Capítulo 2
(Continuación de El crimen de la punta del iceberg)
Seis niveles debajo del centro de la Ciudad de México, el Dr. Lyellson estaba sentado en la sala de interrogatorios de la Comisaría de Policía, esposado, mirando la mesa frente a él. Al poco rato entraron, de nuevo, el Detective Orbina y la Agente Duarte con un fólder lleno de papeles.
—Necesitamos entender esto—empezó Orbina—; usted es acusado de haber asesinado a Sven Gjertsen, ex primer ministro de Noruega ¿conocía usted a Gjertsen, Dr. Lyellson?
—Sí, fue paciente mío—dijo Lyellson lánguidamente, casi apático, sin dejar de mirar la mesa frente a él—, pero yo no lo maté.
— ¿Por qué mató a Gjertsen?—preguntó Orbina.
—Yo no maté a Gjertsen.
— ¿Qué es lo que usted hace en el Hospital Siglo XXI?
—Soy cirujano. Hago trasplantes a pacientes terminales de alguna enfermedad. Soy su última esperanza— las respuestas de Lyellson parecían mecánicas, como si Lyellson hubiera ensayado las respuestas en su cabeza.
— ¿Trabaja usted con vacíos?
—Sí.
— ¿Sabía usted que Gjertsen iba a hacerse un trasplante a partir de un vacío?
—No.
— ¿Sabía que Gjertsen mandó hacerse un vacío de manera clandestina?
—Si el ex primer ministro hizo eso, es la razón por la cual yo no estaba consciente de que el Sr. Gjertsen había optado por ese tratamiento.
— ¿Usted no recibe vacíos clandestinos?
—No, detective. Todos los vacíos son certificados por las autoridades sanitarias de este país. Me tomó cuatro años poder ejercer mi profesión aquí y no me arriesgaría de un modo tan soez como optar por vacíos clandestinos.
—Entonces no entiendo ¿por qué tenía que matar a Gjertsen? ¿Simplemente lo mató? ¿Por qué arriesgó su carrera y su libertad por matar a Gjertsen?
—Yo no asesiné a Gjertsen.
— ¿Dónde iba Gjertsen a realizarse los trasplantes?
—Como ya ha quedado claro, yo no sabía que Gjertsen tenía la necesidad de hacerse un vacío. Por lo tanto, no había manera de que supiera dónde Gjertsen iba a realizarse el procedimiento.
Del otro lado de la sala de interrogatorios, viendo todo desde la sala conjunta detrás del cristal, se encontraban Yttredal, Solberg, Dahl y Amdahl. Yttredal estaba notoriamente molesto. El Dr. Lyellson había matado a Gjertsen, todas las evidencias apuntaban a eso, pero su declaración era que no lo había matado a pesar de que su inocencia es improbable. Todo parecía indicar que había algo más detrás del telón, pero de acuerdo a la versión de Lyellson: “yo no maté a Gjertsen” ¿Cuál era el motivo?
—Es claro que Lyellson sabía del tráfico ilegal de vacíos—dijo la agente Dahl mientras veía su Sintecom.
— ¿Por qué dices eso, Dahl?—preguntó Yttredal sin dejar de mirar a Lyellson, respondiendo lo mismo una y otra vez al Detective Orbina.
—Porque el Dr. Lyellson ha realizado 200 trasplantes tan sólo en el último año.
— ¿200 trasplantes? ¿Qué tiene de asombroso? ¿Todos ellos fueron a partir de vacíos?
—No está declarado.
— ¿Qué? —Yttredal se volvió hacia Dahl — ¿A qué te refieres con que no está declarado?
— En los registros del Hospital Siglo XXI no hay indicaciones de cuáles trasplantes fueron realizados a partir de vacíos y cuáles no. Y es también asombroso el hecho de que, de acuerdo a estos registros, a Lyellson le han dado en el último año autorizaciones para el uso de 95 vacíos.
— Es decir que de los 200 trasplantes, 105 fueron trasplantes normales.
