Resulta muy llamativo entender cómo la reflexión sobre cada lengua permite a sus hablantes aprehender el mundo que les rodea. De forma especial, aunque no exclusiva, esto sucede con el vocabulario de todo idioma, siempre dispuesto, al ser analizado, a mostrar su complejidad intrínseca, su naturaleza laberíntica, la red semántica que conforman sus nodos.
Naturalmente, no es lo mismo el diccionario de la lengua, entendida esta como sistema dinámico complejo, que el diccionario oficial, elaborado por expertos en lexicografía. El primero, llamado en lingüística lexicón, es el conjunto de términos (también llamados “vocablos”, “unidades léxicas” o, más común aunque menos rigurosamente, “palabras”) que forman parte de una lengua, desde las consabidas preposiciones (a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por según, sin, so, sobre, tras) hasta las variantes de los artículos (el, la, los, las, un, una, unos, unas), pasando por la lista de los verbos, los nombres, los adverbios y los adjetivos que tiene esa lengua… en la mente del hablante.
Y al decir “la mente del hablante” no estamos diciendo que ese lexicón haya aparecido dentro de su cerebro por generación espontánea. No. Lo que estamos diciendo es que se trata de un conjunto de términos que, adquiridos o aprendidos siempre en entornos sociales bien determinados a partir de la capacidad innata de hacerlo, forman parte de la mente del individuo que conoce esa lengua, independientemente del nivel de competencia que tenga en ella, es decir, independientemente de que sea nativo o extranjero al hablarla.
Rayuela | Manuel
El diccionario, sinónimo aquí de vocabulario, no se encuentra en la mente del hablante, sino en la convención social determinada por una serie de autoridades, expertos lexicógrafos, que son los encargados de decidir qué palabras se definen (se aceptan) y cómo. En otras palabras, una cosa es el Diccionario de la Lengua Española de una autoridad como la Real Academia Española (diccionario / vocabulario) y otra cosa, muy diferente, son las palabras que forman parte de la lengua de cada individuo (lexicón [mental]).
De esta manera, aunque parezca que el diccionario puede equivaler al lexicón, en la práctica no contienen las mismas palabras. Así, por ejemplo, el término aqueste y sus variantes aquesta, aquestos, aquestas, que se utilizó en español hasta el siglo XVII, aparece registrado en el actual Diccionario de la lengua española como un término que solo se da en contextos literarios. En la práctica, esto implica que no todos los hispanohablantes cuentan con dicha unidad léxica en su vocabulario particular, ya que forma parte de un estadio anterior de la lengua al que se accede con numerosas horas de lecturas, es decir, hoy en día no se aprende de forma “natural” en sociedad como otros términos del lexicón. O, en otras palabras, las honrosas excepciones de hablantes que utilicen tal vocablo, lo han incorporado a su lexicón mental, por motivos seguramente estilísticos o de gusto personal, una vez han accedido a él a través del estudio del español áureo, independientemente de que este vocablo haya sido aceptado por la RAE como poético, desusado, común o de cualquier otro tipo.
Para ejemplificar esta diferencia entre el diccionario o vocabulario, de tipo convencional, y el léxico mental, de tipo psicolingüístico, se ha seleccionado el complejísimo mundo de los juegos, porque realmente representa con prístina claridad la diferencia entre los términos registrados en el DRAE y sus respectivas definiciones, por un lado, y lo que realmente cada hablante entiende y refiere cuando utiliza cada vocablo, por otro.
En concreto, se puede recurrir a la palabra tejuelo, definida en el DRAE como “Juego de la chita o del chito, en que se tira con un tejo”, y sinónimo, por tanto, del juego del chito. Definición muy diferente, por cierto, de la ofrecida a los encuestados, allá por los años 70 del pasado siglo, por el extraordinario dialectólogo Manuel Alvar y su equipo: “juego con unas casillas, que se dibujan en el suelo, y sobre las cuales el jugador, a pie cojo, va deslizando una piedra que nunca debe detenerse sobre las rayas”. Ni que decir tiene, claro está, que probablemente el lector o lectora llame a este juego de otra manera, tal vez idéntica a la que Cortázar inmortalizó, sin duda alguna, en el concepto de rayuela, tal vez de otra forma que nada tiene que ver con esta forma de palabra, como sucede con muñeca o avión.
