Probablemente muchos de nosotros no pensemos jamás en ello, pero nuestro mundo ha sido organizado, medido y diseñado por alguien. No me refiero a un relojero universal o un Demiurgo, sino a personas normales y corrientes que se ocultan tras cada uno de los objetos que usamos diariamente: desde el bolígrafo al vaso, desde el bote de crema a la bolsa de ultracongelados. Todo, absolutamente todo, ha sido medido y estudiado para que nuestra vida sea más fácil, cómoda y bonita. No obstante, el diseño no ha sido todavía capaz de obrar milagros como el de hacer que un “abre fácil” sea sencillo de usar, o un “imperdible” no se pierda, pero eso es otra historia.
El diseño existe, por tanto, desde la cuna de la humanidad y, aunque se encuentran muchas definiciones de lo que es y no es, puede decirse que se trata de un proceso creativo y de proyección por el cual se consigue que los objetos de uso cotidiano sean útiles y eficientes desde un aspecto ecológico, económico y funcional respondiendo, además, a fines estéticos. Es decir, el diseño es eficiencia.
Eficiente funcionamiento
El objeto debe funcionar correctamente y servir a la finalidad para la que ha sido creado.
Aunque este primer dogma del buen diseño parezca una obviedad, en muchos casos los objetos que se venden como “de diseño”, son mero producto estético o de consumo y no sirven a su función original como cabría esperar. Un ejemplo muy conocido es el famoso exprimidor Juicy Salif de Phillip Stark. Un artilugio creado en 1990 del que no se pueden negar sus cualidades decorativas, pero el cual no sirve para exprimir correctamente los cítricos. El propio Stark reconoció las deficiencias de su invento en cuanto a la actividad de exprimir, sin embargo resaltó que lo curioso de la forma de este objeto (entre araña y pulpo alienigena)[1] lo convertía en una perfecta excusa para entablar conversaciones y romper el hielo. Así lo explica el diseñador:
“Esto no es un exprimidor de limón muy bueno, pero esa no es su única función. Tuve la idea de que cuando una pareja se casa, este sería el tipo de cosa que obtendrían como regalo de bodas. Así que cuando los padres del nuevo marido les van a visitar y los hombres se sientan en el salón con una cerveza y ven la televisión, la suegra y la nuera se sientan en la cocina para conocerse mejor . “Mira lo que nos han dado como regalo”, le dice la nuera…”
Exprimidor de limón Juicy Salif por Philippe Starck, un diseño para Alessi. Niklas Morberg
Eficiente económicamente
Usar el mínimo capital sin perjudicar la calidad de la producción y bajar los costos de distribución.
Antes de comenzar la producción de cualquier objeto de diseño industrial es indispensable especificar el modo en que este deberá ser fabricado y buscar soluciones que permitan emplear menos tiempo, material, mano de obra y energía con el fin de que pueda ser comercializado a un precio razonable y resulte rentable su producción. Así mismo, la distribución del producto debe ser perfectamente cuidada y planeada a fin de poder enviar la mayor cantidad en el menor espacio posible y usando un mínimo material. Esto además hace posible que el producto sea…
Eficiente ecológicamente
Una producción eficiente permite bajar también las emisiones de CO2 y otros residuos al entorno. Además, un correcto empaquetado admite usar menos materiales desechables, reduciéndose también la cantidad de emisiones residuales en la fabricación de los productos de embalaje y similares.
Pero … ¡CUIDADO! En nuestros días las etiquetas “ecológico” y “respetuoso con el medioambiente” venden y los consumidores podemos ser fácilmente engañados. Por ejemplo: los pañales desechables para bebés y los pañales ecológicos o ecopañales contaminan prácticamente en la misma medida. Aunque se emite menos CO2 en la producción de éstos últimos[2], para conseguir la blancura deseada en las telas se usan agentes decolorantes que liberan dioxinas y otros contaminantes. Además, la desinfección de estos pañales en casa también provoca un alto gasto energético y obliga a emplear químicos generalmente no biodegradables. Por lo tanto, en la vida de uso de este producto (es decir, desde su fabricación hasta su deshecho) no se puede asegurar que el impacto ecológico sea considerablemente menor al de su homólogo desechable.
A luz de lo anteriormente citado, es fácil entender el éxito de algunas multinacionales nórdicas de muebles y diseño. Y como no tiene sentido no citar el nombre, siendo que todos ya lo tenemos en la cabeza, lo diré: Ikea.
