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Las democracias liberales occidentales, en jaque ante el desafío del terrorismo yihadista
Los atentados de Bruselas ocurridos el 22 de marzo han vuelto a poner sobre la mesa un hecho que hemos de aceptar: tenemos que aprender a convivir con el terrorismo. Luis de la Corte, profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid, explica en su libro La lógica del terrorismo, basándose en los estudios de Rapoport, lo siguiente:
«Desde las últimas décadas del siglo XIX hasta hoy mismo el mundo ha conocido cuatro oleadas terroristas, es decir, cuatro ciclos temporales en los que el terrorismo fue una práctica desempeñada por distintos movimientos insurgentes en diferentes países, de forma casi total o parcialmente simultánea. Exceptuando la última, en la aún estamos inmersos, esas oleadas han durado aproximadamente 35 o 40 años».[1]
Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre las antiguas oleadas terroristas y la actual: la globalización. La globalización ha provocado que los terroristas tengan acceso a más oportunidades y recursos para poder llevar a cabo los atentados. De esta manera, mientras que una empresa puede deslocalizar sus centros de trabajo y diseñar un producto en un país, manufacturarlo en otro y comercializarlo en un tercero, los terroristas hacen lo propio en versión maligna: los atentados de París del 13 de noviembre de 2015, por ejemplo, fueron planificados en Siria, organizados en Bélgica y ejecutados en Francia[2].
Homenaje a los fallecidos en los atentados del 13N de París | Colville-Andersen
El terrorismo se ha convertido, pues, en una especie de espada de Damocles, ya que pende sobre nosotros, sobre nuestra sociedad, pero no sabemos cuándo caerá, lo que implica que las fuerzas policiales de cada Estado deben esforzarse para evitar que el próximo atentado ocurra en su territorio. En España, las fuerzas y cuerpos de seguridad han logrado desarticular varias células yihadistas preparadas para atentar, pero la pregunta es ¿lograrán desarticular a tiempo a todas las células?
No se trata de vivir con miedo, se trata de comprender y asumir la situación actual, en la que nadie está seguro del terrorismo en ningún país, pues todos pueden ser potencialmente atacados. Es preocupante, sin embargo, pensar en qué puede derivar esta situación ya que, aunque en el inconsciente colectivo se ha aceptado que las democracias liberales occidentales están bien asentadas, no podemos negar que es difícil prever cuántos atentados puede resistir un régimen democrático antes de que sus ciudadanos decidan votar a opciones extremistas que primen la seguridad colectiva y disminuyan las libertades individuales, pilares de cualquier democracia.
De esta manera, Donald Trump pide prohibir la entrada a todos los musulmanes en EE. UU., atacando valores tan estadounidenses como el sueño americano (según el cual cualquier habitante de Estados Unidos, sea de donde sea, puede lograr sus objetivos vitales a través del esfuerzo y la determinación) y, aun así, sigue subiendo en las encuestas.
La estatua de la libertad es un símbolo del sueño americano. Algunas medidas de Trump arremeten contra este principio, que forma parte del ethos de Estados Unidos | Esparta Palma
En realidad, el terrorismo no es un fenómeno actual, pero las magnitudes de los últimos atentados, y sobre todo su repercusión en los medios de comunicación, difunden el miedo y la preocupación (precisamente los objetivos buscados por los perpetradores de los ataques). Por tanto, debemos hacer frente a este problema con sentido común y con respeto hacia las demás culturas, porque los terroristas siempre serán una minoría y, por ello, no representan, ni representarán nunca, a toda una religión o a una cultura. Hay que huir de pensamientos xenófobos que agravan el problema. El terrorismo debe ser combatido solamente mediante los mecanismos del Estado de derecho. ¿Qué significa esto? Que batallar contra los terroristas implica respetar, primeramente, las propias leyes nacionales e internacionales, además de tener en cuenta, y resolver convenientemente, los desafíos éticos que pueden aparecer cuando se desarrolla una política antiterrorista.
El peligro de no actuar conforme al derecho
Generalmente el terrorismo es un grave problema para el Estado o los Estados que lo sufren. Su solución no suele ser sencilla, e implica desarrollar una legislación antiterrorista, una política antiterrorista y, en ciertos casos, puede llevarse a cabo un proceso de resolución de conflictos, si el Estado o los Estados afectados así lo consideran necesario y adecuado.
