Un antojo de pétalos rojos de gitanillas, de macetas colgadas de colores, del rumor del agua que rebosa la cuba que sube danzando hacia el brocal del pozo, de la luz penetrante que se cuela por los orificios de desagüe del toldo, una impávida sombra que cruza el pasillo en el trotar de cascabeles que atraviesa el patio; las puertas añejas con arrugas y grietas, la pintura que desportilla, las rejas de las ventanas, el quejido de las lavanderas y la olla que suspira en la cocina. La primavera rebosa aromas cítricos y florales, al jabón puro de la ropa tendida, al mantillo húmedo de la mañana, al frescor del zaguán en verano, a la cal blanca que se desconcha en las paredes y a los ojos negros de la mujer de la casa. Mayo preña Andalucía de musas y ninfas; en Córdoba, nace la primavera.
Medina Azahara (Vista a los jardines), Emma Ortiz
El jardín inmenso que Abd ar-Rahman III[1] contemplara desde el Salón Rico[2] como paraíso terrenal, que Julio Romero de Torres encerrara en los ojos de la Chiquita piconera o del que Antonio Gala hiciera verso de amor, es el chorrito de agua de una fuente que salpica y es una madre que besa en una calurosa tarde de verano. El jardín posible de civilizaciones es de días al alba cultivando la tierra, de sombreros de paja y de gotas de sudor que recorren las mejillas, de la brisa nocturna de agosto y de la primera manga larga de septiembre; del último domingo de julio y del sol adolescente de junio; del naranja de los árboles y el amarillo de los limones, del verde del trigo, del girar de los girasoles. El jardín es un beso al alma… y Córdoba el verso final de cada palabra.
En mayo, las esquinas murmuran pasos de chanclas y de tacones, de botas y de jinetes; farolillos, banderolas, guitarras y sevillanas[3] en un jolgorio de carcajeos y de lunares junto a la boca. Se agitan las plazas y los callejones, las palmeras nos observan y el suelo nos transporta sin posibilidad de recuerdo o de nostalgia: ¡Deprisa! ¡Más rebujito[4]! ¡Ahora vengo! Esos palpitantes corazones giran, se cruzan y chocan, aplauden los pavos[5], las flores bailan y el Guadalquivir retorna. Parasoles de papel colorido bajo un sol que con alfileres de alegrías[6] atraviesan la ropa; no hay paseo sin final feliz, ni historia sin pasos junto al alminar de la Mezquita.
Looking down from the Alcázar towards the Cathedral-Mosque, Jerzy Kociatkiewicz
Sus arterias bulliciosas y sus calmados capilares que serpentean a la sombra; balcones de primavera que se asoman al empedrado, los pájaros cantando al alba, el azahar que perfuma el aire, el arriate[7] de rosales y claveles, de arbustos verdes y de rojos y de blancos, de amarillos y de violetas. De niños que corren a la escuela y de jóvenes que se besan junto al Alcázar, de los carruajes tirados por caballos, del viento húmedo de los árboles del río, del sabor de las primeras gotas lluvia, de rumor del trueno y de las bulerías[8] del rayo. De la pasta redonda de los zarcillos, del seseo en unos labios rojos, del paseo atravesando el Puente Romano y de la subida a la torre de la Calahorra. En la otra orilla se embriagan los sentidos y el silencio más sincero inunda el alma: admiración, emoción, cordura.
Puente romano y Mezquita, shaorang
Al norte dehesa y al sur campiña; sierra y valle, encina y olivo. Las fuertes manos que labran la tierra tararean canciones antiguas, ¡ay cordobeses emigrados que en la sequedad de las manos llevan el árido paisaje, de azada y de hoz, de vara de pastor y de navaja campera, de hoyo de aceite y trozo de tocino! Manos tiernas, manos heredadas, manos que sus palmas atraviesan surcos de siembra. Volveréis a dejar cenizas y lágrimas donde más os esperan.
