Venecia, la ciudad que dominó el mundo, fascina en su decadencia, al igual que Europa entera.
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Tú esperabas por esa foto mágica, esa foto increíble, esa foto de arrebato que de verdad pillara el secreto de la plaza. Me decías que debíamos volver al anochecer, cuando aquello estuviera entre dos luces, flotando en el aire, sin contornos, sin las distracciones de la gente, sin las masas de turistas, y volvimos varios días cada vez más tarde. Hasta que de repente aquello vino cuando ya nos íbamos, creo que era el ultimo día, ibamos a coger el último vaporetto de vuelta, y lo considerábamos todo hecho, y entonces, como cuando no se espera nada, aquella ciudad empezó a flotar, a susurrarnos en el oido, con una sencillez increíble, como sin darle importancia, como si hubiera estado escapando de nosotros, y todo, cuando dejábamos de estar pasmados y atentos, las terrazas de las cafeterías que daban al agua, las barcas que se balanceaban en los embarcaderos, las luces de la iglesia de San Giorgio a lo lejos (éste sí de Palladio), y el campanile separado en la Piazzeta, todo, de repente, sin que le diéramos importancia, así tan levemente, empezó a asomarse para tu máquina, para tus ojos, para nuestro tiempo que ya se acababa, y luego en la barca ya regresando, sin esperar nada nuevo y amando a la ciudad sin amarla,se mostraban todos los palacios, las aguas en los pontones, las terrazas solitarias, las iglesias perdidas, pasamos delante del museo Gugenheim y te dije que intentaras por ultima vez verel jinete de Marino Marini con la polla levantada, y se iba desplazando lentamente por el Canal, iba pasando por delante de nuestros ojos , igual que los museos, las exposiciones, los hoteles inverosímiles.
Pero había muy poca luz, todo estaba muy poco iluminado, eso producía tristeza, y comentamos que debía de ser la crisis, incluso a Venecia llega la crisis, y eso producía un sabor de fin del mundo, o de fin de una época, tuve un sentimiento de estar perdido en un rincón de la Historia, pensé que Venecia fue una gran potencia que dominó medio Mediterráneo pero ahora no tiene ningún poder, y por eso se le nota su belleza y su encanto, es como un hombre que ha sido autoritario y ahora se vuelve viejo y uno empieza a verlo como humano y sus encantos se manifiestan y nos dice cosas y nos aporta algo, y lo mismo se puede pensar de toda Europa, según Sábato en las crisis se saca lo que está más oculto, los valores más indiscutibles, entonces nos dejamos de palabrerías y buscamos lo esencial, lo que puede salvarnos, quizá eso podamos aplicarlo ahora, dejarnos de grandilocuencias y despilfarros y empezar a mirarnos las caras, charlar unos con otros de noche con una botella de vino en los pisos, en lugar de chillar histéricos en las terrazas de los bares, y la pijería se le cura un poco a todo el mundo, pensaba en el Canal que también Europa fue la dominadora del mundo e impuso su ley en todas partes y utilizó a todo el mundo y machacó a todo el mundo con sus aires de superioridad, pero ahora que solo es un rincón de la Tierra entre otros puede mostrar su verdadera personalidad sin complejos, sus manías, sus secretos, sus tics entrañables, se convierte también en un viejo con quien podemos hablar y que nos escucha, otiene un poco la sabiduría de los derrotados, de los supervivientes, y eso le pasa especialmente a Venecia, que es solo una ilusión, un recuerdo, una belleza desesperada al borde de la muerte, que se convirtió en un cuadro sobre Venecia, en un exceso de luz del Veronés o de Tintoretto, se deshace en un carnaval , como si fuera solo máscara humilde y descarnada, es decir, solo piel, solo luz frágil y premura de unos gestos, en fin, todo aquello estaba a oscuras, en una noche que daba un poco de miedo, como si de verdad la crisis fuera en serio, incluso los hoteles de lujo tenían poca iluminación, sus sillas en las terrazas junto al canal estaban un poco perdidas.