Sin olvidar que se trata de una multinacional y que por tanto su publicidad, y sus artimañas de venta pueden no encajar de todo dentro del diseño ecológico puro, esta empresa sueca se ha convertido en el referente mundial del diseño responsable y barato (tanto en la producción, como en la venta). Lo que hace que se pueda hablar de Ikea como un organismo respetuoso con el medioambiente no son los materiales que usa o su apuesta por las energías renovables, sino que la marca de la casa se encuentra realmente en el modo en que el que planifica el empaquetado y la distribución de sus productos en un intento por bajar los costos de transporte y de materiales.[3]
Sin embargo, la idea de transportar lo muebles desmontados y de intentar usar el menor material posible no es nueva ni exclusiva de los suecos, sino que, a finales del siglo XIX se desarrolló un sistema de fabricación de muebles que permitía transportarlos por piezas sin ocupar demasiado espacio a puntos muy alejados y por precios asequibles. La empresa que llevó a cabo tal hazaña fue Muebles Thonet (Grebrüder Thönet). No obstante Michael Thonet, su fundador, no habría sido nada en el mundo del diseño de no haber investigado el sistema de curvado de la madera, dado que las mejoras realizadas en este campo le permitieron crear muebles que podían ser transportados sin ensamblar y ser fabricados en serie. El secreto de la producción fue el confeccionar sus muebles a través del ensamblado de piezas tubulares de madera.
Testigo de su gran éxito es la enorme difusión de su silla modelo 14, también conocida como “silla de cafeteria”. De este modelo llegaron a venderse unos treinta millones de ejemplares hasta el año 1950, repartidos por todo el mundo. Actualmente el modelo se puede encontrar también fabricado en metal y sigue gozando de un excelente éxito tanto por su sencillez formal (6 piezas y diez tornillos), como su estética ligera y suave. Quién sabe, quizás hasta se encuentre en el salón de nuestra casa y nunca hayamos reparado en ella.
Silla de cafeteria de Thonet número 14. Dominik Matus
La huella de Thonet va más allá de las simples sillas de cabaret o las mecedoras de la abuela (a este austríaco se le considera el creador de las modernas) y es que desde 1930, Thonet incluyó entre sus materiales y diseños el acero tubular llegando a fabricar los diseños de grandes personajes de la bauhaus como Mies van der Rohe o Breuer. De esta forma se mantenía la firma de la casa (el diseño tubular) incorporando la modernidad a través de nuevos materiales.
De Thonet no solo aprendemos a no derrochar material, sino que también es un claro ejemplo de cómo la evolución tecnológica afecta a las formas y los diseños.
Fruto de una pequeña innovación técnica fue también una de las revoluciones más importantes producidas en el campo de la escritura: la aparición del bolígrafo. El autor de tan augusto invento fue László József Bíró, quién había logrado la formula de una nueva tinta optima para la escritura (de consistencia espesa y más seca que la tinta convencional por lo que no dejaba tantas manchas) pero que resultaba pésima para las plumas fuente, por esto mismo ideo un sistema en que la tinta se distribuyese sobre el papel por medio de una bolita metálica. Sin embargo, por aquel entonces corría el año 1938 y todavía no se había logrado una tecnología suficientemente precisa como para realizar bolas metálicas del tamaño adecuado. Sería Bich, tras conseguir la patente, el encargado de investigar la forma de lograr bajar el tamaño de estas esferitas para lograr una escritura más fina y óptima. Fue así como nació uno de los diseños más aclamados de todos los tiempos: el sencillo, ligero, y barato BIC cristal.
Aún a riesgo de parecer un anuncio de televisión he de señalar que el BIC cristal no solo tiene una tinta que parece nunca terminar, sino que además es fluida y prácticamente no se seca en el cartucho. Además la forma exagonal (inspirada en los lápices) permite ahorrar plástico, es hergonómica (el bolígrafo no se escurre de los dedos como si lo haría una forma cilíndrica), la transparencia del cuerpo del bolígrafo permite ver la cantidad del tinta (así no hay riesgo de quedarse sin tinta en medio de un examen), y el pequeño agujerito de la barra exterior, que siempre ha causado gran curiosidad, estabiliza la presión del aire dentro del bolígrafo mejorando la fluidez. Por algo BIC Cristal está considerado uno de los mejores diseños del siglo XX y actuales y es que, a pesar de existir en el mercado gran variedad de productos esta empresa continúa vendiendo miles de unidades cada año. Es más, su tecnología, o mejor dicho, la tecnología de Biro, ha inspirado incluso el formato de los desodorantes roll-on.