—Pero Lyellson ha recibido 180 pacientes terminales a los que se les autorizó la creación de un vacío. De esos 180 pacientes, solamente 70 han sido ya dados de alta y los demás están en espera.
—Significa que faltan 25 vacíos en ser usados y que hay 110 pacientes que aún no han sido operados a pesar de que ya ha hecho 200 trasplantes ¿Por qué estos números no cuadran?
—Sea cual sea la razón—dijo Solberg interrumpiendo a Dahl e Yttredal— la Asamblea General nos ha pedido que lleguemos hasta donde tengamos que llegar en el caso. No podremos regresar a Noruega hasta que Lyellson no tenga un motivo para el asesinato.
— ¡Perfecto! —dijo Yttredal vociferando y volviendo la vista de nuevo a Lyellson— Ahora tenemos al Secretario General en esto.
Yttredal seguía contemplando a Lyellson estupefacto e impaciente —Dahl, quiero que entres ahí y le digas a Lyellson que sabemos que estaba al tanto del tráfico de vacíos y le pidas una explicación a esos números— ordenó Yttredal.
Dahl entró a la sala de interrogatorios. Orbina lo volteó a ver consternado, mientras Dahl se aproximaba al Dr. Lyellson. Se paró a lado de él y lanzó contra el escritorio los registros del Hospital Siglo XXI.
—No cuadran nuestros números, Dr. Lyellson—empezó a decir Dahl—. De acuerdo con estos registros, usted ha realizado alrededor de 200 trasplantes, 95 de ellos a partir de vacíos. Sin embargo, solamente 70 pacientes han recibido de hecho el procedimiento de trasplante desde vacío. Ha recibido 180 pacientes con enfermedades terminales con autorización de crearse un vacío ¿Por qué hay 25 vacíos aparentemente sin usar y tantos pacientes aún en espera?
—No tengo una explicación apropiada para eso.
—Nuestra suposición es que esos 25 vacíos terminaron en el mercado negro. Gjertsen lo supo y por eso usted lo asesinó. No quería ensuciar más su ya de por sí enlodada imagen, al contactar a un médico de dudosa ética…
— ¡Yo no maté a Gjertsen! ¡Quiero un abogado! No cooperaré más hasta que no consulte a un abogado y le exponga mi caso.
Dahl enmudeció y salió de la sala de interrogación, seguido de un Detective Orbina furioso y de la Agente Duarte.
Al salir, lo primero que hizo fue gritarle a Yttredal — ¿Qué ha sido esto? El detective Dahl ha coartado los intentos de cooperación con el Dr. Lyellson y ahora pidió un abogado. No quiero negociar con abogados en un caso donde hemos atrapado al homicida in fraganti ¡Cruzó su jurisdicción y ha puesto en peligro mi caso!
—No es ya el caso de jurisdicción alguna—empezó a decir Yttredal sereno y con expresión severa, sin dejar de mirar a Lyellson a través de la ventana—. El Secretario General quiere que el caso se resuelva aquí, no existe ya ninguna jurisdicción. Solberg, muéstrele al detective Orbina el comunicado de la Asamblea General.
Solberg se acercó a Orbina y proyectó en el aire un holograma con el comunicado desde su Sintecom.
—Significa que la ONU llevará el caso—dijo Orbina con tono concluyente—. Justo cuando pensaba que no podía ponerse esto más interesante.
La Dra. Susana Regente trabajaba en la Oficina de Peritos Forenses de la Ciudad de México. En una de las capitales del mundo, éste era un trabajo donde uno se llevaba sorpresas todo el tiempo. En su cabina de aislamiento se encontraba el cuerpo de un ex primer ministro noruego que había sido asesinado a sangre fría en el nivel subterráneo comercial de la ciudad.
— ¿Y a ti por qué te han matado? —preguntó retóricamente al mirar el cadáver mientras metía las manos en los guantes fijos a la cabina de aislamiento.
Comenzó a asegurarse de que todos los instrumentos para la necropsia estuvieran dentro, cuando un pitido comenzó a sonar en su ordenador. Un mensaje de la Centralita de Comunicaciones. Susana se acercó al ordenador y presionó el botón que rezaba Leer en la pantalla.
