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La hipótesis genealógica de Nietzsche no sólo es cierta, sino que sirve para cuestionarnos la actualidad
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Reiteradas veces ha sido discutida la hipótesis genealógica de Nietzsche según la cual el cristianismo es la inversión de los valores de la vida, ¿pero no es el enfrentamiento la característica de la moral antigua mientras la paz es la de la moral cristiana?
Las lecturas e interpretaciones de las obras de Nietzsche son difíciles de tratar por su a-sistematicidad, pese a múltiples intentos de los investigadores, y ello lo asemeja a Platón. Ambos llevan a poner bajo sospecha toda convicción que podamos tener, pero nunca acaban de dar una determinación final: del mismo modo que Platón, la influencia de Nietzsche se ha dejado sentir de forma dispar y, a veces, contradictoria. La crítica a la moral, una de las características fundamentales de Nietzsche, es lo que ha marcado sus lecturas, no sólo por su belleza estética, sino por su contenido. Nietzsche es el primer filósofo de tradición occidental que acusa violentamente a la moral cristiana de antinatural por ir en contra de los instintos vitales, ya que ésta considera que su centro de gravedad no está en este mundo, sino en el más allá, en la realidad en sí, también conocido como mundo “supranatural”. La moral cristiana es caracterizada por Nietzsche como una moral trascendente que no gira en torno al ser humano, sino en torno a Dios y que impone a las personas un rechazo de su naturaleza, una lucha constante contra sus impulsos vitales: la moral cristiana implica un rechazo general de los valores que Nietzsche considera vitales en favor de una ilusión generada por el resentimiento contra la vida. Son los valores de la antigüedad los que el filósofo alemán entiende como los valores representativos de la vida y el cristianismo como la moral y cosmovisión que realiza la inversión de los valores vitales.
La conexión entre la moral del mundo antiguo – representada por la cosmovisión de la herencia griega –, y la moral del cristianismo – representada por la cosmovisión de los evangelios bíblicos –, se da de diversas formas y responde a diferentes índoles. Nietzsche es uno de los precursores de los análisis comparativos entre los textos del mundo antiguo y los textos cristianos e intentó, en su conocida obra La genealogía de la moral, dar razón de la inversión de valores del mundo antiguo que supuso el cristianismo mediante un estudio genealógico. La aplicación del método genealógico tenía por objeto demostrar que las opiniones recibidas sobre las fuentes de la moralidad son erróneas y que, desde el punto de vista histórico, conceptos como la bondad moral, la culpabilidad, la piedad o la abnegación se han originado a partir de sentimientos rencorosos contra los demás o contra uno mismo. Así, dichos conceptos morales son históricos y, por lo tanto, dejan de tener calidad de absolutos y universales, por lo que los distintos valores y preceptos morales tienen cabida en sus respectivos paradigmas, siendo denostados los que se oponen a ellos.
Nietzsche | SPDP
En términos kuhnianos, los paradigmas son realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica[i]. Llevado al terreno de la moral, un paradigma sería el todo en el que las ideas y valores se mueven y relacionan entre ellos generando un mundo posible en el que la moral como producto tiene cabida de existencia en la realidad. Dicho de otro modo, un paradigma es el cercado que permite que los discursos y valores morales dados tengan o no sentido en el mundo en el que vivimos. Así, y cómo sostiene Nietzsche en su obra La genealogía de la moral, lo que sucede con el cristianismo es el paso del paradigma antiguo, en el que los valores bélicos y competitivos son la excelencia, al paradigma cristiano, que pone fin a los valores bélicos y competitivos para alzar la paz y el amor entre la humanidad. El cristianismo, según Nietzsche, supondría el decir “no” a la moral antigua y, por lo tanto, el fin de la cosmovisión antigua:
«En mi Genealogía de la moral he expuesto por vez primera, psicológicamente, el concepto antitético de una moral aristocrática y de una moral de ressentiment, surgida esta última del no a la primera.»[ii]
