Las lenguas son emociones puras que pueden utilizarse para estrechar lazos o para separar comunidades. De cada individuo depende emplearlas para lo uno o para lo otro.
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Raro es el día en que no surge en la prensa alguna noticia relacionada con el uso (o desuso) de una u otra lengua en uno u otro contexto (en la escuela, en la calle, en el mercado…), con la supuesta opresión de un pueblo dominante para que el dominado hable lo que el primero dice que tiene que hablar o con la defensa a ultranza de un bilingüismo que en ocasiones no existe en ningún sitio, ni en la práctica, ni en la voluntad.
Y es que las lenguas son emoción y sentimiento en estado puro, porque forman parte integrante de la más oculta identidad. Para algunos, las lenguas pueden declarar la guerra y desatar así lo más bajo de las pasiones humanas. Para otros, conforman auténticos paraísos políglotas en los que a veces la convivencia no resulta tan sencilla. Para los menos, se muestran como una riqueza exquisita, única, típica de la especie humana, que merece la pena cuidar en toda su integridad.
Así, muchas de estas corrientes de pensamiento dependen directamente de lo que se ha denominado “filtros ideológicos de la lengua”. Estos filtros ideológicos constituyen una serie de ideas, generalmente prejuicios, que van desde establecer una tajante diferencia entre lengua y dialecto, que en realidad no es tal, hasta defender un modelo de lengua entendido como ideal o perfecto, coincidente por lo general con el que establece la norma académica que, a su vez, se basa en una variante lingüística (la castellana), y emplea el sistema ortográfico para validar su propuesta.
Naturalmente, como toda cuestión ideológica, cabe re-trabajarla y re-construirla desde la escuela para erradicarla o para confirmarla, según interese a ciertos sectores sociales. Conseguir crear motivación para, pongamos, el estudio (o el uso general) de una determinada lengua puede ser la llave que abra la puerta de la convivencia del futuro… o la cierre de una forma definitiva, y nos lleve hacia la desertización lingüística de una sociedad.
En efecto, creemos que el concepto clave, en relación con lo que venimos diciendo, es la distinción entre una motivación externa (extrínseca) o puramente instrumental y una motivación interna (intrínseca) o, en cierto modo, teleológica. La primera permitiría acercarse a la lengua desde una perspectiva estrictamente racional, mental, cerebral, por así decir, tomándola simplemente como una herramienta comunicativa que va a facilitarnos la vida en un futuro (o eso creemos, naturalmente). El ejemplo más claro de este tipo de motivación se puede encontrar en la enseñanza bilingüe inglés-español que se viene llevando a cabo en algunas comunidades autónomas españolas, en las que se estudia la lengua extranjera como una simple herramienta de acceso al conocimiento, bajo la premisa (y promesa) de mejoras en el acceso al mercado laboral gracias a su manejo.
El segundo tipo de motivación, la interna (o intrínseca), se adoptaría cuando el empuje para entrar en contacto con las distintas lenguas proviniera de uno mismo, al concebir la pasión por los idiomas como un dieciochesco “el arte por el arte”, un aprender por el mismo placer de aprender y un acercamiento a la cultura del otro por la sencilla razón de conocerle mejor… A modo de ilustración de esta motivación irracional, visceral, sentimental, se puede proponer el caso de aquellos adultos que deciden estudiar un idioma porque sí (generalmente, no es el inglés), por interés en la misma lengua, ya que a priori no tienen intención de emplearla mucho más allá del aula. Evidentemente, suelen aparecer motivos comunicativos (u otros) después, pero están siempre más ligados a lo personal (añoranza por el país en que se habla; atracción por su gente o por algún elemento de su cultura [literatura, arquitectura, pintura, telenovelas…]; relación de esa lengua con sus antepasados; amores, amistades, parientes con los que se estará más cerca a través del idioma…) que a lo meramente profesional. De hecho, parece haber investigaciones que confirman que la tasa de abandono del estudio de la lengua cuando se hace siguiendo la motivación interna es muy inferior a la tasa de abandono cuando se hace por motivos externos.
Lights of ideas, Saad Faruque
En efecto, cualquier hablante de un idioma extranjero que haya comenzado a estudiarlo por el simple placer de hacerlo, probablemente recuerde con agrado e ilusión aquella primera vez en que fue capaz de decirle a un nativo (chapurreando, balbuciente, trastabillándose) una frasecita que, -a posteriori, deduce que estaba más o menos bien construida… porque “me ha entendido, así que muy mal no he debido decirla…”. Con cada lengua nueva que se aprende se repite esa ilusión, ese cosquilleo visceral que le indica al aprendiz que ha superado una barrera, que ha entablado nuevos puentes con gentes desconocidas, que ha logrado romper la soledad y que ha destruido otro modo de aislamiento. Pero sobre todo, le deja ver que ha conseguido el éxito propuesto, acercarse al otro, empatizar con él, conocerle mejor para poder, simplemente, comprender otra forma de ver el mundo.