Veamos el caso de ETA en España. El grupo empezó a atentar en los años 60, antes de la muerte de Francisco Franco, y hubo que esperar hasta 2011 a que la banda anunciara el “cese definitivo de su actividad armada”[3]. Durante sus 43 años de actividad hubo más de 800 víctimas mortales, a pesar de que los distintos Gobiernos nacionales llevaban intentado desde el inicio de la Transición conseguir un acuerdo que supusiera el fin de la llamada “vía militar” de la organización terrorista. Este ejemplo debe mostrarnos la complejidad que envuelve a cualquier problemática terrorista.
Ahora bien, ¿qué ocurre si el Estado decide extralimitarse y no actuar conforme a sus propias leyes? Las consecuencias suelen ser, cuanto menos, perjudiciales para la solución del conflicto, e incluso pueden empeorarlo gravemente. Continuando con el ejemplo de ETA, durante los primeros años del felipismo altos cargos del Gobierno —como Rafael Vera o José Barrionuevo— impulsaron los llamados GAL —Grupos Antiterroristas de Liberación—. El objetivo final era la eliminación de ETA mediante el terrorismo de Estado. Los resultados fueron nefastos, pues ciudadanos inocentes, como Segundo Marey, fueron víctimas de las operaciones terroristas patrocinadas por el Estado, y además no se consiguió el tan ansiado fin de ETA. De hecho, intentar acabar con el terrorismo de forma violenta, sobre todo sin tener en cuenta los derechos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, puede provocar que los terroristas sean vistos como “mártires”, y su causa sea legitimada y abrazada por más personas. Para más inri, un informe del Senado de EE. UU. confirmó que el uso de la tortura en la lucha contra el terrorismo no es efectivo[4].
Concentración en memoria de José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, asesinados por los GAL en 1983. El uso de medidas ilegales para hacer frente al terrorismo es contraproducente y deja una profunda huella en la sociedad | Indymedia
Por ello, es preciso no dejarse llevar por los sentimientos, sino por la cordura y la prudencia. Asimismo, siempre es preciso recordar que actuar conforme al derecho debe ser una obligación, pero nunca será una panacea. Sobre este hecho puede citarse el caso de Libia, pues aunque la intervención militar de 2011 en este país norteafricano fue legal, gracias a la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la falta de claridad en los objetivos y la carencia de una guía a seguir para establecer un nuevo régimen post-Gadafi han conducido a que Libia sea prácticamente un Estado fallido, lo que ha provocado que el Estado Islámico (también conocido como ISIS, IS, ISIL, EI o Dáesh), entre otras organizaciones terroristas, haya aprovechado el vacío de poder para expandirse.
¿Qué soluciones hay para atajar el problema yihadista?
En primer lugar, hay que señalar que es una auténtica quimera que un grupo terrorista aspirante a Estado haya conseguido ocupar una gran extensión de Irak y Siria. Este “santuario” sirve como base de entrenamiento de terroristas, los cuales cuando vuelven a sus países de origen representan un desafío tremendo para las autoridades[5]. François Hollande, actual presidente de Francia, pretendía llevar a cabo una reforma constitucional que permitiera retirar la nacionalidad a los ciudadanos condenados por terrorismo, pero finalmente tuvo que abandonar esta idea al no contar con los apoyos necesarios[6].
En todo caso, la actual lucha contra el terrorismo yihadista se centra en eliminar al Estado Islámico, además de otros grupos terroristas como el Frente Al-Nusra. Aunque es cierto que el EI ha sufrido graves derrotas, como la pérdida de la ciudad de Ramadi a principios de enero o la pérdida de Palmira hace algunos días, las posibilidades de recuperar Mosul o Raqa son remotas hoy en día[7]. Además, no hay que olvidar que los expertos han señalado que “cualquier retroceso en el vasto control de territorio del ISIS en Siria e Irak contribuye a la alqaedización del grupo, [porque] activa y potencia sus vasos comunicantes, esto es, sus atentados en el exterior, Europa sobre todo, y sus principales provincias en el extranjero”[8]. Esta estrategia del EI es muy inteligente, ya que pretende atacar los cimientos de las democracias europeas, que quizá no estén lo suficientemente preparadas para este tipo de ataques. Es por ello que los ciudadanos deben tener ahora más que nunca la altura de miras suficiente para evitar que determinados partidos extremistas provoquen la muerte de la democracia utilizando el propio sistema democrático so pretexto de aumentar la seguridad.