Campo cordobés en Primavera, Javi S&M
La Córdoba de faroles y baños, la Córdoba de norias y reflexiones, de guitarras al atardecer, de jardines y árboles frutales; la ciudad de las ideas[9] de Séneca y Lucano, de Averroes y Maimónides, de Juan de Mena y de Góngora, de Lagartijo y Manolete[10]; de las manos de Mateo Inurria, de Vicente Amigo y de los anónimos que lucharon por ella. Ciudad de albercas y nenúfares, de ideas transportadas en el tiempo. Del potro sobre la fuente, de volantes[11] y taconeo, de rito y de danza, de Joaquín Cortés y Mario Maya.
Nenúfar en el estanque del Museo Arquelógico de Córdoba, Juan de Dios Santander Vela
Tres culturas bajo una misma luna, entre el rojo y el blanco, en la vieja Europa. De naturaleza viva y bodegones, de trazos y brochas, de sinagogas, mezquitas e iglesias[12]; de palabras rotundas y livianas sílabas, del silbar de los columpios y del césped recién regado, de las estatuas y de las columnas, del dintel y del balcón florido, de los lunares de los pañuelos y de la hierbabuena y del romero. Del látigo y del bocado, en las bocas de los cántaros que desborda el agua, relinchan las estrellas y bailan los cometas, lagrimitas fugaces de la luna nocturna y estantería de corazones y anillos que vislumbran el ocaso naranja y serpenteante.
La hoja dorada que arremolina, el empedrado y el granito imperturbable, el ladrillo rojo, el ladrillo amarillo y el blanco yeso. Palabras eternas, pasos imborrables, huellas de pasos y pies huidos en la nostalgia, de la perla nácar del camino coronado de deleite. De las piedras de los castillos y del rojo de su sangre, Córdoba expectante, jardín efervescente sobre cuero y plata, sobre arcilla y piedras redondas, de molinos y lagares, de arroyos y secarrales; el brillo del cascabel, la sombra del naranjo, la luz sobre el agua del interior del pozo y la Primavera que anhela, entre suspiros, no llegue nunca el otoño.
Portada: Patio cordobés, Xavier Estruch
[1] Nacido en Córdoba en 891, fue el octavo emir independiente (912-929) y primer califa omeya de Córdoba (912-929). Se le conoce con el sobrenombre de an-Nāṣir li-dīn Allah (الناصرلدينالله), ‘aquel que hace triunfar la religión de Dios’ (‘de Alá’). Murió en Medina Azahara (Córdoba) en 961.
[2] Salón oriental (y principal) de la ciudad palaciega de Medina Azahara. Se usaba como salón multiusos para audiencias, fiestas o ceremonias, pero también era el salón del trono. Es un emblema del poder califal; por su suntuosa decoración recibió el sobrenombre de ‘rico’.
[3] Cantes y bailes propios de la música flamenca.
[4] Bebida mezclada a base de vino manzanilla, refresco de lima-limón y cubitos de hielo. Suele servirse en jarras de tamaño medio.
[5] Término usado en Córdoba para denominar a los hombres jóvenes.
[6] Cantes y bailes propios de la música flamenca.
[7] Un parterre estrecho y alargado, dispuesto junto a una pared de un jardín o patio.
[8] Cantes y bailes propios de la música flamenca.
[9] Título del cuarto álbum de Vicente Amigo, publicado en el año 2000 (BMG Music Spain).
[10] Lagartijo y Manolete eran los pseudónimos de Rafael Molina Sánchez (1841-1900) y Manuel Laureano Rodríguez Sánchez (1917-1947), ambos toreros cordobeses de gran renombre en sus respectivas épocas.
[11] Un volante es una pieza de tela alargada que rodea o remata una prenda, generalmente, una falda o vestido, dándole mayor amplitud en la zona donde se coloca. Son típicos de Andalucía al estar asociados al traje de flamenca.
[12] Durante la Córdoba musulmana convivieron las tres principales religiones de Occidente; el cristianismo, el judaísmo y el islam. Pese a la tensión, en la ciudad se toleraron todas las creencias; sin embargo, en ocasiones se producirían fuertes choques entre creyentes de distinta fe.