Empero, todo lo anterior no serviría de nada si los productos de diseño industrial no se preocuparan por la estética. Por tanto el diseño debe ser también…
Eficiente estéticamente
Lo bonito vende, decían los defensores del Styling norteamericano, y antes de ellos William Morris[4] ya lo había aventurado a su manera. La forma y estética del objeto industrial, que viene determinada por las posibilidades tecnológicas de las que dispone la sociedad, como ya hemos visto, influye notablemente en el éxito de ventas. Imaginemos por un instante que vamos a comprar un secador del pelo y tenemos dos opciones, los dos poseen las mismas características tecnológicas (aire frio y caliente, sistema iónico, hergonómicos, difusor, mismo tamaño … ), sin embargo uno es blanco y el otro mezcla varios colores agradables y llamativos. ¿Cuál escogemos? Exacto, el más bonito.
Tras la caída de la bolsa del 1929, una de las formas de incentivar el consumo fue la preocupación por mejorar la apariencia estética de muchos productos de la vida cotidiana, así se desarrollo el Styling[5], una filosofía del diseño industrial que se centraba en lo puramente visual y decorativo, haciendo que en muchas ocasiones se lanzaran nuevos productos al mercado que realmente no habían mejorado para nada en tecnología y funcionalidad. Hasta aquel momento se había mantenido el modelo implantado por Ford de crear productos duraderos y en serie, con un diseño universal que no pasara de moda. Sin embargo, en 1930, Generald Motors comenzó a cambiar este modelo por todo lo contrario a fin de incentivar el interés del consumidor medio lanzando modelos de coche que estarían por breve tiempo en el mercado. Poco a poco el resto de productores comenzaron a sumarse a este nuevo modo de entender el mundo y el consumo y a preocuparse más por la imagen de sus productos y la suya misma contando para ello con la ayuda de diseñadores como Raymond Loewy, Henry Dreyfuss, W.D. Teague y Norman Bel Geddes. Todos ellos contribuyeron a la creación de la imagen comercial del siglo XX y de la modernidad misma diseñando para marcas como la pionera en Styling General Motors, Studebaker, Lucke Strike, Coca-cola o Kodak.
La época dorada del Styling termino sobre los años 80 … o no. Realmente el mercado sigue saturándose día a día con productos que implementan mejoras tan solo en su cáscara exterior y que nacen en la fábrica con una fecha de caducidad. Si, la obsolescencia programada fue también una reacción al gran crack del 29.
Por ello lamentablemente, cuando se habla de diseño industrial o diseño a secas, lo más común es pensar en esas revistas chick de muebles caros y adornos más caros aún que se encuentran en casi todos los kioskos de barrio y que no se ocupan realmente del diseño en si, si no del diseño al servicio de la decoración y lo cool. En dichas páginas suelen aparecer nombres de arquitectos, interioristas, y hasta artistas gráficos, que han diseñado o diseñan muebles bonitos, alfombras, lámparas y otra serie de objetos. No dudamos del trabajo de todas estas buenas personas, ni de que los interiores diseñados por ellos sean espectaculares espacios, pero el diseño industrial, es algo más que una foto bonita en una revista pues se preocupa por cosas tan nímias como evitar que nos manchemos de aceite al hacer una ensalada creando la Aceitera Antigoteo Marquina (1961), o nos devuelve la sonrisa colocándole un palo a un caramelo (Chups, 1958) y nos lo vende por partida doble contratando como diseñador del logotipo a Salvador Dalí.
Portada: Diseño de papel de William Morris en 1876
[1] Las apreciaciones aquí realizadas son totalmente personales. Según la historia, Phillip Stark garabateo el esbozo de este exprimidor sobre una servilleta tras haber tenido que exprimir con la mano un limón sobre un plato de calamares.
[2] Es necesario señalar respecto a este tema que hay muchos estudios con cifras muy dispares en cuanto al gasto energético de los dos tipos de pañales. El tema continúa a debate aunque parece que los pañales ecológicos van ganando terreno.
[3] AA.VV. “Packaging logistics and retailer’s profitability: an Ikea case study”. Departament of Desing Sciences. Univerty of Lund. Sweden,
[4] William Morris fue un gran defensor de las artes y oficios tradicionales frente a las producciones industriales, que le resultaban frías y abominables, pues en los inicios de la producción industrial, los objetos obtenidos no eran tan refinados como los producidos de manera artesanal.
[5] BONSIEPE, G. El diseño de la periferia. Debates y experiencias. Ediciones G. Gili. México, 1985
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