La psicología antigua, representada por la moral griega antigua, tiene como característica principal el sentido de enfrentamiento, ya sea bélico y/o político, teniendo en su raíz etimológica – agón – el principio de dicha forma. Así, hablamos de una moral competitiva o agonal en el sentido en el que la moral, desde los héroes homéricos hasta la dialéctica platónica, se caracteriza por una contienda en la que siempre hay un ganador: alcanzar el éxito – areté – de la contienda es el objetivo último de toda acción moral. El valor principal es el éxito, es decir, ser el mejor tanto en la guerra como en el discurso, en la medida en que el éxito trae el premio de la buena fama y el honor, y por ende el poder. El éxito se adscribe a cualidades heredadas de las familias nobles, que no excluyen el esfuerzo del que es portador de las mismas ni su posible fracaso: éxito o fracaso es la condición de fama o deshonor, por lo que no basta la intención, sino el resultado. Hablamos, pues, de una moral aristocrática en la medida en que los portadores de dichos valores siempre van a ser reyes, héroes o grandes guerreros e incluso estos individuos pueden realizar acciones que la opinión general desaprueba si ello les lleva al éxito. El objetivo último: tener la fama y el honor deseados para obtener el poder necesario. El camino siempre es el del enfrentamiento, un estado agónico entre la vida y la muerte, entre el éxito y el fracaso, entre el domino y el ser dominado. Sobran muestras para ejemplificar dicha moral, pues desde la guerra de Troya de Homero a los diálogos de Platón, no hay desafío que no tenga un vencedor a costa de un vencido. Si nos fijamos primero en la idiosincrasia de los héroes homéricos podremos hallar esta moral agonal.
Tetis entrega a Aquiles las armadura fabricada por Hefesto. Hidria ática de figuras negras, ca. 575–550 a. C. | Jastrow
La Ilíada centra toda la atención en los héroes pero especialmente en Aquiles, como bien señalan sus primeros versos:
«La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves —y así se cumplía el plan de Zeus—, desde que por primera vez se separaron tras haber reñido el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus.»[iii]
Homero hace una mención importante, hecha a menudo también con la mayoría de héroes que aparecen en la Ilíada, al señalar el linaje divino y aristocrático de Aquiles[iv], por lo que el éxito ya le viene de sangre. No obstante, la posibilidad de alcanzar el éxito no se daba sólo según el linaje sanguíneo, sino además por la fuerza física o las habilidades en el arte del combate, como nos lo muestran los siguientes versos, en los que se alude a la destreza del héroe o a su habilidad en el campo de batalla en cuanto a su velocidad de movimiento, haciendo una clara alusión a su éxito físico:
«Velaba su cólera sentado junto a las naves, de veloz curso, el hijo de Peleo, descendiente de Zeus, Aquiles de pies ligeros.»[v]
El concepto de areté – éxito – no sólo queda obsoleto en el linaje sanguíneo y las habilidades físicas, sino también en las habilidades intelectuales, como la sabiduría, la elocuencia, la dignidad, el honor o la valentía y ser un buen ciudadano. La inteligencia también forma parte de obtener el éxito pues permite ganar los enfrentamientos tanto bélicos como dialécticos, y así nos lo muestra el mismo Homero en la Odisea, en la que Ulises es un guerrero que muestra suspicacia e ingenio para obtener el éxito de sus contiendas, más allá de su fuerza y su linaje:
«¿Qué palabra, hija mía, escapó del vallar de tus dientes? ¿Por ventura podré yo olvidarme de Ulises divino, del varón sin igual por su ingenio y también por los dones que ofrendó a los eternos, señores del cielo anchuroso?»[vi]
Los valores homéricos se caracterizan, pues, por una práctica constante del discurso vinculada a las acciones que definen el éxito de los héroes. La habilidad del uso de la palabra muestra que la idea de un héroe exitoso va más allá del despliegue de las habilidades guerreras e incluye también una serie de valores asociados a las habilidades retóricas. Un claro ejemplo de esto lo encontramos en la misma Ilíada, fragmento en los que Fénix, educador de Aquiles, le recuerda porqué fue educado y la importancia del uso de las palabras:
