artificio como separador de la existencia humana en contraposición a la existencia animal o planetaria. Esta característica es condicional al hacer del hombre un hombre. Es decir, le condiciona a pertenecer a la humanidad y es lo que hace posible preguntarse hasta qué estribo es capaz de asirse y de apoyarse el hombre para romper con la condición de lo humano, para escapar y vivir más allá de los límites fijados, y para hacerse generador propio del mundo, cambiando su existencia de lo dado a algo hecho por sí mismo. Su intención no es romper con la condición humana, sino más bien con las limitaciones de lo preexistente para validar las capacidades sui géneris. Ante esta intencionalidad humana que se elucida en el mundo moderno, el hombre se enfrenta a un dilema bífido: poseer la capacidad de destrucción y creación de la vida en la Tierra.
Con la mirada en lo destructivo y lo moderno Arendt complica aún más el análisis y abre otra conjetura: que la técnica y la ciencia, como características clave de lo moderno, hagan al ser humano un ser irreflexivo, a merced de sus propios artificios. Este punto obliga a un alto para retornar a la función de la condición humana fijada, de forma inevitable, al contexto de lo político y de lo social, de lo público y de lo privado, y de las configuraciones de la labor, del trabajo, de la acción y del discurso dentro de la llamada vita activa, acuñada por Arendt.
De todo ello se extrae a simple vista que el devenir de la modernidad hace mella en la misma condición humana. No en vano Arendt diseña y medita sobre un significado de lo político, de lo cultural, de lo social y de lo familiar en sentido esférico o contenedor, como mundos dentro del mundo o, verba reducta, construye el significado de lo público y de lo privado como esferas del hombre. De esta forma se establece una redefinición de lo político comprendido desde la acción y el discurso, desde la creación de un espacio público en el que los hombres, como pluralidad, revelan su propio yo y tejen la trama de relaciones humanas.
Portada de La condición humana, de Hannah Arendt, en su versión al castellano
Sin duda, esta reflexión arendtiana merece especial atención dada la importancia lingüística que subyace en las palabras acción y discurso. Los años en los que Arendt trabaja en La condición humana, previos al cincuenta y ocho del siglo pasado, vienen ampliamente respaldados por la intromisión de la importancia del lenguaje en la constitución del mundo y de las relaciones humanas. En sintonía con una una filosofía del lenguaje casi heideggeriana, la tesis de Arendt sobre el pensar, y el uso público del pensar, mediante el juicio político y el juicio histórico, complementa la construcción del mundo común, de lo social, como espacio de aparición. Y es justamente a partir de ese significado de lo político, de lo social, que acuña su crítica del sin sentido que comporta un hacer sobre lo que no se puede pensar. Este sin sentido permite la enunciación del mundo de los artefactos como poseedor de una capacidad de iniciar procesos que no sólo escapan al hombre, sino que pueden llegar a destruir efectivamente el mundo, retomando la idea fundacional de Arendt de dar y quitar vida por parte del hombre y donde la tecnología recrea, artificialmente, el proceso natural.
El mundo sin sentido surge desde las distinciones entre labor, trabajo y acción. Estas distinciones son clave para precisar el significado de la tecnología en el mundo moderno y las consecuencias sobre éste. Mientras define la labor como la actividad humana que cubre las necesidades, explica el trabajo como creador del mundo de artificios y la acción como la capacidad de iniciativa y que sólo puede darse en la pluralidad de los hombres. El recaer en la pluralidad de los hombres es recaer nuevamente en la temática del lenguaje. Si Arendt propone que la acción es arranque en la esfera donde el hombre entra en contacto con sus pares, es posible hallar la relación que se establece entre La condición humana y trabajos posteriores sobre lenguaje e identidad publicados por Paul Ricoeur [ii] o Charles Taylor [iii], por citar dos ejemplos claros. Desde la esfera pública el hombre se reconoce en su mismidad como un mismo distinto de los demás, porque es precisamente en ese espacio donde el yo emerge como tal, encarando al otro al ser visto, escuchado y evaluado por los demás. Yendo más lejos, también es posible hallar conexión con los diferentes procesos artísticos en los que el ser humano busca la representación del sí mismo saliendo de lo privado para ingresar en lo público. Esto lo lleva a experimentar una surte de transformación que le permite presentarse ante lo común. Dice Arendt: las más corrientes de dichas transformaciones suceden en la narración de historias y por lo general en la transposición artística de las expresiones individuales (1993, 59).
La pintura de El Bosco es una metáfora a la modernidad. El carro de heno. Hieronymus Bosch
Precisamente, desde esta multiplicidad de miradas, el hombre constituye la relación, como una fusión casi imperceptible, de lo privado y de lo público como espacio para la acción humana en el que el lenguaje –aunque no se destaque de manera explícita en el texto de Arendt– es fundamental para analizar la entrada del individuo en la modernidad y en los procesos históricos y políticos en los que se ha sostenido el tejido de las relaciones humanas.
Retomando el pensamiento político de Arendt, en La condición humana también se desarrollan los conceptos del animal laborans y del homo faber. Ambos están relacionados con las distinciones de labor por un lado y de trabajo, por el otro, y vienen a representar la cobertura de necesidades y la construcción del mundo artificial a través del cual interactúan los hombres. Esta idea, que se enlaza con lo económico y lo histórico, remite nuevamente a las reflexiones sobre la problemática arendtiana del mundo autofabricado y del proceso tecnológico. De la apreciación se desprende algo parecido al temor de que la tecnología recree, artificialmente, el proceso natural, canalizando los interminables procesos de la naturaleza hacia el mundo humano. Arendt vaticina una alienación del hombre y, en grado más angustiante, una alienación del mundo perpetrada por el mundo autofabricado y la visión irreflexiva del hombre.
La condición humana cierra con el sustento reflexivo de la emergencia del proceso, de lo natural y de lo histórico. Arendt explica que lo artificial parece completar lo natural, y la consecuencia de que se aplique el proceso propio de lo natural a lo fabricado artificialmente por el hombre es el que permite una mutación en el mundo de los artefactos. Esta consideración ilumina la idea de que la tecnología en la modernidad no se limita a operar en conjunto con la naturaleza, sino que, en cambio, actúa sobre ella apresurando nuevos posicionamientos que difuminan la línea divisoria entre el mundo humano y el mundo natural. Finalmente, en lo que quizá sea un grito a la humanidad, Arendt se ubica al lado de la pluralidad de los hombres, del discurso y de la acción para una reanimación de la esfera pública en donde se produzca, de manera constante, una cultura crítica de carácter no-adaptativa en detrimento de las actitudes culturales propias de un desarrollo científico adaptativo, visibles con más frecuencia e importancia en la actualidad o en aquella modernidad que imaginaba Arendt.
Imagen de portada: Hannah Arendt (Oct. 14, 1906-1975). Ryohei Noda
[i] A lo largo de este texto hablaré de la edición La condición humana. Trad. Ramón Gil. Barcelona, Paidós, 1993.
[ii] Ver Sí mismo como otro (Ricoeur, P. 1996, Siglo XXI Editores, Madrid).
[iii] Ver Fuentes del yo: la construcción de la edad moderna (Taylor, C. 2006, Editorial Paidós, Barcelona).
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Escuchar y leer a Hannah Arend». Mito | Revista Cultural, nº 20. 8 de abril de 2015. URL: |
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