“Oficio 7592/343. Comunicado a todos los involucrados en el caso con número de expediente A678. A partir de la emisión de este mensaje, el caso pasó a jurisdicción internacional por orden directa del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, Sir Leopold Goldberg. A partir de este momento, todos los asignados al caso deberán operar con discreción e informar directamente al Detective Ramón Orbina y al Detective Lorenf Yttredal.”
Susana dejó de leer y regresó al cadáver: “Parece que tienes amigos poderosos a pesar de todo” pensó Susana. Era muy extraño que la Asamblea General ordenara la jurisdicción de un caso de manera directa.
Tomó el historial médico de Gjertsen y dijo en voz alta: Así que morías de cáncer diseminado por todo el cuerpo ¿Eres un caso de eutanasia?
—Detective Orbina— dijo uno de los asistentes de la oficina— el abogado del Dr. Lyellson ha llegado y ordené que lo llevaran a la sala de interrogación.
Orbina hacía el papeleo de la transferencia del caso de un archivero a otro en su cubículo.
— Gracias por la información, pero no veo por qué ha venido hasta aquí a decirme esto…
—El abogado es estadunidense, señor. Me ha entregado una carta firmada por el Ministro del Exterior de Estados Unidos solicitando que se le mantenga al tanto del desarrollo de la investigación.
Orbina tomó el oficio membretado con el escudo de los Estados Unidos de América.
— ¿Está al tanto el abogado de que ahora el caso se turnó a la ONU?
—No lo creo, señor. Toda esta información ha sido manejada en el interior y no se ha comunicado.
—Muy bien, yo pasaré a darle las tristes nuevas.
Orbina se levantó y se dirigió a la sala común de la oficina.
—Yttredal, necesito que venga. El abogado del Dr. Lyellson trabaja para el Ministerio del Exterior de Estados Unidos.
—Déjame adivinar: solicitaron estar al tanto.
—Sí. Tenemos que ir los dos a decirle cuánto lamentamos no poder tenerle al tanto.
El abogado acababa de hablar con el Dr. Lyellson mientras le tranquilizaba. Aparentemente, lo que Lyellson había hecho no podía considerarse un crimen aunque así lo pareciera; sin embargo, probarlo implicaría un gran nivel de cooperación con la policía mexicana y la policía noruega. Lyellson respiró hondo y se tranquilizó. Comenzó a poner en orden sus ideas para poder explicar lo que realmente había sucedido. Confiaba en que su historia sonaría convincente.
Dos golpes en la puerta anunciaron la entrada del detective Orbina y de su ahora compañero el detective Yttredal. Ambos se sentaron frente a Lyellson y su abogado.
—Espero que hayan leído atentamente lo que el Ministro ha mandado para ustedes, detectives—dijo el abogado con una voz casi parsimoniosa y una sonrisa furtiva.
—En efecto, lo he leído—dijo Orbina alargándole al abogado el documento—, pero tendré que declinar la petición. Hará cosa de una media hora la Asamblea General dictaminó que el caso es jurisdicción de la ONU y no podemos brindar información a Estados suspendidos o no miembros. Usted podrá representar a su cliente, pero tiene prohibido comunicar a su gobierno cualquier resultado de esta investigación.
—Es un caso de tráfico de vacíos y eso le compete mucho al gobierno estadunidense…
—Es el protocolo—espetó Yttredal—, si quiere tener acceso a la información del caso, los Estados Unidos tendrán que exponer la situación ante la Asamblea General. Nosotros no podemos hacer más nada. Ahora, sobre su cliente…
—El Dr. Lyellson no ha cometido ningún crimen—dijo el abogado tranquilo y con una propiedad que rayaba en lo burlón y soberbio.
—Hemos cruzado ya esa línea, señor…
—Henrison—dijo el abogado.
—Señor Henrison—continuó Yttredal—, hemos visto la grabación y el cambiacaras que traía el Dr. Lyellson. La última cara proyectada coincide con la del rostro de la grabación. El arma homicida fue hallada en posesión de su cliente, con sus huellas digitales.