«Soy la escolta que te dio Peleo, el anciano conductor de carros, aquel día en que te envió de Ftía ante Agamenón, cuando solo eras un niño ignorante aun del combate, que a todos iguala, y de las asambleas, donde los hombres se hacen sobresalientes. Por eso me despacho contigo, para que te enseñara todo eso, a ser decidor de palabras y autor de hazañas.»[vii]
Hesíodo, quien puso por escrito y ordenó todo el cuerpo mitológico transmitido hasta entonces de forma oral, se mantuvo en la esencia agonal de la moral griega antigua, pues consideró que el instinto del ser humano es la envidia[viii] y la lucha. Sin embargo, no le faltaron pequeños intentos de reconducir la moral agonal griega al poner en el centro de sus versos la justicia y la ética del trabajo[ix]. Así, por ejemplo, en unos versos de Los trabajos y los días podemos apreciar como el poeta intenta hacer ver que los humanos poseemos el don de la justicia y que ésta debe ser nuestra característica:
«iOh Perses! Grábate tú esto en el corazón; escucha ahora la voz de la justicia y olvídate por completo de violencia. Pues esta ley impuso a los hombres el Cronión: a los peces, fieras y aves voladoras, comerse los unos a los otros, ya que no existe justicia entre ellos; a los hombres, en cambio, les dio la justicia que es mucho mejor.»[x]
La protesta hesiódica arranca de la injusticia que padece el ser humano en la tierra, trascendiendo a una denuncia moral de la conducta de algunos aristócratas, para luego fundamentar un orden religioso que actúa como garantía de la existencia de una realidad jurídica justa. Esta característica hesiódica se extiende hasta los mismos versos de Platón quien, aunque a través de sus diálogos nos muestra nuevamente su pertenencia a la moral agonal griega, considera que la condición de posibilidad de alcanzar el éxito de los seres humanos se encuentra en la verdad, más allá de sus opiniones, pues es la verdad la que finalmente impone la justicia: la verdad, aquella inmutable y única que nos muestra el texto platónico por boca de Sócrates, fue en los discursos platónicos y filosóficos la condición de posibilidad de toda victoria, así como lo fueron los valores de los héroes y los dioses en los textos homéricos. Veamos como ejemplo el siguiente fragmento del Gorgias de Platón en el que la verdad irrefutable yergue vencedor a Sócrates:
« Sóc. — Tal vez. Tú dijiste, por el contrario, que los que obran injustamente son felices si se libran del castigo.
Pol. — Exactamente.
Sóc. — Sin embargo, yo afirmo que son muy desgraciados, y que los que sufren el castigo lo son menos. ¿Quieres refutar también esto?
Pol. — ¡Por cierto que resulta esa refutación aún más difícil, Sócrates!
Sóc. — No, de seguro; más bien es imposible, pues la verdad jamás es refutada.»[xi]
Pintura de Anselm Feuerbach que representa la llegada de Alcibíades (1871–1874).
La tesis genealógica de Nietzsche defiende que las palabras «bueno» y «malo» fueron usadas por la aristocracia, aplicándosela a sí misma para distinguirse de los plebeyos. Siguiendo la moral agonal, los buenos eran los que obtenían éxito y, por lo tanto, aquellos capaces de competir y dominar a los más débiles. De este modo, el que no pudiera vivir a la altura de los ideales competitivos seria considerado inferior y, por lo tanto, «malo»[xii]. La misma razón del enfrentamiento que caracteriza a los textos antiguos y clásicos de la península helénica va a ser, llevada a la inversa, la transvaloración de los valores que supuso el cristianismo. El cristianismo, y más concretamente los evangelios del Nuevo Testamento, que tienen como objetivo llevar la palabra de Cristo por todo el mundo – aunque esta tarea fue desarrollada por Pablo de Tarso –, son un intento de invertir los valores de la moral agonal y del enfrentamiento, hegemónicos en la cosmovisión del entonces Imperio Romano, por una moral compasiva y de la paz: calmar el sufrimiento de la tierra mediante la esperanza de una vida edénica en la que la tragedia del enfrentamiento y la competitividad por la vida desaparezcan.