Entonces, si es posible que el sistema educativo construya futuros trabajadores asalariados, disciplinados, obedientes, motivados (en ocasiones) para “entrar” en el sistema… Si es posible que desde los medios de comunicación y muy en especial desde la publicidad se nos estén creando todo el tiempo necesidades consumistas que no son, paradójicamente, necesarias para nada… Si también somos capaces de concienciar a la población de la importancia de ser solidarios con el resto del mundo ante catástrofes naturales (terremotos, huracanes) o humanas (accidentes, atentados)… Entonces, ¿por qué no íbamos a ser capaces de comenzar a crear vínculos comunicativos con el resto del mundo (con aquellos que no hablan inglés)? ¿Por qué no podemos empezar a construir una nueva Babel llena de lazos, puentes y redes que nos unan en lugar de separarnos?
En realidad, el plurilingüismo en potencia[1] (para distinguirlo del que ya existe de facto) puede comenzar (si no lo ha hecho ya), sencillamente, con el aprendizaje de UNA lengua internacional:
Es perfectamente posible y muy recomendable pensar en un mundo donde todos hablen al menos dos lenguas: su propia lengua étnica y una lengua franca internacional. Puesto que las dos lenguas tienen distintos propósitos, uno orientado a la identidad y el otro a la inteligibilidad, no tienen por qué entrar en conflicto (Crystal, 2001: 43).
Y es que dentro de la identidad, dentro de ese conjunto de características propias de un individuo que hace que no sea idéntico a nadie más, se encuentra la lengua aprendida desde niño, incorporada a la identidad individual (y también colectiva) como un tatuaje que no puede arrancarse de la piel. Por eso, en el momento en que la lengua es atacada, toda la identidad se convierte en identidad lingüística, de forma pareja a como ocurre si lo que se siente indefenso es la clase, el género, la sexualidad, la cultura, la profesión o la religión. El motivo por el que se crean tantos enfrentamientos dialécticos (y otros que no lo son, lamentablemente) en nombre de las lenguas es porque se consideran parte de la identidad, porque constituyen uno de los aspectos más profundos, más in-corporados, de cada individuo (o de cada colectividad) y, por ello, forman parte del habitus bourdieuniano, capaz de crear actitudes y prácticas.
Identidad, Angel Arcones
Por ello, quizá no baste con mantener solo dos lenguas (la marca de identidad y la herramienta de comunicación) y el siguiente paso deba consistir en añadir una tercera, que sea la que nos una con nuestros gustos más personales o con los anhelos más íntimos… Aquella que vaya a crear unos lazos sociales con la(s) comunidad(es) que la habla(n) porque van a permitir que nos veamos identificados en y con ella(s), como el pequeño niño lacaniano que de pronto se descubre a sí mismo en el espejo:
Es obvio que hoy todo el mundo necesita tres idiomas. El primero es el que forma parte de su identidad; el tercero, el inglés. Entre ambos, es imprescindible fomentar el conocimiento de un segundo idioma, libremente elegido, que sería las más de las veces, aunque no siempre, otro idioma europeo. Para cada uno de nosotros ese segundo idioma sería, desde la escuela, la principal lengua extranjera, pero sería también mucho más que eso, sería la lengua del corazón, la lengua adoptiva, la lengua elegida, la lengua amada… (Amin Maalouf, 2001: 150; el subrayado es nuestro)
Hearts, Jetske
En aquellas comunidades bilingües de facto (o de iure), el aprendizaje se haría, naturalmente, sobre una cuarta lengua, de forma que entre las dos lenguas maternas y la última (el inglés), cada uno podría seleccionar aquella que más le tocara el corazón. Al fin y al cabo, hay más de 6.000 idiomas en el mundo entre los que puede uno elegir, sin contar cualquier lengua clásica como el latín, el griego de Pericles o el arameo antiguo: como pasatiempo desinteresado, cualquiera de ellas es perfectamente válida para ser aprendida.
Además, si de pronto dirigiéramos con calma la mirada a nuestra propia casa y descubriéramos que tenemos muchísimas lenguas que pueden aspirar a formar parte de nuestra identidad o, tan siquiera, que pueden llegar a convertirse en esa tercera o cuarta o quinta (¿por qué poner un número?) lengua amada, las lenguas entonces dejarían de estar en guerra y no podrían utilizarse con tanta facilidad como campo de batalla.
Y, ¿quién sabe?, quizá ese sería el principio de la construcción de un verdadero paraíso políglota, como sucede en numerosos contextos en los que no se echa nadie las manos a la cabeza por emplear constantemente más de una lengua de manera casi simultánea. Ya en el Siglo de las Luces nos creímos tan listos que nos convencimos de lo mucho que nos merecemos el apellido sapiens. A ver si en el siglo XXI hacemos lo mismo con el de loquens.
Portada: Hablar todo el día, Nadia MonoGlobo
Para saber más…
Arnold, J. (ed.) (2000): La dimensión afectiva en el aprendizaje de idiomas, Madrid: Cambridge University Press.
Bourdieu, P. (2008): ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Madrid: Akal.
Crystal, D. (2001): La muerte de las lenguas, Madrid: Cambridge University Press.
Maalouf, A. (2004): Identidades asesinas, Madrid: Alianza.
[1] Se debe entender, entonces, que hacemos alusión a un plurilingüismo especialmente necesario en las regiones (y en los individuos) que son monolingües en la práctica. De esta forma distinguimos el plurilingüismo ya existente del plurilingüismo al que vamos irremediablemente caminando todos.