Muchas veces nos hemos preguntado si el mundo va camino de hablar una única lengua (el inglés) que destroce todas las lenguas existentes y acabe por hacerlas desaparecer o si, por el contrario, lo “natural” (aunque poco de natural hay en el ser humano) es seguir manteniendo la diversidad lingüística que actualmente tenemos en el planeta y que, en realidad, no sabemos cuánto va a durar.
Antes de exponer con claridad una opinión al respecto, conviene hacer un par de matizaciones, imprescindibles para comprender la esencia del proceso lingüístico a que estamos asistiendo hoy en día.
Por un lado, no podemos olvidar la enorme importancia que tiene el inglés en los ámbitos internacionales, especialmente en aquellos relacionados con situaciones de poder, sea o no simbólico: negocios, empleo bien remunerados (en teoría); películas de éxito, celebridades prestigiosas del mundo de la música o de los deportes; tecnología punta, informática para frikis; la última moda en ropa o complementos… Todo ello se nos ofrece siempre proviniendo de sectores anglosajones en los que resulta esencial hablar esta lengua para ascender en la escala social o, al menos, para no descender demasiados peldaños de golpe.
Entendemos, así, que esta importancia vital del inglés se construye en el imaginario sociocultural, pero contribuye a encauzar las desigualdades sociales y estas, a su vez, refuerzan el filtro ideológico de las lenguas[1]. Así, la lengua inglesa representa todo aquello que tiene valor económico y prestigio social dentro de la cultura euronorteamericana de principios del siglo XXI. Desconocer, por tanto, este idioma implica, en la práctica, la exclusión del círculo de prestigio y la salida del centro mundial, lo que supone, en el fondo, la completa marginación en el acceso a la praxis laboral.
Por otro lado, tenemos un movimiento que bien puede denominarse contrario a la imposición (simbólica o no) de la lengua inglesa, plasmable en las constantes luchas que llevan a cabo los hablantes de lenguas minoritarias, sea para que se reconozcan sus derechos lingüísticos de una manera oficial (de iure), sea para que se comprendan sus selecciones lingüísticas en la práctica cotidiana (de facto).
Se puede comprender este movimiento, entonces, como una manera de reivindicar la validez de sus propias lenguas per se, como instrumentos de comunicación tan útiles o inútiles como otras cualesquiera; como uno de los aspectos de identidad de los pueblos (y de los individuos) que las hablan (otros aspectos identitarios pueden ser la religión, la sexualidad, la profesión, el origen geográfico…); como un puente que facilita el acercamiento a la cultura del otro (que también forma parte de este mundo, no lo olvidemos) y, por tanto, que demuestra un simple e inocente interés humano por él…
Por ello, porque nada tiene más sentido en un mundo globalizado que las reacciones locales a lo que viene de fuera, la opinión aquí defendida es que seguimos caminando hacia un plurilingüismo porque no podemos construir un sistema global basado sólo en los presupuestos de unos pocos. Y, a diferencia de lo que algunos pueden pensar, esto no solo no constituye ninguna desventaja para el ser humano sino que, todo lo contrario, conforma una garantía de la supervivencia de la especie a largo plazo.
En efecto, la pluralidad es la esencia del ἄνθρωπος (ánthropos ‘ser humano’). En primer lugar, porque lo natural en él es ser diverso, diferente, distinto, tanto individual como socioculturalmente. En esa diferencia radica la posibilidad de sobrevivir ante las adversidades ambientales a las que durante miles de años se ha enfrentado el homo sapiens: todos los estilos de vida humana que encontramos actualmente en nuestro planeta son, desde este punto de vista, loables, porque todos ellos son el resultado de otros estilos de vida que han permitido que sus respectivos colectivos lleguen sanos y salvos hasta el presente. La eficacia se encuentra, fundamentalmente, en las distintas formas de hacer frente a la vida misma, a la amplísima gama de opciones para comprender la realidad, a las infinitas maneras de representar, para abarcar, el mundo.
Entre esas formas de vida, en segundo lugar, se encuentran las lenguas como instrumentos de comunicación, como vehículos del pensamiento y como herramientas de conocimiento y clasificación del mundo[2]. Veamos cada uno de estos factores.
Entendidas como instrumentos de comunicación, las lenguas brindan a sus hablantes los recursos necesarios para establecer contacto, para conocer a los otros, para crear lazos de empatía y para acceder a su yo más oculto, a la vez que se expone el propio. Con la lengua se puede mentir y embaucar, pero también se puede gustar y calmar; con ellas se puede odiar e insultar, pero también se puede amar y alabar. Las lenguas permiten, pues, cualquier tipo de relación social, por lo que la desaparición de una lengua supone inmediatamente la pérdida de una forma de comprender la manera en que nos relacionamos los seres humanos.