Rayuela | Juan Ignacio Videla
En el caso de los hablantes encuestados por aquellos años en las distintas zonas de Aragón, Navarra y la Rioja por las que el insigne filólogo trabajó, entre otras, la manera de denominar este juego es extraordinariamente diversa*: anglera, arras, barreta, barro, calderas, calderetas, calderón, cantillo, carcaño, carrión, casas, casetas, casetes, celemín, cerimonio, chilindrín, china, chineta, chínguil, chiribules, chitín, chito, chivirín, chócole, chufa, cimbarre, cocheta, cochimbarro, coratis, corona, cuaderna, cuadrante, cuadro, cuca, descanso, desembarro, escalerón, escarramate, estribillo, ladrillo, limbo, lita, losa, luneta, marra, marro, orneta, pasión, patusca, perro–gato, piedras, piedrilla, pita, plan, plancha, pobre, pobro, primereta, quinquirinela, raya, rinchola, robo, sampecas, semana, teja, tejeta, teje, tejete, tejo, téjola, tocos, toseta, truco, zancadilla, zangalleta.
Y cuando decimos “extraordinariamente diversa” lo decimos porque lo estamos comparando con las variantes de otras zonas hispanohablantes, como República Dominicana, donde aparecen solo ocho formas diferentes: peregrina (11, 13), la jerez (12), tróncalo (31), trúcalo (41, 51, 63.1, 63.2) y su variante trúcamelo (62), muñeco (42, 52, 13), brinquitos (63.3) y sacachata (51):
Igualmente, no superan la decena las formas distintas de denominar el juego en el español hablado en el sur de los Estados Unidos (aeroplano, bebeleche, brinca charcos, brincar los cuadros [< ingl. hopscotch ‘saltar los cuadros’] y herradura), en Canarias (chivo, tejo, [jugar] al pie, caldereta) y en Andalucía (esencialmente, rayuela y el truco > trúca[me]lo).
Llama poderosamente la atención el contraste en la cantidad de variantes de un sitio a otro. En el español de Aragón, Navarra y La Rioja hay setenta y seis formas diferentes de denominar al tejuelo, frente a las ocho de República Dominicana, las cinco del sur de Estados Unidos, las cuatro de Canarias y las dos más extendidas de Andalucía. Una diferencia abismal.
Este enorme contraste puede deberse, sencillamente, a cuestiones metodológicas, tenidas en cuenta bien en la recogida de datos, bien en su análisis posterior. Así, se puede pensar en las dificultades que tuviera el informante a la hora de responder a los cuestionarios, por desconocimiento del juego, por ignorancia del término o por incomprensión de la pregunta y el tipo de respuesta que se le pidiera.
Sea como fuere, el lector o lectora puede investigar cuáles de todos estos términos constan en el Diccionario de la lengua española con el significado que el mismo DRAE ofrece para rayuela, para confirmar la diferencia ya vista entre la acepción que tiene tejuelo en dicho diccionario y en el lexicón mental del investigador mencionado. Probablemente sus pesquisas le lleven a la conclusión de que este entresijo de conceptos y formas lúdicos sirve para demostrar la distancia existente entre el significado presente en el diccionario (vocabulario) y la competencia léxica de cada persona (lexicón). Puede completar sus indagaciones preguntando a cinco o seis personas cercanas cómo denominan a este juego y comprobando después si, como los demás, constan así en el DRAE.
Pues, como dijimos al principio, no puede ser lo mismo aquel conjunto de términos acordados de manera consciente e incorporados a las grandes obras lexicográficas, que aqueste grupo de vocablos que cada cual, individualmente, posee de acuerdo con sus propias experiencias, conocimientos e intereses. La interrelación entre uno y otro, por supuesto, es inevitable. Y por ello se puede hablar de dos vocabularios juntos: el natural (individual, mental) y el artificial (social, convencional). Juntos, sí, pero no revueltos.
Portada: Cortázar | Gonzalo
Para saber más…
- Alvar, M. et alii (1979): Atlas lingüístico y etnográfico de Aragón, Navarra y la Rioja. Zaragoza: Institución Fernando el Católico de la Excma. Diputación Provincial, especialmente Vol. IX, lámina 1401, mapa 1188.
- Alvar, M. (ed.) (2000): El español de la República Dominicana. Estudios, encuestas, textos. Alcalá: Universidad-La Goleta Ediciones.
- Alvar, M. (1961): Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía, Granada: Universidad de Granada.
- Alvar, M. (1975-1978): Atlas lingüístico y etnográfico de las Islas Canarias, Gran Canaria: Cabildo.
- Pedrero González, A. (2002): Léxico español en el Sudoeste de los Estados Unidos (Basado en las encuestas del Atlas Lingüístico de Estados Unidos), Madrid: CSIC.
* Los datos expuestos han sido extraídos de las obras referencias en el apartado “Para saber más…”, al final del texto.
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