La moral cristiana, a diferencia de la moral agonal de los antiguos griegos, se caracteriza por evitar el enfrentamiento hasta hacerlo desaparecer. El éxito va a consistir en lograr apaciguar toda guerra, sofocar todo enfrentamiento y realizar la paz: la capacidad heroica no es la de la guerra, sino la de realizar la paz. De ahí que en el evangelio de Juan podamos leer «mi paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo»[xiii]. El gran mandamiento que Cristo trae a la tierra y deja a los apóstoles es «que os améis los unos a los otros como yo os he amado»[xiv], incluso a los enemigos:
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos»[xv]
El amor a todos los seres humanos, incluso a los enemigos, tiene como objetivo acabar con todo enfrentamiento personal, postulado que si se hace extensivo, tiene como fin acabar con toda guerra. La moral cristiana se caracteriza, pues, por ser contraria a la moral agonal, incluso tiene como objetivo invertirla. No podemos olvidar que el contexto histórico-social de Cristo es el romano, todavía heredero de la moral agonal griega. Es el perdón, al contrario del conflicto, la acción que va a especificar la moral compasiva del cristianismo, pues es aquello que puede acercar a las personas a Dios: «que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas»[xvi]. Otra de las características de Jesús, como analogía de héroe, es que éste no viene a derrotar a los más débiles, sino a ayudarlos, de ahí sus numerosos milagros relatados en los cuatro evangelios. Pero si nos centramos en la ética cristiana, podremos ver las grandes diferencias con la moral agonal de los antiguos griegos.
Varios son los postulados de la ética cristiana, pero vamos a intentar realizar un pequeño resumen a partir de algunos ejemplos del Nuevo Testamento como fuente directa. A diferencia de la moral agonal, en la que la apariencia o el acontecer de los actos es lo que define a los seres humanos porque es el medio para obtener el honor o el fracaso, en el cristianismo se invierte éste valor y cuentan más las acciones internas (pensamientos) que las externas:
«no está en el exterior el ser judío, ni es circuncisión la externa, la de la carne. El verdadero judío lo es en el interior y la verdadera circuncisión, la del corazón, según el espíritu y no según la letra. Ese es quien recibe de Dios la gloria y no de los hombres.»[xvii]
Existen otros textos evangélicos que refuerzan la idea de lo interior subordinando lo exterior, como por ejemplo el querer aparentar[xviii], los instintos[xix] o estar en la verdad[xx], pero también se castigan las intenciones, como describe el evangelio de Mateo:
«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.»[xxi]
Como vemos, es el pecado – y con él la culpa – una de las características principales del cristianismo, y éste no se da sólo en las acciones, como podría pasar en morales diferentes, sino en las intenciones – como ocurre en el caso expuesto. El pecado es algo que puede realizarlo toda persona, y no es cosa de los dioses, como argumentaba Agamenón en el rapto del botín de Aquiles achacando a los dioses de ofuscación, sino que ahora la responsabilidad cae toda en el individuo que comete la acción o la intención.
La conversión de San Pablo (1542), obra de Miguel Ángel.
Otra de las inversiones que la moral realiza con la moral antigua estriba en el hecho de salvar a los más débiles, a los dominados, en vez de pretender alejarse de ellos: si la moral agonal es una moral competitiva que intenta dominar a los demás, la moral cristiana tiene como objetivo ayudar y salvar a los más desfavorecidos. A diferencia de los héroes antiguos que luchan en las guerras para obtener más fama y honor y, por lo tanto, un rango superior en la sociedad, la moral cristiana intenta salvar a los pecadores[xxii] y a los necesitados[xxiii], perdonándoles[xxiv]. Son los desfavorecidos, los pobres y esclavos, los débiles y tullidos, las mujeres y los niños: los que en el mundo antiguo obtenían todos los desprestigios son ahora los recompensados en el otro mundo[xxv], un mundo que no es el de los seres humanos, sino el del Reino de Dios:
«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de este mundo.»[xxvi]
Podríamos seguir analizando y demostrando las numerosas diferencias entre el cristianismo y la moral agonal antigua, pero acabaremos con una de ellas que, de nuevo, invierten los valores de la moral agonal. Se trata de las diferencias entre las divinidades antiguas – múltiples, antropomórficos, interventores, personalistas – y la divinidad cristiana, que es definida como incorpórea[xxvii], omnipotente y omnipresente[xxviii] y, sobre todo, una divinidad cuya esencia es el Amor[xxix] y no la guerra, ni el orgullo, ni ninguna característica competitiva humana. La finalidad del cristianismo es acabar adoptando las directrices de Cristo, por lo que la vida del discípulo consiste en ir progresivamente identificándose con Cristo, dejándose vivificar por él, hasta alcanzar la medida que corresponde a la plenitud de Cristo [xxx].
