En Finlandia dicen que ellos inventaron el tango. Una vez en un lago en Tampere escuchamos su tango más famoso, “Satumaa” (La tierra de los cuentos de hadas), que habla de una tierra inalcanzada. Otra vez entramos en un local de tango un poco cutre en Rauma y estaban transmitiendo por televisión la final del certamen nacional de tangos y varias parejas de viejos salieron a bailar.
En Carelia vivió Edith Sodergran, fundiéndose con la naturaleza por sus sentidos desatados por la tuberculosis. En sus poemas de “Sombra del porvenir”, “La tierra que no es”, había un contacto loco con los bosques, una ruptura de las barreras de los sentidos, un fluir con la naturaleza fantasiosa y enloquecida. Añoraba esa riqueza tan intensa que le permitía escapar a una época de intolerancia y fanatismo, de simplismos destructores y amenazas ideológicas. Sentía que se convertía en otra cosa, por eso decía: “no soy una mujer, soy un ser indefinido”. ¿Cómo iba a definirse cuando se sentía tan intensamente, tan desatadamente en mitad de las noches junto a los lagos?.
Estaba muy cerca de la muerte, sabía que el final estaba cerca y tenía que dejarse de zarandajas. Por eso su deseo más profundo, su paraíso más soñado, era estar en el columpio de su jardín con un libro entre las manos escuchando todo. No deseaba ninguna otra cosa. Ese era su paraíso, sentir totalmente lo más cotidiano de su casa, ahondar su vida más sencilla, igual que hizo en Nueva Inglaterra Emily Dickinson. La vanguardia le sirvió para romper los convencionalismos, dio paso a sus visiones y a sus ocurrencias, por eso la tuvieron por loca y muchos se escandalizaron de ella. Nietzsche y otros autores parecidos le sirvieron para deshacerse de los convencionalismos y respirar con fuerza un vitalismo dionisíaco. Y acabó hablando del país que no existe. Es parecido al no-mundo de que hablaba Cirlot.
Helsinki, Edificio Pohjola
“Por donde una vez caminamos” de Kjell Westo plantea el bullir de unos personajes en medio de las luchas históricas, los fanatismos, los enfrentamientos ideológicos, los dibujos cortantes de la Historia. Se centra en Helsinki y la región de los lagos y las costas que miran a Suecia, tiene una parte que se desarrolla en Carelia. Los personajes viven como el jazz llega a Helsinki, como se instala la trepidación y la vitalidad de los trópicos, como una ola remueve las conciencias y los anquilosamientos, y se despliegan infinidad de seres distintos, y se desatan las vibraciones de los músicos contra prejuicios y cerrazones. Básicamente el libro expresa como se puede vivir y extender cien ramificaciones en medio de todas las intolerancias que trae la Historia, que siempre es una apisonadora, una suma de rigideces, un simplismo asesino. La vida puede ramificarse a pesar de todo , y hay los pequeños cuadros finlandeses, y hay el retirarse a los lagos o a las casas de las afueras, y hay el perderse entre los bosques y los senderos. Y en el fondo queda en él esa melancolía finlandesa, los latidos en los momentos más íntimos, las pulsaciones en los instantes más libres. Ese fotógrafo que capta la vida del modo más sorprendente y al final ve como se destruyen todas sus fotos. La mujer libre y sola que se queda cada vez más sola. Las otras mujeres que se rinden a las normas sociales y entregan su vida y solo viven por sus secretos junto a los lagos.
En “El año de la liebre” de Arto Paasilinna leemos como el hombre fracasado, al que ha dejado su mujer, que no sabe qué hacer, encuentra una liebre por casualidad y se queda con ella durante un año. En “El bosque de los zorros” una anciana al norte de Finlandia no quiere que la atrapen los funcionarios de la residencia estatal y le apliquen sus leyes frías y abstractas, y le hagan ser feliz a la fuerza como a aquel hombre del subsuelo de Dostoyevski, y se escapa por los bosques, en medio del frío del invierno, entre la amenaza de los osos, lejos de los funcionarios perseguidores, al lado de un molino, y en una cabaña encuentra a un gángster desaprensivo y a un comandante borracho a los que inculca humanidad, los seduce con sus ademanes de mujer, les impide decir tacos, les hace estar limpios y comer encima de la mesa, y no pueden pasarse sin ella, y no consiguen eliminarla. La vieja Naska es como la liebre, que se ve perseguida y amenazada en un mundo brutal y angustioso, y que resiste como puede, y hace sentir sus pulsaciones, y hace prevalecer su feminidad y su tono maternal hasta sobre los tipos más odiosos.
