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Mito | Revista Cultural
Crítica  

El estupor de Hoffmansthal

Por Antonio Costa Gómez el 14 junio, 2014

Uno de los textos más escalofriantes de la literatura occidental es la supuesta carta que lord Chandos escribió a un amigo según Hoffmansthal para comunicarle por qué dejaba de escribir, el propio Hoffmansthal apareció como un prodigio en la Viena mágica de antes de la guerra mundial como cuenta Stefan Zweig en “El mundo de ayer” , adelantó el expresionismo, se inspiró en el barroco español para expresar su desazón existencial, hizo hablar a un Segismundo solitario en una torre solitaria para expresar lo solos que estamos en un universo mudo, escribió unos cuentos de fantasía enloquecida que expresan pasiones, y en la tensión que alcanza llega de un modo similar al de Witgenstein hasta lo que el lenguaje no puede concebir, y las palabras se le caen como algo muerto, como decía Rilke, en el fondo Witgenstein después de exaltarla hasta el límite habla del fracaso de la lógica para conocer el mundo, de que no todo es nombrable y acaba diciendo que de lo que no se puede hablar mejor es callar

Pero Hoffmansthal lo experimenta de una forma que nos deja consternados, lord Chandos dice en la carta que llegó a un momento de sensibilidad tal que la más mínima cosa tenía una riqueza infinita (una azada en el huerto se llenaba de resonancias que le producían vértigo) y entonces cualquier cosa que dijera resultaba miserable, la intensidad enloquecida de lo que vivimos a cada instante si echamos abajo los muros sobrepasa todo nuestro lenguaje y entonces parece inútil cualquier frase que digamos, sabemos que todo sigue ahí absolutamente virgen, como cuando Rilke dice que después de milenios de filosofía y creación y literatura aún no hemos dicho nada verdaderamente importante, eso es lo que siente lord Chandos pero no es que lo piense sino que lo vive concretamente con desgarradora lucidez, la gente cree que la metafísica es algo abstracto (que consiste en palabras o ideas) pero es una experiencia muy concreta y por eso la pueden expresar los poetas, pero Lord Chandos siente que es inútil escribir, para qué escribir si no podemos transportar esa riqueza vertiginosa de la vida, todo lo que hay en el sonido de una mosca cuando zumba, en el precipitarse de un río, en el viento que gime entre las acacias, pero precisamente en ese momento Hoffmansthal acaba de acceder a esa riqueza frenética más allá del lenguaje, acaba de recibir en la cabeza ese mar tempestuoso de las cosas, ha descubierto torrencialmente todo lo que callábamos, todo lo que no sabíamos.

Stefan Zweig

Stefan Zweig

La vida nos da miedo y la encerramos en palabras, pero la literatura cuando la palabra se vuelve loca nos la señala, y esa obra que niega la literatura es la suprema literatura, la vida nos inspira cuando captamos de un modo desaforado lo que nos rodea, la inspiración es un desafuero, es un salirse de los fueros, de las reglas, de lo que está permitido expresar, ¿cuánta dosis de verdad está preparado para resistir el hombre?, se preguntó Nietzsche, la verdad desaforada puede incluso matarnos, pero antes nos hará vivir hasta los límites, arrojarnos al Etna como el Empédocles de Holderlin, la inspiración puede matar como ver a Dios, pero para transformarnos en otra cosa, Lord Chandos deja de escribir porque cree que el lenguaje no sirve , pero justo en ese momento lleva el lenguaje hasta el vértigo, y en ciertos momentos nos puede llegar el vértigo.

El neoplatónico Yámblico dijo que los dioses hablaban a los hombres en el momento en que están a punto de dormirse, cuando están entre la vigilia y el sueño, yo lo he experimentado infinidad de ocasiones, muchas veces cuando me estaba quedando dormido se me ocurrían poemas y novelas, todo lo que sentía obturado durante el día se abría, era como si infinidad de genios me susurraran, novelas enteras para cuya ejecución me había sentido atascado durante meses las veía desarrollarse sin problemas en esos momentos , notaba una plenitud creativa que me sobrepasaba, una exaltación que me embriagaba en medio de la sencillez y el silencio, y la única melancolía era pensar que cuando me levantara se habría ido esa magia, que cuando quisiera concretar en palabras esas visiones me vería impedido, al día siguiente había desaparecido todo de mi cabeza o solo quedaban rastros muertos, yo era muy superior a mí mismo antes de dormirme, esto se puede expresar en el lenguaje que se quiera, puedo decir que los dioses vienen a sentarse en el borde de mi cama porque en esos momentos estoy dispuesto a escucharles, o que mi mente se ha rendido y se ha limpiado, o que he dejado en mi vestíbulo un asiento para los dioses (los dioses, se cuenta en la literatura antigua, a veces se pasean en medio de nosotros sin que lo sepamos, y por eso sería bueno escuchar a todo el mundo), o que el inconsciente se manifiesta en esos momentos y se adapta a mi lenguaje , puedo decir que he eliminado las trabas conceptuales que yo mismo me ponía y que de lo más hondo de mi ser surge todo lo que tengo que decir, o que me acerco al corazón del cosmos y me tiendo, o que he vaciado mi cuenco y por tanto puede llenarse, en todo caso la ensoñación es una forma de la inspiración.

Wittgenstein

Ludwig Wittgenstein

El sueño manifiesta el inconsciente de modo salvaje, en la ensoñación (con una película muy leve de conciencia) yo permito que llegue con levedad todo lo que se esconde en mí, ocurre también en ciertos momentos privilegiados en que suspendo el control mental, echo abajo lo férreo de los conceptos, y entonces se me ocurren infinidad de cosas, veo las dimensiones de mi vida, me transfiguro, veo transfigurados a otros, adquiero una lucidez que no me parecía posible, y el mundo se me muestra extraño y como él quiere, Rousseau está al borde de eso cuando se pone a meditar a orillas de los lagos suizos, se deja llevar por ideas y recuerdos y ocurrencias en sus “Ensoñaciones del paseante solitario”, es esencial estar solo, esa es la clave de que venga la divinidad cuando nos estamos durmiendo, viene porque estamos solos, porque nadie nos vigila, porque nada nos estorba, ni siquiera nosotros mismos, hemos llegado a una sinceridad alucinante, en la ensoñación somos dioses y vendrá una luz prodigiosa que iluminará nuestro mundo, nos hará ver las cosas y toda la pasión que llevan dentro, su sabiduría apasionada.

Carta de lord ChandosHugo von HofmannsthalLudwig WittgensteinStefan Zweig
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Antonio Costa Gómez

Antonio Costa Gómez

 

Nacido en Barcelona en 1956, se crió en Galicia desde muy pequeño. Estudió Filología Hispánica e Historia del Arte y hoy es profesor de Literatura en enseñanza media. Ha publicado libros en todos los géneros literarios: ‘Revelación’, ‘Delirio del fuego’, ‘El tamarindo’, ‘Las campanas’, ‘La reina secreta’, ‘La seda y la niebla’, etc. con los que ha sido galardonado con numerosos premios: la Estafeta Literaria en 1976, el del Ministerio de Cultura en 1981 o el de Amantes de Teruel en 1985. Con ‘Las campanas’ llegó a la última votación del Premio Nadal en 1994 y del Premio Planeta en 2001. Colaborador en más de una treintena de diarios y revistas, ha viajado por los cinco continentes.

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© 2019 MITO | REVISTA CULTURAL. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido protegido por derechos de autor. ISSN 2340-7050. NOVIEMBRE 2019.

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