Los paradigmas morales antiguo y cristiano son antagónicos, pues mientas el primero es agonal y competitivo, el segundo es compasivo y antibélico: si el enfrentamiento es la característica de la moral antigua, la paz como fin del enfrentamiento es la característica de la moral cristiana. Es ahora cuando, casi sin dudas, podemos aceptar la tesis nietzscheana según la cual el cristianismo ha consistido en una inversión de los valores antiguos, siendo Pablo de Tarso el que, tras iluminarse[xxxi], llevó por todo el mundo antiguo – dominado por griegos y romanos – el cristianismo. Para el filósofo alemán, Pablo transformó el mundo invirtiéndolo pues fue quien llevó la palabra de Cristo más allá de los judíos[xxxii].
La intención de Nietzsche consistió en analizar dicha inversión de valores y la tarea que quiso llevar a cabo con sus libros fue la de invertir los valores de Pablo y del cristianismo. Podemos ver como Nietzsche apunta al judaísmo como la cuna de la inversión de los valores:
«Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia) esa inversión, a saber, …¡los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, — en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis también eternamente los desventurados, los malditos y condenados!…»[xxxiii]
Militares franceses circulan por el distrito 3 de Paris del plan Vigipirate | Kevin.B
Varias han sido las críticas que ha recibido Nietzsche por su teoría genealógica, desde la falta de datos para dar razón y prueba de su hipótesis sobre la inversión de valores, hasta entender a Nietzsche como mero problematizador en vez de ver la genealogía como método de investigación. Sin embargo, sólo hace falta ir hacia las fuentes originarias de lo que consideramos la “esencia de occidente”, esa mezcla del mundo antiguo y del mundo cristiano, dos cosmovisiones que se oponen mutuamente. Es cierto que no podemos decir por ello que una es producto de la otra ni viceversa, ni tampoco podemos sostener que el motivo que las llevó a hacerse a una y a la otra fueran las expuestas por Nietzsche. No hay suficientes motivos como para alegar que la aristocracia haya sido la creadora de todos los valores antiguos, porque ya Hesíodo pondría en duda dicha teoría, ni tampoco podemos decir que el resentimiento de los esclavos haya sido el único productor de la cosmovisión cristiana, pues el Eclesiastés o el mismo Pablo de Tarso nos pondría en sospecha dicha teoría. Sin embargo, lo que sí que hemos podido observar es que ambas morales, ambas cosmovisiones se oponen mutuamente: mientras una basa sus ideas en la competencia y en la guerra, la otra lo hace en la paz y el fin de todo enfrentamiento.
La herencia que nos deja Nietzsche en la actualidad no es la de saber si la hipótesis del resentimiento es la causa de la inversión de los valores, sino que los valores que una vez significaron una cosa pueden cambiar radicalmente: una cosmovisión puede cambiar absolutamente. Hablamos de una cambio de paradigma moral cuando la moral que vivimos, representada por las diversas instituciones sociales, estatales, gubernamentales, religiosas y/o de cualquier índole sufren una anomalía. Hoy, que vivimos en estados cuyo objetivo es garantizar la paz y la concordia entre sus ciudadanos, asegurando los derechos humanos de todos los individuos, indistintamente de su procedencia, resulta que empezamos a cerrar fronteras e invertimos valores como los de “seguridad”, “libertad” e incluso “democracia”. Poco importa si Nietzsche tenía razón o no sobre su hipótesis, lo radicalmente importante es que los cambios de moral y cosmovisión son una posibilidad que se da en las sociedades y existen métodos genealógicos para investigarlos. No sabemos si el cambio que sufrieron los territorios del mundo antiguo hacia el cristianismo fueron para bien o para mal, pero sí que nos trasladan una pregunta para hoy: ¿actualmente estamos realizando la transvaloración de valores realmente deseados?
Portada: 18 Friedrich Wilhelm Nietzsche 03 | Willie Sturges
[i] «…’ciencia normal’ significa investigación basada firmemente en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior. […] Voy a llamar, de ahora en adelante, a las realizaciones que comparten esas dos características, ‘paradigmas’, término que se relaciona estrechamente con ‘ciencia normal’.» KUHN, Thomas S.: La estructura de las revoluciones científicas, Cap. II. El camino hacia la ciencia normal.
[ii] NIETZSCHE: El Anticristo. Alianza editorial. Madrid, 2004. §24, Págs.: 56 – 57.
[iii] HOMERO: Ilíada. Editorial Gredos. Madrid, 1996. Canto I, 1-7. Pág.: 103.