Helsinki, Edificio Pohjola
En “Delicioso suicidio en grupo”una basca de seres patéticos y fracasados, que se sienten perseguidos de todos los modos, que no tienen ataduras con la vida, se conocen unos a otros, y acaban encontrando los valores de la vida, el amor, la amistad, la fantasía, la creación, la sorpresa, aparecidos en las condiciones más improbables. Y ese montón de seres que quieren suicidarse alquilan un autobús todos juntos y dan vueltas por toda Europa y la acaban conociendo muy bien, y su vida es una fiesta continua, precisamente porque está al borde de la muerte, porque saben todo lo que esconde la vida. Y su melancolía les sirve para descreer de todo y no obstante encontrar luces y auroras boreales. Y acaban desembocando en el Atlántico, en las costas tradicionales del Algarbe, donde a pesar de la invasión de turistas alemanes, todavía se conservan los sabores del vino y del bacalao y de la nostalgia de los mares y del sebastianismo metido en la sangre. En Portugal está la otra melancolía del fado que conecta bien con la de Finlandia, y no es casualidad que Paasilinna acabe su novela en el Algarbe.
Franz Emil Sillanpaa creía que todos los seres eran valiosos y llenos de empuje y encanto, como esa chica de “Silja”, que muere tan joven, a los veinte y algo años, después de iluminaciones y resplandores secretos junto a los lagos, de vivir el amor y el sexo y la libertad y lo atávico y la otredad en la noche. Rodeada por las amenazas, asediada por peligros, brotando como un fruto en algunos momentos, acosada por la Historia, la vemos morir entre el esplendor de los árboles y las aguas y nos produce una honda melancolía. Y en “Noche de verano” se ve el embrujo de las noches blancas de Finlandia, esas noches que no son noches, que tienen resplandores de plenitud, iluminaciones misteriosas, que revelan el secreto de las cosas. En un pasaje dos seres perdidos en una casa solitaria de noche sienten que han perdido su nombre, y que todas las cosas ya no tienen nombre, porque la noche lo revela apasionadamente todo, hace escuchar los latidos escondidos.
Helsinki, Edificio Pohjola
Incluso Mika Waltari en “Sinuhé, el egipcio” habla de un solitario melancólico, un fracasado que ve como la vida le da golpes sin cesar y todas las grandezas y las euforias se le convierten en nada, que cuenta desde una vejez desengañada todas sus aventuras. Una joven belleza se aprovecha de él y le arranca todo, hasta las tumbas de sus padres, lo convierte en un cero absoluto, menos que un esclavo. Y recupera su vida a pesar de todo, cuando todo parecía perdido, cuando debería suicidarse. La vida en los cañaverales del Nilo se parece un poco a la vida entre los lagos de Finlandia, y seguro que Waltari los tenía presentes, las sugerencias de las aguas y las cañas, sus levedades y sus fantasías, sus irrealidades y sus evocaciones. Luego Sinuhé alcanza grandes logros, tiene trato con los poderosos, sale de peligros y amenazas, pero no se ve seguro en ninguna parte, siempre es en el fondo un vagabundo, alguien que lo ha perdido todo tantas veces. Pero tal vez por eso, como los suicidas de Paasilinna, como los borrachos que me contaban su vida en las tabernas de Oulu, es capaz de apreciar las bellezas pasajeras que le dio su vida. Aguanta que su amada Minea no se acueste nunca con él sino que se ofrende a la diosa de Creta. Y en un capítulo lleno de melancolía finlandesa Waltari cuenta como Minea entra en el laberinto de Creta, y entrega su cuerpo que hurtó a todo el mundo en esas soledades de las cavernas, y no viene ningún dios a recogerla, y se encuentra absolutamente sola en las entrañas de la tierra.