—Es que ése es el detalle, detectives. El Dr. Lyellson no cometió un homicidio ya que lo que mató fue un clon del ex primer ministro Gjertsen.
Orbina miró estupefacto a Henrison esperando que en cualquier momento soltara una carcajada, pero después de medio minuto entendió que esa sería la defensa que usaría para el Dr. Lyellson.
— ¿Está usted diciendo que el señor Gjertsen se encuentra todavía por ahí afuera en la ciudad mientras que su cliente es culpable de asesinar a su clon?
—Eso es mucha especulación, detectives—dijo Henrison sonriendo—. Solamente digo que mi cliente afirma que asesinó a un clon, un individuo carente de cualquier derecho ante la Organización de las Naciones Unidas, y por consiguiente, tampoco hubo crimen para México o Noruega. No podemos estar ciertos del paradero del señor Gjertsen, pero lo que es cierto es que no fue muerto a manos de mi cliente.
— ¿Qué logra con esto?—espetó Yttredal— ¿Ganar tiempo?
—No pretendemos ganar tiempo, detective. Ésa es nuestra defensa y es ahora su deber confirmar que el cuerpo que tienen ahí es, en efecto, el del ex primer ministro. Si al probarlo se comprueba que se trata de un clon, mi cliente será de manera oficial un hombre libre de culpa. Por el momento, si bien no se desechan los cargos, no pueden arrestarle. Si se queda aquí con ustedes es porque, entendiendo lo inverosímil que es su historia, cooperará con ustedes. Diles lo que me has dicho a mí, Anthony.
Lyellson respiró hondo y comenzó a hablar: «Estoy convencido de que el hombre al que le corté la garganta no es el ex primer ministro Gjertsen, porque él fue mi paciente. No entiendo por qué los números de mis intervenciones no cuadran en el registro del hospital, pero yo no he realizado el trasplante del señor Gjertsen. Si ustedes realizan la necropsia al cadáver que tienen ahí, no encontrarán ningún rastro de cáncer o al menos, no en las proporciones que debería tenerlo.
«Cuando estaba vivo, incluso, vino a verme a mi oficina y supe que no era el mismo señor Gjertsen a quien estuve atendiendo. Algunas cosas no las podía recordar completamente o no era consciente de ellas. Tras un análisis de una muestra de sangre confirmé que el cáncer ya no estaba, a pesar de que iba a realizarse los tratamientos habituales contra el cáncer que supuestamente le aquejaba. Tuve mis razones para asesinar a ese clon…»
—Razones que, sin embargo—empezó a decir nuevamente Henrison, levantando la mano para pedir a Lyellson que callara— no les incumben debido a que no son parte de ningún motivo criminal. Sugiero que comiencen con esta línea de investigación, porque el Dr. Anthony Lyellson ha solicitado un refugio temporal a los Estados Unidos de América y estamos ansiosos por procesar su solicitud.
— ¿Y hacer qué? —preguntó Orbina desafiante— Un médico tan vanguardista como usted no tendrá un futuro brillante en una nación tan anacrónica como lo son los Estados Unidos…
—Y, a pesar de eso— continuó Henrison—, esa misma nación anacrónica ofrece que la carrera del Dr. Lyellson continué como hasta ahora. Verá, en nuestro país estamos ansiosos por empezar a utilizar nuevamente los vacíos y queremos que el Dr. Lyellson nos auxilie en esa investigación. El gobierno estadunidense no se encuentra tan contento de que sea la OMS la que tenga un monopolio sobre el manejo de vacíos y es eso lo que ha generado este mercado negro del que nuestro país es víctima.
Yttredal se levantó súbitamente de su asiento y Orbina le siguió. Salieron de la sala de interrogaciones a prisa.
— ¿A dónde va, detective Yttredal? — inquirió Orbina sonando un poco agitado por el paso tan acelerado del detective.
— Al Hospital Siglo XXI a averiguar por qué no cuadran los registros. Usted, mientras tanto, asegúrese de confirmar que el Gjertsen que tenemos en su morgue sea en efecto el señor Gjertsen.