[iv] Aquiles es hijo de Peleo (de ahí su nombramiento como “Pelida de Aquiles”), y Peleo era hijo de Éaco y de Endeis, reyes de los mirmidones de Egina, y nieto de Zeus y Egina, así como de Escirón y Cariclo.
[v] Ibíd.: Canto I, 488 – 489. Pág.: 118.
[vi] HOMERO: Odisea. Editorial Gredos. Madrid, 1993. Canto I, 64 – 67. Pág.: 99.
[vii] HOMERO: Ilíada. Editorial Gredos. Madrid, 1996. Canto IX, 438 – 443. Pág.: 279.
[viii] «pues todo el que ve rico a otro que se desvive en arar o plantar y procurarse una buena casa. está ansioso por el trabajo. El vecino envidia al vecinoque se apresura a la riqueza -buena es esta Eris para los mortales-, el alfarero tiene inquina del alfarero y el artesano del arte.» HESÍODO: Trabajos y días. Editorial Gredos. Madrid, 1978. 20-25. Pág.: 123.
[ix] «pues el hambre siempre acompaña al holgazán. Los dioses y los hombres se indignana contra el que vive sin hacer nada, semejante en carácter a los zánganos sin aguijón, que consumen el esfuerzo de las abejas comiendo sin trabajar.» Ibíd.: 301-307. Pág.: 140.
[x] Ibíd.: 275-280. Pág.: 138.
[xi] PLATÓN: Gorgias. Editorial Gredos. Madrid, 1987. 473b. Pág.:
[xii] Incluso la noción de “culpabilidad” es distintamente tratada en el mundo griego antiguo, como podemos ver en los versos homéricos de la Ilíada, cuando Agamenón toma la palabra en la asamblea y recuerda el día en que arrebató el botín a Aquiles: no considera que fuera culpa suya, sino que actuó de manera ofuscada debido a la ofuscación que le infundieron las divinidades: «pero no soy yo el culpable, sino Zeus, el Destino y la Erinis, vagabunda de la bruma, que en la asamblea infundieron en mi mente una feroz ofuscación aquel día en que yo en persona arrebate a Aquiles el botín.» HOMERO: Ilíada. Editorial Gredos. Madrid, 1996. Canto XIX, 86-89. Pág.: 490.
[xiii] Nueva Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée De Brouwer. Bilbao, 1999. (Jn 14, 27). Pág.: 1496.
[xiv] Ibíd.: (Jn 15, 12). Pág.: 1497.
[xv] Ibíd.: (Mt 5, 43 – 45). Pág.: 1357 – 1358.
[xvi] Ibíd.: (Mt 6, 14 – 15). Pág.: 1358.
[xvii] Ibíd.: (Rom, 2, 28 – 29). Pág.: 1574.
[xviii] «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.» Ibíd.: (Mt 6, 1). Pág.: 1358.
[xix] «El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca.» Ibíd.: (Lc 6, 45). Pág.: 1432.
[xx] «Pero llega la hora (ya estamos en ella) en la que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad.» Ibíd.: (Jn 4,21—23). Pág.: 1475.
[xxi] Ibíd.: (Mt 5, 27). Pág.: 1357.
[xxii] «No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores.» Ibíd.: (Lc 5, 32). Pág.: 1430.
[xxiii] «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.» Ibíd.: (Lc 19, 10). Pág.: 1453.
[xxiv] «Y le dijo a ella: “Tus pecados quedan perdonados”. Los comensales empezaron a decirse para sí: “¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?” Pero él dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.» Ibíd.: (Lc 7, 48 – 50). Pág.: 1434.
[xxv] «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios.» Ibíd.: (Mt 21, 31). Pág.: 1382.
[xxvi] Ibíd.: (Jn 18, 36). Pág.: 1502.
[xxvii] «Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad.» Ibíd.: (Jn 4, 24). Pág.: 1475.
[xxviii] «Ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso» Ibíd.: (Ap 19, 6). Pág.: 1733.
[xxix] «Amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.» Ibíd.: (Jn 4, 8). Pág.: 1474.
[xxx] «Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo.» Ibíd.: (Ef 4,13). Pág.: 1629.
[xxxi] «Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” Él preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.» Ibíd.: (Hch 9, 3 – 5). Pág.: 1523.