Mapa detallado de la situación militar vigente en Siria, Irak y Líbano. En gris, el territorio controlado por el Estado Islámico
Con respecto a la financiación del Estado Islámico, hay que destacar la adopción de la Resolución 2253 del Consejo de Seguridad, que pretende “fortalecer la lucha contra la financiación del terrorismo, centrándose en aislar al EI del sistema financiero internacional”. Específicamente se pretende evitar que el EI “obtenga financiación a través del tráfico de petróleo y gas, del pago de rescates y del tráfico de patrimonio cultural”[9]. Esta resolución es sumamente importante, ya que desde hace tiempo no es ningún secreto que parte de los recursos financieros del EI provienen de este tipo de actividades. El propio presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, acusó a Turquía de comprar petróleo al grupo terrorista[10].
En conclusión, la complejidad del fenómeno terrorista actual, que se ve beneficiado de la propia globalización, y que ha sabido adaptarse extraordinariamente bien a esta, tiene que ser combatido desde un punto de vista multidisciplinar. Es decir, derrotar militarmente al EI no será vencer al terrorismo si posteriormente no se crea una sociedad estable en dichos países.
El libro La lógica del terrorismo describe de forma muy acertada las condiciones sociales de algunas sociedades árabes, que pueden favorecer, de una manera u otra, que una mínima parte de la población piense que el terrorismo está legitimado para luchar contra la “decrépita” civilización occidental. Dice así:
«Algunas sociedades árabes se caracterizan por tener] un pasado remoto de dominio civilizatorio y otro reciente marcado por la opresión colonial por parte de países occidentales y por una historia de conflictos armados internacionales e internos con sus millares de muertos y éxodos masivos; estructuras políticas y económicas inestables e ineficientes lideradas por élites autoritarias y corruptas; carencia de infraestructuras y servicios públicos; niveles elevados de pobreza y desempleo que tienden a aumentar por efecto de un crecimiento demográfico ininterrumpido. En definitiva, [son] sociedades explosivas, marcadas por el sentimiento generalizado de decadencia y atravesadas por influyentes corrientes de opinión antioccidental».[11]
He aquí, pues, el gran desafío con el que se encuentra la comunidad internacional: no solo debe vencer militarmente a los grupos terroristas, particularmente al Estado Islámico en Irak y en Siria, a la par que evita su dispersión por otros lugares como Yemen, Afganistán, o Nigeria, sino que ha de reconstruir dichos países de tal manera que no se vean abocados a la violencia, como en el caso de Libia, sino que sean sociedades prósperas.
Con todo, toda decisión que se tome, ya sea en el seno de cualquier Estado, como en cualquier organización supranacional o internacional, debe ser acorde a las leyes y a los derechos humanos. En caso contrario, significará que las democracias han sido derrotadas.
Portada: Tribute Night | Vanille Bourbon
[1] Corte Ibáñez, L. (2006). La lógica del terrorismo. [Madrid]: Alianza Editorial.
[2] Altares, G. (2015). Siria, Francia y Bélgica: así funcionaba la célula terrorista que atentó en París. EL PAÍS. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[3] R. Aizpeolea, L. (2011). ETA pone fin a 43 años de terror. EL PAÍS. Recuperado el 7 abril de 2016.
[4] Bassets, M. (2014). Estados Unidos destapa la guerra sucia de la era Bush. EL PAÍS. Recuperado el 7 abril de 2016.
[5] Carbajosa, A., & Abellán, L. (2016). Los yihadistas retornados de Siria desafían la seguridad en Europa. EL PAÍS. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[6] D. Valderrama, M. (2016). Hollande renuncia a su polémica reforma constitucional para reforzar las medidas antiterroristas. EL MUNDO. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[7] Torrens Tillack, M. (2016). El Estado Islámico tiene dificultades para controlar su ‘santuario’ en Siria e Irak. El Español. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[8] Sancha, N., & Gutiérrez, Ó. (2016). Las nuevas fronteras del ISIS. EL PAÍS. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[9] Adopción de la Resolución 2253 (2015) del Consejo de Seguridad, sobre lucha contra la financiación del terrorismo. (2016). Exteriores.gob.es. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[10] Colás, X. (2015). Rusia muestra fotos aéreas para probar que Erdogan compra petróleo al IS. EL MUNDO. Recuperado el 7 de abril de 2016.
[11] De la Corte, L. (2006). La lógica del terrorismo. Madrid: Alianza Editorial.
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