Orbina paró en seco y jaló a Yttredal por el hombro.
— Usted no es quien da aquí las órdenes, detective.
Yttredal volteó con una mirada severa hacia el detective Orbina.
—Lamento mucho mi tono, detective Orbina, pero este caso ha escalado rápidamente en el campo de acción. Si los Estados Unidos se llevan al Dr. Lyellson comenzará una crisis diplomática entre ese país y la ONU. Si en efecto estamos hablando de un clon, su oficina estará llena de representantes de la OMS, de la oficina del Secretario General y de los Estados Permanentes.
Las cosas habían pasado muy rápido y la ya no tan joven mente de Orbina había obviado por un momento las implicaciones que el caso iba adquiriendo vertiginosamente. Lo que esa mañana parecía un simple homicidio se había convertido, repentinamente, en la tapadera de una caja de Pandora que Orbina no quería abrir.
—Sí, tiene razón, detective. Iré a la Oficina del Perito Forense a confirmar la versión de Lyellson. Averigüe qué sucedió con sus pacientes, tal vez podamos arrestarlo por contrabando.
Yttredal continuó su camino hacia la sala común donde le esperaba su equipo, mientras Orbina se dirigió al elevador hacia el cubículo de la Dra. Regente. «Por favor, Susana, que sean buenas noticias, por favor» pensó Orbina mientras las puertas del elevador se cerraban delante de él.
Era la segunda vez que la Dra. Regente revisaba el historial médico de Gjertsen «Esta traducción del noruego debe estar espantosamente errada o no tengo aquí el cuerpo del señor Gjertsen». El ordenador había realizado una búsqueda cruzada con las bases de datos de Noruega para buscar que el ADN de quien estaba en la cabina fuera en efecto el ex primer ministro. Tras confirmar la identidad como la del ex primer ministro, tomó el historial médico para realizar la segunda confirmación. El registro biométrico dio positivo, pero algo irregular saltó en el análisis del plasma sanguíneo: la bioquímica sanguínea no coincidía con la de alguien que tuviera un avanzado cáncer de pulmón; el análisis no encontró ninguno de los marcadores tumorales de un cáncer de pulmón. El cuerpo que tenía en su posesión no tenía cáncer.
Tomó una segunda muestra de sangre y esta vez buscó analizar el epigenoma del señor Gjertsen. El análisis de epigenoma evaluaba características moleculares no genéticas que implicaban la modificación de proteínas como las histonas, que son las proteínas empacadoras del código genético. El ordenador no tardó en descartar inmediatamente el epigenoma registrado en la base de datos noruega: no solamente no había indicadores epigenéticos de cáncer en el cadáver, sino que difería en múltiples aspectos como los patrones de metilación de citosinas, una de las cuatro bases nitrogenadas del ADN, y las modificaciones histónicas. Si bien, genéticamente tenía el cuerpo de Gjertsen, no podía tratarse de la misma persona. «Esto es por demás extraño» pensó Susana mientras contemplaba la pantalla apuntando una Discordancia en los datos. Se levantó de su silla y se acercó al cadáver a punto de realizar la autopsia: «Tendré que buscar ese cáncer yo misma y no dejar aquí ningún género de duda».
La puerta del elevador se abrió y Orbina salió al nivel superior del complejo subterráneo. La Oficina del Perito Forense se encontraba sobre la superficie, cerca del Palacio Nacional, en el costado derecho. La morgue se encontraba, donde en estos momentos una de las mejores forenses de la ciudad realizaba una autopsia al cadáver del ex primer ministro Gjertsen. Corrió, esperanzado de escuchar la confirmación de que en efecto quien se encontraba ahí era Gjertsen.