[xxxii] Nietzsche califica a Pablo como el inventor del cristianismo, como “el primer cristiano”. Así lo explica en el §68 de su libro Aurora: «Pero, salvo algunos eruditos, ¿quién sabe que en se describe la historia de una de las almas más ambiciosas e impacientes y de una cabeza tan supersticiosa como astuta, la historia del apóstol Pablo? Y no obstante, sin esta singular historia, sin los desvaríos y los arrebatos de una cabeza semejante, de un alma tal, no existiría la cristiandad; apenas habríamos tenido noticias de una pequeña secta judía cuyo maestro murió en la cruz. Evidente: si se hubiera comprendido esa historia a su debido tiempo, si no se hubieran leído los escritos de Pablo como las revelaciones del “Espíritu Santo”, sino con un espíritu propio recto y libre y sin pensar en todas nuestras miserias personales, si se hubieran leído realmente – no hubo lector tal a lo largo de un milenio y medio –, hace tiempo que habría desaparecido el cristianismo.» NIETZSCHE: Aurora. Editorial Edaf. Madrid. 1996. §68, Pág.: 118.
[xxxiii] NIETZSCHE: La genealogía de la moral. Alianza editorial. Madrid. 2004. Primer Tratado, §7, Pág.: 46.
¿TE HA SERVIDO ESTE ARTÍCULO? ASÍ PUEDES CITARLO: : «Cuando Nietzsche tenía razón». Publicado el 7 de marzo de 2017 en Mito | Revista Cultural, nº.41 — URL: https://revistamito.com/cuando-nietzsche-tenia-razon/ |
4 Comentarios
Estimado José García,
ante todo, le doy las gracias por haber leído el artículo y haberlo comentado: sin duda alguna el tiempo que le ha dedicado es un presente para mí que le agradezco sinceramente. Acto seguido le comento con muchas ganas.
En primer lugar, la moral “agonal” es una moral de la competición como bien expongo en el artículo y usted comprende. La moral cristiana, a diferencia de la moral “agonal”, se caracteriza por evitar el enfrentamiento hasta hacerlo desaparecer: sofocar todo enfrentamiento y realizar la paz. De ahí que la capacidad heroica no sea la guerra, sino la paz en el más allá. Dicho de otro modo, la moral cristiana ofrece un “más allá” sólo accesible bajo condición, como bien señala, de seguir los preceptos de cristo.
En cuanto a su crítica, cabe decir que en ningún momento hago mención de la moral judía pues, al igual que usted, comparto que también es “agonal”. De hecho, la ley y moral judía, tal y como podemos leerla en el Antiguo Testamento, sólo pertenece a los judíos y, con ellas, Yahveh, porque castiga a sus enemigos e incluso a los propios si estos no cumplen a rajatabla (véase como ejemplo el mito y vida de Moisés). Ahora bien, el cristianismo aparece con la idea de frena esa guerra llevada a cabo incluso por Yahveh.
Ciertamente, encontraremos muchos versos del nuevo testamento en los que Cristo no viene a poner la paz, sino el enfrentamiento entre hermanos, padres y amigos, así como ha luchar hasta verter la sangre para ganar. Incluso señala continuamente que quien no siga los preceptos de Dios acabará en la gehenna. No obstante, Cristo viene a acabar con el sufrimiento de los desfavorecidos, y hay tantos milagros de cura de tullidos y comidas con cobradores de impuestos, como amenazas. Ciertamente, el apocalipsis señala el fin del mundo, pero sigue dentro de la órbita: acabar con el sufrimiento terrenal para alcanzar la paz celestial, que sólo estará concedida a quien haya seguido al Hijo del Hombre (Cristo). Así, y como bien señala, el cristianismo es una moral basada en un amor condicional, algo que incluso Kant criticaría, pero que de ahí no puedo deducir que el amor sea incondicional pues esta afirmación es tan cierta como subjetiva y, por lo tanto, in-universalizable. Eso sí: el Dios cristiano se alza y acabará apoderando a lo largo de los siglos de los conceptos del amor, dirigiendo todas sus posibilidades a Dios (recordemos: agapé – amar a Dios por encima de todo, eros – amar a los tuyos para la procreación, storgé – amar a los tuyos, a tus familiares, philia – amar al prójimo y al enemigo)
En cualquier caso, el artículo pretende comparar dos morales que, a pesar de poder tener muchos puntos en común como usted señala (no hay que olvidar que el cristianismo se genera entre morales “agonales”), el cristianismo pretende frenar la rueda trágica de la moral “agonal” competitiva de los antiguos.