People. Lots of them… Diego Torres Silvestre
En tanto vehículos del pensamiento, las lenguas nos permiten aprehendernos a nosotros mismos (algunos filósofos del lenguaje llegan a defender, incluso, la existencia de una lengua propia para pensar, el mentalés, mientras moldeamos nuestra experiencia sensomotriz, a la vez que esta construye la lengua que utilizamos para abarcarla. Así, por ejemplo, que en español el concepto de ‘recorrer yendo hacia arriba’ (DRAE) se exprese por un verbo como subir frente al inglés to go up (literalmente, ‘ir arriba’), puede hacernos pensar en distintas maneras de conceptualizar el hecho mismo denotado por la acción real de subir que, por cierto, en alemán se dice sencillamente steigen. Si comparamos, igualmente, cómo se denomina en estas tres lenguas la acción contraria, vemos que en español se dice bajar, en inglés se dice to go down (literalmente, ‘ir abajo’) y en alemán heruntersteigen (literalmente, ‘hacia aquí [her] abajo [unter] subir [steigen]’), lo que creemos que puede ofrecer una idea básica de la riqueza de concepciones que sobre un mismo hecho de la realidad cada lengua forja a lo largo de la historia de su uso.
En íntima relación con este aspecto, y dado que son también herramientas de conocimiento, los seres humanos se sirven de ellas para comprender el mundo, clasificarlo, etiquetarlo y poder, así, abarcarlo y controlarlo. Porque no hay nada más triste que no recordar la palabra de un objeto que se tiene delante, como le sucede a Aureliano en la joya Cien años de soledad, o haber olvidado todo aquello que un día se utilizó para aprehender la realidad más cotidiana y, por ello, más relevante para cada uno. Por ello, cuando muere una lengua y desaparece, por tanto, una forma humana de pensar el mundo, estamos en verdad dejando caer una manera de comprender la vida que no sabemos si vamos a necesitar en un futuro.
Como consecuencia de todo lo dicho, resulta complicado concebir un futuro lingüístico homogéneo, exceptuando la posible aniquilación (simbólica o de facto) de los distintos colectivos que hablan lenguas consideradas minoritarias. Es decir, si entendemos que la diversidad es innata al homo sapiens, entonces tendremos que aceptar la plena conjugación del aprendizaje de la lengua inglesa (o de cualquier lingua franca poderosa), necesaria para sobrevivir en el mercado laboral, con la adquisición de cualquier otra lengua igualmente fascinante pero menos impuesta, necesaria para continuar socialmente vivos.
Y, en cualquier caso, tengamos en cuenta que, suponiendo que todos debiéramos aprender inglés y dejar de lado nuestra lengua materna (como les está sucediendo, sin desearlo, a muchos pueblos cuyos idiomas son minoritarios), esta nueva habla partiría ya de diferencias notables entre las gentes del mundo, dada la influencia que, como lenguas de sustrato, ejercerían todas las que se hablan actualmente sobre él, lo que originaría sin duda un buen puñado de lenguas diferentes que, al cabo de unos pocos años, nada tendrían que ver con el inglés.
Reina del Laberinto, Zyan
Empecemos, por tanto, a comprender que la diversidad lingüística, pese a que se la pretenda concebir como algo molesto para la comunicación e inconveniente para la unidad humana, está en realidad, como producto cultural que es, salvaguardando los diferentes estilos de vida que, hasta ahora, han permitido la supervivencia del homo sapiens desde una perspectiva filogenética. Confiamos en las posibilidades plurilingües de la humanidad, en su capacidad para aprender la lengua internacional por excelencia y cualquier otra de que guste, incluidas la propia y la ajena, la suya y la de sus padres, la de su país de origen y la de su lugar de asentamiento.
Aquellos que claman a favor de una única lengua mundial suelen proceder de naciones monolingües, y tienden a dar por hecho que, cuando llegue el día, será por supuesto su propia lengua la que hablará todo el mundo. Los problemas surgen cuando por razones religiosas, nacionalistas u otras, el voto se orienta en distintas direcciones, como siempre ha sucedido (Crystal, 2001: 42; el subrayado es nuestro).
Pero sobre todo creemos en la comprensión de los eternos monolingües, que algún día conseguirán apreciar lo estimulante que es llegar a conocer en profundidad a los otros a través de sus lenguas y a entender así que el mundo no está hecho de un solo idioma.
Portada: Rotuladores de colores secos, secos… Manuel Martín Vicente
Para saber más…
Crystal, D. (2001): La muerte de las lenguas, Madrid: Cambridge University Press.
Patrick, D. y Freeland, J. (eds.) (2004): Language Rights and Language ‘Survival’: A Sociolinguistic Exploration, Manchester: St. Jerome Publishing.
Moreno Cabrera, J. C. (2000): La dignidad e igualdad de las lenguas. Crítica de la discriminación lingüística, Madrid: Alianza.
Tusón, J. (2009): Patrimonio natural. Elogio y defensa de la diversidad lingüística, Barcelona: Ariel.
[1] En el artículo del próximo número de la revista Mito se aclara este concepto.
[2] Dejamos la mención de su importancia como factores identitarios para el artículo del número 11 de Revista Mito.