«Es ridículo que no lo sea ¿Por qué estamos comprando la historia de un clon? Es simplemente ridícula. Aun así ¿Por qué matar a un clon? ¿Cuál es el propósito detrás de esto? ¿Encubrir algo? Tonterías. Lyellson ha salido con esta jugarreta para acelerar el proceso de extradición. Los estadunidenses lo quieren fuera del territorio de la ONU y por eso han enviado a su abogado más picudo…»
Entró en la Oficina, notablemente acelerado. Enseñó su identificación como Detective Especial en la Recepción sin dejar de correr. Sabía que la Dra. Regente tenía el caso porque el mismo la había asignado, no necesitaba preguntar dónde se encontraba. Atravesó el largo pasillo, empujando a varios forenses y agentes que le estorbaban, torció a la izquierda del corredor y continuó casi a trote. Llegó al final del pasillo y colocó sus huellas digitales en el lector. La puerta de cristal frente a él se abrió y continuó su camino por una escalinata. La oficina de la Dra. Regente se encontraba abajo, justo al lado de su propia sala de autopsias.
Llegó al despacho de la Dra. Regente y tocó la puerta. Susana salió de su ensimismamiento mientras veía el tórax abierto de su cadáver. Salió de la sala de autopsias, que estaba iluminada por una intensa luz azul y con un aire artificial enrarecido. Atravesó su despacho y vio la cara agotada del Detective Orbina « ¿Sospechará lo que acabo de descubrir?».
Susana tocó el lector del despacho y la puerta se abrió.
—Un gusto, Dra. Regente. Por favor, dígame que sin lugar a dudas tiene usted el cadáver del ex primer ministro de Noruega Gjertsen; sé que suena a una locura, pero…
—No es una locura, detective Orbina. Porque es mi firme creencia que en esa cabina no tengo al señor Gjertsen— dijo mientras con una ligera inclinación de la cabeza apuntaba hacia la cabina.
— ¿Qué quiere decir?
—Pase. Le mostraré.
Ambos caminaron hacia el ordenador de Susana, que estaba en la sala de autopsias, justo atrás de la cabina donde el ahora ignoto se encontraba.
—Genética y fenotípicamente, a quien ves aquí es al señor Gjertsen. Así que realicé la confirmación. Cuando imprimí el reporte con los resultados del análisis sanguíneo, encontré que este cadáver nunca tuvo cáncer de pulmón, o de ninguna clase. Como vi que en el historial médico decía que el paciente había tenido cáncer de pulmón en estado avanzado, pedí al ordenador que realizara también un análisis para marcadores moleculares de tumores pulmonares. Hay dos principales, uno llamado antígeno carcinoembrionario, que se encuentra elevado en varios tipos de cáncer incluyendo el de pulmón y que verías elevado solamente en fetos y gente con cáncer. Incluí también a la alfa-fetoproteína, y encontré también niveles muy bajos. Es decir, nunca tuvo cáncer. La segunda vez incluí también otros marcadores: CA 125, CA19-9, M2PK, fosfatasa alcalina. Todos los resultados fueron los de una persona normal.
Susana caminó hacia la cabina de trabajo. La cabina de aislamiento en la que se encontraba el cadáver estaba sellada herméticamente y emitía un ruido de aire en movimiento, debido a que estaba conectado a extractores. La única forma de manipular el cadáver era a través de dos guantes que estaban insertados en dos orificios por los cuales el forense metía las manos. Dentro de la cabina se encontraban todos los implementos necesarios para una autopsia.
—Realicé la autopsia y, no sé qué tan familiarizado estés con cadáveres humanos, pero si ves bien los órganos del ignoto, no hay daño de ningún tipo de cáncer. Al descartar la posibilidad de una cura milagrosa, decidí confirmar mis sospechas al realizar un análisis exhaustivo. Verás, todo nuestro código genético está empaquetado en los núcleos de nuestras células gracias a unas proteínas llamadas histonas. Todo el código genético está también regulado por estas proteínas que permiten que se modifique la estructura de nuestra molécula de ADN. Por ejemplo, cuando el ADN posee pequeños grupos de metilo, una molécula muy pequeña, asociados a las citosinas, las C de nuestro genoma, se obtiene un patrón de modificación distintivo de cada ADN que prende o apaga genes. Dos gemelos idénticos tendrán el mismo código genético, pero las modificaciones de las histonas y el arreglo del ADN serán diferentes entre un gemelo y otro. Por eso es que en realidad no existen dos personas idénticas. A eso le llamamos epigenoma. Todos los gobiernos tienen secuenciado el epigenoma de sus gobernados, por lo que al buscar el epigenoma en la base de datos de Noruega…
—Encontraste algunas diferencias…
—…encontré algunas coincidencias. No solamente este sujeto nunca estuvo enfermo sino que podría asegurar que no fue concebido por los mismos padres. No creo siquiera que haya vivido en Noruega. Este sujeto tiene marcas epigenéticas de gente que vive en los trópicos. El ignoto al que mataron parece haber vivido en este país o por debajo del Trópico de Cáncer, dudo que haya vivido en Escandinavia.