Encantado, no obstante, de seguir con el debate!
Juan Carlos González Caldito
Saludos.
Cuando en tu artículo haces la diferenciación entre la moral Agonal y la aportación cristiana, presentas al dios de la religión judía como un «dios de amor». No lo era. Si acaso para su pueblo escogido Israel (y no siempre y en todos los casos); el crimen contra la Humanidad cometido por Yawé en Éxodo 12, tomándolo por un hecho cierto, por medio del cual asesina niños inocentes mientras están dormidos, descalifica a aquella divinidad de ser considerado «un dios de amor». En adición, una divinidad, violenta, vengativa, irascible, rencorosa en grado sumo contra sus enemigos, a quienes perseguirá hasta aniquilarlos (tanto en la porción judía de los libros bíblicos (Profeta Nahúm, por ejemplo) como en la porción nueva de la biblia (apocalipsis) no puede ser decorado con el término amor o amoroso, sino todo lo contrario. En realidad, aquel dios de la religión judía era el paradigma de la moral agonal, siempre lo fue y lo será en tanto los libros, denominados «sagrados» así lo testifiquen.
La astucia del cristianismo reside en usar ese dios agonal y HACERNOS CREER que su esencia cambió; usar la ingeniería teológica para unir dos conceptos totalmente contrarios entre sí (dios y Hombre) y convencer a los irreflexivos de que ahora HAY NUEVAS REGLAS, un cambio de paradigma, otra cosmovisión fuundamentada en un dios que «se hizo carne» y trajo un nuevo enfoque, más empalagoso, más «humano», más tierno.
PERO, el problema es que aparte de que la confabulación para crear una síntesis judeo cristiana es del todo imposible, asunto que claramente se identifica atendiendo a la unicidad del dios judío (Dt. 6:4) y a la fabricación teológica del cristianismo al crear el concepto iluso de la trinidad, cuando uno analiza el tan cacareado y afamado «amor» de dios, en sí mismo y «en Cristo» se da cuenta que el «amor de Cristo es condicional. El Amor verídico es todo lo que quieras, menos condicional. No existe condición para el amor, precisamente esa es su esencia, la incondicionalidad.
ASí que, para no tomar más tiempo. No solo el dios judío no es amor ya que sus obras así lo demuestran, sino que el mismo mensaje de Jesús, aparentemente endulzado y superficialmente edulcorado, en el fondo, SIGUE SIN SER AMOR AUTÉNTICO, es solo un interes disfrazado y manejado habilmente por los representantes de la fe cristiana, de los dos bandos, para aumentar y perpetuar su poder sobre las conciencias de los incautos.
Recibe un saludo de mi parte.
Estimado Damián, gracias por tu comentario. Sin duda, me quedo con tu última reflexión: dado que Nietzsche no dio ninguna respuesta cerrada, nos corresponde (o no!) darle respuesta nosotros. Es lo que he intentado con el artículo. De nuevo, gracias por leer y comentar el artículo!
Muy buen artículo, en efecto la propuesta de Nietzsche no permite por sí sola escoger una de las dos estructuras valorativas, sobretodo porque el autor va y viene con sus consideraciones sobre la aristocracia, a la que también condena por autosatisfecha y facilmente ofuscable, y también con el cristianismo, al que valora como el único medio a lo largo de la historia europea de ilustración en el arte de obedecer hacia una sola dirección, y ha demostrado con ello una tenacidad asombrosa. Me parece que Nietzsche generaliza excesivamente el esquema de Maquiavelo de hombres ‘grandi’ y ‘popolo’, que en sí misma es también una creación bastante poco generalizable y muy cercana al contexto florentino. Y su crítica a la metafísica es también poco clara, pues es manifiesto para él que Dios efectivamente existió alguna vez y creó un pueblo; también los aristócratas con sus gestos olímpicos se hallaban en comunión con los dioses. En fin, el problema de Nietzsche son los nietzscheanos y las pocas respuestas definitivas que dio a los problemas que abrió, señal de que no tenía muy en clara la solución y le parecía más a la mano derribar.