El “Kalevala” de Elías Lonrot es la epopeya de un fracasado, de un melancólico, que se lo toma con sentido de humor y con tesón, y que no se rinde. Es la epopeya de un poeta y un contador de historias, de un vagabundo que engancha a todo el mundo con la música, no de un gran guerrero que vence a ejércitos y hace barbaridades, lejos de las pasiones bárbaras de la epopeya germánica. Es una epopeya humorística y poética, esperpéntica y fantástica, valleinclanesca y jocunda.
Helsinki, Monumento al Kalevala
Vainamoinen siente el paso del tiempo, sabe que es un viejo, que no tiene nada que hacer al lado de los jovencitos de piel tersa, que es un esperpento y un ser vencido por el tiempo, pero conserva invencible su entusiasmo y su amor por la existencia, desea el contacto erótico, admira el esplendor de la vida, ansía tocar lo más espléndido de la vida. Se empeña en casarse con la doncella de Pohjola (Laponia), y la reina de Pohjola le pone un montón de pruebas. Para conseguirla hay que fabricar el sampo, el molino mágico, y Vainamoinen se lo confía a Ilmarinnen, e Ilmarinnen consigue fabricarlo. Es un símbolo místico, pero que reúne todo el contenido de la vida, que no niega la carne y la naturaleza como el Grial en las versiones cristianas más puritanas, e incorpora la mística de las mitologías tradicionales de Escandinavia. Es también esa melancolía de lo imposible, ese sueño melancólico de fabricar lo que no se puede fabricar, esa idea de seducir a la doncella que no se puede seducir. La reina bruja sigue poniendo pruebas, y Vainamoinen con sus torpezas y sus fracasos demuestra sin embargo que es capaz de mayor deseo que nadie. No es la conquista de un país, el arrasar una región, el obtener una venganza, es buscar formas de seducir a una doncella lejana e inalcanzable. Vainamoinen debe conseguir el cisne negro de la muerte, el símbolo de la belleza escondida más absoluta. Si le lleva ese cisne, la doncella se convencerá.
Muchos son fracasados o ridículos en este poema. Pero el más solitario es Kullervo, el perdedor por excelencia, aquel al que persiguen los hados, al que no comprenden ni los dioses. Su madrastra le pone piedras en los bocadillos cuando lo manda a guardar las vacas. Cuando encuentra a una muchacha desconocida en el bosque y se acuesta con ella, resulta que es su hermana. Se castiga a sí mismo y el destino lo persigue. Sería materia para uno de los tangos más duros que podrían escribirse en Finlandia.
En Estonia Kreutzwald hizo como Lonrot y refundió una serie de leyendas en el “Kalevi Poeg”, el Hijo de Kalev. Kalev se casa con Linda que sale del huevo de una gallina. El hijo de Kalev se dirige a Finlandia para rescatar a su madre a la que han raptado unos monstruos. Por el camino pasa por una isla y seduce a una chica que cuando se da cuenta de con quien ha estado se queda sobrecogida y se arroja al mar. Piensa que el héroe es demasiado para ella. Pero en el mar la seduce un hombre de cobre que la lleva hasta el fondo y el héroe acude a rescatarla. Siempre hay quien cree que la vida es demasiado para él y quien está dispuesto a buscar el amor incluso en el fondo del mar.
Antón Hamsen Tamsaare tiene mucho en común con Sillanpaa y los escritores finlandeses. Su novela “Verdad y Justicia” habla de la adaptación de un héroe a la tierra, a la vida, a Dios, a sí mismo. Le señalan influencias de Nietzsche, resonancias de Tolstoi, conexiones con Knut Hamsun. Tiene el sentido de la tierra, de los bosques y los lagos, de los lazos telúricos. Y el sentido de la rebeldía de Albert Camus, que tiene notalgia de la persona, de la integridad del ser humano frente a todo lo que lo humilla. En el delicioso cuento “El niño y la mariposa” un niño ve una mariposa y quiere coger sus colores y la mariposa juega con él y lo lleva a todas partes. Mientras tanto, a sus pies en el prado hay cientos de flores que desean que las coja, pero él no hace caso y las pisotea todas buscando a la mariposa. Al final se da cuenta de que ha pisoteado todos los tesoros que tenía a su disposición. El tiempo ha pasado y él ha destrozado todas las bellezas que tenía a su alcance. La vida pasa y buscamos gilipolleces y no nos damos cuenta de ella. Estamos despistados y no conectamos con la tierra, vamos en busca de vaguedades y no tocamos lo que se nos ofrece apasionadamente.