La última tarde nos fuimos a explorar Cannaregio, el barrio al norte de la estación que no recorren apenas los turistas, el más auténtico y menos adocenado, y paseamos casi solos a través de una multitud de puentes, de canales solitarios con barcas que nadie usaba, de casas cerradas e iglesias humildes,donde se veían montones de cajas de carga, o se pasaba por pasajes entre las casas, o se llegaba a callejones que no tenían salida o puentes esquineros, donde batía el agua como hacía siglos sin que nadie hiciera caso. Queríamos visitar Santa María del Orto y llegamos media hora tarde, allí estaban una serie de tintorettos pero no pudimos verlos, nos lamentamos como en otras oacasiones en el viaje, que a menudo se compuso de frustraciones y posibilidades, nos quedamos allí delante mirando la solemnidad de la iglesia y entramos en una sala donde se exponían fotos galácticas. Y a través de plazas cada vez más solitarios, en un barrio lleno de jardines decadentes, llegamos hasta la orilla norte de la isla, donde se veía la laguna abierta y eso producía una sensación de desamparo después de tantos muros cercanos y tantas proximidades, había un vaporetto que llegaba hasta allí después de hacer un recorrido muy complicado por san Marcos y varias islas y era como si recorriera todo el Mediterráneo, nos quedamos mirando como si en él vinieran muchas de nuestras visiones y con envidia a la gente que bajaba y había visto lo que nosotros no veríamos. Enfrente estaba la isla de San Miguel, que era básicamente un cementerio, y allí te expliqué que las góndolas habían surgido para llevar a los muertos en los años de la peste, por eso eran negras, y en la isla adivinábamos una sensación de soledad extraña, te hablé del cuadro de Bocklin “La isla de los muertos” y todo lo que me había fascinado.
Regresamos por el laberinto de plazas y vimos las casas con jardines enormes, y en una casa había unas hortensias gigantescas, una de ellas alcanzaba un tamaño monstruoso, parecía que deshiciera todos los cánones, y tú tan comunicativa te pusiste a hablar con la señora, ella te dijo que en otra ocasión aún había tenido otra más grande, las dos fuisteis compañeras unos minutos en admirar las grandezas de la jardinería, y luego había patios, galerías enormes, calles sin aceras ni ruido, esquinas que no salían a ningún sitio. Todo aquel barrio era descuidado, con paredes desconchadas, con barcas de carga sin pretensiones, con iglesias modestas dedicadas a santos de segunda,con pequeños milagros, y nos encantaba pasear por allí cuando el sol iba bajando, y nos entraba la tentación de robar alguna pequeña barca y ponernos a dar vueltas sin fin por todos los rincones de Venecia, debajo de las ventanas que irían pasando suavemente. Por todas partes se veían ventanas de colores desdibujados, pequeños adornos sin importancia, balcones de molduras rotas, a veces pequeñas joyas que nadie conocía, recintos donde nos encantaría refugiarnos. Nos dirigimos hacia la plaza de Giovanni e Paolo, y nos perdimos varias veces,miramos con todo cuidado los mapas, atravesamos soportales y plazas cerradas y puentes que llevaban a donde uno menos esperaba,esquinados o absurdos, fuimos por un paseo grande lleno de tiendas y bares, llegamos a una iglesia redonda con una casa encastrada, descansamos al pie de un árbol, sonó un campanario.
Y llegamos a San Giovanni e Paolo, otro espacio gigantesco, otra forma del entusiasmo en el Renacimiento, presidido por esa estatua que yo te dije que era fundamental, que no podíamos perdernos, la estatua del condottiero Bartomeo Colleoni por Andrea del Verrochio. La miramos desde todos los puntos de vista, nos pusimos debajo del caballo, le vimos el culo, apreciamos los hombros y el brazo levantado del caballero, miramos su casco y su mirada levantada,te dije:es toda la fuerza y el ímpetu del Renacimiento, es la virtú de Nietzsche, ese vitalismo que no se arredra, que aprovecha toda la vitalidad del caballo, que se sobrepone y cabalga la vida, esa cabeza hacia lo alto, esa mano que coge las riendas con decisión, sin que nadie pueda impedirlo, ese orgullo, aquí tenemos todo el poder de Venecia o de Europa, pero ahora la veíamos con melancolía y con lucidez en el atardecer, la veíamos allí con el resto de todo lo que podía ser la vida y la supervivencia, ese entusiasmo por sobrevivir, eso que queda después de todas las crisis, ese hermoso deseo de fogosidad, de coger la fuerza de los caballos, y la mirábamos una y otra vez mientras caía la tarde, aquel caballero no podía aplastar a nadie, ni a los que estaban en las terrazas de los cafés, ni al niño que se metía peligrosamente en el agua mientras su madre miraba sin parar los mensajes de su móvil, ni a la familia que esperaba un taxi acuático, más bien los animaba a todos levemente, les daba una especie de belleza perdida, que se veía suavemente con una parte de los ojos, como el esplendor barroco de aquel edificio que ahora era un hospital, o todas las suntuosidades de la iglesia de Giovanni e Paolo.
Portada: Gran Canal de Venecia © Arthur Staszewski