— ¿Qué tal te suena la teoría de un clon?
«Parece que alguien puso atención en sus clases de biología molecular en la escuela», pensó Susana.
— Pues es hasta ahora—dijo algo extrañada por la sugerencia— una de las explicaciones más plausibles, a menos que sepas que Gjertsen tuvo un hermano gemelo idéntico producido in vitro mucho tiempo atrás y que el que está en mi cabina se trata de él.
— ¿Cómo podrías descartar que éste en efecto es un clon?
— Aunque prefiero pensar que Gjertsen tuvo un hermano gemelo del que se separó hace mucho, la similitud biométrica de ambos es muy parecida. Es decir, sí, este Gjertsen tiene la tez más bronceada, pero la semejanza de los rasgos es muy grande. La probabilidad de que ambos sean diferentes personas es muy baja.
—Estas noticias no son buenas. El abogado del asesino asegura que se ha matado a un clon, por lo que si este sujeto resulta ser un clon, no hubo como tal un crimen. Salvo que el matar al clon sea consecuencia de otro crimen.
— ¿Por eso es que la ONU ha adquirido la jurisdicción del caso?
—No, eso fue porque se trataba de un homicidio que implicaba a un victimario inglés, una víctima noruega importante y se cometió en suelo mexicano. Supongo que pensaron que, debido a que Lyellson realizaba trasplantes a partir de vacíos, a que nosotros encontramos un cargamento clandestino en la frontera sur con varios vacíos y a que entre esos vacíos había uno de Gjertsen, asumieron que el caso implicaba ya demasiadas fronteras como para dejárnoslo solamente a los mexicanos.
— ¿Encontraron un vacío de Gjertsen en ese cargamento? ¿Sólo uno?
— ¿A qué te refieres con «sólo uno»?
—Si es de contrabando, yo esperaría que hubiera más de un vacío. Y, detective, de un vacío a un clon, por descabellado que suene, no hay mucha diferencia.
— ¿Estás diciendo que no es Gjertsen el que tenemos como víctima?
— Creo, detective Orbina, que lo que tiene usted aquí es de hecho el asesinato de un clon. Alguien utilizó la tecnología para hacer vacíos y creó un clon de Gjertsen. El problema siguen siendo esos vacíos, no creo que solamente haya uno para Gjertsen, usualmente se hacen varios, deberían revisar el cargamento de nuevo.
— Y tenemos el problema de Gjertsen, quien sigue sin aparecer.
El caso se complicaba a cada momento. Orbina se despidió de la Dra. Regente, a quien le pidió que escribiera su reporte y se lo entregara a la brevedad. Salió del laboratorio con prisa. Debía contarle a Yttredal que Gjertsen nunca había sido asesinado. Tomó su Sintecom y comenzó a dictar un mensaje a Yttredal: «Tenemos un clon…», de repente una llamada entró: era Mariela.
—Detective Orbina, estoy en el contenedor con Dahl y Solberg. Hemos descubierto algo que es mejor que vea.
Orbina desaceleró y paró en seco: «En un momento le alcanzo, agente Duarte». Colgó y al llegar al ascensor presionó el botón que llevaba a la Oficina de Aduana donde tenían el cargamento de vacíos: «Si es de contrabando, yo esperaría que hubiera más de un vacío» las palabras de la Dra. Regente comenzaron a resonar en su cabeza.
Portada: Ciudad de México, Palacio de Gobierno. Reinhard Jahn, Mannheim