Selma Lagerlof, Saga de Gosta Berling
En Suecia Selma Lagerlof inventa en “La leyenda de Gosta Berling” a un clérigo rebelde y borracho que solo quiere vivir la vida y romper con todo y saltarse todas las reglas, en una especie de frenesí visionario, en una nostalgia de la vitalidad de los bosques y los mitos, antes de que asustada de sí misma lo haga volver al buen camino del puritanismo luterano. Y en “Clara Eugenia, emperatriz de Portugal” habla de una mendiga que está empeñada en que es la soberana de Portugal que viaja de incógnito. Par Lagerkvist, en “Barrabás», «El verdugo», «El enano», habla de seres perdidos, apartados de la vida, que no saben a qué mundo pertenecen, que no se sienten conectados con nada, que añoran algo que ni siquiera plantean. Strindberg, entre sus viajes paranoicos, su miedo a las mujeres, su inquietud permanente, añoraba algo intenso e innombrable, una revelación, una caída del caballo, en “El camino de Damasco”, “Inferno”, “El sueño”. Gunnar Ekelof se debatió entre viajes y rupturas, creyó ver en Estambul a un antiguo héroe kurdo y lo llevó a un reino perdido en el Cáucaso, y escribió en París, influido por los versos a la desconocida de Robert Desnos, los versos furiosamente nostálgicos de “Tarde en la tierra”: “Mi añoranza aparta las nubes del templo del horizonte lejanas como el viento otoñal o mi último aliento que desaparece entre las estrellas lejos como las estrellas en el mar/ y las bellas olas todas son hermanas entre sí borran mis huellas en la arena y rompen a llorar sobre las ciegas piedras de la playa / ayúdame a buscar mi propia caracola que ha desaparecido en el mar de la infinitud y en la gran indeterminación que yo amo ciegamente”.
Y en Noruega ¿no es una nostalgia tremenda la que se siente en “Pan” cuando nos habla de ese amor que no puede ser al borde de los acantilados, que con furia se revela cuando Glahn en la barca tira furioso el zapato de la chica al mar, y luego planea imposible y trágico cuando muchos años después en la India está buscando que todos lo odien y que alguien lo mate? ¿Y no hay una nostalgia desgarradora en “Victoria”, en esa relación desgarradora entre dos jóvenes en un puerto, que se manifiesta y se rompe repetidas veces y no puede realizarse y se esboza de nuevo, entre dos seres que por orgullo o fatalidad pierden su vida y la añoran para siempre? Y en Ibsen ¿no hay una nostalgia invencible en esos héroes que se sublevan contra los prejuicios y las mezquindades y las mentiras y tratan de vivir la vida sin cortapisas y expresan sus visiones en “Un enemigo del pueblo”, “Brand”, “Juan Gabriel Borkman”, con esa pasión contra todo y contra todos que admiró tanto Unamuno? ¿O no hay nostalgia en esa vida e identidad que perdió Nora durante tantos años en “Casa de muñecas” cuando su marido se empeñaba en tratarla como una muñeca? ¿O no hay lamentación por todo lo que se pierde en aras del puritanismo y la rigidez en “Espectros”, donde una mujer trata de sofocar en su hijo los mismos rasgos de vitalidad que tenía su padre y que regresan como espectros de un ayer asesinado?
Los antiguos griegos añoraban el Norte, era para ellos el mundo de los hiperbóreos, del ámbar, de los sueños. ¿Y los nórdicos que añoran? Añoran la aurora boreal, o una vida sin nombre. O añoran el Sur.
Portada: El autor en la Casa de Tamsaare, Tallin | Fotos © Consuelo de Arco
¿CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO? : «Escritores nostálgicos del norte». Publicado el 1 de abril de 2016 en Mito | Revista Cultural, nº.32 – URL: |
1 Comentario
Excelente relato del escritor Costa Gomez.